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Autor: Eduardo Cartea Millos

Josafat cae en la trampa del diablo que vez tras vez está poniendo sus lazos e intenta hacerlo caer. Leemos de los logros importantes del rey Josafat, pero el pecado de la humanidad es el mismo hoy como en los tiempos de Josafat, y sus consecuencias también. Su nuevo error consistió en amistad con el mundo y asociarse con él. Dios exige pureza a los suyos.


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PE2562 – Estudio Bíblico
Josafat, un héroe con pies de barro (22ª parte)



El lazo del cazador

Son fascinantes los documentales que tratan de la vida de las personas en zonas inhóspitas, por ejemplo, la tundra de Alaska. Una de sus actividades, necesarias para su supervivencia es la caza de animales para su alimentación. Es interesante ver como ellos preparan trampas para cazarlos. A la noche las dejan colocadas y de mañana hacen su recorrido para ver si han atrapado algo. No siempre consiguen su objetivo. La mayoría de las veces no hay nada. ¿Qué crees que hacen? ¿Se desmotivan? ¿Dejan de intentarlo? ¿Se resignan a no volver a poner las trampas? ¡Claro que no! Lo intentan tantas veces como sea necesario hasta que ¡zas! la presa queda atrapada y dicen: “Hoy comemos”.

¿Qué crees que hace nuestro adversario el diablo? Pues lo mismo. Tiene toda la paciencia, toda la perseverancia para volver a poner sus cepos. Alguna vez evitamos caer. Otras, lamentablemente, no. Y nos parece oírle decir: esta vez te hice caer. Todo el infierno lo celebra. Todo el cielo lo llora. Así fue con Josafat. El capítulo diecinueve habla de su magnífica restauración y de sus buenas obras, y el capítulo veinte, de la gran victoria que obtuvo frente a los pueblos de Moab, Edom y Amón.

El pasaje paralelo de 1 Reyes 22, nos hace saber otro logro de este buen rey. Dice el verso 46: “Barrió también de la tierra el resto de los sodomitas que había quedado en el tiempo de su padre Asa”. En 1 Reyes 14:24 se nos habla de esos varones impíos dedicados a la prostitución pagana entre hombres. Sin duda, la religión idolátrica de los pueblos cananeos estaba plagada de perversiones de todo tipo. Probablemente, prácticas muy difundidas entre los cananeos, desde siglos y contra las que Dios había dado expreso mandamiento en Deuteronomio 23:17: “No haya ramera de entre las hijas de Israel, ni haya sodomita de entre los hijos de Israel”. Recordemos el conflicto de Lot en Sodoma, antes de que el fuego del juicio divino cayera sobre aquellas dos ciudades situadas en la llanura del Mar Muerto. De ahí viene el término sodomita.

Dice la Escritura en Romanos 1:25-27: “Ya que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes que al Creador, el cual es bendito por los siglos. Amén. Por esto Dios los entregó a pasiones vergonzosas; pues aun sus mujeres cambiaron el uso natural por el que es contra naturaleza, lo que hoy conocemos como lesbianismo, y de igual modo también los hombres dejando el uso natural de la mujer, se encendieron en su lascivia, es decir pasiones lujuriosas unos con otros… cometiendo hechos vergonzosos hombre con hombres, y recibiendo en sí mismos la retribución debida a su extravío”.

¿Es esto diferente a nuestros días? Claro que no. El pecado de la humanidad es el mismo y sus consecuencias también. Pablo lo dice a los creyentes en Corinto, capítulo 6:9: “…ni los fornicários, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones… heredarán el reino de Dios”. Y agrega: “Y esto erais algunos; mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados, en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios”.

Hoy en día el mundo justifica y hasta promueve estos pecados, con una aureola de humanismo y un “manto” de misericordia. No más que una estrategia satánica propia de la creciente inmoralidad que derivará en la apostasía final. Es cierto que Dios ama a todos los hombres, por perdidos que sean. Como nos amó a nosotros que hoy somos Sus hijos. Y también debemos amar a quienes están muertos en sus delitos y pecados, viviendo a espaldas de Dios y sus leyes. Pero ni Dios ni nosotros debemos amar sus pecados, sino huir de ellos. La Biblia lo dice en 1 Corintios 6:18: “Huid de la fornicación”. En cualquiera de sus formas. Entre solteros, entre casados, entre personas de distinto o del mismo sexo. Pornografía, un mal que azota las mentes de incrédulos, y lamentablemente, aun de muchos cristianos. Todas ellas constituyen un flagrante pecado que es abominación a los ojos de Dios. Solo la sangre de Cristo puede lavar la conciencia de estos pecados.

