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La psicóloga Lidia Martín nos enseña acerca de las emociones. ¿Está bien dejarnos guiar por ellas? ¿Cómo vivió Jesús las emociones? ¿Qué nos dice la Biblia acerca de ellas? No te pierdas de conocer las respuestas a estas preguntas y más en el programa de hoy.


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EA1032 – Entre Amigas –
Gestión de emociones



Entrevista a Lidia Martín

Victoria: Queridas amigas, es un gusto poder compartir con ustedes este espacio de la entrevista, nos vuelve a acompañar nuestra amiga Lidia Martín. Ella es Psicóloga, es autora, es conferencista y vamos a estar hablando de gestión de emociones, ¿verdad, Lidia?

Lidia: La verdad es que el tema de las emociones, sobre todo cuando uno quiere verlo desde esa doble perspectiva de la parte puramente humana, psicológica pero también la parte de fe es uno de esos temas controversiales por lo mal que se ha entendido dentro del cristianismo, y creo que también por los excesos que se dan fuera del cristianismo. Quizá nos cuesta a los seres humanos, más que cualquier otra cosa, el movernos en el equilibrio, y es verdad que en los últimos años especialmente, todo lo que ha tenido que ver con el plano emocional se ha catapultado y se ha colocado prácticamente en el centro de la adoración de las personas. Da igual qué tipo de emoción positiva sea, la gente busca esa felicidad y cualquier cosa que le presente alguna clase de satisfacción o un aparente beneficio emocional, cualquier subida de adrenalina parece que está bien. Y eso se ha endiosado y se evita, por todos los medios, cualquier emoción que nos lleve a sentirnos mal. Cualquier casa de malestar, tristeza, enfado, culpa, vergüenza o cualquier aspecto que nos haga encontrarnos mal. Muchas veces incluso desde las consultas seculares de psicólogos o psiquiatras se ha procurado eliminar.

Victoria: ¿Y qué pasa dentro de la iglesia, Lidia?

Lidia: Dentro de la iglesia ha pasado, quizás por no irnos al otro extremo, el fenómeno de intentar eliminar las emociones. Es esta distinción que se nos hace tan difícil a veces, de darnos cuenta de que el problema no está tanto en las emociones en sí mismas, y por lo tanto no se trata de demonizarlas, sino que se trata de aprender a usarlas convenientemente.

Victoria: Entonces estamos hablando de utilizar las emociones convenientemente. ¿Qué cosas tendríamos que considerar para esto, desde tu punto de vista?

Lidia: Quizás lo primero que tenemos que preguntarnos cuando estamos hablando de emociones desde un punto de vista no solo humano, sino que también de fe, es qué piensa Dios acerca de nuestras emociones. ¿No nos las dio Él? ¿Qué papel juegan dentro de la estructura de las personas que somos creadas por Él a su imagen y semejanza? Para mí esta parte, precisamente, cuando nos retrotraemos al Génesis, es la que me da más pistas, en un sentido, para poder comenzar a tirar de ese hilo y empezar a considerarlo un poco más en profundidad.

Si nosotros somos a imagen y semejanza de Dios y tenemos un Dios que se deleita, un Dios que se enoja, un Dios cuyo espíritu se entristece y se contrista por nuestro pecado, si Dios se alegra ante lo bueno, si puede mirar a lo que Él creó y decir, no solamente que era bueno, sino muy bueno, ¿no será que nuestras emociones entran también en ese especio creado por Él? ¿Y que debido a la caída han quedado también tocadas? Como tantas otras cosas, la sexualidad, por ejemplo, que es otro de los dioses de nuestro tiempo, muchas veces nos cuestionamos hasta qué punto son buenas o malas. Y sigo pensando y lo defenderé hasta que vea otra cosa distinta en el texto bíblico, que el problema no está en que el Dios lo creara, en el sexo en sí mismo o en las emociones en sí mismas, sino en ese uso torcido que hacemos de ellas desde la caída. Cualquier cosa que se coloca en un lugar que no le corresponde tiene riesgo de ser convertido en un dios. Cuando algo que es bueno y legítimo termina siendo algo que, no solamente no nos conviene, sino que nos esclaviza, ahí es donde tenemos que empezar a poner límites.

