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Autor: Norbert Lieth

Pocos días antes de su muerte, Jesús habló a sus discípulos en el Monte de los Olivos. Este sermón contiene las más importantes declaraciones proféticas de la Biblia, que nos ayudan a ordenar cronológicamente los hechos futuros y nos desafían a alcanzar con el Evangelio a los que están afuera.


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PE2455- Estudio Bíblico
Señales de Su Venida (1º parte)



¿Qué tal, amigos? Al comenzar un nuevo tema de estudio quisiera hacer algunas aclaraciones iniciales. Pocos días antes de Su muerte, Jesús habló a Sus discípulos en el Monte de los Olivos. Este sermón contiene las más importantes declaraciones proféticas de la Santa Escritura. Todas las revelaciones posteriores acerca del tema, incluso las del último libro de la Biblia, tienen su base en este mensaje del Señor acerca del tiempo final.

A lo que Jesús habló aquí, lo podríamos denominar como un legado de esperanza. Pocas horas antes de Su muerte, el Señor compartió con Sus apóstoles la cena de Pascua, y en esa ocasión celebró con ellos, por primera vez, la Cena del Señor, introduciendo en ella el Nuevo Pacto en Su sangre. El apóstol Pablo se refiere a esto cuando escriben 1ª Corintios: “Así, pues, todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga” (1 Co. 11:26).

Es de esta venida que habló Jesús a los Suyos en el Monte de los Olivos, y también de todos los acontecimientos relacionados con ella. Y lo interesante es que será en el mismo Monte de los Olivos, donde el Señor regresará en gloria, según nos enseña el profeta Zacarías (comp. Zacarías 14:4). Con el conocimiento que el Señor compartió con Sus discípulos en aquella ocasión, aprendemos a ordenar cronológicamente los futuros acontecimientos. Esto nos desafía a alcanzar con las Buenas Nuevas a los que están afuera; nos motiva a continuar en la santificación personal, y nos anima a sostener firmemente la esperanza de Su regreso, en lugar de dejarnos llevar por la depresión del mundo.

El Señor regresará en las nubes del cielo con poder y gran gloria (Mateo 24:30). Esta será la culminación de las profecías sobre el futuro de Israel, de la Iglesia de Cristo y de las naciones. Cuando hoy vemos el caos en el Medio Oriente, el desconcierto de las naciones y la confusión en la cristiandad, estamos felices y agradecidos porque el Señor nos haya dejado el mensaje del Monte de los Olivos. Nos da paz saber que todas las cosas tienen que acontecer como Él lo dijo, que Él lo tiene todo firmemente en Su mano y que, al final (¡que quiera Dios que sea pronto!) se abrirán los cielos y aparecerá Jesús. Los verdaderos cristianos cobran aliento sabiendo que el Señor regresará juntamente con Su Iglesia, a la cual habrá arrebatado antes, para establecer Su gobierno de justicia (comp. 2 Tesalonicenses 1:7).

Si bien en el sermón del Monte de los Olivos el Señor está hablando principalmente de Israel y de los acontecimientos en la Gran Tribulación, que precederán Su regreso con poder y gran gloria, y no de la Iglesia ni del arrebatamiento, aún así las ideas señaladas también se pueden aplicar espiritualmente a la Iglesia, y por eso trataré de hacerlo donde sea posible.
Probablemente, no haya preguntas más importantes para el futuro de la ciudad de Jerusalén que las que le plantearon, en aquel entonces, los discípulos al Señor. Mientras que en nuestros días se está discutiendo acerca de la división de Jerusalén, del futuro estatus de la ciudad y de su rol en la política mundial, hace mucho que Dios ya contestó estas preguntas.

En Mateo 24 leemos que “cuando Jesús salió del templo y se iba, se acercaron sus discípulos para mostrarle los edificios del templo. Respondiendo él, les dijo: ¿Veis todo esto? De cierto os digo, que no quedará aquí piedra sobre piedra, que no sea derribada. Y estando él sentado en el monte de los Olivos, los discípulos se le acercaron aparte, diciendo: Dinos, ¿cuándo serán estas cosas, y qué señal habrá de tu venida, y del fin del siglo?” (Mt. 24:1-3). Al final del capítulo anterior, el Señor Jesús había anunciado la destrucción de Jerusalén (vv. 37-38) y dijo luego, en el último versículo: “Porque os digo que desde ahora no me veréis, hasta que digáis: Bendito el que viene en el nombre del Señor” (v.39).

