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Autor: Wilhem Busch

Un análisis sobre la importancia de Jesús en tanto revelación de Dios, amor que salva, Buen Pastor y Príncipe de Vida.


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PE2368 – Estudio Bíblico
Jesús ¿para qué? (1ª parte)



Amigo, ¿qué tal? Quisiera comenzar este programa preguntándote si alguna vez te ha pasado encontrarte con una persona, que luego de conversar un rato te ha dicho: “¿Por qué siempre estás hablando de Jesús? Eso ya es fanatismo. Lo importante no es la religión que uno tenga, sino tener respeto a lo Supremo, a lo Invisible”. ¿Has escuchado esta frase alguna vez?

El gran poeta alemán Johann Goethe, dijo una vez que “lo que sentimos es todo; el nombre que le demos no tiene importancia.” Ya sea que digamos Alá, Buda, Destino, Providencia o “Ser supremo,” es igual. Lo principal es creer en algo, y sería fanatismo fijar esa creencia de modo absoluto. ¿Tú también piensas así, amigo?
Por favor, ten cuidado: ¡Esto es un terrible engaño! Y te voy a explica por qué.
Una vez estuve en el aeropuerto de Berlín, Alemania. Antes de entrar al avión tuvimos que pasar por un control de pasaportes. Delante de mí había un señor alto que con prisa entregó su pasaporte al funcionario. Entonces el funcionario le dijo: “¡Un momento! Su pasaporte ha expirado.” A lo cual el señor contestó: “No sea usted tan meticuloso, ¡lo importante es tener un pasaporte!” – “No,” le explicó el funcionario con determinación, “¡lo importante es tener un pasaporte válido!”

En lo que se refiere a la fe ocurre lo mismo: Lo importante no es tener una creencia cualquiera, tener fe en algo. Todos creen en algo; por ejemplo hace poco alguien me dijo: “Creo que de 1 kg. de carne de vaca se puede hacer una buena sopa”. ¡Eso también es creer! Pero lo importante no es creer en algo, sino tener la creencia correcta, una fe con la que podamos vivir, aunque el sol se nuble y la cosa se ponga muy fea. Una fe que nos sostenga en las grandes tentaciones, una fe con la cual podamos morir tranquilos.

Solo hay una fe correcta con la que se puede vivir y morir como es debido, amigos: Y esa es la fe en el Señor Jesucristo, el Hijo de Dios. Es verdad que Jesucristo mismo dijo: “En la casa de mi Padre muchas moradas hay.” Pero solo hay una puerta para entrar en las moradas de Dios, y eso lo explicó Jesús en Juan 10:9. “Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo”.

¡Jesús es la puerta! Ya lo sé: la gente no quiere oír esto. Pueden discutir horas y horas sobre Dios. El uno se lo imagina así, el otro de otra manera. Pero Jesús no es un tema de discusión. Me gustaría dejar una cosa clara: Solamente la fe en Jesús, el Hijo de Dios, es una fe que salva y hace feliz. Es una fe con la cual se puede vivir y morir en paz. Amigo, la Biblia dice así en la Primera Carta de Juan, capítulo 5, verso 12: “El que tiene al Hijo, tiene la vida”. Puede ser que haya aprendido de Jesús en la escuela pero eso no es tenerlo. “El que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida.” ¡Esto lo dice la Palabra de Dios, la Biblia!. Por eso, a continuación quisiera explicarte cómo Jesús me ha dado vida a mí y por qué creo en él y en que la fe en él es la única correcta

En primer lugar, es necesario entender que Jesús es la revelación de Dios. ¿Te ha pasado alguna vez que alguien te diga “yo creo en Dios, pero Jesús, ¿para qué?”?. ¡Amigo, quizás esta sea tu pregunta! Entonces yo te respondo: “¡Ten cuidado con lo que dices! Porque Dios es un Dios escondido y sin Jesús no sabríamos nada de Él”.

Es verdad que los hombres se pueden fabricar muy bien su propio dios, el que mejor les convenga y los ayude en cualquier situación. Pero ¡ese no es Dios! Alá o Buda, eso son solo espejismos de nuestros deseos. Sin Jesús no sabemos nada de Dios. Jesús es la revelación de Dios, y a través de él Dios ha venido a nosotros.

Y me gustaría explicarlo con una ilustración: ¿Has estado en medio de un banco de niebla alguna vez? Bueno, imagínate un espeso banco de niebla detrás del cual está Dios escondido. Las personas no pueden vivir sin Él, entonces empiezan a buscarlo, intentan penetrar en la niebla. Esos son los esfuerzos de las religiones; ¿sabes tú lo que es una religión? Una religión es el hombre buscando a Dios. Pero todas las religiones tienen una cosa en común: están extraviadas en la niebla, sin poder encontrar a Dios.

