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Autor: Wim Malgo

Se trata de acercarnos al foco de este secreto divino, por medio de algunas preguntas fáciles como, por ejemplo: ¿Por qué queremos orar? ¿Por qué es la oración un poder? ¿Quién experimenta el poder de la oración? Y otras preguntas más.


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PE2663 – Estudio Bíblico
Llamado a la oración (16ª parte)


 


El poder de la oración

Estimado oyente, la tercera pregunta es: ¿Quién experimenta el poder de la oración? Los liberados. Contemplemos los ejemplos impresionantes de tres personas cuyos nombres comienzan con la letra “ J”.

1. Jacob. En su gran tribulación, fue liberado de su propia fuerza. Cuando Esaú le vino al encuentro, amenazadoramente, con 400 hombres, todos sus cálculos ya no le podían ayudar. Le quedaba solamente la palabra de Dios en la cual podía confiar, y se basó en esta palabra dos veces en su oración, y esta oración llegó a ser cada vez más victoriosa, hasta que culminó en la victoria completa de Peniel: “Jehová que me dijiste…” (Génesis 32:9) “Y tú has dicho…” (v. 12). Jacob fue separado de sus pertenencias, pues cuando vino al arroyo Jaboc, él hizo pasar el vado a todo lo que poseía, incluyendo sus esposas e hijos, y él se quedó solo (v. 22-25). Ahí se inició su lucha victoriosa en oración: “¡No te dejaré, si no me bendices!” (v. 26). ¿Lo comprendes? Solamente una persona librada de sí misma, de su propia fuerza, de su propio yo, experimenta el poder ilimitado de la oración.

2. Jabes. “E invocó Jabes al Dios de Israel, diciendo: ¡Oh, si me dieras bendición, y ensancharas mi territorio, y si tu mano estuviera conmigo, y me libraras del mal, para que no me dañe! y le otorgó Dios lo que pidió” (1 Crónicas 4:10). Este hombre decidió marcar una diferencia. Él se destaca en la monotonía de la secuencia de los descendientes, con el siguiente testimonio: “Jabes fue más ilustre que sus hermanos” (1 Crónicas 4:9). Siente que la omnipotencia ilimitada de Dios quiere mostrarse aún más en su vida, si solamente ora y clama: “¡Oh, si me dieras bendición, y ensancharas mi territorio, y si tu mano estuviera conmigo!”. Todos nosotros estamos contaminados con el pensamiento paralizador que la omnipotencia de Dios tiene límites. Tenemos un ejemplo de esta actitud en 1 Crónicas 1:7, donde encontramos el relato de David, cuando desea edificar el templo del Señor. Quiere por tanto limitar Su majestad ilimitada y eterna con cuatro paredes, y el Señor le manda decir: “Tú no me edificarás casa en que habite” (1 Crónicas 17:4). También Salomón, más tarde, confiesa, después de haber edificado el templo del Señor: “Mas ¿es verdad que Dios habitará con el hombre en la tierra? He aquí, los cielos. y los cielos de los cielos no te pueden contener; ¿cuánto menos esta casa que he edificado?”.

El Salmo 78:41 dice, según la traducción holandesa: “Y pusieron una barrera al Santo de Israel”. ¡No pongas barreras al Santo de Israel! Estamos en una casa limitada que el Señor nos ha construido, pero de buena gana quiere ensanchar los muros de ella y los límites, si tan solamente oramos. David también reconoció este hecho en la presencia del Señor: “Porque tú, Dios mío, revelaste al oído a tu siervo que le has de edificar casa; por eso ha hallado tu siervo motivo para orar delante de ti” (1 Crónicas 17:25). Permite que seas liberado de ese estar contento contigo mismo, extiéndete hacia la derecha y hacia la izquierda, clamando a Él: “¡Oh, si me dieras bendición, y ensancharas mi territorio, y si tu mano estuviera conmigo!”. Hijo de Dios, hija de Dios, ¡penetra, avanza hacia afuera de la limitación de tu yo, tan corto de vista! El Señor quiere ensanchar tus fronteras. “Y Dios le otorgó lo que pidió”.

3. Josafat. “¡Oh Dios nuestro! ¿No los juzgarás tú? Porque en nosotros no hay fuerza contra tan grande multitud que viene contra nosotros; no sabemos qué hacer, y a ti volvemos nuestros ojos” (2 Crónicas 20:12). Este hombre fue liberado de la autosuficiencia. Frente al gran ejército de los hijos de Amón y Moab, él confiesa delante del Señor:

a) su impotencia: “en nosotros no hay fuerza…

b) que no sabe qué hacer: “no sabemos qué hacer

c) que cuenta solamente con la ayuda del Señor: “a ti volvemos nuestros ojos”.

