Josafat, un héroe con pies de barro (15ª parte)

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Autor: Eduardo Cartea Millos

En 2 Crónicas 19:1 leemos: “Volvió en paz a su casa en Jerusalén”. No pasó solamente en la vida del rey Josafat, que la inutilidad se ha convertido en utilidad. Hay muchos ejemplos bíblicos que nos afirman en confiar que la buena obra que Dios ha comenzado en nuestra vida será cumplida.


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PE2555 – Estudio Bíblico
Josafat, un héroe con pies de barro (15ª parte)



Convirtiendo la inutilidad en utilidad

Hemos descubierto, estimado oyente, que entre el capítulo 18 y el 19 de 2 de Crónicas hubo un cambio en la actitud de este buen rey, el rey Josafat. Estas palabras del capítulo 19:1: “Volvió en paz a su casa en Jerusalén”, que cumplieron la profecía de Micaías, pueden indicarnos un tiempo de reflexión y restauración en su vida. Fue una llamada de atención, una acción disciplinaria de Dios, necesaria para hacerle volver en sí, reconocer su error y “hacer las primeras obras”.

Dios no desecha a los Suyos. El pródigo siempre tiene la oportunidad de “volver en sí”, reconocer su condición y, arrepentido, regresar a la casa del padre. Y siempre hallará los brazos del padre extendidos para recibirle y devolverle al gozo del hogar.

Dice Eclesiastés 3:15: “Dios restaura lo que pasó”. Muchas veces, los cristianos somos duros con hermanos que cayeron, que cometieron faltas, que se apartaron un tiempo, y olvidando lo que Gálatas 6:1 dice, les juzgamos y condenamos para siempre. Recordamos aquellas palabras del apóstol Pablo: “Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado”.

No hay falta, no hay caída, no hay pecado que, mediante sincero arrepentimiento, no pueda ser perdonado. Es verdad que muchas veces se requiere la aplicación de una disciplina, ya sea personal, o bien por parte de la iglesia. Pero toda disciplina, una vez cumplida su aplicación y propósito, debe conducir al arrepentimiento, al perdón y a la restauración.

Veamos algunos ejemplos: Juan Marcos, el sobrino de Bernabé, fue un joven que decepcionó a Pablo. Como podemos leer en Hechos 12:25 y 13:5 había salido con ellos en el primer viaje misionero. No sabemos cuál fue el motivo de su deserción, pero se había apartado de los dos misioneros sin cumplir todo el recorrido, y en ocasión de los preparativos del segundo viaje, Pablo no quiso de ninguna manera que los acompañara. Tal vez, los argumentos del apóstol eran ciertos, pero aquel fiel hombre de Dios, que hacía honor a su nombre, “hijo de consolación”, seguramente fue el que preservó a Juan Marcos de un posible alejamiento mayor.

Años más tarde, la relación con Pablo fue restaurada, acompañándole en el servicio como leemos en Colosenses 4:10 y Filemón 1:24. Fue también digno de que el apóstol dijera de él en la segunda carta a Timoteo capítulo 4 verso 11: “me es útil para el ministerio”. Y también pudo asistir al apóstol Pedro. Por otro lado, Onésimo se había ido ingratamente de la casa de su señor Filemón. Pero cuando encontró al Señor por el testimonio de Pablo, volvió a la casa que había dejado y Pablo le escribe a Filemón en aquellas recordadas palabras: “el cual en otro tiempo te fue inútil, pero ahora a ti y a mí nos es útil, el cual vuelvo a enviarte; tú, pues, recíbele como a mí mismo”.

Aun en experiencias tristes como la de la mujer adúltera de Juan 8, diciéndonos con su bondadosa autoridad: “Vete, y no peques nunca más”. Volvemos a Josafat y entendemos que él podía haber sido desechado. Pero Dios permitió que aprendiera la amarga lección y fuera restaurado para cumplir los propósitos divinos a favor de su pueblo. Job 33:27 dice: “El mira sobre los hombres; y al que dijere: pequé, y pervertí lo recto, y no me ha aprovechado, Dios redimirá su alma… y su vida se verá en luz”.

