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Autor: Ernesto Kraft

Esta es la segunda parte de la historia de los hombres y mujeres de fe, siempre tienen en medio un tiempo de dificultad, prueba, tribulación o soledad, pero “Con todo, aún creen” Y eso marca la diferencia en sus vidas.


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PE2777- Estudio Bíblico
Héroes de la fe (22ª parte)



Con todo, aún creo

Seguramente nunca tuviste que enfrentar a los gigantes mencionados en Números 13 o al Goliat que enfrentó David. Hablaremos de los dos más adelante. Sin embargo, hoy en día, en el siglo XXI, el cristiano también se enfrenta con muchos gigantes. Pueden hasta no ser físicamente grandes –pues las personas pequeñas también pueden volverse obstáculos aparentemente invencibles. Inclusive los niños pueden parecer gigantes cuando pierden los estribos. Así, los gigantes modernos pueden tener nombres muy diferentes: esposa o marido, jefe, profesor, deudas, etc. Tal vez uno de ellos sea hasta el hermano o la hermana a quien no logramos acercarnos. Se vuelven como Goliat delante de nosotros, burlándose de nosotros e infundiéndonos miedo con su presencia.

Los espías que fueron a explorar el territorio de Jericó volvieron dando el siguiente relato: “vimos allí gigantes, hijos de Anac, raza de los gigantes, y éramos nosotros, a nuestro parecer, como langostas; y así les parecíamos a ellos” (Números 13:33). Miraron a los gigantes y a sí mismos y llegaron a la conclusión de que no podrían hacer nada porque los adversarios eran demasiado fuertes. “No podemos atacar a aquel pueblo; es más fuerte que nosotros,” dicen algunos. Reaccionamos de esa manera en muchas situaciones y nuestra pobre fe se resigna intentando de justificar la falta de soluciones.

Aquí podemos ver la diferencia entre aquellos que tienen como lema “con todo, aún creo,” y los que viven su fe solamente los días domingo. Cantan y oran en la iglesia, pero sus gigantes nunca son vencidos. Ya se acostumbraron a la derrota. En la situación relatada en Números, Josué y Caleb se levantan y enseñan lo que significa confesar “con todo, aún creo”. Admiten la existencia de los gigantes, pero también saben que el Señor se encargará de todos estos “gigantitos”. El rey Ezequías lo dijo de esa manera: “Ciertamente, oh Jehová, los reyes de Asiria destruyeron todas las tierras y sus comarcas (…) Ahora pues, Jehová Dios nuestro, líbranos de su mano, para que todos los reinos de la tierra conozcan que solo tú eres Jehová” (Isaías 37:18, 20). Eso es decir “con todo, aún creo”. Esas personas no miraban a sí mismas, sino volvían su mirada al Señor y así se llenaron de coraje.

 Con Dios podemos vencer a esos gigantes. Este es el secreto. Con Él podemos realizar grandes cosas. Él es más grande que el odio y la oposición que enfrentamos venga de quién venga. El Salmo 76:10 declara: “La ira humana redunda en tu alabanza; todos sus enojos se vuelven para ti una corona”. Las personas pueden volverse gigantes hostiles, pero si creemos a pesar de las circunstancias, podremos cantar con el salmista en el Salmo 124:6, 8: “Bendito sea Jehová, que no nos dio por presa a los dientes de ellos. (…) Nuestro socorro está en el nombre de Jehová, que hizo el cielo y la tierra”.

David también creía a pesar de las circunstancias. Estando delante de Goliat, se sintió como un saltamontes en presencia de aquel monstruo. Pero valientemente le dice: “Tú vienes a mí con espada y lanza y jabalina; mas yo vengo a ti en el nombre de Jehová de los ejércitos, el Dios de los escuadrones de Israel, a quien tú has provocado”. David no se enorgullecía de su fuerza, sino se ejercitaba en creer “a pesar de”. En 1 Samuel 17:37 encontramos que: “Añadió David: Jehová, que me ha librado de las garras del león y de las garras del oso, él también me librará de la mano de este filisteo”.

Todos nosotros tenemos que luchar contra un gigante llamado “yo” o “viejo hombre.” Muy a menudo, somos comandados por él sin que nos demos cuenta. Solamente puede ser derrotado si confesamos: “con todo, aún creo”. A menudo, intentamos ahogar nuestro EGO, pero entonces descubrimos lo que Lutero constató cierta vez: “El viejo hombre sabe nadar”. Pensamos que no podemos vencerlo, pero Romanos 6:6 nos recuerda que mediante la fe hay victoria.  “Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado”.

