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Autor: Wilfried Plock

¿Para qué vivir? ¿Cuál es el sentido de la vida? ¿Acaso puede el bienestar material darnos la satisfacción que necesitamos? Responderemos estas preguntas basándonos en el encuentro entre Jesús y un joven rico.


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PE2602 – Estudio Bíblico
Jesús es el camino (18ª parte)



¿Para qué vivir?

Amigo, le propongo comenzar el programa de hoy con una lectura bíblica. Vayamos al evangelio de Mateo, capítulo 19, versos 16 al 22. Dice así: “Sucedió que un hombre se acercó a Jesús y le preguntó: – Maestro, ¿qué de bueno tengo que hacer para obtener la vida eterna? – ¿Por qué me preguntas sobre lo que es bueno? – respondió Jesús–. Solamente hay uno que es bueno. Si quieres entrar en la vida, obedece los mandamientos. – ¿Cuáles? –preguntó el hombre. Contestó Jesús: –’No mates, no cometas adulterio, no robes, no des falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre’, y ama a tu prójimo como a ti mismo’. –Todos esos los he cumplido –dijo el joven–-. ¿Qué más me falta? -Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo. Luego, ven y sígueme. Cuando el joven oyó esto, se fue triste porque tenía muchas riquezas”. Hasta allí la lectura bíblica.

Durante los últimos 25 años de mi vida, les he preguntado a muchas personas por la calle y a algunos jóvenes en clase de religión, respecto al sentido de la vida. Me llamó la atención la cantidad de gente que no fue capaz de darme una respuesta concreta. Es más, fue alarmante. Algunos apuntaban a algo universal, que el sentido de la vida era válido para todas las personas. Sostenían, como el autor irlandés Beckett, que el sentido de la vida era absurdo, pero que uno mismo puede darle sentido a su vida si quiere. Algunos jóvenes veían la diversión como la meta y el sentido de sus vidas, mientras que los mayores señalaban más bien al cumplimiento de las obligaciones para obtener un mejor futuro para sus hijos.

Los resultados de esta encuesta no son representativos. Personalmente, creo que la mayoría de la gente trabaja para darle sentido a sus vidas, pero al final, entre tanto trabajo, acaban perdiendo el sentido, ya que el trabajo no les lleva nada más que a un círculo vicioso. Así nadie tiene tiempo para el prójimo y mucho menos para Dios. Desde fuera, tal vez se puedan apreciar éxitos materiales tangibles: autos grandes, mejores destinos de vacaciones, casas más cómodas, mejores ropas… Pero, ¿el sentido de la vida consiste en el bienestar?

Ocho hombres muy ricos se reunieron en 1928 en un hotel de Chicago. Estos hombres controlaban en aquel entonces más capital que las mismas arcas del Estado. Sin embargo, no se debería juzgar a la gente por un punto medio de sus vidas, sino más bien por cómo acaban. La Biblia dice en Hebreos 13:7, “Consideren cuál fue el resultado de su estilo de vida…”. El final de estos hombres fue el siguiente: uno murió insolvente en el extranjero, otro terminó sus últimos días con dinero prestado, a otro le perdonaron la pena de cárcel para que pudiera morir en casa, y el cuarto murió en la cárcel. Y, ¿qué pasó con el resto? Bueno, los otros cuatro acabaron suicidándose.

Cuando pongo esto en la balanza, lo único que alcanzo a pensar es: ¡pobres ricos! Hay millonarios en nuestro país en cuyos zapatos no quisiera estar por nada en el mundo. ¡Ni por un momento! Una vida realmente rica, amigo, no se reconoce por una piscina o una alfombra persa, sino por lo que ocurre cuando uno entra en crisis, especialmente en la mayor de las crisis que cualquier persona puede pasar; es decir, su muerte. Sin embargo, ante esta crisis muchos resultan ser “mendigos”, muchos se limitan a suspirar, maldecir o simplemente enmudecen.

