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Autor: Ernesto Kraft

Hoy escucharemos un estudio de las Últimas Siete frases de Jesús en la Cruz. Para salvar a un pecador no le bastó a Dios solamente hablar, sino que tuvo que dar Su propia vida, tuvo que ser maltratado, burlado, escupido y ofendido. Sin una acción por parte de Él la obra no estaría completa.


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PE2841- Estudio Bíblico
Jesús tiene la última palabra (14ª parte)



Amigos, continuando con esta serie de programas, hoy escucharemos un estudio de las Últimas Siete frases de Jesús en la Cruz.

Encontramos la primera frase en Lucas 23:34: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.

La segunda frase está en Lucas 23:43: Entonces Jesús le dijo: de cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso”.

La tercera frase de encuentra en Juan 19.26-27 y dice: Mujer, he ahí tu hijo. Después dijo al discípulo: he ahí tu madre.

En Mateo 27:46 está la cuarta frase, dice: Elí, Elí, ¿lama sabactani? Esto es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?.

La quinta exclamación de Jesús, está en Juan 19:28 que dice: Tengo sed.

Juan 19:30 contiene la sexta y conocida frase: Consumado es.

La séptima y última exclamación se encuentra en Lucas 23:46: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.

Es gratificante hablar sobre la mayor y más perfecta obra que fue realizada en toda la historia de la humanidad. Esta obra la realizó Jesús cuando, sin tener ningún pecado, Él cargó nuestros pecados en Su cuerpo sobre la cruz. Para describir el milagro y la maravilla de la creación del mundo, la Biblia utiliza 25 versículos. Para describir el camino de la reconciliación del pecador con Dios, que fue ilustrado con el Tabernáculo del Antiguo Testamento, la Biblia utiliza 50 capítulos, esto es, para Dios costó mucho más posibilitar al pecador regresar a Dios, que crear al mundo con toda su belleza.

Para crear al mundo, le bastaron a Dios pocas palabras. En Génesis 1:3, 6 y 10 respectivamente encontramos: “Y dijo Dios (…) Y así fue (…) Y vio Dios que era bueno”. Por otro lado para salvar a un pecador no le bastó a Dios solamente hablar, sino que tuvo que dar Su propia vida, tuvo que ser maltratado, burlado, escupido y ofendido. Jesús dijo siete frases cuando estaba en la cruz, pero sin una acción por parte de Él la obra no estaría completa. No podemos comparar esta obra con nada, pues nadie fue capaz de ofrecer tanto amor, este amor que Dios demostró en este acto.

En palabras de Romanos 8:32 leemos que: El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?”. ¡Debemos hablar con alegría de esta obra! ¡Debemos siempre mirar hacia la cruz, donde Jesús realizó esta obra tan profunda y perfecta!

Deuteronomio 32:4 dice: Él es la Roca, cuya obra es perfecta, porque todos sus caminos son rectitud; Dios de verdad, y sin ninguna iniquidad en Él; es justo y recto”. Y Salmos 66:3 dice: “Decid a Dios ¡Cuán asombrosas son tus obras! Por la grandeza de Tu poder se someterán a Ti Tus enemigos. También Salmos, pero 111:2 dice: Grandes son las obras de Jehová, buscadas de todos los que las quieren.

Tomemos tres cruces como figura para representar tres verdades. Todas las tres cruces indican la seriedad del pecado. La primera cruz, con el malhechor que no se arrepintió representa el poder y la brutalidad del pecado. El pecado ciega y endurece el corazón. Casi no se puede creer que un hombre delante de la muerte, y pudiendo ser salvo, rechace la oferta que le fuera hecha. La primera cruz muestra la necesidad de la muerte para el pecado y para la reconciliación.

La segunda cruz se puede ver con el malhechor que aceptó la oferta representa el poder de la fe. Representa el poder del amor. A través del amor, lo imposible se vuelve posible. A través del mayor acto de amor, Jesús logró revertir la difícil situación en la que nos encontrábamos. Aquí encontramos relación con la primera frase que hemos mencionado y que dice:Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Cuando Eva extendió la mano para agarrar el fruto prohibido, el pecado entró en el mundo. Cuando Jesús extendió las manos sobre el madero para ser clavadas en la cruz, recibimos la liberación del pecado.