Josafat, una vez restaurado, fue un verdadero pastor para su pueblo. Leemos en 2 Crónicas 19:4: “daba vuelta y salía al pueblo, desde Beerseba hasta el monte de Efraín, y los conducía a Jehová el Dios de sus padres”. Al contrario de lo que era Acab, que, con total indiferencia, no veía que su pueblo era como un rebaño de ovejas sin pastor, desorientadas, descuidadas, perdidas. Así había sido en la historia de Israel con sus guías espirituales como leemos en Ezequiel 34:8; así, siglos después, Jesús en sus días también veía a las multitudes como leemos en Mateo 9:36.

Queremos ahora. amigos. plantear una pregunta, La Iglesia ¿debe ser virtual o real? Un creyente espiritual se interesa por sus hermanos. Por supuesto que es la tarea primordial de los pastores de las iglesias. Pedro dice en 1Pedro 5:2: “Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de ella”. Pero no es excluyente ser pastor en una iglesia. Todo creyente tiene la responsabilidad de cuidar a sus hermanos. Es muy interesante considerar una frase del Nuevo Testamento que se repite más de cincuenta veces: “los unos a los otros”.

Así que, es una responsabilidad que cabe a todo creyente: amar, cuidar, orar, exhortar, guiar, aconsejar a sus hermanos. El apóstol autor a la carta a los Hebreos les dice en el capítulo 10:24, 25: “Considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras; no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca”. Cuánto bien hacemos cuando acompañamos a nuestros hermanos, oramos por ellos, les animamos, les exhortamos con toda paciencia y doctrina.

Siempre tenemos un hermano o una hermana de menor edad, de menor tiempo en los caminos del Señor a quién dar ejemplo, a quién cuidar, a quien enseñar. Pero, para esto, debemos estar con ellos. En medio de ellos. La Iglesia, las iglesias locales, son verdaderas comunidades, son ámbitos donde los creyentes nos congregamos, convivimos en torno a nuestra común fe en el Señor Jesucristo. ¿Qué es una congregación? El término es una palabra compuesta en la que “con” significa reunión, y “grex” o “grey”: rebaño. Así que tiene que ver con el rebaño de Jesús, el buen pastor, que se reúne, que se congrega.

En los días que vivimos, podríamos preguntarnos: ¿es necesario reunirse como iglesia? ¿Es necesario concurrir a la iglesia? El mundo de hoy es un mundo muy particular. Hoy no es necesario ir a hacer cursos, se pueden hacer a distancia; no es necesario ir al supermercado, se puede comprar por internet; no es necesario ir al banco, se pueden hacer desde casa toda clase de transferencias; se pueden ver y oír conciertos o encuentros deportivos sin asistir a las salas o estadios; y hasta se puede trabajar desde la casa, en muchos casos, sin necesidad de ir a la oficina. Ah, pero, también… se puede asistir a cultos, oír canciones y buenos mensajes y hasta ofrendar sin necesidad de ir a la iglesia.

¿Será que la iglesia también puede ser virtual? ¿Será que no es necesario ir a la iglesia para vivir la vida cristiana? En primer lugar, la iglesia no está en extinción, pues la promesa de la Palabra es que ella prevalecerá, a tal punto que “ni las puertas del Hades podrán contra ella”. Cristo es su piedra angular, la doctrina apostólica es el cimiento estable y los creyentes somos piedras vivas que la vamos edificando.

No hay duda: hasta que el Señor vuelva a buscarla, la Iglesia verdadera continuará. Podrá atravesar tiempos de lucha, de debilidad, o de victoria. Podrá crecer o vivir un letargo, como en tantas épocas de la historia, pero la Iglesia seguirá viva, porque Dios es su autor, Cristo su fundamento y el Espíritu Santo su guía.

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