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Autor: Norbert Lieth

En la víspera de Navidad muchas personas reflexionan acerca de Dios, el cielo, el perdón. Recuerdan o escuchan la narración del nacimiento de Jesús, el Hijo de Dios, y en algún momento comienzan a escuchar el susurro de Dios que habla a sus corazones. Ellos comienzan a sentir que Dios los está invitando a estar con él. Si Dios ha comenzado a hablarte a tu corazón, no permitas que las distracciones vuelvan a ocultar u olvidar esta verdad.


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PX01_2021 – Estudio Bíblico
Programa de Navidad



Navidad: El anhelo de Dios por los seres humanos

El tenista Boris Becker dijo una vez: «Durante dieciocho años tuve la impresión de que los periodistas nunca me planteaban la pregunta correcta. Siempre iban dirigidas a los resultados, no a la persona». Aunque esto es común, no es así con Dios. A él le importa el ser humano y no sus éxitos o lo que estos puedan representar. La Navidad es una clara evidencia de ello.

En alemán, la palabra para navidad es Weihnachten, un sustantivo en plural. Quizá sea por estar dirigida a todas las personas. El término germano weih significa ‘consagrar’, haciendo referencia a la completa dedicación a algo o alguien santo. La Navidad es la noche santa en la que Dios se consagra al mundo. Dios es santo. Y debemos tener en cuenta que somos sagrados para Dios. La Navidad expresa el deseo de Dios de conectarse con los humanos, un anhelo que puede verse expresado de manera más clara en la parábola del hijo pródigo: el Padre espera día tras día al hijo que le había dado la espalda, y corre a su encuentro cuando este regresa arrepentido. Sin duda, otro título apropiado para esta historia podría ser «La parábola del anhelo del Padre». Muchas personas tienen una imagen equivocada de Dios, viéndolo como un soberano inflexible y severo, y no como un Padre amoroso que corre hacia nosotros colmado de anhelo.

Un día, mientras esperaba a alguien en el centro comercial, vi en una de las vidrieras una oferta de pantalones cortos con algunas frases impresas. Uno de ellos decía: «Una vida sin tonterías no tiene sentido». Esto me parecía bastante tonto, aunque también expresaba una realidad: cuando el ser humano no encuentra el sentido de la vida, comete todo tipo de estupideces. Nada en la vida tendrá sentido mientras no reconozcamos el verdadero sentido de la vida y nos entreguemos a él por completo. Pero ¿cuál es?

El ser humano es perseguido por preguntas como: ¿por qué estamos en esta tierra?, ¿para qué fui creado?, ¿será que el sentido de la vida es nacer para algún día morir? ¿Será simplemente venir al mundo, tener un poco de alegría, trabajar y esforzarse mucho, sufrir temores, preocupaciones y dolores, para luego morir?, ¿será todo? Como dijo alguien una vez: «Todos nos escapamos de una jaula de monos». Sin embargo, tenemos en nuestro interior una añoranza no cumplida, que no puede ser satisfecha con nada de este mundo.

Una de las obras de arte más famosas de la historia de la humanidad es La creación de Adán, un fresco de la Capilla Sixtina, pintado por Miguel Ángel, la cual pretende ilustrar la creación del primer hombre. En este, Dios estira su dedo hacia la mano flácida del ser humano. Este toque lo despierta para recibir aquello para lo cual Dios lo ha destinado. Fuimos creados para Dios con el fin de ser sus congéneres. Él desea vivir entre y con nosotros, anhela trabajar, caminar, comunicarse y tener comunión con todo ser humano. Nadie es producto de la casualidad, sino que Dios ha querido crear a cada uno, dedicándose y consagrándose a nosotros. El hombre pierde el sentido de su existencia una vez que ignora a Dios y pretende tomar por sí solo el timón de la vida que le fue obsequiada. Es allí cuando la vida se convierte en un sinsentido.

No importa la forma en que lo veamos, una simple mirada a la realidad evidencia que: «El pecado es afrenta para los pueblos» (Pr. 14:34). El pecado es todo aquello que deja a Dios de lado, que nos separa de vivir en plenitud con él. Es aquello que nos aleja y nos aliena de nuestro Creador. Esta es la razón de los sinsentidos, de toda avaricia y egoísmo, de toda crueldad y miseria, y hasta del porqué de la muerte.

