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Autor: Wolfgang Bühne

El perseverar en la oración es la base para que el Señor pueda bendecir nuestro trabajo en Su obra. Y la oración es, también, una condición para crecer en el conocimiento espiritual, y cambia, sobre todo, a la persona que ora.


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PE2280 – Estudio Bíblico
Perseverancia, crecimiento y cambio (1ª parte)



Hola, amigos, ¿cómo están? Comenzamos leyendo en Lucas 6:12 y 13, que hablando de Jesús dice: “Y aconteció en aquellos días, que fue al monte a orar, y pasó la noche orando a Dios. Y como fue de día, llamó a sus discípulos, y escogió doce de ellos, a los cuales también llamó apóstoles”.

El Señor Jesús quería escoger a Sus apóstoles de entre la multitud de Sus discípulos. Y es interesante que Mateo, Marcos y Lucas, los tres, mencionan este suceso. Pero, solamente Lucas nos cuenta que el Señor pasó la noche en oración antes de la elección de Sus apóstoles.

En este caso, se trataba de una decisión de gran alcance. Se trataba del futuro del “Reino de Dios” – de los apóstoles que en los tres años siguientes (y también después de la ascensión de Jesús), habrían de llevar el Evangelio, primeramente a Judea y Galilea, pero después, también, más allá de las fronteras de Israel, al mundo entero. Los nombres de estos hombres serían escritos eternamente en el muro de la ciudad celestial (según Apocalipsis 21:14).

El hecho de que el Señor – como hombre dependiente de Dios – subiera al monte, para permanecer allí tranquilo y apartado en oración durante una noche, muestra la gran responsabilidad vinculada con la elección de sus colaboradores más estrechos.

Nos asombramos ante la sumisión del Hijo de Dios a la voluntad del Padre, que se manifiesta aquí en el monte, y vislumbramos cuánta responsabilidad implicaba la elección de los apóstoles.

Al mismo tiempo, vemos cómo el Espíritu Santo nos muestra aquí unos principios fundamentales, que son de gran importancia para nosotros como colaboradores en la obra del Señor.

Nos pueden preservar de muchos acontecimientos equivocados y de desengaños, si es que hacemos caso de ellos.

Consideremos primero las circunstancias exteriores relacionadas con el llamamiento de los apóstoles:
Poco antes, el Señor había sanado en un día de reposo al hombre de la mano seca, mientras que los escribas y fariseos estaban al acecho para poder acusarlo. Siendo testigos de esta curación maravillosa, sus corazones, sin embargo, se endurecieron y “se llenaron de enojo” (como leemos en Lucas 5:11); de modo que, acto seguido, sólo discutían un tema: “¿qué haremos con este Jesús?” Los capítulos que siguen muestran cómo estos hombres religiosos, llenos de envidia y de odio, comenzaron a preparar en forma intencionada la eliminación de Jesús. Pero, el Señor Jesús se retiró para orar.

En Lucas 5, Jesús había hablado del vino viejo y nuevo, y de los odres viejos y nuevos. Ahora está preparando doce “nuevos odres” para el vino nuevo, para la proclamación de las buenas nuevas. Y para poder hacerlo, se aparta de la disputa teológica, y sube al monte para orar allí.

Especialmente en el Antiguo Testamento, hallamos que los montes son a menudo el lugar de encuentro con Dios, o el lugar de la revelación divina. Recordamos ciertas escenas de sacrificio y oración, y nos vienen a la mente los montes Moriá, Nebo, Ebal y Carmelo, relacionados con hombres de oración, como lo fueron Abraham, Moisés, Josué y Elías.

Ya hemos visto que también nuestro Señor, a menudo, se retiraba a un monte, para dormir allí (como en Lucas 21:37), para estar solo (como en Juan 6:15) o – en este caso, antes de elegir a Sus apóstoles – para orar.

Lejos del ajetreo cotidiano, sin tener a nadie cerca, y solo en la comunión con el Padre. Éste era un tiempo que el Señor, como hombre, necesitaba para Su ministerio y Sus decisiones. Con eso, nos deja claro a nosotros – Sus seguidores – que con mucho más motivo tenemos necesidad de retirarnos a un lugar solitario para orar y hallar orientación y dirección, para que no erremos ni suframos daños en nuestro caminar.

