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Autor: Wolfgang Bühne

Jesús comienza su ministerio público, cuando es bautizado en el Jordán. Y es allí que vemos al Creador y Sustentador de todo ser viviente, comenzando con humilde oración el difícil camino que terminará en la cruz del Gólgota.


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PE2275 – Estudio Bíblico
Jesús comenzó su ministerio orando (1ª parte)



¡Hola amigos! Un gusto estar otra vez junto a ustedes.

“Si quieres humillar a alguien, pregúntale por su vida de oración”, opina Oswald Sanders, autor con experiencia y director de “Overseas Missionary Fellowship” en su valioso libro “Liderazgo espiritual”.

No hay otro tema que nos avergüence más y que refleje tan claramente nuestra pobreza espiritual.

Juan Wesley solía decir que no tenía en muy alta estima a un hombre que no orara cuatro horas al día. De esta forma, probablemente, ha sentenciado a la mayoría de nosotros – yo, al menos, no oro diariamente cuatro horas.

Leonard Ravenhill comenta muy acertadamente:
“La cenicienta de la iglesia actual es la oración. Esta criada del Señor es despreciada y desechada, porque no se adorna con las joyas del intelectualismo, ni las brillantes sedas de la filosofía, ni con la impresionante tiara de la psicología. Lleva los delantales de la honesta sinceridad y humildad. No teme arrodillarse.

El defecto de la oración, humanamente hablando, es que no se apoya en la eficiencia mental… La oración requiere una sola cosa: espiritualidad.

No se necesita indispensablemente la espiritualidad para predicar, esto es, para dar sermones con perfección homilética y exactitud de exégesis… La predicación toca a los hombres, la oración toca a Dios.

La predicación afecta al tiempo, la oración a la eternidad. El púlpito puede ser un escaparate para exhibir nuestros talentos; la oración significa lo contrario al exhibicionismo.”

También el conocido predicador y autor Martyn Lloyd-Jones confesó, con referencia a la importancia de la oración:
“A esta cuestión me acerco con gran recato y el sentimiento de total indignidad. Supongo que todos nosotros fallamos en este punto más que en ningún otro.”

Nuestra vida de oración – personal y como iglesia – es el indicador para medir el nivel de nuestra vida espiritual. En ninguna otra parte se hace más evidente nuestra sequía espiritual y nuestra debilidad.

“Ningún hombre es más grande que su vida de oración”, dijo Ravenhill, y podríamos añadir: “… y ninguna iglesia es más grande que su culto de oración.” Lamentablemente observamos a menudo lo siguiente en las iglesias:
• ¡No hay actividad en la iglesia peor visitada que el culto de oración semanal!
• A menudo, ni siquiera los dirigentes responsables de la iglesia están regularmente presentes.
• Raras veces hay allí hermanos jóvenes, y si los hay,
son pocos.
• En algunas partes el culto de oración está en peligro de extinción – o ha sido ya suprimido por falta de interés.

¿Qué remedio hay para esta fatiga o indiferencia en cuanto a la oración?

Libros, charlas, conferencias y seminarios sobre este tema seguramente pueden ser una ayuda. Pero, el estímulo y la orientación más eficaz la hallamos en el ejemplo de nuestro Señor.

En la Epístola a los Efesios, capítulo 5, versículo 1, se nos exhorta a ser “imitadores” de Dios como “hijos amados”. La palabra del texto original griego es una palabra derivada de “mimo”, tal y como la hallamos en la palabra “pantomima”. Un imitador bueno y convincente se identifica totalmente con la persona que quiere imitar. Le fascina la persona que imita; la ha observado cuidadosamente y la ha estudiado y entonces es capaz de imitar más o menos bien su comportamiento.

En 1 Juan 2:6 leemos que “debemos andar como él [nuestro Señor] anduvo”. Su vida – y con ella también Su vida de oración – es, por lo tanto, ejemplo y pauta para nuestra vida de oración. Si estudiamos la vida práctica de nuestro Señor en los Evangelios, meditando sobre Sus costumbres a la hora de orar, entonces el ejemplo de nuestro Señor y el amor hacia Él nos estimulará más que cualquier otra cosa a “imitarlo” y llegar a parecernos mas a Él por ello (algo similar a lo que leemos en 2 Cor 3:18).

Por eso, consideraremos, en los distintos temas que trataremos, algunas escenas de la vida de oración del Señor, descritas especialmente por Lucas en sus amplios relatos.