Alguien lo describió así: «En el principio, Dios creó al ser humano. Este era feliz con Dios, pero se separó de él. Desde ese momento su alma tuvo un vacío. Intentó llenar este vacío con millares de cosas, no dándose cuenta que su situación empeoraba aún más, pues solo Dios podía llenarlo». Gracias a Dios que él nunca se rinde y se dispone siempre a llenar este vacío. Su anhelo lo impulsa a comenzar una y otra vez con la gente. Una y otra vez se consagra a nosotros, insiste en seguirnos y comunicarse, una y otra vez busca un punto de conexión.

Vemos en la Biblia este insistente anhelo de Dios por vivir con los humanos. Es así que Jehová le dice al pueblo de Israel en un comienzo: «Allí me reuniré con los hijos de Israel; y el lugar será santificado con mi gloria. Y santificaré el tabernáculo de reunión y el altar; santificaré asimismo a Aarón y a sus hijos, para que sean mis sacerdotes. Y habitaré entre los hijos de Israel y seré su Dios. Y conocerán que yo soy Jehová su Dios, que los saqué de la tierra de Egipto, para habitar en medio de ellos. Yo Jehová su Dios» (Éx. 29:43-46).

Dios escogió a un pueblo para encontrarse con el ser humano. Él quería morar en medio de la gente. Cuando leemos en la Biblia acerca del tabernáculo de reunión, podemos entender que ha sido el Dios Todopoderoso quien ha hecho todo lo necesario para morar con su pueblo, por lo que los israelitas tan solo debían aceptarlo. El pueblo sería santificado por medio de su santidad. Dios había determinado, por ejemplo, que todo lo que tocara su altar sería santo (Éxodo 29:37). Esta es precisamente una imagen de la Navidad: toda persona que entre en contacto con Dios, el cual se revela a sí mismo en esta Navidad, será santo para él.

Dios se había encargado de todo, hasta el último detalle: de la salvación, la reconciliación, la purificación y la unción de aquellos que se acercaban a él (Éxodo 29; 31:1-11). Es muy significativo el lugar en que Dios, según las narraciones bíblicas, buscó el contacto con los seres humanos: en medio del desierto, un lugar donde se sufre un intenso calor durante el día y un frío penetrante durante la noche. Un sitio infértil, que carece de todo, donde uno se encuentra a merced del entorno, sin protección alguna…, fue allí donde Dios, a quien el universo entero no puede contener, quiso estar con los seres humanos. Al leer estos capítulos, me llamó la atención algo maravilloso. Dios ordena que, en el caso de los utensilios sagrados para el servicio a él, como una mesa o altar, se coloque una cornisa de oro alrededor (Éxodo 25:11, 24-25; 30:3). Esto era simbólico: la cornisa tenía la función de que durante el viaje por el desierto o el servicio sacerdotal los elementos que estaban encima no se cayeran.

Quizá te encuentres precisamente en un desierto. Te sientas oprimido, tanto por dentro como por las circunstancias de afuera. El calor sofoca tu alma. Ha caído la noche para ti. El frío y la oscuridad comienzan a afectarte gravemente. Sin embargo, si permites que Dios more en tu vida, él se encargará de que jamás caigas de su gracia en tu camino por el desierto. Estando en él, su misericordia nos rodea: «Oídme […] los que sois traídos por mí desde el vientre, los que sois llevados desde la matrizY hasta la vejez yo mismo, y hasta las canas os soportaré yo; yo hice, yo llevaré, yo soportaré y guardaré» (Is. 46:3-4).

¿Qué es Navidad? Es el cumplimiento del anhelo divino de morar entre los humanos. Él mismo, en su perfecta persona, es amor, y es justamente el amor lo que lo impulsa. La Biblia describe la primera Navidad con estas misteriosas palabras: «Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad» (Jn. 1:14). De niño siempre me pregunté cómo podía ser posible que una pera de ese tamaño cupiera en la botella Williams. Más adelante descubrí la forma: cuelgan la botella de un árbol y le introducen una rama dentro para que la fruta crezca en el interior de la botella.

