La lucha del Señor en Getsemaní (2ª parte)

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Autor: Wolfgang Bühne

El huerto de Getsemaní, aquel lugar familiar, donde el Señor se había retirado muchas veces con Sus discípulos, es por última vez el escenario de una escena dramática, donde Él se iba a encontrar con una gran presión y aflicción en su alma.


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PE2291 – Estudio Bíblico
La lucha del Señor en Getsemaní (2ª parte)



Estimados amigos: Estábamos hablando al finalizar el programa anterior de la agonía del Señor Jesús en Getsemaní.

El terror ante el juicio de Dios sobre el pecado y el hecho de que Él, el puro y limpio de pecado, el Creador y Sustentador de la vida, sería hecho pecado y tendría que morir por ello, estaba delante de Él. Ésta era la “copa” amarga que el Señor tuvo que beber en las horas de tinieblas en la cruz.

Sólo en el evangelio de Lucas, que describe a nuestro Señor como hombre perfecto, se nos da una pequeña visión del temor y la angustia que Le sobrevino en Getsemaní.

En Lucas 4:13 dice, que el diablo “después que hubo acabado toda tentación, se apartó de él por un tiempo”. Esto fue en el desierto, después de haberse bautizado el Señor Jesús al principio de Su ministerio. Ahora, en la noche antes de Su muerte, el tentador emplea toda astucia en su arte tentador, para hacer que el Señor desobedezca la voluntad de Dios.

La “agonía” descrita por Lucas, indica con qué furia y poder Satanás, “que tiene el imperio de la muerte” (según Hebreos 2:14), se enfrentó al “Autor de la vida” (como se menciona a Jesús en Hechos 3:15). En esta lucha y agonía Él “oró más intensamente”.

En Hebreos 5:7 hallamos más detalles de esta lucha con gran clamor: “Y Cristo en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas, al que le podía librar de la muerte…”

Y, entonces, llegó el gran momento cuando la lucha se decidió, y Satanás tuvo que retirarse vencido. En Lucas 22:45 leemos: “Cuando se levantó de la oración, y vino a sus discípulos los halló durmiendo a causa de la tristeza”.

¡Qué contraste! El Señor – tras estas tentaciones terribles, decidido a cumplir la voluntad del Padre e ir al Gólgota, ¡y los dicípulos, como se menciona en Mateo 26:40, incapaces de velar ni siquiera una hora con el Señor! – ¡dormidos de tristeza!

Cuando las sombras horribles de la muerte inminente cayeron sobre Él en Getsemaní y Su alma estaba abatida y “triste hasta la muerte” (según Mateo 26:38), entonces, como hombre, anhelaba la proximidad, la compasión y el apoyo de Sus discípulos más íntimos.

“Esperé quién se compadeciese de mí, y no lo hubo, y consoladores, y ninguno hallé” (leemos en el Salmo 69:20).

Pero ahora, después que el tentador había sido derrotado y el Señor estaba decidido a recibir y beber la copa de sufrimiento de la mano del Padre, pudo ir, lleno de benignidad, a Sus discípulos dormidos.

Entonces, en Marcos 14:41 y 42, leemos que les dijo: “Dormid ya, y descansad… Levantaos y vamos; he aquí se acerca el que me entrega”.

Ninguna reprimenda, ningún reproche, ninguna advertencia por su fracaso total. Con palabras clementes, pero sustanciales, los despierta y prepara para el encuentro con Judas y su tropa.

Lucas, cuyo relato no se fija tanto en el comportamiento de los discípulos, sino en la lucha de oración (y él es el que la describe con más detalles), menciona en estos pocos versículos cinco veces las palabras “oró”, “oraba”, “oración” (en el capítulo 22, versículos 40, 41, 44, 45, y 46) y cierra su narración con la exhortación de Jesús: “Levantaos, y orad para que no entréis en tentación”.

De nuevo queda claro cómo el Espíritu Santo, a través de Lucas, nos llama la atención sobre nuestro Señor como hombre de oración, y nos Lo presenta como ejemplo para impulsarnos y animarnos a imitar Su vida.

Aquí hallamos, además, las últimas palabras que el Señor dirige a Sus discípulos antes de Su muerte. Poco después, mientras Lo toman preso, sólo cruzó unas pocas palabras con Pedro. Horas más tarde, estando crucificado, encomendó a Su madre a Juan.

Las “últimas palabras” de alguien tienen siempre un peso especial, y muy a menudo se reflexiona sobre ellas y se citan. En este sentido, debería ser de especial importancia la exhortación de Jesús para nosotros como Sus discípulos.

