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Autor: William MacDonald

Dios es absolutamente recto. Siempre obra con justicia y equidad. Invariablemente hace lo que es justo. El Señor es Dios justo y Salvador. Ningún otro dios puede compararse con Él.


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PE2270 – Estudio Bíblico
Equitativo, Justo y Recto



¿Cómo están amigos? Continuamos hablando de los atributos de Dios, y veremos hoy que el Señor es: Equitativo, Justo y Recto. En el Salmo 119:137, leemos lo siguiente:
“Justo eres tú, oh Jehová,
Y rectos tus juicios.”

Dios es absolutamente recto. Siempre obra con justicia y equidad. Invariablemente hace lo que es justo. De hecho, una manera fácil de entender el sentido de rectitud, o justicia, es concentrarse en las primeras letras: r-e-c-t-i…(recto); j-u-s-t-i… (justo). Eso es. Dios hace lo que es recto –sin excepción.

Daniel habló elocuentemente de la rectitud y justicia
de Dios. Así leemos en el capítulo 9, versículos 7 y 14:
“Tuya es, Señor, la justicia, y nuestra la confusión de rostro, como en el día de hoy lleva todo hombre de Judá, los moradores de Jerusalén, y todo Israel, los de cerca y los de lejos, en todas las tierras adonde los has echado a causa de su rebelión con que se rebelaron contra ti…. Por tanto, Jehová veló sobre el mal y lo trajo sobre nosotros; porque justo es Jehová nuestro Dios en todas sus obras que ha hecho, porque no obedecimos a su voz”.

Aquí el profeta vindicó al Señor por todo lo que Él había hecho, aunque la mayoría había sido medicina amarga para el pueblo. En efecto, él dijo: “Señor, Tú eres recto, y has obrado justa y honorablemente. ¡Hemos recibido exactamente lo que merecíamos!”

El Señor dijo, en Isaías 45:21:
“Proclamad, y hacedlos acercarse,
y entren todos en consulta;
¿quién hizo oír esto desde el principio,
y lo tiene dicho desde entonces,
sino yo Jehová?
Y no hay más Dios que yo;
Dios justo y Salvador;
ningún otro fuera de mí”.

Justo es un sinónimo de recto. El Señor es Dios justo y Salvador. Ningún otro dios puede compararse con Él.

Pablo amaba el morar en la justicia de Dios. Por ejemplo, en Romanos 3, él explica cómo el plan de salvación del evangelio resuelve un dilema espiritual. Explica cómo un Dios justo puede justificar a pecadores injustos y seguir siendo justo al hacerlo. No pasa por alto el pecado ni lo excusa. Él paga la pena completa del pecado en la muerte sustitutoria de Su amado Hijo. Entonces, Dios puede justificar a todos aquellos que reciben a Su Hijo como Señor y Salvador.

Esta solución al dilema divino, está expresada poéticamente por el himnólogo Albert Midlane:
““De Dios la rectitud y justicia perfecta
En la sangre del Salvador es atestiguada;
Es en la Cruz de Cristo que vemos trazada
Su justicia, empero con gracia maravillosa.

No podía Dios al pecador pasar por alto,
Pues su pecado demanda que sea muerto;
Mas vislumbramos en la Cruz de Cristo
Cómo puede Dios salvarnos siendo justo.

El pecado es en el Salvador cargado,
En Su sangre es pagada la deuda del pecado;
La Justicia Severa ya no queda demandando,
Ya está la Misericordia sus bienes dispensando.

Es puesto en libertad el pecador que cree,
Y logra decir: “Por mí el Salvador murió”;
Y dice, señalando la expiatoria sangre:
“Ésta alcanzó mi ansiada paz con Dios”.””

El salmista, en Salmos 85:10, dijo: “La misericordia y la verdad se encontraron; la justicia y la paz se besaron”. Lo supiera o no, el salmista estaba anticipando el Calvario. Allí la misericordia pudo desbordarse libremente para los pecadores que creen, porque allí se encontraron todas las demandas de la verdad. La paz pudo ser ofrecida por la fe, porque la cuestión del pecado se había tratado con justicia. En la cruz, de una manera muy especial, los atributos de Dios se encontraron en una unión llena de amor y gozo.

La verdad de la rectitud y justicia de Dios está designada para tener una influencia práctica en nuestras vidas. Si Él es recto, justo e imparcial, también debemos serlo nosotros, especialmente porque somos Sus representantes. Uno de los rasgos del cristiano es la práctica de la justicia (así lo vemos en 1ª Juan 3:10). Debemos esforzarnos por tener siempre una conciencia libre de ofensa hacia Dios y los demás. Esto significará que nosotros seremos justos en todos nuestros tratos. Seremos escrupulosamente honestos; nuestra palabra será de fiar. Evitaremos cualquier contacto con tratos no muy claros, evadir los impuestos, sobornar, involucrarnos en fraudes, quebrantar la ley, o usar pesas y balanzas falsas. Seremos imparciales, no favoreciendo a los nuestros, haciendo que nuestros beneficios lleguen tanto a los justos como a los injustos. No juzgaremos por las apariencias; juzgaremos con juicio justo. No aumentaremos la cuenta de gastos personales, y no cambiaremos ni aun jurando en daño propio (como dice el Salmo 15:4). Esto es, seguiremos con los acuerdos, contratos y tratos en el trabajo, a pesar de lo que pueda costarnos.

También, entonces, debemos alabar la justicia de Dios. Debemos estar agradecidos de que Él nos salva con justicia, y continúa perdonándonos, precisamente después que hemos sido salvados (como leemos en 1ª Juan 1:9), y porque Él es justo y recto en todos Sus tratos para con nosotros. Aun cuando Él nos aflige, es justo al hacerlo así. Es una bendición inefable el saber que nuestro Dios es infinitamente justo.

La rectitud de Dios es prácticamente sinónima con Su justicia, (Las palabras “recto” y “justo” son intercambiables, y por lo general son la traducción del mismo grupo de palabras hebreas en el Antiguo Testamento, y el mismo grupo de palabras griegas en el Nuevo),
y esto conlleva serias implicaciones para los que no son salvos.

Cuando el Señor se siente en el Gran Trono Blanco, Su juicio será absolutamente justo. Su veredicto estará basado en la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad. No mostrará respeto alguno por las personas. Sus juicios tratarán con los secretos de los hombres tanto como con sus pecados de hecho y omisión. Sus decisiones se basarán en el perfecto conocimiento de todo, y será completamente imparcial.

Ningún pecador debe jamás pedir justicia a Dios; pues, si recibiésemos justicia, todos seríamos juzgados y condenados. ¡Es gracia lo que necesitamos!

Bien lo expresó el conde Nicolaus von Zinzendorf, cuando escribió:
Jesús, son Tu sangre y Tu justicia
Mi belleza, y mi ropaje de gloria,
Teniendo mundos radiantes por vestidura,
Yo levantaré con gozo mi cabeza.

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