La Navidad es la venida de Dios al mundo. Es Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado. Uno de los profetas judíos ya había anunciado esto siglos antes: «Saldrá una vara del tronco de Isaí, y un vástago retoñará de sus raíces» (Is. 11:1). Esto es Navidad: Jesús, quien estando con Dios y siendo Dios, se hizo hombre y vivió entre nosotros. El Señor, quien habitó en el desierto con Israel, quiere morar en la casa de cada persona. Es cierto, el pecado es la ruina de la humanidad, sin embargo, con la venida de Jesús al mundo ha llegado un nuevo mensaje: «Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores […]» (1 Ti. 1:15).

Este es el sentido de la vida, encontrarnos con el Dios que nos busca, que todo lo cambia y que nos da una vida plena. Él llena el vacío de nuestra alma. Él hace todo lo posible para habitar con el ser humano, regalarle de su amor y su salvación, y llenar su vida de significado. Un hombre confesó una vez: «Hoy hace veintitrés años que estoy libre de las drogas. Ya no necesito esforzarme por ser aceptado, pues Jesús me ama. Aceptarlo a él fue la mejor decisión que tomé en mi vida. Dios me ha confiado una esposa y dos hijos. Gracias, Jesús». Esta es la expresión de una vida llena de sentido.

Navidad significa que el Dios Todopoderoso se ha consagrado a ti porque te ama y quiere habitar contigo por la eternidad. Navidad significa que Dios te ha dicho que sí. No depende del valor que creas tener, de lo pesada que sea la culpa sobre tus hombros.

Navidad significa el ilimitado fluir del amor de Dios al mundo entero por medio de Jesús. Por eso en alemán, Navidad es plural.

El pastor afroamericano S. M. Lockridge dijo sobre Jesús: «Su vida es incomparable. Su bondad es ilimitada. Su misericordia es eterna. Su amor es inmutable. Su Palabra es suficiente. Su gracia es completa. Su dominio es justo. Su yugo es suave. Su carga es liviana. Desearía poder describirlo para ustedes». Con el nacimiento de Jesús llegó el visitante más importante de la historia universal, sin embargo, parece que nadie estaba en casa para recibirle: «¿De qué sirven las velas, si el corazón está en tinieblas?». Conocido entre muchos cristianos es la frase de Angelus Silesius: «Aunque Cristo naciera mil veces en Belén, si no nace en tu corazón, en vano habría nacido».

Quien deja a Jesucristo entrar en su vida se eleva hacia algo más sublime: «A quienes Dios quiso dar a conocer las riquezas de la gloria de este misterio entre los gentiles; que es Cristo en vosotros, la esperanza de gloria» (Col. 1:27). Segunda de Timoteo 1:14 dice: «¡Guarda el buen depósito por el Espíritu Santo que mora en nosotros!». Que Cristo viva en ti significa obtener las riquezas de gloria en tu corazón, aquí y ahora, por medio de la fe. Que Cristo viva en ti significa la esperanza de una gloria futura y una vida plena con Dios. Que Cristo viva en ti significa guardar un bien presente en tu corazón que nada en la tierra podrá sustituir.

La Navidad en una cárcel de máxima seguridad. Lo que sucede cuando Jesús entra en nuestra vida, lo describe una historia verídica y emocionante, narrada en jesus.de: Olmos es la cárcel de máxima seguridad más grande de Argentina, ¡y hoy es el hogar de la congregación carcelaria más grande del mundo, con casi dos mil reclusos! Esta es una historia extraordinaria de oración, audacia y amor. Las violaciones y homicidios en las zonas compartidas por los presos estaban fuera de control. El asesinato no era para nada inusual y los crímenes violentos estaban a la orden del día. Los sacrificios de animales y rituales ocultistas eran prácticas diarias. Los residentes llegaban a verse atrapados por una obsesión por lo satánico. Algunos contaban que veían diminutos demonios subiendo y bajando por las escaleras de la prisión. Incontables historias describían la presencia abrumadora del mal dominando por completo la cárcel.

