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Autor: Wolfgang Bühne

El perseverar en la oración es la base para que el Señor pueda bendecir nuestro trabajo en Su obra. Y la oración es, también, una condición para crecer en el conocimiento espiritual, y cambia, sobre todo, a la persona que ora.


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PE2284 – Estudio Bíblico
Perseverancia, crecimiento y cambio (5ª parte)



Un cordial saludo, amigos oyentes! El tema a tratar hoy es: La oración cambia, sobre todo, a la persona que ora.

Leemos para comenzar en Lucas 9:28, 29 y 32: Y aconteció como ocho días después de estas palabras, que tomó a Pedro y a Juan y a Jacobo, y subió al monte a orar. Y entre tanto que oraba, la apariencia de su rostro se hizo otra, y su vestido blanco y resplandeciente… Y Pedro y los que estaban con él, estaban cargados de sueño: y como despertaron, vieron su majestad, y a aquellos dos varones que estaban con él”.

Mateo, Marcos y Lucas narran el suceso extraordinario de la transfiguración de Jesús. Los tres relatos lo cuentan después que Jesús anunciara por primera vez que tenía que sufrir, y después de sus palabras claras sobre las consecuencias que traería el seguirle a Él: negarse a sí mismo – tomar la cruz – perder la vida…

Cada uno de los tres relatos enfatiza una particularidad que los otros dos evangelistas no mencionan y que encaja bien en el carácter del evangelio en cuestión.

Por ejemplo, Mateo 17:2 describe la apariencia del Señor así:
“… resplandeció su rostro como el sol…”, mientras que Marcos 9:3 no menciona la faz del Señor, sino que se centra en Su ropa: “Y sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos, como la nieve; tanto que ningún lavador en la tierra los puede hacer tan blancos”.

Lucas, a su vez, cuenta detalles que ni Mateo ni Marcos mencionan:
Que: El Señor subió al monte “a orar”.
Que: Su rostro cambió “entre tanto que oraba”.
Y que: Los discípulos estaban “cargados de sueño”, durante la transfiguración del Señor.

Después de declararles a los discípulos las consecuencias de seguirle a Él, que posiblemente podrían resultar en su ejecución y crucifixión, toma a tres de sus discípulos más cercanos y sube con ellos a un monte alto. Los lleva consigo para orar con ellos. Pero, quería que recibieran una impresión permanente de la gloria del reino venidero y, sobre todo, de Su propia gloria, al ser testigos de Su transfiguración.

Pedro sería crucificado en Roma años más tarde.
Juan sería desterrado siendo ya un anciano.
A Jacobo le quedaban pocos meses de vida, pues iba a morir por la espada de Herodes.

El ejemplo de su Maestro orando, y la visión de la gloria venidera, debían animarlos a soportar los sufrimientos y dolores vinculados con la vida del discípulo, “por el gozo que tenían por delante” (como leemos en Hebreos 12:2).

Esta vivencia era como una profilaxis espiritual, para no “desmayar” en las aflicciones y dificultades que iban a venir después.

Sólo Lucas cuenta que el rostro del Señor y también Sus vestidos cambiaron “mientras oraba”. Una gloria brillante, apenas descriptible con palabras, se reveló durante la oración, ante los ojos de los discípulos que luchaban con el sueño; así lo insinúa Lucas.

Muchos años más tarde, Pedro recuerda la transfiguración y parece buscar las palabras apropiadas, para poder transmitir a los lectores esta tremenda impresión:
“Porque él había recibido de Dios Padre honra y gloria, cuando una tal voz fue a él enviada de la magnífica gloria: Este es el amado Hijo mío, en el cual yo me he agradado. Y nosotros oímos esta voz enviada del cielo, cuando estábamos juntamente con él en el monte santo”, (así nos dice en 2 Pedro 1:17 y 18).

El hecho de que además aparecieran Moisés y Elías “en gloria” y hablaran con el Señor sobre “su salida que debía cumplir en Jerusalén”, es seguramente de gran importancia tipológica y práctica.

Pero nos limitaremos aquí a considerar esta escena maravillosa solamente en lo que toca a la oración del Señor.
¿Qué podemos aprender de esto?

En primer lugar, que: La oración transforma al que ora.
Así como cambió el aspecto del Señor durante la oración, en esta situación específica, nosotros también podemos ser transformados mediante la oración, la comunión y la obediencia – pero en nuestro caso, esto ocurre poco a poco. Por supuesto que el Señor no necesitaba ningún cambio moral. Él era perfecto en todas Sus acciones y en todo momento.

Pero nosotros, Sus seguidores, sí que tenemos necesidad de cambio en nuestra moral y en nuestro carácter, y este cambio se efectuará si practicamos una vida de oración constante en la presencia del Señor, unido al estudio regular de la Biblia y
la obediencia.

