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Autor: Philip Nunn

Las dudas atormentan a muchas personas; y a algunas más que a otras. Podemos clasificarlas como dudas normales, dudas crónicas y dudas enemigas. ¿Cómo nos afecta cada tipo de duda? ¿En qué manera afectan las dudas nuestra fe?


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PE2582 – Estudio Bíblico
Razones para creer (17ª parte)



Dios, la fe, las dudas y usted

Dígame, amigo: ¿Por qué confía usted en ciertas personas y en otras no? ¿Por qué cree lo que cree? Su cosmovisión, incluyendo las cosas que cree, está basada en sus experiencias, sus prejuicios, sus preferencias, sus hábitos, la opinión de sus amigos o de los miembros de su familia y en las pruebas y evidencias que usted mismo va encontrando. Sospecho que la mayoría de las cosas en las que creemos las hemos adoptado de personas con las cuales tenemos una relación de confianza, y principalmente de manera inconsciente. Espero que lo que hemos conversado hasta ahora le haya desafiado a pensar o repensar lo que cree, porque al fin y al cabo, lo que importa no es la magnitud o la intensidad de nuestra fe, sino la verdad del contenido de nuestra fe.

El buen estado del avión, por ejemplo, es mucho más importante que el nivel de fe o confianza que yo tenga en ese avión. La fe de un pasajero puede ayudarle a relajarse y a dormir tranquilamente durante todo el vuelo sobre el Atlántico. La fe más débil de otro pasajero lo mantiene estresado y mordiéndose las uñas. Pero la llegada a destino no tiene nada que ver con la intensidad de la fe de ellos, sino con la calidad del avión y la habilidad del piloto. Sí, la fe es necesaria. Sin ella, usted no subiría al avión. Nadie llegará a destino por estudiar el historial de seguridad del avión o por dar su aprobación al manual de entrenamiento del piloto. Usted no llegará a destino por estar de acuerdo con que es razonable confiar en el avión. Tampoco llegará allí por tener un sentimiento positivo hacia el piloto, el avión o la ciudad a la que va. Para llegar al destino, ¡debe llevar a la práctica su confianza en el avión y en el piloto y subirse al avión!

Amigo, ya hemos visto algunos de los argumentos y evidencias a favor de Dios, la Biblia, Jesús y la fe cristiana. Creo que es justo decir que la cosmovisión cristiana no es irracional. Más bien al contrario, tiene mucho sentido. ¿Qué hará usted ahora con esta información? La fe genuina conduce a la acción. Si usted cree que su amigo está en la puerta, se la abre. Si cree estar en peligro, corre. Si aún no es cristiano, la decisión de creer en Jesús implica actuar, subirse al avión.

Ahora, ¿es posible subirse al avión con dudas? Bueno, la mayoría de las decisiones que toman las personas parecen estar acompañadas de cierto grado de incertidumbre. Cuando un joven elige estudiar una determinada carrera, puede surgir cierto temor. Cuando alguien decide casarse con su novia o novio, es consciente de que es un “paso de fe”. Algunos días después de hacer una compra grande, como por ejemplo un auto, a veces vienen dudas: ¿Fue la elección correcta? ¿Me habré perdido otra opción mejor?

Noto, sin embargo, que para algunas personas es mucho más fácil actuar de forma resuelta. Parecen más confiadas, seguras y en paz con sus “actos de fe”. Parece ser que algunas personas son más propensas a las dudas que otras. Nuestra inclinación a dudar puede estar ligada a nuestro temperamento, el temor a cometer errores, una experiencia desagradable del pasado, o quizás también refleja la etapa de vida en la que nos encontramos. Cuando somos niños creemos lo que los adultos nos dicen. En la adolescencia empezamos a cuestionar nuestras creencias. A medida que crecemos y experimentamos las alegrías y los dolores de la vida, pasamos por momentos de crisis en nuestra fe, cuando lo que vemos o vivimos no concuerda con nuestra cosmovisión. Esto les puede pasar a cristianos y a no cristianos por igual.