¡Qué impotentes, miserables y desanimados son a veces los príncipes de la oración! Sin poder: ¡sí, así estoy yo! ¡pero tanto más dependo de Su poder! Me falta consejo. Sí, esta es mi situación, pero tanto más puedo contar con Su sabiduría inagotable. Ya lo hemos visto: la verdadera oración es expresión de la más profunda dependencia de Él, y solamente de Él. Dependiente es solamente el que está completamente libre de sí mismo. La infinita amplitud de la vida de oración, este Canaán rico, se te abre cuando permites ser liberado de la autosuficiencia, de las posesiones, del estar contento contigo mismo, del orgullo de pretender saberlo todo. Y así, no te quedará más nada sino Él. En otras palabras: cuanto más separado estás de todo lo terrenal y pasajero, tanto más íntimamente estás relacionado con Él, el Eterno. ¡Quién tiene oídos, que oiga!

IV. ¿Quién no experimenta el poder de la oración?

1. Tenazmente irreconciliables. Ya que Hebreos 12:14 dice: “Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor”, esto se refiere sin duda al día de la vuelta de Jesús, en que le veremos como Él es. Pero, lo mismo vale también para hoy. Nadie puede ver al Señor, verle en oración y experimentar Su ayuda, si no sigue la paz con todos. La persona que no sigue la paz con todos es impura en su carácter, pues tolera una raíz de amargura en su corazón. Y por ella también contamina a otros (Hebreos 12:15). Así, tampoco puede orar con autoridad. Jesús dice: “Y cuando estéis orando, perdonad, si tenéis algo contra alguno, para que también vuestro Padre que está en los cielos os perdone a vosotros vuestras ofensas” (Marcos 11:25). Reconcíliate aún hoy con tu prójimo o pariente, perdónale por amor de Jesús, pues a ti te han sido perdonadas muchas cosas también.

2. Los que apostataron. Uno que está en apostasía, no puede orar con insistencia. “Dios hace habitar en familia a los desamparados, saca a los cautivos a prosperidad; más los rebeldes habitan en tierra seca” (Salmos 68:6). “Porque Jehová abomina al perverso” (Proverbios 3:23). ¿Quién es un rebelde, uno que se apartó? Es un hijo de Dios que se ha apartado de Él. “Recuerda, por tanto, de dónde has caído, y arrepiéntete, y haz las primeras obras; pues si no, vendré pronto a ti, y quitaré tu candelero de su lugar, si no te hubieres arrepentido” (Apocalipsis 2:5) ¿De cuáles obras habrás caído?

a) De la oración en el aposento. Cuanto más descuidas este servicio, menos ganas tendrás de hacerlo. ¿No es verdad que tu vida de oración se ha vuelto cada vez más superficial? ¡Entonces, estás en apostasía!

b) Te dejas frenar por cosas pequeñas, de manera que ya no asistes a la reunión de oración a la cual anteriormente solías ir fielmente. ¿Sucedió eso en tu vida? Entonces estás en apostasía a los ojos de Dios.

c) Descuidaste la lectura seria de la Escritura. Ya no puedes decir lo que dijo Job: “Del mandamiento de Sus labios nunca me separé; guardé las palabras de su boca más que mi comida” (Job 23:12). Hijo de Dios que estás en apostasía, ¡vuelve! pues viviendo en apostasía oras de una manera impotente, como un fariseo.

Oras, sí, pero la oración no llega al Señor. Con profundo dolor me doy cuenta en muchas reuniones de oración que las oraciones de muchos creyentes carecen del Amén del santuario; el cielo permanece cerrado.

V. El poder de la oración. Está a disposición para ti, y sin embargo no lo tienes. Pregunto: ¿Acaso se cansa Dios? No, pues la Escritura dice: “…el Dios eterno es Jehová, el cual creó los confines de la tierra. No desfallece, no se fatiga con cansancio, y su entendimiento no hay quien lo alcance”. Sin embargo, los rebeldes hacen que Él se canse; personas a las cuales Él llama permanentemente a que se transformen en personas de oración, pero quienes, por causa de su apostasía, ya no escuchan Su voz. Dice: “…cansado estoy de soportarlas” (Isaías 1:14). Le cansas cuando oras habiendo apostasía en tu corazón. “Cuando extendáis vuestras manos yo esconderé de vosotros mis ojos” (Isaías 1:15). ¿Acaso se cansa Dios? Sí, por causa de ti, Él se cansa. “… pusiste sobre mí la carga de tus pecados, me fatigaste con tus maldades” (Isaías 43:24).

Eres consciente del hecho de que tu actitud de corazón provoca que desprecies el poder de oración que Dios puso a tu disposición. ¿Cuánto tiempo quieres permanecer en esto? Hoy, cuando oyes Su voz, no endurezcas tu corazón. Confiésale tu apostasía. Te digo: Él quiere hacerte una persona poderosa en oración. Su sangre, sana también el daño de tu vida.


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