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Autor: Wilfried Plock

Ante el escepticismo que podemos ver hoy en día sobre el mensaje del Evangelio podemos muchas veces caer en dudas o desánimo. Pero ésta falta de fe o la pérdida de esta no es algo exclusivo de los tiempos que corren, desde el nacimiento del movimiento cristiano existió. Sin embargo, vemos a un Cristo que prueba una y otra vez su amor, que no es indiferente ni siquiera a quienes son detractores de la fe.


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PE2586 – Estudio Bíblico
Jesús es el camino (2ª parte)



¡Sorprendido por Cristo!

En el evangelio de Juan leemos la anécdota de Tomás, que estuvo tres años acompañando a Jesús. Pudo oír todos sus discursos, ver todas sus señales y milagros. Sin embargo, Tomás era escéptico. Era de los que nunca firman un contrato sin leer la letra pequeña. Así que, cuando Jesús les dijo a sus discípulos que se iba a ir con el Padre, leemos en Juan 14:5 que él respondió: “Señor, no sabemos a dónde vas, así que ¿cómo podemos conocer el camino?”. Con esta afirmación tan escéptica le dio la oportunidad a Jesús de hacer una de las declaraciones más bonitas de toda la Biblia: “Yo soy el camino, la verdad, y la vida – le contestó Jesús -. Nadie llega al Padre sino por mí”. Sin embargo, al día siguiente, este mismo Jesús estaba colgado en una cruz, ejecutado por los romanos. Ante esta situación, Tomás se preguntaba: ¿cómo puede un hombre muerto ser el camino hacia Dios? No le parecía coherente, por lo que se apartó del cristianismo.

Después, Jesucristo fue sepultado. Todo parecía haber acabado. Sin embargo, al tercer día Dios, resucitó a su Hijo de entre los muertos. Al atardecer del día de la resurrección, Jesús se les apareció a sus diez discípulos que se habían encerrado. Judas ya no vivía y Tomás se había apartado. ¡Qué bien que los demás no se olvidaran de él! Corrieron a buscarlo y le dijeron: “¡Hemos visto al Señor!”. Sin embargo, como leemos en Juan 20:25 Tomás volvió a reaccionar con escepticismo: “Mientras no vea yo la marca de los clavos en sus manos, y meta mi dedo en las marcas y mi mano en su costado, no lo creeré”. Ocho días más tarde, Jesús volvió a aparecer en medio de sus discípulos. Jesucristo se dirigió directamente a Tomás y dijo: “Pon tu dedo aquí y mira mis manos. Acerca tu mano y métela en mi costado. Y no seas incrédulo, sino hombre de fe. – ¡Señor mío, y Dios mío! – exclamó Tomás”. Tomás fue la primera persona que llamó “Dios”, a Jesucristo, no simplemente “Hijo de Dios”. Su conocimiento se convirtió en una confesión. En otras palabras: Jesús sorprendió, literalmente, a Tomás.

¿Has analizado alguna vez la persona y la vida de Cristo? Todos los que lo hacen acaban reconociendo que Jesús es un ser increíble. El historiador eclesiástico Scott Latourette escribió: “Si medimos su corta vida por los frutos que dio, se trata de la vida que más influencia ha tenido en este planeta. A través de Él, millones de personas fueron transformadas y comenzaron a vivir la vida siguiendo su ejemplo. Debido a estas transformaciones, el nacimiento, la vida, la muerte y la resurrección de Jesús se convirtieron en algunos de los acontecimientos más importantes de la historia humana. Teniendo en cuenta su influencia, Jesucristo es el punto medio de la historia humana”. Podemos decir amigos que no ha habido otra persona que haya inspirado a tantos pintores, compositores o poetas. Cada fecha que se escribe es una referencia a Él. Él ha sido la mayor persona que jamás ha vivido en esta Tierra.

