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Autor: Wilfried Plock

En lo sucedido en el Gólgota durante la crucifixión de Jesús, podemos distinguir tres actitudes diferentes respecto al perdón que otorga Dios: el que lo rechaza, el que lo busca y lo recibe, y el que lo ganó para toda la humanidad.


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PE2601 – Estudio Bíblico
Jesús es el camino (17ª parte)



¿Es el perdón el problema central?

¿Qué tal, amigo? En el programa de hoy quisiera invitarle a volver a la escena de la crucifixión en el Gólgota, pero enfocándonos ahora en la cruz del centro. El que cuelga allí no hizo nada malo, allí cuelga el Hijo de Dios. El que nunca cometió pecado, puro y sagrado, el retrato fiel del Padre invisible. Una persona, como tú y yo, pero sin pecado. Nunca robó ni mintió, fue la verdad en persona. Nunca codició a ninguna mujer, fue el único que permaneció moralmente puro en esta tierra. Entonces, ¿qué hizo? Sanó a paralíticos, ciegos, enfermos y leprosos –aquellos a los que los demás no se acercaban a más de cien metros– Él los tocó y los sanó.  Igualmente, usted también se puede acercar a Él. Acérquese con la lepra de su vida: los pensamientos impuros, sus adicciones, su orgullo, su egoísmo. Diríjase a Él. Puede ir con sus cadenas, con su cargo de conciencia; Él es el único que puede hacerle libre. Jesús mismo dijo: “Así que si el Hijo los libera, serán ustedes verdaderamente libres” (Juan 8:36).

Jesús calmó una tormenta en Genesaret. Despertó a Lázaro en su tumba. Llegó a Getsemaní, donde resistió al pecado hasta el punto de sudar sangre. Le clavaron clavos en las manos. ¿Sabe por qué? Porque mis manos y las suyas hicieron cosas horribles. Le clavaron clavos en los pies. ¿Sabe por qué? Porque mis pies y los suyos fueron por caminos equivocados. Le pusieron en la cabeza una corona de espinas, porque por mi cabeza y la suya pasaron pensamientos horribles. Le golpearon la boca, porque de mi boca y de la suya salieron palabras malas. Amigo, ¡mire al Rey del amor sangrando!

No ha hecho nada malo…”. Esto lo reconoció uno de los delincuentes y, acto seguido, se dio cuenta que si Jesús era inocente, entonces moría en representación de alguien. Él murió por mí y por mis pecados. A continuación, pronuncia la maravillosa frase que todos nosotros deberíamos decir en un momento de nuestras vidas: “Jesús, acuérdate de mí cuando vengas en tu reino”. El delincuente no podía hacer ya nada más. Sus manos estaban clavadas, no podía torcer ni un dedo. Sin embargo, puso su confianza de todo corazón en Jesús, el crucificado. Se aferró a Él y confió en una vida eterna. A esto la Biblia lo llama “conversión”. ¿Alguna vez se ha dirigido usted así a Jesús? «Señor Jesús, ten misericordia de mí. Sé que me he ganado la muerte eterna, pero te pido que me des Tu gracia». Dios solo está a la distancia de una oración.

Ahora, usted quizás me diga, “bueno, yo ya he pedido el perdón de Dios”. Bien, entonces debo hacerle otra pregunta. El Hijo de Dios, cuando fue clavado en el áspero madero, pidió que Dios perdonara a sus asesinos: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”, dijo Jesús. Él no solo trajo el perdón, sino que también lo practicó. ¿Qué hay de usted? ¿Tiene que perdonarle algo a alguien? ¿Algo que le haya hecho su cónyuge? ¿Es posible que no siempre le haya sido fiel? En 1571, Jan Rubens fue condenado a muerte por adulterio. Su mujer, María Rubens, le escribió lo siguiente y se lo envió a la cárcel: “Mi querido marido, te perdono hoy y siempre. Tienes que tener tanto miedo que con ganas te salvaría aun a precio de mi sangre. ¿Cómo podría odiarte, por un simple error, cuando mi Padre celestial me perdona a diario mis múltiples fallos? No me vuelvas a escribir como “tu indigno marido”. ¡Estás perdonado! Tu fiel mujer, María Rubens”. Debido a la intercesión de su esposa, Jan Rubens salió libre tras dos años de cárcel. Se establecieron en Siegen, Alemania, donde nació su hijo, Peter Paul Rubens, el famoso pintor con reconocimiento mundial.