Son siete escenas en las que el Señor oró y en las que también hallamos descritos el entorno y la ocasión concreta que motivaron Sus oraciones.

Es sabido que el evangelio de Lucas describe al Señor como “verdadero hombre”. Nos causa impresión cómo Lucas, el médico filántropo, describe los sentimientos del Señor, Sus costumbres, las circunstancias de Su vida, Su pobreza, Su compasión y Su amor hacia las personas.

Lucas tenía el mandato de describir a Jesús como hombre perfecto, libre de pecado – un hombre, como Dios lo había imaginado y que en todos los aspectos vivió para la honra y el gozo de Él.

Mateo sólo describe dos escenas en las que Jesús ora, Marcos describe tres. Juan, aunque ha escrito el contenido de algunas oraciones del Señor, no usa la palabra “oración” y tampoco indica las circunstancias exteriores de los diálogos con Su Padre.

Con razón se ha calificado al Evangelio de Lucas como el “Evangelio del discipulado”, en el que el Señor nos presenta la imagen ideal de un discípulo, para imitarlo. Seguramente esto también es una razón por la cual el Espíritu Santo inspiró a Lucas para que nos narrara ampliamente la vida de oración de Jesús, para que fuese un ejemplo ilustrativo para nosotros.

Es sabido que es más fácil “seguir pisadas que obedecer órdenes”. Por eso, esperamos que este comentario sobre la vida de oración de nuestro Señor, y también los ejemplos de la Biblia y de la historia de la Iglesia, no actúen como “mandatos” ni sean desalentadores, sino más bien como “pisadas” que despierten en el corazón el deseo de seguirlas, aunque nuestros pasos sean bastante más cortos.

Jhon Darby dijo: “Lo que quisiera apremiaros es a estudiar a Cristo, de modo que podamos ser aquí como Él. No hay nada que llene más el alma de bendición y aliento, o que santifique tanto; nada que dé hasta tal punto la conciencia viva del amor divino y que infunda tal valor. Que el Señor nos conceda, mientras reposamos en Su preciosa sangre, el ir y contemplarlo, el alimentarnos de él y vivir por Él.”

Nuestro Señor comenzó Su ministerio público orando

Así leemos en Lucas 3:21 y 22: “Y aconteció que, como todo el pueblo se bautizaba, también Jesús fue bautizado; y orando, el cielo se abrió, y descendió el Espíritu Santo sobre él en forma corporal, como paloma, y vino una voz del cielo que decía: Tú eres mi Hijo amado, en ti me he complacido”.

Jesús, el Hijo de Dios, es bautizado en el Jordán y comienza de esta forma Su ministerio público. Juan el Bautista Lo había anunciado y ahora Él hace cola entre la multitud de israelitas que se habían arrepentido por la predicación de Juan y oraban confesando sus pecados antes de ser bautizados (como leemos en Marcos 1:5).

El Hijo de Dios, perfecto y exento de pecado, no tenía pecados que confesar. Pero, a pesar de eso, Lucas nos cuenta que oró en ocasión de Su bautismo.

Ningún otro evangelista menciona este detalle, lo cual parece indicar que el Espíritu Santo quería hacernos ver que el ministerio público de nuestro Señor comenzó con obediencia y oración.
Dios como hombre sobre la tierra y orando – ¡Qué condescendencia! ¡Cuánto nos avergüenza esta humildad!

Lucas es el único evangelista que ha relatado no sólo la primera, sino también la última oración de Jesús antes de Su muerte, la cual leemos en Lucas 23:46: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”.

El ministerio de nuestro Señor comenzó con oración – y terminó con oración. Su obra estaba enmarcada por la oración y mostraba una total dependencia de Su Padre.

La raíz de todo pecado es la propia voluntad, la independencia y la realización personal. La primera frase del diablo que la Biblia nos transmite, en Génesis 3:1, es “¿De veras ha dicho Dios…?”; y en Exodo 5:2 leemos lo primero que dice el faraón de Egipto, el opresor del pueblo de Dios, lo cual refleja su arrogancia y altivez: “¿Quién es Jehová, para que yo oiga su voz y deje ir a Israel?”.

Pero aquí, a orillas del Jordán, vemos al Creador y Sustentador de todo ser viviente comenzando con humilde oración el camino difícil que terminará en la cruz del Gólgota.

Henri Dossier, escribió:
“¿Quién este amor sondear nos diera?
De Dios el Hijo, el Creador
para el perdido en esta tierra
Siervo humilde y buen Pastor.”

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