La comunidad de Herrnhut, tenía una pequeña cabaña en una colina llamada “Hutberg”. Allí se retiraba Zinzendorf a menudo, y sus hermanos también, para orar a veces hasta la medianoche. Quizás nació de estas experiencias, en los años de avivamiento, el bello himno que citamos a continuación:
“Para que Dios nos pueda guiar
es necesaria la quietud;
es fácil confundir la voluntad del Padre
con nuestra propia elección
cuando todavía caminamos a nuestro impulso.

El que quiera la vida, que muera;
quien no muere, no vive.
No nos brillará la luz verdadera
mientras nuestra carne no muera.”

En la quietud de la noche, el Señor Jesús permaneció en oración. No solamente una hora, ni dos, sino hasta que llegó la mañana. A pesar de que, como Dios, sabía a quienes iba a escoger de entre los discípulos, igual pasó la noche en oración.

¿Oró ya en esa noche por Pedro, que después Lo negaría con juramento y maldiciendo?
¿O quizá también por Juan, quien tras muchas décadas en el exilio escribiría el Apocalipsis?
¿O por Jacobo, hermano de Juan, el primer discípulo que sufrió la muerte como mártir?
¿O por Judas, el que Lo iba a entregar?

No lo sabemos. Pero nos avergüenza que Él, Quien todo lo sabe, pasó la noche en oración, y nosotros que no sabemos qué decisiones para el futuro son las correctas y lo que éste nos traerá, pensamos que eso de permanecer en oración está de sobra o que se puede descuidar.

Cuando se hizo de día, Jesús llamó a la multitud de Sus discípulos y escogió a doce de entre ellos, “a los cuales también llamó apóstoles” (así leemos en Lucas 6:13).

Evidentemente los llamó con tal autoridad que, por parte de los otros discípulos, no surgió ninguna protesta. Nadie se quejó por no haber sido tomado en cuenta, o porque a otro le había sido dada la preferencia.

Después, el Señor descendió del monte con Sus discípulos, a una meseta donde se hallaba reunida una gran multitud de personas, que habían venido de las inmediaciones, “para oírle, y para ser sanados de sus enfermedades” (versículo 17). Y, antes de predicar el Sermón del Monte, leemos una breve nota, pero de gran contenido, que dice: “… salía de él virtud, y sanaba a todos” (versículo 19).

La fuerza espiritual va siempre relacionada con la oración perseverante.

¿Qué podemos aprender de esto?
1. Antes de tomar decisiones importantes deberíamos retirarnos en quietud para orar con perseverancia a fin de conocer la voluntad de Dios.

Así como nuestro Señor pasó la noche en oración (un cuadro de paz interior, sin el agobio de compromisos y citas) y subió para ello al monte (un cuadro de la paz exterior), nosotros también deberíamos escoger una hora y un lugar donde podamos retirarnos para orar con perseverancia. Afortunado quien pueda retirarse lejos del televisor, internet, teléfono móvil o fijo, y otros tantos intrusos, para entrar en un lugar o cuarto de quietud.

El misionero Hudson Taylor, se encontraba en la crisis de su vida. Una seria enfermedad lo había obligado a interrumpir su obra misionera en China en 1860 y regresar como inválido a Inglaterra. Los médicos opinaban que jamás podría fortalecerse otra vez, como para poder volver a China. Ahora llevaba ya 5 años viviendo míseramente en una callejuela trasera en Londres, con su joven familia. Tenía tan sólo 33 años, y la gran necesidad de los millones de chinos que jamás habían escuchado el evangelio acongojaba su alma. Faltaban colaboradores dispuestos a salir para China, a pesar de los peligros y dificultades, en obediencia y confiando en las promesas de Dios.

En esos cinco años había orado mucho por China en silencio, pero entonces llegó un domingo del año 1865 cuando, “en gran angustia espiritual”, salió a la playa de Brighton y entregó nuevamente su vida y la obra en China a Dios.

Ese día anotó en su diario:
“Allí mismo le pedí a Dios 24 obreros, dos para cada una de las provincias que no tenían misionero, y dos para Mongolia. Escribí la petición en el margen de la Biblia que llevaba conmigo y regresé a casa, lleno de paz; una paz que hacía meses no había conocido. Tenía la seguridad de que Dios iba a bendecir su obra y que yo participaría de esa bendición…”

Años más tarde, Taylor oró por otros 100 obreros para China y, al final de su vida, oró por 1.000 hombres y mujeres entregados a Dios – y Dios contestó todas estas oraciones.

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