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Autor: Wolfgang Bühne

Jesús comienza su ministerio público, cuando es bautizado en el Jordán. Y es allí que vemos al Creador y Sustentador de todo ser viviente, comenzando con humilde oración el difícil camino que terminará en la cruz del Gólgota.


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PE2276 – Estudio Bíblico
Jesús comenzó su ministerio orando (2ª parte)



Amigos, ¿cómo están? Repasando un poco lo que ya dijimos, leemos en Lucas 3:21 y 22: “Y aconteció que, como todo el pueblo se bautizaba, también Jesús fue bautizado; y orando, el cielo se abrió, y descendió el Espíritu Santo sobre él en forma corporal, como paloma, y vino una voz del cielo que decía: Tú eres mi Hijo amado, en ti me he complacido”.

Jesús, el Hijo de Dios es bautizado en el Jordán y comienza de esta forma Su ministerio público.

El Hijo de Dios, perfecto y exento de pecado, no tenía pecados que confesar. Pero, a pesar de ello, Lucas nos cuenta que oró en ocasión de Su bautismo.

Dios como hombre sobre la tierra y orando – ¡Qué condescendencia! ¡Cuánto nos avergüenza esta humildad!

Lucas es el único evangelista que ha relatado no sólo la primera, sino también la última oración de Jesús antes de Su muerte, la cual leemos en Lucas 23:46: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”.

El ministerio de nuestro Señor comenzó con oración – y terminó con oración. Su obra estaba enmarcada por la oración y mostraba una total dependencia de Su Padre.

Pero aquí, a orillas del Jordán, vemos al Creador y Sustentador de todo ser viviente comenzando con humilde oración el camino difícil que terminaría en la cruz del Gólgota.

Mientras las personas a orillas del Jordán no vislumbraban ni comprendían la importancia de esta escena, Dios no pudo callar ante ella. El cielo se abrió y el Espíritu Santo descendió sobre Él “en forma corporal, como paloma.” Y se oyó la voz de Dios: “Tú eres mi Hijo amado, en ti me he complacido.”

El gozo que el Padre expresa por Su Hijo y la confirmación del Espíritu Santo, que descendió sobre Él en forma de una paloma – símbolo de pureza, sencillez e inocencia – nos muestra a nosotros, los que seguimos a Jesús, la disposición y el comportamiento que Dios confirma y bendice.

Por supuesto, nuestro Señor tenía el Espíritu Santo en todo momento en Su interior y es un error el que algunos predicadores enseñen que aquí está el “bautismo en el Espíritu” de Jesús.

Quizá nos ayude una figura del Antiguo Testamento, para entender correctamente el significado de esta escena: En las leyes de las ofrendas de Levítico 2:1 al 10, vemos que la oblación debía consistir en harina fina, aceite e incienso. Debía ser una ofrenda “amasada” con aceite y cocida al horno, o tortas “untadas” (o ungidas) con aceite.

No es difícil descubrir el significado tipológico de esto:
La harina fina refleja la pureza y perfección moral de nuestro Señor, y del aceite se sabe ya que es una figura del Espíritu Santo, mientras el incienso habla de entrega y dedicación. Así, en el Señor Jesús, como hombre, habitaba el Espíritu Santo (“idéntico a Él”); pero, al mismo tiempo, estaba “ungido” por Él, lo cual se hizo visible para todos los presentes en el bautismo, cuando descendió el Espíritu Santo en forma de paloma.

Quizá hallamos aquí también el cumplimiento de las profecías de Isaías 42:1 y del Salmo 89:20 y 21:
“He aquí mi siervo, yo lo sostendré; mi escogido en quien mi alma toma contentamiento: he puesto sobre él mi espíritu, dará juicio a las gentes. Hallé a David mi siervo; Ungílo con el aceite de mi santidad. Mi mano será firme con él, mi brazo también lo fortificará”.

En el Antiguo Testamento, el hecho de ungir a un rey, un sacerdote o un profeta era la confirmación pública o la instauración para una misión especial. Y esto precisamente es lo que ocurrió aquí en la vida de Jesús después de Su bautismo. Dios confirmó la misión y la autorización de Su Hijo con una señal visible para todos los presentes.