Nos encontramos entonces, en primer lugar con lo que podemos llamar “dudas normales”. En la Biblia leemos de hombres que vivieron períodos de duda. Durante un tiempo Abraham dudó de la promesa de Dios de darle un hijo. Cuando estaba en prisión, Juan el Bautista tuvo dudas acerca de Jesús como el Mesías. Cuando los discípulos se encontraron con el Cristo resucitado, dice Mateo 28:17 que “le adoraron; pero algunos dudaban”. De hecho, la fe y la duda a menudo van de la mano. Si tengo un cien por ciento de certeza acerca de algo, ya no hay necesidad de fe. La fe es necesaria precisamente porque existe cierto grado de incertidumbre. El padre que trajo ante Jesús a su hijo que estaba siendo atormentado por demonios creía que Jesús le podía ayudar. Cuando Jesús le preguntó sobre su fe, respondió: “Creo, ayuda mi incredulidad” (Marcos 9:24). El creer y el dudar pueden existir simultáneamente en el corazón de un creyente. Es posible que un hombre o una mujer de fe tenga dudas, sin embargo, no se dará por vencido.

Sin embargo existen también las “dudas crónicas”. Estas dudas serias y duraderas pueden volverse permanentes y dañinas. Pueden destruir amistades, erosionar nuestra confianza o reducir nuestro gozo en la vida. A veces nuestras dudas se hacen más fuertes que la realidad. ¡A veces debemos decidir poner en duda nuestras dudas! Quizás usted se pregunta cómo puede crecer en la fe y reducir sus dudas. En pocas palabras: comprométase a buscar y a amar lo que es verdad y luego viva conforme a ello. Nunca experimentaremos la fe ni la verdad si continuamos esperando una “prueba definitiva”. La fe cristiana está basada en revelaciones parciales, no en pruebas. Es una decisión que debemos tomar sin conocer todos los hechos. La fe es en esencia una decisión. Es una elección a favor de Dios, la decisión de amarle, de confiar en él y de vivir para agradarle.

Ahora, también están, mi amigo, las “dudas enemigas”. La Biblia deja claro que estamos viviendo en un campo de batalla espiritual y que el blanco son nuestros corazones y pensamientos. Satanás es llamado “padre de mentira” (Juan 8:44) y hará lo que esté a su alcance para evitar que confiemos en Dios. Por eso, algunas de nuestras dudas pueden acreditarse a la obra de Satanás y deben ser rechazadas en el nombre de Jesús. Se nos anima a identificarlas y a llevar “cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo” (2 Corintios 10:5).

Amigo, el mensaje cristiano claramente requiere de fe. Pero es una fe basada en suficientes evidencias. El apóstol Pablo afirmó en Hechos 26:25, que el mensaje cristiano que él predicaba consistía en “palabras de verdad y de cordura”. A menudo encontramos a Pablo razonando con sus oyentes. Cuando estaba en Tesalónica, leemos que “discutió con ellos, declarando y exponiendo por medio de las Escrituras”. Como consecuencia, algunos de estos oyentes se convirtieron al cristianismo. Esta experiencia de la conversión es descrita con el verbo “creer”. Dice la Biblia que “algunos de ellos creyeron, y se juntaron con Pablo y con Silas; y de los griegos piadosos gran número, y mujeres nobles no pocas” (Hechos 17:1-4).

La verdadera conversión implica más que estar de acuerdo con las doctrinas cristianas. Es más que solamente decidir creer que Dios existe y que la revelación a través de Jesucristo es verdad. El poderoso Espíritu de Dios obra en nuestros corazones y mentes, de manera que no solamente sabemos que somos “pecadores condenados”, sino que, de alguna forma, también lo sentimos y somos convencidos de nuestra necesidad personal; no solamente aceptamos que Jesús es el único camino a Dios, sino que clamamos a él con una sensación de urgencia. Por eso, amigo, usted no tiene que esperar que todas sus preguntas hayan sido contestadas para decidir creer en Dios y confiar en él. No tiene que esperar que todos sus temores y dudas hayan desaparecido para venir a Dios. Es Jesús quien le salva, no la tenacidad de su fe.

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