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Autor: Wilfried Plock

El miedo puede reconocerse como la enfermedad de nuestro tiempo. Y existen miedos racionales como algunos inexplicables. Las personas viven sin nada a qué aferrarse o se aferran a cosas perecederas o pasajeras. Jesús experimentó el miedo humano en la cruz, ya que la raíz de todo miedo es la separación de Dios.


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PE2589 – Estudio Bíblico
Jesús es el camino (5ª parte)



No tenga miedo

Érase una vez un dios tan bueno y amoroso que les daba a sus súbditos todo lo que querían. Sus deseos eran órdenes para él. Este dios tan bueno tampoco castigaba nunca a sus inferiores cuando se portaban mal, porque él los quería mucho. También se dejaba menospreciar y no le importaba que le desobedecieran. Era tan bueno y desinteresado que nunca utilizaba su poder para defenderse o protegerse. Al no defenderse, fue condenado a morir, pero aún vive en el recuerdo de sus súbditos. Por favor, amigo, no crea en cuentos. No se contente con una religión superficial que se limita a cumplir con alguna obligación en Semana Santa y Navidad. Es algo mucho más importante. Hace unos programas atrás escuchábamos la tierna reflexión de una niña que dijo: “Dios es tan pequeño que cabe en mi corazón, pero tan grande que no te entra en la cabeza”.

Si hablamos de la mente y el corazón de un niño, permítame presentarle una de las grandes problemáticas contemporáneas. Nosotros tenemos dos hijos que tienen personalidades muy diferentes. Sin embargo, la primera palabra abstracta que los dos pronunciaron fue: «miedo». En una encuesta que se realizó entre estudiantes sobre cuál era el mayor problema para ellos, entre los resultados, sobresalieron sorprendentemente dos: la soledad y el miedo. ¿Es el miedo es la enfermedad de nuestro tiempo? En 1 Juan 4:17-19 leemos que: “En esto se ha perfeccionado el amor en nosotros, para que tengamos confianza en el día del juicio; pues como él es, así somos nosotros en este mundo. En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor. Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero”.

Doy discursos evangelísticos con cierta frecuencia y, a menudo, los que los organizan eligen el tema. Es sorprendente la frecuencia con la que han elegido el tema «miedo» desde el 11 de septiembre de 2001. Los niños comienzan a sentir miedo incluso mucho antes de saber hablar y, a menudo, es lo último que siente la gente antes de morir. A lo largo de nuestra vida, corre el invisible hilo rojo del miedo. Probablemente sea este el motivo por el cual los psicofármacos se vendan en grandes cantidades en nuestras farmacias. Le propongo, amigo, ver un panorama sobre los tipos de miedo. Se pueden dividir en dos grupos principales: miedos reales y objetivos, y miedos no reales y subjetivos.

Al hablar de miedos reales y objetivos encontramos por ejemplo el Miedo atómico. Se estará preguntando a qué se refiere el término. Vivimos en la era atómica amigo. En Europa existen cientos de reactores atómicos en funcionamiento y muchos más que se están construyendo. A partir del desastre ocurrido en Chernóbil, este tipo de miedo no ha dejado de aumentar. Desde el 26 de abril de 1986 hay una pregunta en el aire: ¿cuándo explotará el próximo reactor? ¿Será aquí? ¿Qué pasará con países como Corea del Norte o Irán? ¿Conseguirán construir la bomba atómica? Nuestro mundo se ha convertido en un reactor atómico. Por otro lado, es mayor aún el miedo que existe a padecer algún tipo de cáncer. Las estadísticas apuntan a que dos millones de ciudadanos se encuentran en tratamiento contra el cáncer o post-cáncer. Por si esto fuera poco, cada año se suman muchos tipos nuevos.

Esta lista de miedos podría seguir: miedo a un atentado, miedo al bioterrorismo, miedo a alimentos envenenados, miedo a la gripe aviar y un largo etcétera. Sin embargo, permítame presentarle un miedo que rara vez se admite y existe. Le hablo del miedo a la culpa. El miedo a la culpa es uno de los miedos figurativos más marcados. La Biblia dice en la carta a los Romanos 2:9: “tribulación y angustia sobre todo ser humano que hace lo malo, el judío primeramente y también el griego”. Estamos en deuda ante Dios por no haber cumplido sus buenos mandamientos y esto nos crea miedo, ya que nuestra conciencia moral reacciona. Además, ¡todos hemos comido de la fruta prohibida en alguna ocasión! Déjame que te cuente un ejemplo. Un empleado de un banco empezó a ir a un consejero espiritual y siempre estaba muy intranquilo. Después de un tiempo, le confesó a su consejero haber robado de la caja. Le dijo que hacía mucho tiempo del hurto e incluso había devuelto todo, sin embargo, seguía viviendo con miedo a poder ser descubierto. ¡Miedo a las deudas!

