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Autor: Esteban Beitze

Si todos los que se destacaron en la Biblia, incluyendo al Señor Jesús, tenían en común profundas vidas de oración, ¡cuánto más lo necesitaremos nosotros! Pero muchas veces hay otras cosas que nos distraen la atención de aquello que es imprescindible para nuestras vidas: la oración. ¡Pongamos la oración como nuestra prioridad!


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PE2797- Estudio Bíblico
Elías: La segunda oración (18ª parte)



La segunda oración

Vamos a seguir nuestro estudio sobre la vida de Elías, enfocado en las oraciones que tenemos en la Escritura. Ya vimos la primera oración, que tenía que ver con el pedido a Dios de que dejara de llover, y no llovió durante 3 años y 6 meses. La segunda oración la encontramos en 1ª Reyes 17:17-22. Después que Dios enviara a Elías a la viuda de Sarepta, donde pudo ser el medio de salvación de la vida de ella y la del hijo, sucedió otro evento tremendo donde encontramos la segunda oración que encontramos del profeta.

Allí dice, a partir del versículo 17: “Después de estas cosas aconteció que cayó enfermo el hijo del ama de la casa; y la enfermedad fue tan grave que no quedó en él aliento. Y ella dijo a Elías: ¿Qué tengo yo contigo, varón de Dios? ¿Has venido a mí para traer a memoria mis iniquidades, y para hacer morir a mi hijo? Él le dijo: Dame acá tu hijo. Entonces él lo tomó de su regazo, y lo llevó al aposento donde él estaba, y lo puso sobre su cama. Y clamando a Jehová, dijo: Jehová Dios mío, ¿aun a la viuda en cuya casa estoy hospedado has afligido, haciéndole morir su hijo? Y se tendió sobre el niño tres veces, y clamó a Jehová y dijo: Jehová Dios mío, te ruego que hagas volver el alma de este niño a él. Y Jehová oyó la voz de Elías, y el alma del niño volvió a él, y revivió”.

En esta oración volvemos a encontrar preciosas características necesarias para la contestación de nuestras oraciones:

  • Podemos observar, como en la oración pasada, que Elías oró con fe. Pero hay una alusión especial a esta historia en Hebreos 11:35. Allí dice: “Las mujeres recibieron sus muertos mediante resurrección…”. Evidentemente nuestra historia es una a las cuales hace alusión el escritor a los Hebreos. Por lo tanto, Elías era un hombre que oraba con fe.
  • Además, él oró sin rencor a pesar de la injusta y agresiva acusación de la viuda. Ella lo había acusado de ser el origen del mal que le había sobrevenido (17:18). ¿Cómo hubiéramos actuado nosotros si fuéramos Elías y nos hubieran acusado de tal injusticia como la de hacer morir al hijo? Podría haber sucedido que le hubiéramos echado en cara que ya le habíamos salvado la vida a ambos, y el mantenimiento milagroso que tenían cada día, ella la debía gracias a nuestra intervención. Quizás hubiéramos salido de la casa pegando un portazo, mascullando entre dientes “Ella no merecía nuestra presencia”.
    Pero Elías no hace nada de esto. Bien sabemos que cuando hay una cosa sin solucionar, o si en nuestra vida hay algún rencor, nuestras oraciones tendrán estorbo. En Mateo 5:23-24 el Señor justamente nos exhorta a solucionar un problema interpersonal que haya antes de presentarnos ante la presencia del Señor. En 1ª Pedro 3:7, nos advierte que, si hay un problema en el matrimonio, este tiene que ser solucionado porque de lo contrario, la oración tendrá estorbo. Ahora bien, este no era el caso de Elías. Allí estaba una mujer profundamente dolida, y él entendió esto perfectamente. Todo lo que ella pudiera decir en su dolor y el objeto del dolor mismo, su hijo muerto, Elías los llevó a la presencia del Señor. ¡Qué importante es esta lección! Elías no se defendió de la injusta acusación. Él no pegó el portazo enojado con la mujer. Simplemente dijo: “Dame acá tu hijo”. Y luego llevó el problema a la presencia de Dios. ¡Cuántas injusticias tenemos que pasar! ¡Frente a cuántas situaciones aparentemente sin solución nos puede colocar la vida! Hagamos como el profeta. ¡Llevemos nuestros problemas, las injusticias, nuestras cargas, nuestras dudas, y todo lo que pudiera surgir, a la presencia del Señor!
  • Además, Elías buscó la soledad para orar. Hizo lo que el Señor más tarde ordenaría respecto a la oración en Mateo 6:6: “Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público”. También nosotros tenemos que cerrar “puertas” y muchas “ventanas” que nos podrían distraer de la oración. Una de estas ventanas que continuamente nos quita el tiempo para orar es nuestro celular. Quizás también la computadora, la televisión, el entretenimiento, amigos, familiares, etc. Recuerdo que estaba en la casa de un misionero y él no se encontraba. La puerta estaba abierta, pude entrar, me senté en el living a esperarlo, y después de un buen tiempo de que evidentemente yo había tocado el timbre, había entrado, estaba sentado, apareció el hombre, y no había estado durmiendo la siesta sino que había estado orando. Él dijo: “tuve una cita con el altísimo”. Puso la oración frente a cualquier otra cosa. Si todos los que se destacaron en la Biblia, incluyendo al Señor Jesús, tenían en común profundas vidas de oración, ¡cuánto más lo necesitaremos nosotros! Pero muchas veces hay otras cosas que nos distraen la atención de aquello que es imprescindible para nuestras vidas: la oración. ¡Pongamos la oración como nuestra prioridad!
  • A su vez, se dirigió al único que lo podía hacer: a “Jehová”. O sea, oraba al que significa: “yo soy el que soy, el eterno, todopoderoso”. Sabía que este Dios tenía todo el poder. Confiaba plenamente en Él. ¿Es esta la dirección hacia la que acudimos con nuestros problemas? Este Señor es el mismo, hoy, ayer y por los siglos. ¡Acudamos más a Él!
  • También observamos que tenía una profunda relación personal, porque lo llama dos veces: “Jehová Dios mío”. Esto lo vimos ya en la expresión “Jehová en cuya presencia estoy” (17:1). En ella se podría destacar más bien una actitud reverencial como si estuviera a los pies de un rey. Pero acá, al decir “Dios mío” (vs. 20,21), se destaca dos veces la profunda relación personal de Elías con Dios. No era solo el Dios alto y sublime o del pueblo Israel en forma genérica. Era SU Dios, bien personal. Tenía confianza como alguien que fuera un ser cercano, como si fuera su amigo. ¡Cuánto más nosotros podemos hablar de esta afinidad! Es la que destaca Pablo en Gálatas 4:6: “Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre!”. No sólo somos hijos de Dios y formamos parte de la misma familia, sino que la afinidad y confianza con nuestro Padre celestial es comparable a la del hijito que va corriendo a los brazos del padre gritando: “¡papi, papi!” Esta confianza nos hace presentar también nuestra necesidad con toda confianza en Su presencia: “Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro” (Hb.4:16).
  • Pero Elías también se acerca a Dios con humildad. Dice “te ruego” (v.21). No fue una exigencia. Fue un pedido del profundo del corazón. Derramó su alma en la presencia de Dios como lo hizo Ana (1S.1:15). Dios no es un cajero automático de donde podemos sacar lo que queremos. Aunque haya una preciosa afinidad y confianza, Él sigue siendo el soberano Dios al cual debemos nuestra adoración, humildad y reconocimiento. Cuando venimos a Él con algún pedido, no podemos venir en forma prepotente, altiva o exigente. Debemos aplicar el principio de Pedro: “Dios resiste a los soberbios, Y da gracia a los humildes. Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte cuando fuere tiempo; echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros” (1P.5:5b-7).
  • Pero el profeta también oró con perseverancia. Oró tres veces por esta resurrección. Humanamente hablando, probablemente, nadie de nosotros hubiera dedicado siquiera una oración para revivir a un muerto, porque lo vemos como algo definitivo e inalcanzable. Pero Elías, oró tres veces por un tema humanamente imposible. Tenemos otros ejemplos de personajes que oraron tres veces por un tema especial: David, cuando huía de la rebelión comandada por Absalón (Sl.55:17); Daniel acostumbraba a hacerlo (Dn.6:10); Jesús en Getsemaní (Mt.26:41-44) y Pablo (2Co.12:8).

En el caso de Elías, ¿Cuál fue el resultado de estas oraciones? Sucedió uno de los milagros más extraordinarios de la Biblia, de los cuales sólo hay unos pocos, y la mayoría de ellos hechos por el Señor Jesús, esto es, una resurrección. Entonces oremos con perseverancia como lo hacía Elías. ¡No desmayemos en orar por aquellos que todavía no conocieron a Cristo como Salvador! Allí se puede dar la mayor resurrección: una conversión. Que seamos canales para que sucedan este tipo de milagros. Amén.

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