Aunque no sienta que el viejo hombre ya murió, nos aferramos por la fe a esa verdad y entonces experimentamos la victoria sobre ese viejo gigante. El hecho de tener que levantarnos vez tras vez después de cada derrota, parece ridículo. Este enemigo se ríe y se burla de nosotros cuando intento ahogarlo por mis propias fuerzas. De repente, surge del agua y ¡allí está de nuevo! Y a pesar de ser cristianos sentimos molestia, nos enojamos, tenemos celos, actuamos sin amor, todo como antes. Luchamos, pero no logramos vencer a ese gigante. Se ríe y se burla de nosotros, pero solamente mientras buscamos vencerlo con nuestras propias fuerzas.

Igual que David, tenemos cinco piedras a nuestra disposición para vencer a ese gigante. En la Biblia, el número cinco representa la gracia. Utiliza la piedra de la gracia y podrás vencer. La gracia es más fuerte que el pecado. No importa el nombre del gigante, Jesús obtuvo la victoria sobre todos ellos. Quien sigue creyendo a pesar de todo, no se rinde, tampoco cuando el gigante intimida por su enorme maldad. Vénzalo con el bien, por medio de la gracia que está en Jesús. Es eso lo que la Biblia dice en Romanos 12:21: “No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal”.

Viva en Jesús, crea en Él y todo irá conforme a los propósitos de Dios. La Biblia cuenta que David por fin venció al filisteo. Que el Señor fortalezca nuestra fe para que vivamos a partir de ella y en su plenitud, para así vencer a los gigantes. David tenía cinco piedras, pero solamente necesitó una. Es imposible agotar la gracia. Solamente un poco de ella es suficiente para derrotar al gigante. Vivamos este “con todo” de la fe, no apoyándonos en nosotros mismos ni en nuestras propias fuerzas, sino en la gracia de Jesucristo. Efesios 6:10 dice “Por lo demás, hermanos míos, fortaleceos en el Señor, y en el poder de su fuerza”.

Hablemos del “con todo, aún creo” de la fe, delante del fracaso y del pecado. El Salmo 34:22 trae una palabra importante que proyecta toda la victoria de Jesús en la cruz. “no será condenado ninguno de los que en Él se refugian”. Eso quiere decir que aquel que cree en Jesús será perdonado de toda su culpa. Todo eso suena muy simple. Todos nosotros todavía podemos pecar y sabemos que quien comete pecado se involucra en problemas difíciles de resolver. Basta pensar en la acusación de nuestra conciencia y del corazón.

La oscuridad que el pecado trae a nuestra vida a menudo nos lleva a dudar del perdón. El recuerdo de nuestros hechos no nos da descanso, ni cuando nos acostamos para dormir. Nos persigue. El placer del pecado es muy oscuro, y el sabor amargo muchas veces es insoportable. La vida de Caín muestra con qué fuerza el pecado nos derrumba. En Génesis 4:13 leemos: “Y dijo Caín a Jehová: Grande es mi castigo para ser soportado”. Hay muchas situaciones originadas por el pecado que parecen sin solución. A pesar de todo, es en ese momento cuando la fuerza de la fe se vuelve expresiva.

¿Habrá algún pecado contra el cual la sangre de Jesús no sea suficiente? 1 Juan 1:9 dice: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”.  E Isaías 1:18 lo expresa con toda claridad: “Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana”. La cuestión es si creemos a pesar de todo, si creemos que la sangre de Jesús realmente nos purifica de nuestras culpas. La sangre de Jesús tiene poder. Lo vemos anticipado en la liberación de los primogénitos en Egipto. Aquellos que habían untado los postes y el dintel de su puerta con la sangre de un cordero estaban a salvo –allí no había que lamentar la muerte del primogénito.

Cree que la sangre de Jesucristo es suficiente. Juan 3:18 dice: “El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios”. ¡Qué victoria esplendorosa para quien cree! El enemigo no se cansa de susurrar en nuestros oídos que nuestro caso es diferente y que Dios no nos puede perdonar. Cree a pesar de las mentiras del enemigo porque está escrito en 1 Juan 1:9: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”.

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