Amigo, ¿ha padecido usted injusticia? ¿Se han burlado de usted en el trabajo? ¿Ha salido perjudicado en una herencia? Corrie ten Boom escondió judíos en su casa en Holanda, durante los difíciles años de persecución. Un día, denunciaron a su familia y a partir de allí fueron llevados a un campo de concentración en Ravensbrück. Su padre y su hermana murieron. Ella, sorprendentemente, fue dejada en libertad. Más tarde, cuando leyó el nombre de quien la había delatado, lo buscó y rompió la prueba delante de sus ojos diciéndole: “Te perdono en el nombre de Jesús”. Lo que usted ha sufrido, ¿lo ha perdonado? ¿A su esposo o esposa? ¿A sus padres? ¿A su jefe? ¿Hay alguien con quien no se hable? ¿Hay alguien a quien considere “muerto”? Es posible que en este momento se esté preguntando: ¿cómo encuentro las fuerzas para perdonar sinceramente? El mismo que dijo “Padre, perdónalos” es el que le quiere dar a usted la fuerza necesaria. Es el mismo que le dio la fuerza a Esteban para decir “Señor, no les tengas en cuenta este pecado”, mientras le estaban apedreando. Es el mismo que ayudó a María Rubens a perdonar a su marido, a Corrie ten Boom a perdonar a quien le había encarcelado y asesinado a su familia.

Pero, por favor, no dé el segundo paso antes de haber dado el primero: Primero, usted necesita que le perdonen a su culpa y que Cristo reine en su vida; después, también podrá perdonar a los que le han ofendido a usted. Dios tiene para usted mucho más que solo perdón: tiene amor, paz, alegría, seguridad, pertenecer a una increíble familia con muchísimos hermanos y hermanas, y más. Sin embargo, el primer paso es el perdón. El perdón de sus pecados es la puerta hacia todas las demás bendiciones de Dios. Amigo, antes de terminar este programa echemos un último vistazo a las tres cruces. Como vemos, hay dos caminos, dos posibilidades. El criminal que se burla, se pierde por no querer aceptar el perdón. Fue vanidoso y, por lo tanto, el primero de los condenados. El otro, reconoció la cruz y buscó perdón, puso su confianza y su salvación eterna en Jesús, y por eso fue el primer redimido. Y en el centro, vemos a Jesús crucificado. En Él se separa y se decide todo. También su salvación y la mía.

En el teatro nacional de Moscú, se encontraban todos los miembros más importantes del partido comunista de la unión soviética: Khrushchev y sus compañeros. Se iba a representar la obra “Cristo en frac”. Se trata de una obra en la que Jesús y todo lo relacionado con el cristianismo se denigra de la peor manera: los monjes y monjas salían borrachos y se prostituían. Todo lo que debería ser sagrado se presentaba con inmundicia. El actor principal, Alexander Rostowzew, un actor con una increíble carrera por delante, financiado personalmente por Khrushchev, hacía de Cristo. Él tenía que leer el evangelio de Mateo, las Bienaventuranzas. En un momento concreto tenía que tirar la Biblia al suelo y pedir: “Hombre, dame el frac”. Lo que significaba: “ya no quiero ser más un pobre miserable y derrotado. No quiero depender del Espíritu Santo, quiero estar de fiesta, vivir y disfrutar. Que se quede Dios con el cielo y yo conquisto la tierra”.

Así que Rostowzew empezó a leer las Bienaventuranzas y continuó, sin parar. Todos los de la sala se dieron cuenta que se había salido del guion, que su parte no era así. La Palabra de Dios lo atrapó por sorpresa y no solo leyó lo que debía, sino que continuó emocionado. La Biblia le cautivó. ¿Serían los recuerdos de su infancia? ¿Se acordaría de las oraciones de su madre? No lo sé, pero creo que el Espíritu Santo es muy poderoso y lo convirtió en un testigo delante de más de 10,000 personas poderosas del imperio soviético ruso. Rostowzew siguió leyendo hasta llegar al final de las Bienaventuranzas. A continuación, repitió las palabras que ya alguien había exclamado tiempo atrás: “Jesús, acuérdate de mí cuando vengas en tu reino”. Estoy convencido que experimentó la misma promesa que el malhechor de la cruz: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”. ¿Qué pasó con Rostowzew? No se sabe. Desapareció de la noche a la mañana, no se volvió a saber nada de él. Su carrera terminó de un día para otro. Sin embargo, su testimonio continúa y nos sirve para fortalecernos. Amigo, vuélvase a Dios, busque su perdón, confíele su vida a Jesús y sígale.

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