Así que creo honestamente que las emociones que tenemos son creación de Dios, quien las hizo muy buenas, sirven para conectarnos con el ambiente, para reaccionar ante lo que sucede fuera, también hace a lo que sucede dentro de nosotros cuando recordamos aspectos de nuestra vida, cuando pensamos en experiencias, cuando miramos a nuestros hijos, por ejemplo, y nos traen pensamientos o recuerdos, cualquier reacción emocional nos habla, de alguna manera, de que estamos vivos, de que somos humanos, de que estamos conectados, en definitiva, con el entorno. Y podemos imaginarnos lo que sería vivir sin emociones cuando pensamos en el contraste de aquellos que no pueden reaccionar ante el ambiente. ¿Qué pasa, por ejemplo, con una persona que está en un estado vegetativo? ¿Qué pasa con una persona que tiene una serie de problemas profundos a nivel emocional, como sucede muchas veces en el contexto del autismo? ¿Qué sucede, por ejemplo, con muchas de las patologías de tipo psicológico, en que lo que está descolocado es precisamente una emoción?

En el caso de la depresión es la tristeza, en los problemas de conducta es la agresividad o la ira, en el caso de la ansiedad es el miedo el que se ha descolocado, sucede, por ejemplo, en muchísimas patologías de corte más psiquiátrico, más severo, como es la esquizofrenia, que se produce una especie de planicie emocional, una abulia, una especie de apatía sistemática en la que la persona prácticamente no reacciona adecuadamente a los estímulos y más bien su cerebro le juega una mala pasada, le hace vivir con muchísimo malestar, por supuesto también el producto de ese cerebro enfermo en términos de ansiedad, delirios, paranoia. La mente es algo muy complejo, y es ahí donde se albergan nuestras emociones, a pesar de que muchas veces se habla del corazón, la realidad es que no es en el corazón en donde viven las emociones, sino que en la zona más interior de nuestro cerebro, allí en lo profundo se han encontrado zonas como el sistema límbico, por ejemplo, que se encarga de capturar esa información de los sentidos, lo hace de manera automática, sin que nos demos cuenta, de una forma muy involuntaria, y eso es lo que hace demasiadas veces también que nos dejemos guiar por ellas desde ese impulso.

Victoria: ¿Y cómo podemos hacer para mantener nuestros pensamientos por buen camino?

Lidia: Las emociones deben pasar por otros filtros. Por supuesto, el Señor nos ha dotado también de una corteza cerebral que es la que se encarga de darle un tono más lógico, más racional a las emociones, pero para eso hace falta un poquito más de tiempo. La corteza prefrontal es otra zona de nuestro cerebro que se encarga de tomar decisiones y puede tener en cuenta a las emociones, pero no debería dejarse guiar solamente por ellas. Por supuesto, cuando analizamos las cosas desde ese doble punto de vista, desde la fe, entendemos que nuestras emociones han de estar sujetas al control del Espíritu Santo. Eso es lo que significa ser llenos de ese Espíritu Santo, que Él sea quien ejerce ese control sobre nuestras emociones y que podamos expresarnos en términos de ese fruto que es amor, gozo, paz paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza. Imaginemos lo que serían nuestras emociones si estuvieran sujetas de esa manera, por ese fruto del Espíritu en nosotros.

Victoria: Incluso mirando en la Biblia vemos que el Señor Jesús mostró sus sentimientos de forma pública en algunas oportunidades.

