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Autor: Benedikt Peters

Con base en las palabras de Jesús sobre la adoración, podemos entender cómo y cuándo se ejerce. Con la venida de Jesús la adoración comenzó a tener un carácter distinto a través de la dádiva del Espíritu Santo.


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PE2481- Estudio Bíblico
¡Adoremos! (1ª parte)



En Espíritu y en Verdad

¡Qué gusto recibirlos Amigos para comenzar hoy, nuestra serie de programas sobre la Adoración! Y vamos ya mismo a introducirnos en el tema, estudiando juntos el versículo clave del que debemos partir para hablar de la adoración. Se encuentra en el Nuevo Testamento, y es Juan 4:23. Leemos: “La hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren“.

Tenemos que adorar a Dios en espíritu y en verdad. Esta afirmación no sólo expresa cómo debemos adorar, sino que con la venida del Señor la adoración ha experimentado un cambio fundamental. Esto se ve en que el Señor introduce su afirmación determinando un tiempo específico: “La hora viene, y ahora es“.

También tenemos que tener en cuenta lo que encontramos Juan 7:39: “Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él; pues aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado».

El Espíritu Santo en el cual y por el cual oramos y adoramos no pudo ser dado hasta que el Señor Jesús no se hiciera hombre, muriera y fuera glorificado. Por lo tanto, la adoración ha cambiado, es decir, es ahora más espiritual que en el Antiguo Testamento.

El Espíritu Santo, el Espíritu del Señor glorificado, aún no había venido, no podía venir hasta que Jesús no fuese glorificado. La dádiva del Padre fue algo verdaderamente nuevo, algo que se distinguía completamente de lo que el Espíritu Santo obraba en los creyentes del Antiguo Testamento.

La obra que realizó en los creyentes la sangre derramada del Señor, cuando él entro en el lugar santísimo, era algo completamente nuevo. Nos ha redimido para que tengamos comunión con Él como el Resucitado y para que pudiéramos tener parte en su posición celestial.

Nuestra unión con Cristo nos ha conseguido el vínculo más estrecho posible con el Dios Trino. Esto es un acontecimiento de una importancia inmensa. Por eso el Espíritu Santo venido del Señor Jesús como hombre glorificado, significa mucho más para los redimidos que para los creyentes en el Antiguo Testamento, porque da testimonio en nuestros corazones de lo que Cristo ha obrado por nosotros. Por lo tanto es verdad en todo su sentido que, como leemos en Juan 7:39 “aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado“.

Después de consumada la obra de redención vino a nosotros como Espíritu del Señor glorificado. El Hijo que desde la eternidad era Dios, haciéndose hombre entró en una nueva existencia, regresando después al cielo con algo que antes no había tenido: su humanidad. Por eso, el Espíritu Santo que el Hijo recibió del Padre y derramó después de ser exaltado, ahora puede dar un testimonio que antes de Pentecostés no pudo dar: Un hombre glorificado está a la diestra de Dios, y este es nuestro Señor y Salvador. Así el Espíritu Santo vino a nosotros con una nueva vida que Él antes no había podido impartir. En Pentecostés es cuando pudo venir, para comunicar a los redimidos el fruto pleno y todo el alcance de la salvación cumplida.

Es por eso que los redimidos en Cristo son los primeros que pueden adorar en Espíritu y en verdad, y por eso tenemos que ser muy cuidadosos y prudentes al querer tomar como ejemplo a los creyentes del Antiguo Testamento para entender lo que es la adoración. Tenemos que decirlo así de claro, porque la historia de la iglesia cristiana muestra que una y otra vez ha vuelto a caer en la adoración del Antiguo Testamento, tanto en su comprensión como finalmente también en la forma de la adoración.

Durante mucho tiempo estábamos acostumbrados a verlo casi únicamente en la iglesia católico-romana, pero desde hace unas pocas décadas estas ideas y prácticas de la adoración se están extendiendo también por los grupos evangélicos tradicionalmente conservadores y fieles a la Biblia, que en esto principalmente se apoyan en el Antiguo Testamento.

Comencemos entonces a ver algunas particularidades de la Adoración según ésta perspectiva bíblica.

Primeramente podemos entender La adoración como característica peculiar del pueblo de Dios. Como leemos en Éxodo 19:5 y 6, cuando Dios por primera vez salvó a todo un pueblo y lo hizo suyo, le dijo: “Vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra. Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes“.

Los había rescatado para que fuesen sus sacerdotes.

El apóstol Pedro, en su primera carta en el capitulo 2 y versículo 5, nos dice que todos los que han acudido a Jesucristo han sido edificados por Él para ser una casa espiritual, un sacerdocio santo. Juan en Apocalipsis 1:5 y 6 confirma que este es el propósito de Dios de la salvación cuando escribe: “Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre, y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre; a él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos. Amén“.

Un sacerdote es alguien que está autorizado y puede entrar en la presencia de Dios. Pero ¿es posible presentarse ante Dios sin caer de rodillas delante de Él en adoración? ¿Es posible permanecer mudo, aunque sea muy poco lo que hayamos visto de su grandeza?

Agradecimiento, alabanza y adoración son, por lo tanto, las características de los redimidos. Son parte de la vocación y finalidad del pueblo de Dios. Entre todos los libros de la Biblia, el más extenso es Sefer Tehilim – “El libro de las Alabanzas“, es decir, el libro de los Salmos. Ningún otro libro es citado tantas veces en el Nuevo Testamento como este libro que se encuentra justamente en el centro de nuestra Biblia. La alabanza es efectivamente lo que debe estar en el centro del pueblo de Dios.

La alabanza es la prueba de la salvación perfecta; porque solamente un redimido que tiene la certidumbre de que Dios le ha salvado y que por eso está eternamente salvo, puede adorar con toda libertad. Y la adoración es anticipar la perfección aún pendiente, es expresión de la certidumbre de la glorificación venidera.

Por otro lado podemos afirmar también que los paganos no tienen cánticos de alabanza. Los miembros de otras religiones no conocen cánticos de alabanza comparables con los del pueblo de Dios del antiguo y nuevo Testamento. Los hindúes tienen sus mantras y los musulmanes recitan sus dichos del corán en árabe.

Como contraste podemos ver que el Dios de Israel habita entre las alabanzas de Israel. Todos los redimidos que se han entregado a Él y que se reúnen alrededor de Su trono, le alaban y ensalzan sin cesar. Lo que un día harán en el cielo, como justos perfeccionados, lo comenzaron ya aquí en la tierra.

Leí una vez la historia de un joven musulmán en Pakistán. Un día oyó por primera vez en su vida los cánticos de alabanza de creyentes pakistaníes. Le conmovió de tal forma que no descansó hasta que encontró a aquel Cristo que aquellos creyentes habían ensalzado en sus canciones y hasta que él mismo pudo participar también en estos cánticos de alabanza.

Yo mismo siendo aún un hombre que buscaba a Dios, conocí los cánticos de alabanza sencillos pero entrañables de los creyentes pobres en el Panyab (India). Estos salmos con música en idioma panyabí tocaron de tal manera mi corazón, que no soy capaz de describirlo. Allí me encontré con una cosa totalmente nueva para mí, con una realidad que me cautivó y no me dejó hasta que yo mismo pude cantar a este Dios y ensalzar Su salvación.

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