Dios es un Dios escondido. Eso lo tenía muy claro un hombre del que se cuenta en la Biblia, Isaías, que desde el fondo de su corazón clamó: “Señor, nosotros no podemos llegar a ti. ¡Oh, si rompieses la niebla y vinieras a nosotros!”. Y lo asombroso es que Dios oyó ese grito. Él ha roto el banco de niebla y ha venido a nosotros justamente en Jesús. Cuando en el campo de Belén los ángeles exclamaron: “¡Hoy os ha nacido el Salvador! ¡Gloria a Dios en las alturas!”, esto era porque Dios había venido a nosotros. Y por eso luego Jesús dice en Juan 14:9: “El que me ve a mí, ve al Padre”.

Sin Jesús no sabríamos nada de Dios. Él es el único lugar donde puedo obtener certidumbre acerca de Dios. Amigo, ¿todavía sigues pensando que te las puedes arreglar sin Jesús?

Otra cosa que me gustaría dejar clara acerca de Jesús es que él es el amor de Dios que salva. Te lo explicaré así: Hace algún tiempo tuve una conversación con un periodista que me entrevistó y me preguntó por qué daba yo las conferencias que daba en ese momento. A su pregunta respondí: “Doy estas conferencias porque no quiero que la gente vaya al infierno”. Entonces sonrió y me dijo que el infierno no existía, a lo cual le contesté: “Si espera un poco, como dentro de unos cien años, sabrá muy tarde si tuvo razón usted o la Palabra de Dios.” Y después le pregunté: “Dígame, ¿ha tenido miedo de Dios alguna vez?”. Y él me respondió “¡No! De un Dios de amor no se tiene miedo”. Entonces le expliqué que en verdad estaba equivocado: por muy poco que vislumbremos a Dios, eso es más que suficiente para darnos cuenta de que no hay cosa más horrible que ese Dios santo y justo, el juez de nuestros pecados. Siempre hablamos del “Dios de amor”, pero a realidad es que la Biblia en Hebreos 10:31 también dice: ‘¡Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo!’”
Tú, amigo, ¿has tenido miedo de Dios alguna vez? Si nunca lo has tenido, entonces ni siquiera has comenzado a ver la realidad del Dios santo y de tu vida pecaminosa. Pero en el momento en que empieces a temer a Dios, te preguntarás: “¿Cómo puedo presentarme delante de Dios?”. Creo que la mayor necedad de nuestro tiempo es ya no temer la ira de Dios. Es señal de un terrible embotamiento cuando un pueblo ha dejado de temer al Dios vivo y se toma a la ligera el hecho de que está airado por el pecado. Pero cuando empezamos a temer a Dios nos surgen algunas preguntas: ¿Cómo podemos salvarnos de la ira de Dios? ¿Dónde hay salvación? Recién entonces comprenderemos que Jesús es el amor de Dios que salva. Dios realmente quiere que todos los hombres sean salvos, pero no puede ser injusto, no puede callar ante el pecado. Y por eso ha dado a Su Hijo, para salvación de los hombres, para reconciliación con él.

¿Lo ves, amigo? Mientras no hayas encontrado a Jesús, permaneces bajo la ira de Dios, aunque no te des cuenta de ello o lo sigas negando. Solo si acudes a Jesús tendrás paz con Dios: “El castigo, por nuestra paz, cayó sobre El, y por sus heridas hemos sido sanados”, señala la Biblia en el libro de Isaías, capítulo 53 verso 5.

Para que puedas comprender mejor el rol de Jesucristo voy a usar un ejemplo sencillo: Durante la Primera Guerra Mundial los artilleros de los ejércitos tenían carros de combate con escudos de protección. Esto quiere decir que en cualquier momento en que fueran atacados por el ejército enemigo, las balas podría llover contra ellos pero estarían seguros siempre y cuando se mantuvieran bajo esos potentes escudos. ¿Qué pasaría si a un artillero se le ocurriera asomar su mano por fuera del escudo? Las balas enemigas harían una criba de ella, estaría perdido y se desangraría inmediatamente. Pero detrás del escudo está a salvo.

Amigo, esto es lo que Jesús es ahora para mí. Sé que sin Jesús perecería en el juicio de Dios. Sin Jesús no tengo paz en el corazón, haga lo que haga. Sin Jesús moriría con miedo fatal. Sin Jesús voy a la perdición eterna, que existe, es una realidad, no hay duda de ello. Pero en el momento en que me pongo a salvo detrás de la cruz de Cristo estoy seguro detrás del escudo. Entonces Él es el que me reconcilia con Dios. Él es el que me salva. ¡Jesús es el amor de Dios que salva!

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