Lidia: Ahí es donde podemos darnos cuenta, podemos ver a Jesús disfrutando entrañablemente con sus amigos, podemos verle triste frente a la tumba de Lázaro, y no solamente sintiendo tristeza, sino también expresándola, sin tapujos, con su llanto. Y aquellos que estaban a su alrededor decían “mirad cómo le amaba”. Es decir, Jesús expresaba sus emociones, lo hacía públicamente, y también en privado, las traía delante de su Padre para expresarle cosas como “Mi alma está abatida hasta la muerte”, pocas horas antes de ser apresado para ir directo hacia la cruz. Y vemos a un Jesús sufriendo, vemos a un Jesús sudando gotas de sangre, lo cual habla de una extrema angustia, posiblemente de miedo extremo o de ansiedad, incluso. Y no debería, entonces, tildarse de algo malo a las emociones por el hecho de que muchas veces los humanos no sepamos controlarlas, sino que deberíamos ser capaces de ver en Jesús el modelo perfecto, ese modelo que era capaz de sentir, porque siendo 100% humano tenía esa capacidad, pero a la par, siendo 100% Dios y sometiendo su voluntad al Espíritu, era capaz de someter esas emociones a ese control y poder expresarlas claramente, sin prejuicios, pero no siendo estas emociones su guía, sino dejándose guiar por quien realmente puede marcar el tono que debemos seguir.

Así que el asunto de las emociones creo que es uno de los que peor hemos entendido, bajo esa idea bíblica de que el corazón humano es engañoso, y entendemos lo que eso significa, y nos damos cuenta de que efectivamente no puede ser la brújula de nuestra vida, pero sí deberíamos darnos cuenta de que hemos de separar las cosas, y que, si bien no es una brújula, sí es, en alguna medida, una señal, una luz roja que se enciende en nosotros, para bien o para mal, y que debemos atender. No siempre una luz roja indica que debemos hacer algo concreto, sino que significa simplemente que debemos parar un momento, analizar la situación, y tal y como pasaría con un semáforo, por ejemplo, decidir si es conveniente pasar o no, seguir pisando el acelerador o, por el contrario, pisar el freno.

Esto sucede a todos los niveles de nuestra vida. Cada vez que aparece una emoción, sea de tono positivo como la alegría, o de tono negativo, como la tristeza o el miedo, deberíamos intentar preguntarnos qué significa esa señal, por qué esa luz roja. Esto es lo que es el autocontrol, en definitiva, el ser capaces de parar, ser capaces de analizar lo que está sucediendo. Y es que a veces, incluso con el Espíritu hablando en nuestra conciencia, aparecen una serie de emociones, que es lo que sucede por ejemplo con la culpa o la vergüenza, que haremos bien en atender. La tristeza nos habla normalmente de aspectos de nuestra vida que no nos agradan, y quizás debemos analizar esa tristeza a la luz de que si lo que estamos queriendo para nuestra vida está alineado o no con los propósitos de Dios. A veces surge el miedo, en vez de la tristeza, y de lo que nos habla es de alguna clase de peligro, y deberemos analizar también si es un peligro real, y en ese caso el miedo es legítimo y es un recurso que Dios nos da para tener cuidado y ser precavidos. Si, por el contrario, es una ansiedad que se basa en un miedo irracional, si es más bien algo que debemos traer delante del Señor y que el Señor gobierne, porque no existe ese peligro tal y como lo vivimos, sino que recordamos que Dios es el que controla nuestras circunstancias.

Victoria: ¿Qué pasa cuando nos sentimos enojados o tenemos sentimientos de ira?

Lidia: Cuando sentimos ira o enfado, lo que está sucediendo ahí es que lo que no nos gusta no es algo, sino que es la reacción de alguien. Generalmente nos enfadamos con alguien, no con una situación cualquiera. Así que en esos momentos hacemos bien al detenernos frente a esa luz roja simplemente para parar a considerar con quién tengo un problema, por qué me encuentro de esta manera, y desde luego el evangelio nos invita, en Mateo, por ejemplo, en un paradigma muy interesante de resolución de conflictos, a identificar si tu hermano tiene algo contra ti, tienes que resolverlos. Entonces habla con tu hermano, busca testigos, si tienes argumento preséntalo delante de la iglesia y resuélvelo, porque merece la pena que sea resuelto. Luego ya decidirás en qué términos puedes continuar la relación, pero has de abordar esa ofensa, ese malestar causado muchas veces por el propio pecado entre nosotros, por las maneras en las que nos tratamos.

