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Autor: Wolfgang Bühne

El huerto de Getsemaní, aquel lugar familiar, donde el Señor se había retirado muchas veces con Sus discípulos, es por última vez el escenario de una escena dramática, donde Él se iba a encontrar con una gran presión y aflicción en su alma.


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PE2290 – Estudio Bíblico
La lucha del Señor en Getsemaní (1ª parte)



¿Qué tal amigos? Repasando la lista de personas que nos dejaron ejemplo de la disciplina en oración, en la historia de la Iglesia, habíamos comenzado a hablar de Georg Müller.

El “padre de los huérfanos de Bristol” era de joven un señorito, un ladrón y estafador. Después de su conversión fue primeramente misionero entre los judíos en Londres y después fue pastor de una iglesia bautista que bajo su influencia se transformó en una “iglesia de hermanos”. Finalmente fundó en Bristol sus famosos orfelinatos y otras obras de fe.

Su primer orfelinato ya estaba terminado, cuando en el año 1838 enfermó de gravedad y necesitaba urgentemente un cambio de aire. Durante ese período leyó “La vida de Jorge Whitefield” – una de las numerosas biografías de este predicador del avivamiento. Se asombró de la vida de oración tan disciplinada de este hombre y del hecho de que tenía la costumbre de leer la Biblia de rodillas.
Müller escribió, entonces, en su diario:

“13 de enero – Mucha bendición de la vida de Whitefield. Su gran éxito en la evangelización es evidentemente debido a su rica vida de oración y porque leía la Biblia de rodillas.”

“14 de enero – Día del Señor. He continuado leyendo la biografía de Whitefield. Nuevamente Dios ha bendecido mi alma al leer. Hoy pasé varias horas orando, y leí y oré sobre mis rodillas sobre el Salmo 63… Si Dios me restaura otra vez, para poder servir nuevamente en el ministerio de la Palabra, quiero que mi predicación sea más que nunca el resultado de la oración seria y de la mucha meditación, y que camine de tal forma con Dios que de mí salgan corrientes da agua viva.”

“15 de enero – …¡cuán fácil es orar cuando Dios da el espíritu de oración! Hoy oré tres horas sobre los salmos 64 y 65. ‘Tú oyes la oración’.”

Así usó Dios la biografía de Whitefield para fortalecer las convicciones de Georg Müller, y para enseñarle la bendición de una vida de oración intensa. Entonces, él también comenzó a leer la Palabra de Dios de rodillas y a pasar temprano por la mañana varias horas en oración, y meditando sobre un pasaje de la Biblia.

Un año después, escribió lo siguiente:
“¿Por qué madrugar tanto? Porque no conviene a un santo perder su tiempo, ya que fue comprado con la sangre preciosa de Jesús, para ponerse a disposición de Dios con todo lo que es y tiene, y también con su tiempo. Debemos multiplicar este talento prestado – para la gloria de Dios. Para nuestro propio provecho y para bendecir a otros. Además, estar mucho tiempo en la cama debilita el cuerpo, al igual que lo dañamos cuando comemos demasiado. También debilita el alma, porque somos impedidos de orar y de tener tranquilidad espiritual. Pero, la persona que antes del desayuno pase dos o tres horas con la Biblia y en oración, ya sea en casa o afuera en la naturaleza, pronto se dará cuenta de la bendición que es, tanto para el hombre exterior como para el interior.”

Arthur Pierson, uno de sus biógrafos, escribió de él:
“Desde los días de Juan Wesley, posiblemente ningún hombre, aun con largos años de vida, haya obrado tanto como Georg Müller, y con todo, ha habido pocos que se hayan retirado tan a menudo y por tanto tiempo para orar como él.”

Otro ejemplo es el de: Robert Chapman.

Fue un buen amigo de Georg Müller. Fue conocido también fuera de Inglaterra por su similitud con Cristo y lo llamaban “el Apóstol del Amor”. A las nueve en punto solía decir “buenas noches”, para luego levantarse por la mañana a las tres y media. Junto a su cama había una bañera en la que tomaba un baño con agua fría, para después pasar unas siete horas orando y estudiando la Biblia. Su biógrafo escribe de él:

“Robert Chapman realizaba cantidades de trabajo increíbles, pero sin nerviosismo. Su vida era como el fluido constante de una corriente enorme, que es mucho más efectiva que un arroyuelo que corre bulliciosamente.”