El pastor Juan Zuccarelli recibió la carga de servir en este lugar. En aquel tiempo, no existía ninguna posibilidad de predicar en las cárceles. Un amigo cristiano le aconsejó a Juan hacerse carcelero para poder acceder al centro: «El primer día de trabajo como carcelero me sentí muy extraño», dijo Zuccarelli […], «pregunté al instructor si estaba permitido hablar de religión. Él me preguntó por mis creencias y le respondí que era cristiano y pertenecía a una iglesia evangélica. El instructor respondió: “De modo que usted es evangélico. ¡Odio a los evangélicos! Si usted es evangélico, va a tener problemas conmigo”. Me dijo que en ese lugar él sería el único dios, que de hoy en adelante él sería la palabra de dios para mí […], y con eso me echó de su oficina».

Un día, después de mucho camino recorrido y diferentes obstáculos, se logró hacer un evento evangelístico en la cárcel. Participaron unos trescientos presos y casi cien de ellos oraron para recibir a Jesús como su Señor y Salvador. Muchos de los nuevos cristianos no podían regresar a su pabellón por causa de la persecución. En 1987, esta situación apremiante hizo que los cristianos pidieran a las autoridades un pabellón exclusivo para ellos, el cual estaría únicamente reservado para los cristianos que confesaran que Cristo los había renovado en su interior. La petición fue aceptada. Este pabellón de celdas pronto fue el más atractivo de toda la prisión. Una señal clara, tanto para las autoridades de la cárcel como para los demás reclusos, de los cambios significativos que habían ocurrido.

Con el tiempo, los cristianos recibían más pabellones. Con una tasa de crecimiento de casi un pabellón por mes, comenzaron a «conquistar» la cárcel para Cristo. El instructor, quien se había opuesto en un principio, más adelante llegó a ser diácono y secretario de la congregación […]. Dios profetiza a su pueblo: «Estará en medio de ellos mi tabernáculo, y seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo» (Ez. 37:27). Este evento aún no se ha cumplido, sino que lo hará cuando Dios establezca un cielo nuevo y una tierra nueva: «Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios» (Ap. 21:3).

El Señor vendrá para habitar en medio de todas las naciones. El Creador no abandonará este anhelo hasta que todo se haya cumplido. Dios desea tanto a su creación, es tan movido por su amor, que hace todo para habitar con los seres humanos. Él los conduce hacia su propia presencia. Eso es Navidad.

Alguien dijo: «El Dios Todopoderoso inclina su rostro hacia la tierra, se convierte en carne, en humano, se hace uno con nosotros […]. Esto no es algo de la mitología o los libros de cuentos. Este es el amor indecible de Dios por los seres humanos». Él desea vivir entre nosotros. Él se consagra a nosotros porque somos sagrados para él. Él le da un sentido pleno a nuestra vida. Lo único que debemos hacer es aceptar ese regalo.

¿Lo sabías? ¿Sabías que eres un hijo deseado de Dios? ¿Quién de nosotros puede afirmar que su nacimiento fue deseado? ¿Quién de nosotros cree ser imprescindible para otros? ¿Habrá alguna persona que nos estime o ame por el simple hecho de existir? Nada es peor que no sentirse bienvenido, que creer que no encajamos en un lugar. Contrario a esto, es hermoso saber que somos amados y deseados por alguien. ¡Dios te ha deseado, por eso existes! ¿Lo sabías?

Jesucristo, el Hijo de Dios, se hizo hombre para nacer en Belén. Ese era su deseo y el anhelo del Padre. ¿Pero para qué? Para que todos los que crean en Jesús, sean hechos hijos de Dios. Dios no quiere que nadie se pierda. Él es nuestro Creador. Él no ama todo, pero ama a todos. Él ve a cada una de las personas a través de los «lentes del Salvador», desde el pesebre en Belén hasta la cruz del Gólgota.

La Navidad es el recuerdo del nacimiento de Jesús, por lo que deberíamos concientizarnos del hecho de que cada una de las personas que nos cruzamos está en la lista de aquellos que Dios desea: el cobrador en la estación de servicio, la cajera del supermercado, el policía, el drogadicto, el preso, el extranjero, el multimillonario, el presidente impopular, los sintechos, cada mujer, cada hombre y cada niño. La Biblia dice: «Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres, nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo» (Tit. 3: 4-5). También tú estás invitado a detenerte, dar la vuelta y recibir a Jesús.