Como discípulos de Jesús, ¿qué podemos aprender de estas observaciones?
Primero, que: Una vida fructífera para gloria y gozo de Dios y de bendición para nuestros prójimos, debería comenzar y terminar con oración – como señal de nuestra dependencia de Dios. Cada día, cada cometido, toda nuestra vida, debería estar enmarcada por la oración.

Cuán valioso es el consejo enfático de Charles Spurgeon:
“No veas a nadie, hasta que no hayas estado en la presencia de Dios. No hables con nadie, hasta que no hayas hablado con el Altísimo. No salgas a tu trabajo, hasta que no hayas ceñido tus lomos con el cinturón de la devoción, para que tu obra te salga bien. No comiences la carrera, hasta que no hayas apartado todo peso mediante la oración, de otra forma perderás la competición.”

O, como escribió Kilp:
“Cada día de mi vida
déjame mostrar
toda gracia recibida
en todo lugar
que se vea por mi hablar y callar
que tu mano todo puede transformar.”

Los biógrafos del conocido explorador de África y misionero David Livingstone, relatan cómo, en las ciénagas de ILALA (Zambia), completamente desfallecido, sufriendo de úlceras y hemorragias internas, tuvo que ser llevado por sus ayudantes en una camilla. Para la noche, le hicieron una cabaña para protegerlo contra la llovizna. Frente a la entrada de la cabaña pusieron a un chico, para que pudiera oírlo si llamaba. Cuando este chico entró a las cuatro de la mañana para ver cómo se encontraba, el misionero no estaba en la camilla, sino arrodillado delante de ella. Lleno de preocupación y temor, llamó a los otros colaboradores, que se acercaron con temor a la figura arrodillada. Profundamente impactados, se dieron cuenta de que Livingstone ya estaba frío y rígido. David Livingstone había terminado de rodillas su gran misión en el corazón de África y había pasado a la eternidad orando – como su gran maestro – solo, pero no abandonado…

Pocas semanas antes, en su último cumpleaños, había escrito en su diario:
“Mi Jesús, mi Rey, mi Todo; nuevamente te entrego toda mi vida. Acéptame y concédeme, oh Padre digno, concluir mi tarea antes de que pase este año. Esto te pido en el nombre de Jesús. Amén y que así sea.”

Segundo: Donde se ora con seriedad, se abre el cielo y Dios reconoce nuestro servicio y contesta nuestras oraciones – a veces de manera impresionante.

En los Hechos de los Apóstoles 4:23 al 31 leemos acerca del primer culto de oración de la joven iglesia en Jerusalén. Los principales judíos con sus ancianos y sacerdotes habían amenazado e intimidado a Pedro y Juan, después de su predicación del evangelio y su llamamiento al arrepentimiento, para que en ninguna manera hablaran ni enseñaran en el Nombre de Jesús “a hombre alguno” (así leemos en el versículo 17). Después de contar delante de la iglesia reunida sus viviencias y la prohibición de hablar, empezaron a orar unánimes. Y Dios respondió a sus oraciones: “Cuando hubieron orado, el lugar en que estaban congregados tembló; y todos fueron llenos del Espíritu Santo, y hablaron la palabra de Dios con confianza” (nos dice el versículo 31).

¿Hemos tenido alguna vez una experiencia parecida – personalmente o como iglesia?

¿Hubo y hay en nuestras reuniones de oración momentos, en los que el Espíritu Santo puede desencadenar “movimientos” capacitándonos con fuerza espiritual para nuestras tareas evangelísticas o de otra índole?

¿O, por lo contrario, se caracterizan nuestras reuniones de oración por el cansancio, la rutina y el aburrimiento adormecedor, donde hay que despertar a ciertos hermanos, después de haberse levantado de la oración los demás – como lo he vivido yo en mi juventud? (Esta desagradable situación ya no ocurre más allí, porque se ha suprimido el culto de oración semanal por falta de interés, siendo sustituido por reuniones en los hogares.).

El “ser llenos del Espíritu Santo” no debería ser un tema intocable para nosotros, sólo por el hecho de que ciertos círculos han abusado de ello y lo han manipulado. El Nuevo Testamento, en Efesios 5:18 al 21, nos exhorta a crear las condiciones para que esto ocurra.

Es triste, si estas experiencias las conocemos solamente de haberlas leído en libros o en relatos misioneros…

El tiempo se acaba. Los espero en el próximo programa para continuar con el tema: “Jesús comenzó su ministerio orando”. Dios los bendiga!

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