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Autor: Esteban Beitze

En este tercer programa de la serie lucha con la impureza, Esteban desarrolla cómo la inmoralidad se asemeja a una espiral descendente, basado en el capítulo 1 del libro de Romanos.


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PE2728- Estudio Bíblico
Luchando con la impureza (3ª parte)



¿Qué tal? Vamos a seguir con nuestro estudio acerca de la impureza sexual, la lucha con la misma para lograr la pureza. Habíamos visto en estudios anteriores la tragedia, lo que pasa en nuestro mundo, a la realidad de la impureza, hasta en las esferas de la iglesia. No para allí. Los datos son escalofriantes, las estadísticas, terribles. Y en el capítulo 1 de Romanos, el apóstol Pablo señala que el pecado produce como una espiral descendiente. No es que uno de repente cae, sino que se camina hacia la caída. Justamente el pecado tiene eso de arrastrarnos cada vez más hacia el fango. Nos ata cada vez más. Esto es lo que resalta el apóstol Pablo en el capítulo 1 de Romanos. Habíamos visto en Romanos 1:21: “Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos y su necio corazón fue entenebrecido”. Habíamos visto que allí aparece como primer paso hacia el pecado el no glorificar a Dios. En segundo lugar, no agradecer a Dios. No tener un espíritu agradecido. En tercer lugar, esto produce un corazón entenebrecido. Entonces ya solo piensa en el pecado, algo que le ofrezca placer. Y mientras más peque, más va a estar atrapado. Luego le sigue en cuarto lugar el mentir. La supresión de la verdad. Entonces detienen con justicia la verdad, como también dice en el capítulo 1 versículo 18. Uno se empieza a mentir a sí mismo: “ya voy a salir de esto”. Esto es un problemita pequeño que tengo”. Y no nos damos cuenta de que esto va atando cada vez más.

Ahora, en quinto lugar, podríamos hablar inclusive de algo que nos aprieta más todavía, que nos pone las esposas, las cadenas más apretadas todavía. En el versículo 24, la primera frase dice “por lo cual también Dios los entregó a la inmundicia, en las concupiscencias de sus corazones”. Por lo cual Dios los entregó. Y en el 27, la segunda frase dice: “Y recibiendo en sí mismos la retribución debido a su extravío”. Una vez que uno se ha entregado a la impureza, a la lujuria, nada será capaz de mantenerla satisfecha. Se arroja en un abismo, en un tobogán a alta velocidad y donde abajo solo se va a estrellar. El pecado es como una bestia que va apretando las garras. Al principio el adicto desea satisfacerse cada vez más con una actividad específica. Puede ser la fornicación, el adulterio, la masturbación y cosas por el estilo. Cuando la actividad sexual inicial comienza a perder la emoción, el adicto intentará mantener un alto nivel de excitación como lo tenía antes pero claro, tiene que aumentar el nivel de exposición. O la frecuencia de su conducta. O las dos cosas.

Cada vez regresará por más, porque esta bestia del pecado se ha fortalecido, se hizo más grande, va a querer más. Y mientras más lo haga para satisfacer sus deseos, más le va a exigir. Sin embargo, al final la repetición no le va a ser suficiente para mantener al individuo interesado. Comenzará a desear tremendamente algo más oscuro, más degradante, más prohibido, más maligno. Esa es la realidad. La depravación no tiene límites, siempre va a buscar algo más.

La espiral sigue y llegamos al sexto punto, que es ser entregados. Versículo 28, es tremendo lo que pasa allí. “Y como ellos no aprobaron tener en cuenta a Dios, Dios los entregó a una mente reprobada, para hacer cosas que no convienen”. Una de las realidades aterradoras acerca de dios, a quien servimos, es que Él les dará a las personas lo que ellas han mostrado que desean. En el capítulo aparece tres veces esa expresión: “Dios los entregó”. Tres veces. En el versículo 24,26 y 28. Esta frase es una traducción de una palabra en el griego que literalmente significa traicionar o entregar a alguien. O sea, Dios entrega al pecador endurecido a su propio deseo, y lo va a atar permanentemente a su enemigo. La persona que ha abandonado al Señor en realidad descubre que ella misma es la que está abandonada. En este caso por Dios.

Me hace acordar al caso de una preciosa mujer. Fue la mejor alumna en un instituto bíblico. Fue la mejor de su curso. Estaba casada, y por las redes descubrió a un noviecito que había tenido en su adolescencia. Empezaron a mensajearse y empezaron a hablar de temas más picantes. Este muchacho vivía en otra localidad, entonces esta mujer fue a visitar a un pariente que tenía en esa localidad, y con esa excusa cayó en pecado al encontrarse con su exnovio. Con el tiempo, el esposo se dio cuenta. La perdonó varias veces. Estuvimos hablando con ella muchas veces. Y recuerdo la última vez, en la puerta de mi casa, con mi esposa estábamos hablando con ella, insistiendo en que dejara el pecado, en que realmente se comprometa con el Señor, y ella me dijo: “Siento como que Dios estuviera en la vereda de enfrente”. Y yo le dije “sí, tenés razón. Te pusiste en la vereda opuesta. Y por eso Dios está en la otra”. Entonces ella dijo “Sé. Sé lo que tengo que hacer, pero no quiero. Me gusta”. Estaba atrapada en las redes. No había vuelta atrás. Dios la había entregado.

Y así llegamos al séptimo punto de esa espiral descendiente: Luego sigue un desenfreno absoluto. Dice en Romanos 1:32 “quienes habiendo entendido el juicio de Dios, que los que practican tales cosas son dignos de muerte, no sólo las hacen, sino que también se complacen con los que las practican”. Es que, si se le abandona a sí mismo, el pecador se lanza al pecado. Las personas que viven una vida sexual desenfrenada hablan acerca de cómo tienen valor de vivir el pecado. “Salió del closet”. Esa frase tan escuchada. “Yo soy así, mi genética es así y eso es lo que me lleva a este tipo de perversiones”. Los pederastas alegan que los niños tienen mentes propias y que tienen derecho a decidir si quieren tener sexo o no. Se rodean de otros que piensan exactamente lo mismo, entonces se potencia y con eso se liberan de la responsabilidad de su pecado. No hay peor esclavitud que la de la lujuria. Es imposible satisfacer sus exigencias.

El pecado nunca satisface, siempre va a querer más. Y al ver entonces esa trágica espiral descendiente hacia el pecado, con las terribles consecuencias que esto produce, bien decía el sabio Salomón en Proverbios 6:27 “¿Tomará el hombre fuego en su seno sin que sus vestidos ardan?” Es lógico que no. Si yo tomara unas brasas y me las meto dentro de la camisa, ¡claro que me voy a quemar! Voy a quemar mi cuerpo, es imposible que no pase nada. Lógico que va a tener consecuencias. Y estas consecuencias las vemos a nivel global, mundial, pero lamentablemente también en la vida de muchísimos creyentes. Si no se apaga pronto ese fuego, solo quedarán cenizas. En la próxima charla justamente vamos a encarar la salida. ¿Cómo salir de esa atadura? ¿Cómo deshacer esa espiral descendiente? ¿Cómo volver a tener plena comunión con Dios? El Señor nos quiere ayudar en esto. Pero tenemos que tomar una decisión. “¿Tomará el hombre fuego en su seno sin que sus vestidos ardan?” Tengamos presente esta realidad. No le demos lugar al pecado. Arrepintámonos de él, volvamos al Señor. El Señor nos va a ayudar. Dios les bendiga.

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