Encontramos algunas confesiones sorprendentes al respecto de Jesús. Esto lo reconocen incluso algunas personas que durante mucho tiempo fueron ateos o, al menos, vivieron sin Dios. Por ejemplo, Jean-Jaques Rousseau, un filósofo del siglo XVIII, que pretendía volver a la vida natural y defendía, al contrario de la Biblia, la pureza innata del corazón. En su libro, Émile, escribió lo siguiente: “Tengo que confesarles que la santidad del Evangelio es un argumento que me llega al corazón. Me daría lástima encontrar argumentos en su contra. ¡Fijaos en los libros filosóficos con toda su pompa! ¡Qué pequeños son al lado del Evangelio! ¿Es posible que Jesús haya sido solo un hombre común y corriente? ¿Tiene el tono de un entusiasta o de un sectario ambicioso? ¡Qué pureza! ¡Qué encanto tienen Sus costumbres! ¡Qué elegancia tienen Sus enseñanzas! ¡Qué sublimes Sus dichos! ¡Qué sabiduría más profunda en Sus discursos! ¡Qué espiritual! ¡Qué sutileza y qué sinceridad en Sus respuestas! ¡Qué fuerza en Su sufrimiento! ¿Dónde está el hombre o el sabio que puede causar tanto impacto, sufrir y morir sin debilidad ni jactancia? Amigo mío, algo así no se puede inventar”.

Querido oyente ¿Sabe por qué me gusta tanto mirar a Cristo? Porque siempre me vuelve a sorprender al ver cómo calmó la tempestad en el Mar de Galilea, al leer cómo le dijo a la adúltera en Juan 8:10-11: “– Mujer, ¿dónde están? ¿ya nadie te condena?… Tampoco yo te condeno…”, cuando veo cómo comía con los publicanos y pecadores, la paciencia con la que trataba a Sus discípulos. Jesucristo no decepcionó a nadie, a pesar de que Él mismo fue amargamente decepcionado por muchos. Sus parientes no le comprendían, sus apóstoles lo traicionaron y abandonaron, su propio pueblo lo juzgó y lo ejecutó. Sin embargo, Él resucitó, ¡y vive! Más de quinientas personas lo vieron resucitado. Y millones de personas han experimentado cómo Él cambia las vidas para bien.

Permítame a esta altura realizarle una invitación personal: Dios está solo a la distancia de una oración. Sin embargo, no puede ser una oración indecisa. Una vez leí la siguiente oración: “Conozco mi necesidad y no le pongo fin. Conozco mi culpa y no la cambio. Conozco mi cadena y no la rompo. Conozco el camino y no lo elijo. Conozco la luz y no la veo”. En esta oración, podemos ver la necesidad y la culpa. Pero ¿alguna vez te has planteado cuántas veces has decepcionado a Dios? ¿Has amado y honrado a Dios siempre de todo corazón? ¿No le has prometido ya alguna vez que Él iba a estar en el primer lugar de tu vida? Es posible que tú mismo puedas reconocer que eres un pecador perdido frente a un Dios santo.

Otra forma de orar sería: Señor Jesús, gracias por amarme a pesar de que llevo años viviendo sin ti. ¿Quieres empezar de nuevo conmigo hoy? Gracias por cargar con todo mi pecado y también con el castigo de Dios por todo mi pecado en la cruz del Gólgota. Yo no lo merezco. Soy consciente que merezco la muerte eterna, pero quiero reconocer toda mi culpa. Me arrepiento de mis pecados de todo corazón. Límpiame, por favor, por el poder de tu sangre derramada. Ayúdame también a enmendar mi culpa delante de los demás, donde sea necesario. Quiero pertenecerte a ti en esta vida y en la futura.

¿Refleja esta oración tu deseo? Si es así, entrega tu vida a Cristo, con todas tus decepciones, pero también, con toda tu culpa y tu pecado. Él es el camino, la verdad y la vida. ¿Quieres seguir este camino? Entonces tienes que tomarlo. Nadie está automáticamente en él. Date la vuelta del camino equivocado y toma el correcto. Él es la verdad. ¿Quieres creer en Su Palabra? Entonces confía en Jesucristo y obedécele. Él es la vida. ¿Quieres tener esa vida? Entonces invítalo a vivir en tu vida a través de una oración. Invítalo a entrar en tu corazón. Él acudirá, eso es seguro.

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