Así llegamos a los versículos finales de este capítulo veinte de 2 Crónicas. El enemigo con toda cautela había estado preparando la red, el cepo, la trampa. En los versículos 31 a 34 encontramos primeramente un resumen de la vida de este notable rey. Dice Dios mismo en Su palabra: “anduvo en el camino de Asa su padre, sin apartarse de él, haciendo lo recto ante los ojos de Jehová”. Un reconocimiento a su fidelidad. No se apartó del buen camino. Hizo lo recto ante los ojos del Señor. Hay, no obstante, un, pero. El “con todo eso” del versículo 33 nos recuerda que fue un hombre imperfecto. No fue capaz de hacer que el pueblo quitara aquellos lugares altos, a veces usados para la adoración pagana, a veces aun para la adoración a Dios, pero en una forma que Él no aprobaba. No era el lugar. No era el método. No era lo que deseaba. Buenas intenciones. Pero desobediencia. No sirve. No agrada al Señor.

Y entonces, en el versículo 35, una vez más le vemos tropezar, hacer lo que no era correcto. Leemos: “Pasadas estas cosas, Josafat rey de Judá trabó amistad con Ocozías rey de Israel, el cual era dado a la impiedad”. Una vez más hizo lo que casi le costó la vida: alianza con los incrédulos. ¿No había aprendido de su amarga experiencia con Acab, que volvió a hacerlo con su hijo Ocozías, un hombre “dado a la impiedad”? ¿Tan pronto olvidó su fracaso? No le juzguemos tan rápidamente. Así somos muchas veces. Tropezamos con la misma piedra. Y la Biblia deja esta triste experiencia para nuestra instrucción y amonestación.

Veamos en qué consistió su nuevo error. El verso 35 dice que “trabó amistad con Ocozías”. Ah, la amistad con el mundo. Otra vez citamos al apóstol Santiago que no emplea eufemismos para decir: “¡Oh, almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios”. Josafat sabía que Ocozías era un hombre perverso. Basta leer lo que 1 Reyes 22:52 y 53 dice: “Hizo lo malo ante los ojos de Jehová… porque sirvió a Baal, y lo adoró, y provocó a ira a Jehová, Dios de Israel”. ¿No lo sabía Josafat? ¿No sabía que esa amistad sería perjudicial para él? ¿Es posible que haya sido una vez más engañado?

Cuán peligroso es trabar relación con el mundo. El mundo tiene otros parámetros de conducta. Otros valores. Otros objetivos. El creyente vive a contramano del mundo, de sus intereses. Tristemente, un paso más allá. No solo trabó amistad con Ocozías, sino, además se asoció comercialmente con él. Leemos en el versículo 36 que: “hizo una compañía para construir naves que fuesen a Tarsis; y construyeron las naves en Ezión-geber”. Ahora tenían proyectos comunes. Intereses comunes. Métodos comerciales comunes. Si estuviéramos cerca de Josafat, le diríamos: vas por mal camino. Esto no va a terminar bien.

Dios es claro en Su palabra: “No os unáis en yugo desigual con los incrédulos”. ¿Qué es un yugo? Es un instrumento que se pone sobre el cuello de dos bestias de carga, para que, juntas hagan la tarea de arar, trillar, sembrar, etc. Y el Señor fue muy claro cuando dio las instrucciones al pueblo de Israel. Deuteronomio 22:9-11: “No sembrarás tu viña con semillas diversas, no sea que se pierda todo, tanto la semilla que sembraste como el fruto de la viña. No ararás con buey y con asno juntamente. No vestirás ropa de lana y lino juntamente”. Más allá de la realidad material, hay una lección espiritual: Dios no quiere las mezclas. No hay posibilidad de mezcla entre Su pueblo y aquellos que no le conocen. Ni mezcla de la semilla viviente de la Palabra con la semilla de la cizaña de la doctrina falsa; ni mezcla de relación de yugo entre un creyente y un incrédulo; ni mezcla de una conducta santa y otra mundana. Podríamos resumirlo en así: Dios exige pureza a los suyos.

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