Esto mismo sucede cuando un hijo tiene una relación prematrimonial secreta, un aborto encubierto, cuando se defrauda con los impuestos en el negocio. ¿Qué pasará si me descubren? Hace unos años, unos jóvenes franceses hicieron una broma pesada. Escribieron una carta anónima a cuatro personas públicas de su ciudad en la que solo pusieron: “Todo ha salido a la luz”. El resultado fue desastroso. ¿Qué pasará si me descubren? Hay también un ámbito concreto en el que no obedecer los mandamientos de Dios puede tener consecuencias especialmente graves y crear mucho miedo. Este campo es el del ocultismo y la adivinación. Muchos acuden con sus miedos a los que se hacen llamar “consejeros”, sin embargo, vuelven con miedos aún mayores. Esto sobre todo afecta a gente que es inestable anímicamente. Una predicción negativa podría incluso producirle una psicosis.

Existen un sinfín de miedos: miedo a la soledad, a envejecer, a no ser amado. Mucha gente tiene miedo a la gente. Los niños a menudo tienen miedo a los médicos. Las nueras tienen miedo de sus suegras. Los empresarios tienen miedo de la competencia. Incluso hay gente que le tiene miedo a libros como la Biblia o cualquiera relacionado y nunca en la vida serían capaces de leerlos. También existe un miedo especial que surge cuando una persona quiere acercarse a Cristo Jesús y lo quiere hacer públicamente.

Mencionaremos ahora tres tipos de miedo no real o subjetivo. Uno de ellos es el temor a la vida y el futuro. Los que tienen miedo a vivir no se quieren levantar por la mañana, les da miedo cualquier decisión difícil y prefieren morirse. Su ánimo se encuentra por el suelo. Esto suele ocurrir cuando el miedo a la vida supera al miedo a la muerte. En esta situación, la persona se convierte en un suicida en potencia. Este tipo de miedo a menudo suele estar ligado con el miedo al futuro. ¿Qué será de mí? ¿Tendré que pasar enfermedades y operaciones horribles? ¿Me enviudaré muy joven? ¿Conseguiré mantener mi puesto de trabajo? ¿Se conseguirá alguna solución para la contaminación? ¿Podré…? ¿Seré capaz de…? ¿Tendré que…? El miedo al futuro crece y seguirá creciendo. Jesucristo dijo en Lucas 21:26: “Se desmayarán de terror los hombres, temerosos por lo que va a sucederle al mundo, porque los cuerpos celestes serán sacudidos”. Todo se puede resumir con una fórmula muy sencilla: cuanto más desciende el temor a Dios, más aumenta el miedo a la vida y al futuro. Hoy tendríamos que decir: las personas le temen a todo, menos a Dios.

Finalmente, llegamos al miedo a la muerte, con un sinfín de adeptos. La muerte no cede. Aunque sabemos que tenemos que morirnos en algún momento, nunca creemos que nos pueda pasar pronto, ya que somos unos especialistas en postergar todo. Me gustaría resumir este punto. El miedo existe desde el comienzo de la historia del ser humano. Desde que nuestros primeros padres se soltaron de la buena mano de Dios, reina el miedo en este mundo. Cuando Dios nuestro Señor le dijo a Adán, en el jardín del Edén: “Adán, ¿dónde estás?”, Adán contestó: “Escuché que andabas por el jardín y tuve miedo”. Allí es donde se encuentra la cuna del miedo, la raíz de todos los miedos. El pecado como separación de Dios no podía quedar sin consecuencias. El ser humano sufre las consecuencias hasta hoy. Hemos perdido a nuestro Padre y con ello la seguridad del amor divino. Por eso el mundo está atormentado por todo tipo de miedos. Jean-Paul Sartre, el existencialista francés, gritó sinceramente: “¡No tenemos a nadie en quien podamos sentirnos acogidos!”. Quienes confían en Jesucristo tienen la respuesta para toda este listado de incertidumbres que estuvimos enumerando. Pueden acogerse a su Sacrificio para vivir plenamente.

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