Victoria: Sin duda uno de los sentimientos que se trata de ocultar o de alejar actualmente es el sentimiento de la culpa. ¿Qué es lo que pasa con la culpa?

Lidia: La culpa es una de esas emociones de las cuales mucha gente huye. La psicología popular, no tanto la psicología científica pero sí esa clase de psicología que circula por ahí en términos muy de calle, de la que todo el mundo habla pero que muchas veces no tiene base científica, ha hablado muy en contra de la culpa como algo que hay que eliminar. Pareciera algo que va alineado con la filosofía de este siglo XXI nuestro, en el que la gente busca ser feliz a toda costa. Y ahí es donde muchas veces se elimina cualquier cosa que nos acusa malestar, y la culpa o la vergüenza no nos gusta y por eso tanta gente busca simplemente eliminarlas. Sin embargo, la culpa es una de esas emociones que nos permite parar a considerar cuál ha sido nuestro comportamiento en una determinada situación. En ocasiones puede ser culpa falsa, creada por la manipulación de alguien más, por distorsiones nuestras o por exigencias inapropiadas que nos hacemos, por ejemplo, en excesos de perfeccionismo, que realmente no podemos alcanzar pero que nos limitan y nos ponen en una situación muy compleja. Pero en otras ocasiones debemos reconocer que la culpa surge porque verdaderamente hemos hecho algo mal. Y anular esa culpa significa también anular el arrepentimiento, anular la petición de perdón, anular en definitiva uno de los conceptos más centrales del evangelio, que es el concepto de la gracia.

¿Quién puede acercarse a Dios y recibir gracia, ese regalo no merecido de su perdón, si antes no se arrepiente, si antes no se ha sentido culpable por algo? Por eso el evangelio le resulta tan molesto a las personas, porque les habla de la necesidad de arrepentimiento, la necesidad de mirar hacia adentro y reconocer que todo no está bien, que hay una ofensa, hay una deuda pendiente con el Creador, porque no alcanzamos a la medida de su santidad y que, por lo tanto, aunque nos ama profundamente, la realidad es que no puede relacionarse con nosotros como si el pecado no existiera en medio de nosotros. Así que la culpa que tantas veces intenta erradicarse, porque es algo que molesta, no solamente con respecto a Dios sino también entre personas, es absolutamente necesaria para llegar a puntos de reconciliación, para que pueda haber, como digo, ese arrepentimiento, no solo un simple remordimiento, y que se pueda llegar a perdonar. Tantas veces necesario esto, en el contexto de la familia, de las amistades, por supuesto en la iglesia también, el perdonarnos a nosotros mismos, el analizar si esa culpa que nosotros tenemos es una culpa verdadera o una culpa falsa.

Victoria: ¿Y qué es lo que sucede cuando queremos reprimir nuestras emociones? Porque ellas forman parte de lo que nosotros somos.

Lidia: Si nos damos cuenta, las emociones son una parte de nosotros que va unida a la vida misma, que es la que nos conecta con lo que sucede alrededor y dentro también, y que se trata sobre todo de intentar gestionar con madurez, no tanto de intentar eliminarlas. Cuando intentamos eliminar las emociones y hacer como que no están ahí, las emociones funcionan un poco parecido a una olla express, en el sentido de que el vapor no deja de acumularse simplemente porque no dejemos que salga por el agujerito dispuesto para ello. Más bien, cuando tapamos ese agujerito o ese dispositivo giratorio que permite que el vapor salga, el vapor sigue acumulándose. Y sabemos lo que sucede con una olla a presión que no puede descomprimir, que no puede de alguna manera dejar salir esa parte del vapor. Quizás lo pagaremos en forma de úlceras, o lo pagaremos en forma de problema gastrointestinal, en forma de migrañas o en forma de otro tipo de enfermedades que debilitan nuestro sistema inmune también y nos dan lugar a nuevos problemas, a nuevos dilemas de salud.