¿Sabías cuál era el rol de los pastores? La Navidad es impensable sin los pastores. La Escritura dice: «Había pastores en la misma región, que velaban y guardaban las vigilias de la noche sobre su rebaño» (Lc. 2:8). Pero ¿qué significado tenían los pastores en aquel tiempo? Según la literatura judía, la profesión pastoril era muy despreciada en aquel tiempo. La aristocracia religiosa los consideraba unos ladrones, engañadores y pecadores de la peor calaña. Los pastores eran contados entre el vulgo que no conocía la ley. No eran admitidos como testigos ante un tribunal y estaban privados de los derechos civiles. Un fragmento de esta literatura dice: «Ninguna profesión del mundo es tan despreciada como la de los pastores».

Los pastores no podían cumplir con las ordenanzas de purificación religiosa ni visitar el templo, la casa de Dios. Dormían en los campos o en las cuevas. No conocían lujo alguno. Por todas estas razones vivían alejados, tanto de Dios como de las demás personas. Estos hombres fueron los primeros a quienes les fue anunciado el nacimiento de Jesús, y nada menos que por un ángel. La luz brillante de la gloria de Dios no apareció en el establo donde posaban María y José ni en el templo, donde paseaban los sacerdotes, sino que apareció a ellos, los pastores. ¡A ellos, que tan solo tenían una vida insignificante y deshonrosa! Aun así, Dios entró en sus vidas. Delante de Dios no existe nadie sin importancia. ¿Sabías lo que Jesús hizo por ti? Lucas 2:12 dice: «Esto os servirá de señal: Hallaréis al niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre».

Como cada año, la tía había enviado un paquete de regalo para Navidad. «¡Seguro que otra vez son bombones!», dijo la señora a su esposo de manera irónica y con menosprecio: «¿Por qué no se lo regalas a los extranjeros de enfrente?». ¡Dicho y hecho! Unos días después, los vecinos extranjeros estaban a la puerta, agradeciendo cordialmente por los bombones y por los dos mil euros que se ocultaban en la caja. El hombre y su esposa habían despreciado el verdadero valor del contenido, pasándolo por alto de manera frívola.

La Biblia dice acerca de Jesús: «Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él. Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten» (Col. 1:16-17). Jesús es el Creador. Dios hizo todas las cosas por medio de él. El Señor se convirtió en humano, y se envolvió en pañales. ¿Para qué? Para que podamos entrar al cielo. Es una pena que muchas personas reaccionen a Jesús de la misma manera en que este hombre y esta mujer reaccionaron ante el regalo. No le prestan atención o lo desprecian, lo pasan por alto con frivolidad, y se pierden con ello el regalo de la eternidad que trae consigo.

Jesús mismo dijo: «El que no honra al Hijo, no honra al Padre que le envió» (Jn. 5:23). ¿Sabías que debes decidirte? También dijo el Señor en Juan 5:24: «De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida». Decidimos frente a una propuesta de matrimonio. Decidimos cuando nos hacen una oferta. Decidimos si firmar o no un contrato. Dios también ha decidido por nosotros. Él decidió a tu favor. Ahora somos nosotros quienes debemos tomar una decisión.

En la víspera de Navidad muchas personas reflexionan acerca de Dios, el cielo, el perdón. Recuerdan o escuchan la narración del nacimiento de Jesús, el Hijo de Dios, y en algún momento comienzan a escuchar el susurro de Dios que habla a sus corazones. Ellos comienzan a sentir que Dios los está invitando a estar con él. Si Dios ha comenzado a hablarte a tu corazón, no permitas que las distracciones vuelvan a ocultar u olvidar esta verdad. Acéptalo, ora a Jesús y pídele que te salve. A esta oración existe solo una respuesta divina: «¡Sí, tú eres salvo!».

La Palabra de Dios dice: «Si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios lo levantó de entre los muertos, serás salvo,porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación.La Escritura dice: «Todo aquel que en él cree, no será defraudado […] [,] ya que todo aquel que invoque el nombre del Señor, será salvo» (Romanos 10:9-11, 13).

1 Comment

  1. Walter dice:

    soy pastor en la unidad 32 mi nombre es walter aguiar muy lindo el estudio dios los siga bendiciendo

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