Jerusalén era la capital del judaísmo y considerada la ciudad del gran Rey (Mt. 5:35). Allí Dios se había revelado innumerables veces por medio de Sus profetas y mensajeros y, finalmente, había enviado a Su Hijo unigénito (Mt. 21:37). La ciudad de Jerusalén representaba a todo Israel. Pero, esta misma ciudad, especialmente sus clases altas judías, rechazaban la suprema dádiva del amor de Dios (Jn. 1:11). No querían saber nada del prometido Hijo de David ni aceptar Su reinado sobre ella (Lc. 19:14.27). Su población, incluso, estaba dispuesta a hacerlo clavar en una cruz. Esta es la triste verdad sobre el Israel de aquel entonces.

El Señor ya no tenía otro mensaje para ellos, que el del juicio: “He aquí vuestra casa os es dejada desierta”, dijo en Mateo 23:38. La señal visible e inmediata que el Señor les dio, para subrayar Sus palabras, fue la de abandonar el Templo (Mt. 24:1). A partir de ese día no regresaría más allí. Por este hecho de salir definitivamente del Templo, en realidad, ya dejaba “desierta” la casa de Israel y eso tendría consecuencias terribles. Jerusalén había perdido la oportunidad de encontrar refugio bajo la sombra de las alas de su Dios, y por eso le quedaba solamente el desierto sin sombra.

Pero, además de proclamar el juicio, el Señor Jesús les dio, en este pasaje de Mateo 23, una de las más grandiosas revelaciones de Su persona: “¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste!” (v. 37). ¿Quién es el que habla aquí? El Señor seguramente pronunció estas palabras pensando en el Salmo 91:1-4, donde leemos: “El que habita al abrigo del Altísimo morará bajo la sombra del Omnipotente. Diré yo a Jehová: Esperanza mía, y castillo mío; mi Dios, en quien confiaré. Él te librará del lazo del cazador, de la peste destructora. Con sus plumas te cubrirá, y debajo de sus alas estarás seguro; escudo y adarga es su verdad”. De modo que con Sus palabras finales de Mateo 23, Jesús, en realidad, está diciendo: “Yo soy Dios, vuestro Dios, el Dios de Abraham, Isaac y Jacob; pero no me quisisteis”.

En segundo lugar, lo hermoso de estas palabras es que el Señor mira más allá del juicio, de Su muerte, del largo tiempo de dispersión de Israel, de la época de desolación, de la última Gran Tribulación y dirige el foco de la atención hacia Su regreso para el pueblo judío. Por eso leemos en Mateo 23: “Porque os digo que desde ahora no me veréis, hasta que digáis: Bendito el que viene en el nombre del Señor” (v. 39). Con esto, Jesús señala hacia el final del túnel, y proféticamente ya ve al futuro remanente de Israel, el cual estará esperando al Señor; ellos Lo reconocerán tal como Él es.

Nuevamente el Señor dice estas palabras refiriéndose a un Salmo, en este caso el 118 versículos 26 y 27: “Bendito el que viene en el nombre de Jehová; desde la casa de Jehová os bendecimos. Jehová es Dios, y nos ha dado luz”. Pero hasta que llegue el momento de esta exclamación, cuando Israel vea a Jesús en Su regreso, el camino todavía será largo y difícil, y se dará de acuerdo a la descripción que Jesús hace en los capítulos siguientes de Mateo: 24 y 25.

Seguramente, los discípulos habrán escuchado el lamento de Jesús sobre Jerusalén y su Templo. Y seguramente también habrán quedado espantados, pues no podían o no querían aceptar la anunciada destrucción. Porque leemos: “Cuando Jesús salió del templo y se iba, se acercaron sus discípulos para mostrarle los edificios del templo”. En su relato, el evangelista Marcos dice: “Saliendo Jesús del templo, le dijo uno de sus discípulos: Maestro, mira qué piedras, y qué edificios” (Mr. 13:1). En otras palabras: “No puede ser que todo esto quede desierto, ¡si es la Casa de Dios!”. Pero en lugar de dar la razón a los discípulos, el Señor Jesús agravó todavía Sus palabras de juicio diciendo: “¿Veis todo esto? De cierto os digo, que no quedará aquí piedra sobre piedra, que no sea derribada” (Mt. 24:2).

Luego del anuncio de la destrucción total del Templo, en Mateo 24:3 los discípulos le preguntaron al Señor Jesús: “Dinos, ¿cuándo serán estas cosas?”, refiriéndose a la destrucción del Templo y de Jerusalén. Además, como judíos fieles que confiaban en la verdad de las Escrituras, también creían en el establecimiento del Reino mesiánico y, dado que el mismo Señor había hablado de Su regreso (Mt. 23:39), sus próximas preguntas fueron: “¿Qué señal habrá de tu venida?”, y la siguiente: “¿Y del fin del siglo?”. Ahora sabemos que estas dos últimas, también se pueden ver como una sola pregunta. Le invito, amigo, a que me acompañe en los próximos programas para estar conversando sobre estas señales que el Señor Jesús les anunció.


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