El rostro del Señor “resplandeció como el sol” – así lo cuenta Mateo. Él es la luz del mundo. Nuestros rostros sólo podrán reflejar algo de la gloria del Señor, si permanecemos a menudo en Su presencia.

El ejemplo de Moisés
Cuando Moisés bajó del monte, después de estar 40 días en la presencia de Dios, y se presentó delante del pueblo, los israelitas vieron a Moisés y “he aquí la tez de su rostro era resplandeciente” (según se describe en Éxodo 34:30). Moisés mismo no se había dado cuenta de ello. Estaba tan impresionado por la santidad y gloria de Dios, que en ningún momento pensó en sí mismo, ni tenía interés alguno en mirarse en el espejo, o poner su propia persona en el centro de la atención. La Biblia relata, en Éxodo 34:29, que “no sabía él que la tez de su rostro resplandecía, después que hubo con Él [con Dios] hablado”.

Dos aspectos se acentúan aquí:

Primero, que: Hablar con Dios (orar), cambia el aspecto del que ora y la impresión que damos o lo que irradiamos.

Y, segundo, que: Este cambio pasa inadvertido para la persona que ora, pero el entorno sí se da cuenta de ello.

Podríamos añadir que: Este cambio o irradiación no se puede conservar, porque depende de la comunión práctica con Dios.

Un ejemplo impactante de esto mismo es el de Robert Chapman, uno de los padres del así llamado “Movimiento de Hermanos” en Inglaterra. Más allá de las fronteras de su país era conocido como el “Apóstol del Amor”. A pesar de estar ocupadísimo, se tomaba un día libre a la semana, con todo rigor – los sábados normalmente no recibía a nadie. Todos los demás días estaba ocupado con las tareas y necesidades de la iglesia, pero se reservaba ese día para descansar y recuperarse, tanto espiritual como corporalmente. Se retiraba a su taller, donde tenía un torno con el cual hacía trabajos de carpintería y torneaba. Y así pasaba el sábado ayunando, pero también trabajando la madera y teniendo suficiente tiempo para derramar su corazón delante del Señor y meditar sobre la Palabra de Dios.

Una persona que por causa de una emergencia tuvo que molestarlo una vez, contó que al entrar en el taller la cara de Chapman “resplandecía como un ángel.”

Veamos: El ejemplo de Ana
Ana, la madre de Samuel, también vivió un cambio tremendo. Entró a la presencia de Dios siendo una mujer amargada, frustrada y sumamente triste, y oró “largamente delante de Jehová” y “derramó su alma delante de Jehová”. Pero, cuando después partió a su casa aliviada “ya no estaba triste su semblante” (de esto leemos en 1 Samuel 1:10,12,15 y 18).

También tenemos: El ejemplo de Esteban
Recordemos también a Esteban, el primer mártir de la joven iglesia de Jerusalén. Después de una potente evangelización al aire libre, a la que siguió una vehemente discusión, lo cercaron los judíos llenos de rabia, crujiendo los dientes contra él. Pocas horas más tarde estaban decididos a echarle de la ciudad, y a apedrearlo.

Pero antes de esto, leemos la impresión que dejó en la multitud alterada:
“Todos los que estaban sentados en el concilio, al fijar los ojos en él, vieron su rostro como el rostro de un ángel” (nos dice Hechos 6:15).

Al final del relato, en Hechos 7:55, hallamos la explicación de su semblante radiante:
“Pero Esteban, lleno del Espíritu Santo, puestos los ojos en el cielo, vio la gloria de Dios y a Jesús que estaba a la diestra de Dios”, (Hechos 7:55).

El apóstol Pablo, que entonces era aún “Saulo respirando amenazas y muerte” (según Hechos 9:1), y había dado luz verde al apedreamiento de Esteban, quizá recordó después esta escena cuando escribió su segunda carta a los Corintios, y dijo en el capítulo 3, versículo 18:
“Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria como por el Espíritu del Señor”.

Otra cosa que podemos aprender de aquel momento de la transfiguración, es acerca de: La desgana y el cansancio al orar – ¿hay una salida para este dilema?

En Lucas 9:29 leemos: “Y entre tanto que oraba, la apariencia de su rostro se hizo otra, y su vestido blanco y resplandeciente”.

A pesar de esta asombrosa transformación, los discípulos se encontraban en un sueño del que sólo despertaron lentamente. También aquí es notable que sólo Lucas menciona esta debilidad humana de los discípulos, mientras que Mateo y Marcos no mencionan ni una sola palabra de esto.

La intención del Espíritu Santo parece indicar un problema con el que todo discípulo tiene que pelear: la desgana y el cansancio para orar.

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