Estos pocos ejemplos de entre el gran número de hombres y mujeres de la historia de la Iglesia que oraban, están ahí para hacernos ver el valor de una vida de oración disciplinada. Y también nos deben animar a poner la oración en el lugar que se merece en la lista de nuestras ocupaciones y prioridades. Debemos dar más lugar a la oración en nuestra planificación diaria.

Después de ver estos inspiradores ejemplos de personas en la historia de la Iglesia, que fueron disciplinados en la oración, volvemos a nuestro ejemplo perfecto: nuestro Señor Jesucristo.

Y vamos a comenzar ahora con el tema que nos ocupará durante tres o cuatro programas: “La lucha del Señor en Getsemaní”.

El huerto de Getsemaní, aquel lugar familiar, donde el Señor se había retirado muchas veces con Sus discípulos (como se nos relata en Juan 18:2), es por última vez el escenario de una escena dramática.

Tanto el Monte de los Olivos, como Getsemaní (que significa “prensa de aceite”), ya por sus nombres indican que en las horas que seguirían el Señor se iba a encontrar con gran presión y aflicción en su alma.

Con las palabras “sentaos aquí, entre tanto que yo oro” (mencionadas en Marcos 14:32), el Señor dejó a ocho de Sus discípulos a la entrada del huerto, para retirarse con Pedro, Juan y Jacobo, e internarse más dentro del él.

Estos tres discípulos, que hace poco habían sido testigos de Su gloria, en el Monte de la Transfiguración, vieron ahora a su Señor en gran angustia, cuando “comenzó a entristecerse y a angustiarse en gran manera”. Y oyeron sus palabras conmovedoras:
“Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí, y velad conmigo” (como leemos en Mateo 26:37 y 38).

Sólo Lucas, en el capítulo 22, versículo 41, nos cuenta que el Señor se apartó de ellos a distancia “como de un tiro de piedra” para caer sobre sus rodillas y orar. Mateo y Marcos relatan que orando “se postró sobre su rostro” (Mateo 26:39), y que “se postró en tierra” (Marcos 14:35). Evidentemente no estaba muy lejos, pues los tres discípulos podían verlo y oírlo. Solo con el Padre y, no obstante, al alcance de los discípulos…

Hay comentaristas que recuerdan en esto el atrio, el santuario, y el lugar santísimo del Templo. Pero, más evidente parece el parecido con la escena en Génesis 22:5, donde Abraham se pone de camino a Moriah, y deja atrás a sus siervos con el asno diciendo: “Esperad aquí con el asno y yo y el muchacho iremos hasta allí y adoraremos y volveremos a vosotros”.

La conversación conmovedora entre el padre y el hijo en el camino al lugar del sacrificio, y la pregunta de Isaac acerca del “cordero para el holocausto” (versículo 7), muestran claros paralelos con lo que miles de años después, probablemente, sintieron el Hijo de Dios y el Padre en el huerto de Getsemaní.

El hecho de que el Señor oró al Padre estando “a un tiro de piedra” de los tres discípulos, nos exhorta a nosotros también a considerar esta escena estremecedora con “distancia” y reverencia. No podemos comprender exactamente lo que nuestro Señor sufrió en agonía y tormento cuando suplicó tres veces: “Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa, pero no sea como yo quiero, sino como tú” (como está escrito en Mateo 26:39) – sólo podemos vislumbrar un poco de ello.

Sólo Lucas 22.43 nos cuenta que “se le apareció un ángel del cielo para fortalecerle”. Sólo él escribe de la “agonía” y del creciente drama en el cual Su oración se hizo más intensa, hasta caer finalmente “su sudor como grandes gotas de sangre hasta la tierra” (versículo 44).

El terror ante el juicio de Dios sobre el pecado y el hecho de que Él, el puro y limpio de pecado, el Creador y Sustentador de la vida, sería hecho pecado y tendría que morir por ello, estaba delante de Él. Ésta era la “copa” amarga que el Señor tuvo que beber en las horas de tinieblas en la cruz.

Sólo en el evangelio de Lucas, que describe a nuestro Señor como hombre perfecto, se nos da una pequeña visión del temor y la angustia que Le sobrevino en Getsemaní.

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