Es diferente a cuando hacemos una buena gestión y entendemos que las emociones están ahí como una parte propia nuestra, forman parte de nosotros, no podemos dejarnos guiar por ellas, pero sí podemos atenderlas, tenerlas en cuenta, escucharlas y ponerlas bajo el control de la parte racional, y además, esa parte racional, sujeta, si somos personas de fe, a la obra del Espíritu, a que sea él el que llene nuestros pensamientos, nuestro sentir, el que nos haga vivir conforme a los que tienen esperanzas. De ahí que en 1ª Tesalonicenses se habla de que no nos entristezcamos como los que no tienen esperanza, que no caigamos en la desesperación. Esto podríamos aplicarlo a otras emociones también, que no tengamos ansiedad como los que no tienen esperanza, de manera que cuando tengamos esa ansiedad la depositemos en manos de quien realmente puede darnos descanso. Creo que hemos hecho muy mal, muchas veces desde el cristianismo, en culpabilizar a las personas, no solamente ante el sentir emociones, sino ante esos momentos en los que las emociones son tan intensas que nos desbordan. Rápidamente entramos a juzgar, sin darnos cuenta o queriendo, no sé, no voy a juzgar las intenciones, pero sí creo que a veces hemos sido muy duros cuando ponemos cargas sobre las personas por sentir ansiedad, por tener temor, por tener incluso una tristeza que ha llevado a grandes hombres de Dios, como Moisés, como Elías, como Jeremías, como Jonás, a desear incluso la muerte.

Victoria: Bueno, y para concluir de alguna forma con todo esto que hemos hablado, ¿cómo manejamos sabiamente nuestras emociones?

Lidia: Yo creo que se trata, sobre todo, de darnos cuenta de que las emociones van a surgir, no están sujetas demasiadas veces al control voluntario, sí podemos sujetar las conductas que se derivan de esas emociones, podemos ayudar a nuestras emociones a través de un pensamiento que se sujeta a Cristo, ya que tenemos su mente, ya que estamos en una nueva naturaleza. Pero no se trata de demonizar esa reacción involuntaria, sino que se trata más bien de ir aprendiendo a ponerla en orden, de pedirle al Señor que nos ayude, por supuesto, que ayude a nuestra dificultad, que supla allí donde no llegamos, que nos dé la sabiduría que tantas veces nos falta, que podamos de una manera práctica, una y otra vez, ponernos delante de Él para que Él nos ayude, no tanto a eliminar las emociones, porque seríamos como autómatas, Dios nos ha hecho con la capacidad de amar y lo hace desde ese libre albedrío que nos ha regalado, y nos permite también sentir, pero nos anima a que esas emociones sean puestas al servicio de su propósito. Al servicio de la manera en la que Él nos ha diseñado, de una forma que esas emociones puedan glorificarle. Que si sientes como yo lo hago tantas veces ansiedad, tristeza o enfado, antes de reaccionar de manera explosiva podamos más bien escuchar su voz y pedirle que Él nos ayude a poner control.

Ojalá que podamos, de aquella manera práctica y eficaz, no tanto anular esa parte preciosa que Dios nos ha dado y que nos permite también ser sensibles a su voz, a su voluntad, a las necesidades de otros, a ser comunidad en definitiva y la familia que Él nos ha regalado ser, sino que podamos sujetarlas a Él, que podamos aprender a vivirlas como Él las quiso para nosotros, y que no necesitemos tener que sufrir las consecuencias de tener que anular algo tan bueno como eso que Él nos dio, simplemente por el hecho de no entenderlas. Victoria: Muchas gracias, Lidia Martín, por tu tiempo, y a ustedes, queridas amigas. Nos vemos nuevamente en el próximo programa de Entre Amigas.

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