Creo que podemos aprender mucho del joven que se dirigió a Jesús, en el relato bíblico que le compartí al principio de este programa. Él era rico, tenía muchos bienes. Sin embargo, a pesar de ello, se preocupó por la vida eterna. Está claro que se había dado cuenta de que las posesiones materiales no podían saciar la sed de su alma. La Biblia dice: “¿De qué sirve ganar el mundo entero si se pierde la vida?” (Mateo 16:26). Y Eclesiastés 3:11 agrega que “Dios hizo todo hermoso en su momento, y puso en la mente humana el sentido del tiempo, aun cuando el hombre no alcanza a comprender la obra que Dios realiza de principio a fin”. Esa es la razón principal por la que nosotros, criaturas de este mundo, no estamos satisfechos con las cosas pasajeras de esta tierra. Solo Jesús puede saciar la sed de su alma. Él le invita hoy a que le siga. “Venid a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso”, dijo Jesús mismo en Mateo 11:28.

Ahora, quizás usted se pregunte: ¿Por qué es Cristo el único que puede darnos sentido? Esto es a causa de que él fue el primero y único en resucitar hasta ahora. Hasta que Cristo resucitó, la última estación era el cementerio, por lo que el sentido de la vida tenía que buscarse aquí, en la vida terrenal. Sin embargo, Jesús rompió la muralla de la muerte con su resurrección. Él eliminó el horizonte de las tumbas. Pablo lo expresó así en 2 Timoteo 1:10: “y ahora lo ha revelado con la venida de nuestro Salvador Cristo Jesús, quien destruyó la muerte y sacó a la luz la vida incorruptible mediante el evangelio”. Desde entonces, es posible para todos tener una vida llena de sentido. La Biblia nos dice de dónde venimos, hacia dónde vamos y para qué estamos aquí en la Tierra: las personas redimidas pueden vivir con y para Dios. Esta perspectiva bíblica le da a cada vida un valor especial. Una persona discapacitada puede vivir para Cristo al igual que un gran atleta. El Hijo de Dios puede y quiere darle sentido a su vida también, amigo. Su cruz y Su resurrección son hechos centrales de la historia. Yo le animo hoy a que si aún no lo ha hecho, confíe en Sus palabras y le convierta en el centro de su vida.

En la historia bíblica que compartí con usted, el joven le hizo una pregunta maravillosa que, sin embargo, tenía un matiz negativo: “Maestro, ¿qué de bueno tengo que hacer (YO) para obtener la vida eterna?”. Él quería ganarse el cielo por méritos propios. Unas oraciones más, una buena disposición para ayudar, alguna donación más y con eso Dios estaría satisfecho. Seamos honestos: las ganas de ganarnos algo por nuestro propio esfuerzo están allí desde que nacemos y aun se ven más incentivadas por nuestra sociedad, que está basada en el rendimiento. Pero Jesús responde de forma tajante: “Solamente hay uno que es bueno”. Con esto, se refería a Dios, su Padre Celestial. Esto significa que ningún ser humano es bueno por naturaleza. En este punto, amigo, es necesario tomar una decisión fundamental: ¿cree usted en los humanistas que proclaman que el ser humano tiene, al menos, algo bueno? ¿Le cree usted a su propio corazón que le susurra que está bien? ¿O está preparado para darle la razón a Dios?

Su palabra dice con toda claridad en Génesis 8:21, que “Cuando el Señor percibió el grato aroma, se dijo a sí mismo: aunque las intenciones del ser humano son perversas desde su juventud, nunca más volveré a maldecir la Tierra por culpa suya. Tampoco volveré a destruir a todos los seres vivientes, como acabo de hacerlo». Romanos 3, versículos 10 y 12 agrega que “Así está escrito: no hay un solo justo, ni siquiera uno… No hay nadie que haga lo bueno, ¡no hay ni siquiera uno!”. Si somos sinceros con nosotros mismos, tenemos que reconocer que aún nuestras mejores obras a menudo están manchadas con el pecado del orgullo. Cuando Martín Lutero reconoció esto, dijo: “Mis buenas obras no tenían valor; estaban arruinadas. Mi libre voluntad odiaba el juicio y estaba muerta para hacer el bien”. El Señor Jesús quiso ayudar al joven rico. En el texto paralelo del evangelio de Marcos dice que lo vio y lo amó. Pero, ¿cómo podía mostrarle que su vida estaba llena de culpa para que él se arrepintiera y aprendiera verdadera dependencia de Dios? Conversaremos sobre esto en el próximo programa.

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