Spurgeon dijo: “Si yo pudiera forjar y meter mi corazón en cada sílaba, y bautizar cada palabra con mis lágrimas, entonces os pediría encarecidamente que, más que otra cosa, seáis celosos en la oración.”

¿Qué podemos aprender de esto?

Primero: A reconocer la soberanía de Dios

Cuando en Lucas 11:2, uno de los discípulos le pidió al Señor que les enseñara a orar, Él les dio la “oración de muestra” tan conocida, en la que Dios mismo pone las prioridades: “Padre, santificado sea tu nombre…”

En el Sermón del Monte, en Mateo 6:9 y 10, animó a los discípulos a orar: “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre, venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra…”

En nuestras oraciones, también deberían estar al principio la honra de Dios, Sus deseos y Su voluntad, antes que nuestras necesidades y nuestros deseos.

Esto es lo que el Señor hace en el huerto de Getsemaní. En Su oración conmovedora, no pasa por alto su angustia indecible al pensar en la cruz y Su muerte inminente. Pero, se somete al plan de Dios y a Su voluntad, poniendo la honra de Dios en primer lugar en Su oración.

Cuán fácilmente sucumbimos al peligro de querer prescribir a Dios lo que tiene que hacer. Podemos decirle nuestros deseos en confianza y recordarle Sus promesas, pero no podemos, arrogantes, hacer de Él el auxiliar cumplidor de nuestros propios deseos egoístas.

Pablo recibió de Dios un “aguijón en la carne” (2 Corintios 12:7 al 10) – una circunstancia no necesitada o alguna enfermedad dolorosa – que lo debía guardar de enaltecerse. Comprendemos bien que Pablo suplicara tres veces al Señor que se lo quitara. Pero el Señor le dio la conocida respuesta consoladora: “Bástate mi gracia…”

Después de oír estas palabras, Pablo se sometió a la voluntad de Dios y dejó de orar por este asunto. Desde entonces, pudo gloriarse en las “debilidades, afrentas, necesidades, angustias”, e incluso “gozarse” en ellas.

En segundo lugar, podemos aprender a: Estar dispuestos a la lucha.

Cuando meditamos sobre la lucha del Señor en Getsemaní, se nos abren dimensiones que no podemos sondear.

Pero, la Palabra de Dios y la historia de la Iglesia, y quizá también la propia experiencia, pueden enseñarnos en qué puede consistir para nosotros esa lucha en oración.

Para que no haya malentendidos: No se trata aquí de la oración desafiante, practicada en ciertos círculos carismáticos, donde piensan que son capaces de atar o aplastar “demonios territoriales”.

Pablo escribe a los Colosenses, en el capítulo 4, versículo 12, que su colaborador Epafras, “un siervo de Cristo”, siempre estaba “rogando encarecidamente” por ellos “en sus oraciones”.

En Romanos 15:30 y 31, Pablo pide a los creyentes de Roma: “que me ayudéis orando por mí a Dios, para que sea librado de los rebeldes que están en Judea y que la ofrenda de mi servicio a los santos en Jerusalén sea acepta.”
El misionero David Brainerd, que trabajó entre los indios, escribió en su diario en 1742:
“Esta mañana he pasado dos horas en mis deberes privados de oración y así he podido agonizar por las almas inmortales más que de ordinario. Aunque era muy temprano por la mañana y el sol apenas brillaba, mi cuerpo estaba lleno de sudor.”

Y el 29 de julio de 1746 anotó:
“Por la tarde tuve un tiempo bueno de oración en solitario. Supliqué a Dios por mis amados indios, para que Él continúe su obra de bendición entre ellos. Y noté su ayuda divina en esta lucha de oración. Me costó mucho separarme del trono de gracia y me puse muy triste, porque tenía que irme a la cama.”

¿En qué consiste una lucha en oración?

Parece obvio que algunos comentaristas tratándose de este tema, piensen en Jacob, del cual leemos en Génesis 32:28: “has luchado con Dios y con los hombres y has vencido”.

Pero, la lucha en oración no es solamente un luchar con Dios, sino también una lucha contra nuestra vieja naturaleza y “contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad” (como menciona Efesios 6:12).

Es una lucha contra la desgana paralizadora de orar, que nos sobreviene a menudo. Contra el cansancio, contra la premura del tiempo y los trabajos aún por hacer, contra fantasías repentinas y viajes soñados, que el diablo dispara en nuestros pensamientos con todo lujo de variación, para estorbarnos o quitarnos el deseo de orar.

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