Dios resolvió el mayor problema del mundo, el pecado, con amor que perdona. Perdonó a pesar de ser odiado, maltratado, agraviado y burlado. Para poder perdonar a todos, Jesús tuvo que dejar Su vida y derramar Su sangre, pues Hebreos 9:22 declara que: “sin derramamiento de sangre no se hace remisión. Jesús cumplió todo para salvarnos.

Veamos una ilustración de lo que pasó en el Gólgota: En algunas regiones de América del Norte, suceden grandes incendios forestales que se desplazan tan rápidamente que seres humanos y animales muchas veces no logran huir de las llamas. Solamente hay una manera de salvarse: encerrando el área y dejando que se queme todo lo que está adentro del cercado. Este será el lugar seguro para cuando las llamas se aproximen, pues allí ya no encuentran alimento.  Así podemos decir: en el Gólgota las llamas de la ira de Dios sobre nuestros pecados ya hicieron su obra, estamos salvos.

El perdón es el camino para solucionar los mayores problemas. Jesús perdonó incondicionalmente. No dijo: “Ustedes injustos, cuadrilla de miserables, llenos de envidia. Voy a morir, pero Dios todavía los va a castigar.” Él no ofendió a aquel que le clavó Sus manos y pies. ¡Qué grande amor, obra perfecta! Esta obra se basó en el amor y el perdón, y no en exigencias o cobranzas. Otros caminos y otros medios no habrían solucionado el problema entre Dios y el hombre caído. El perdón resolvió el problema, como lo puede hacer también en su situación, querido lector, donde parece que no hay otra manera.

1 Pedro 2:21 dice: Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas. Solamente a través del perdón es que las relaciones pueden ser restauradas y los corazones heridos sanados. Cuántos problemas en las familias y en la iglesia podrían ser solucionados si perdonáramos como el Padre nos perdonó.

¿Usted odia a una persona? A partir del momento en que odiamos a alguien, nos volvemos esclavos del odio. Ya no logramos hacer nuestro trabajo con alegría, pues la persona a quien odiamos domina nuestros pensamientos. Nuestra amargura produce tanto estrés que, después de cierto tiempo, nos sentimos cansados. El trabajo que tanto nos traía alegría se vuelve una carga. Ni las vacaciones, en carros lujosos y a lugares paradisíacos nos alivian ni nos traen placer. Cuando estamos felices podemos andar en carretas por carreteras de tierra. La persona que odio me persigue a todos los lugares. El mesero me sirve el mejor de los platos, pero yo también me podría alegrar solo con pan y agua. Mis dientes mastican el alimento y yo lo trago. La persona que odio no me deja sentir el sabor. La persona que odio puede estar a kilómetros de mi cama, pero insiste en atormentar mis pensamientos y mi sueño. Soy esclavo de ese sentimiento. Necesitamos admitir que somos esclavos de las personas a las que odiamos.

Jesús hizo posible que nos relacionáramos y viviéramos en paz unos con otros. Este es el primer beneficio que la muerte de Jesús nos concede: ¡vivir en libertad! Se cuenta que el ejército de Ciro, el rey persa, en una de sus conquistas, capturó a un príncipe con esposa e hijos. Al presentarlos a Ciro, este le preguntó: “¿Qué me darás a cambio de tu libertad?” “La mitad de mi reino,” contestó el príncipe. “Y si yo doy libertad a tus hijos también? “Mi reino entero.” “Pero que me darás a cambio de la libertad de tu esposa?“ «A mí mismo.”

Al rey Ciro le gustó tanto aquella respuesta que dio libertad a la familia entera sin exigir nada a cambio. En el viaje de regreso a casa, el príncipe preguntó a la esposa si había percibido la elegancia del rey Ciro. Ella le contestó: “Solo vi a aquel que estaba dispuesto a entregarse a cambio de mi libertad”.

¿No sería óptimo si todos los cristianos aprendieran a ver solamente a Cristo, ¡quien no sólo estaba dispuesto a entregarse a Sí mismo, sino también lo hizo?!

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