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Autor: Freddy Peter

La Biblia nos enseña que Dios quiere tener una relación personal con cada persona que acepta el sacrificio de Jesucristo por sus pecados. Pero ¿cómo es posible esa relación sin comunicación? ¿Cómo habla, muestra, revela Dios? En esta serie hablaremos de estos aspectos de Dios y de la persona de Dios envuelta en esta tarea.


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PE2672- Estudio Bíblico
El Señor me mostró (2ª parte)



Amigos, en el programa anterior escuchábamos sobre cómo habla Dios y vimos que lo hace a través del Espíritu Santo, que es una persona, que es Dios y que tiene características muy particulares que continuaremos estudiando. El Espíritu Santo es descrito en las Escrituras como persona y a la vez como objeto de la fe. Leemos en Mateo 28:19: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”. No solo debemos creer en él, sino también obedecerle. Hechos 10:19-20 dice: “Y mientras Pedro pensaba en la visión, le dijo el Espíritu: He aquí, tres hombres te buscan. Levántate, pues, y desciende y no dudes de ir con ellos, porque yo los he enviado”. Vemos también que en ninguna parte la Biblia se nos invita a dirigirnos al Espíritu Santo en oración.

Su ministerio es guiarnos hacia Jesús y glorificar a Dios. Nunca llama la atención sobre su propia persona. Entonces, ¿cómo debemos orar y cómo obra la divina Trinidad? Para hallar una respuesta, podemos tomar como ejemplo Efesios 3:14-17. Aquí Pablo nos enseña a orar: “Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo, de quien toma nombre toda familia en los cielos y en la tierra, para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu; para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor […]”.

Resumiendo lo visto con respecto a la pregunta ¿quién es el Espíritu Santo?, podemos concluir: En primer lugar, que Él es una persona. Además, ¡Él es Dios! y Él nunca actúa de manera independiente, sino que siempre depende del Padre y del Hijo, glorificando a ambos. También hemos visto que debemos creer en él, pero no orar a él. Esto nos lleva a la pregunta… ¿Quiénes son guiados por el Espíritu Santo? Romanos 8:14 es claro al respecto: “Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, estos son hijos de Dios”. El contexto de Romanos 8 habla de certeza y confianza. Esta es una de las respuestas más concisas de toda la Biblia a la pregunta ¿quién es en verdad un hijo de Dios?

Pongamos el ejemplo de alguien que no sabe con exactitud cuándo nació de nuevo, ¿es preciso saber la fecha exacta? ¡Claro que no!: un niño que no sabe la fecha de su cumpleaños, pero vive, es probable que haya nacido alguna vez, ¿no es cierto? Este es el caso de los hijos de Dios. Este nuevo nacimiento se manifiesta por la guía del Espíritu Santo en tu vida. El que es guiado por el Espíritu de Dios es un hijo o una hija de Dios. Todos, sin excepción. En el griego de las Sagradas Escrituras se utiliza aquí un tiempo presente, poniendo el enfoque en una continua e incesante guía. Es decir que no hace referencia a una experiencia puntual en el pasado, sino a una guía presente y constante, o sea, a una vida formándose por el Espíritu Santo. Por otro lado, la declaración de Pablo deja en claro que no todas las personas son hijos de Dios.

Querido amigo, pregúntese a usted mismo: ¿Mi conducta prueba que soy un hijo de Dios? ¿La asistencia a las reuniones de mi iglesia prueban que soy un hijo de Dios?, ¿Ser hijo de Dios tiene que ver con la lectura de la Biblia? ¿O se trata de seguir mi conciencia? Bueno, todo esto puede ser una prueba de ello, aunque no necesariamente. Solo aquel que es guiado por el Espíritu de Dios, es un hijo de Dios. A causa de que Dios nos ha creado, cada ser humano es su criatura. Hemos sido hechos a su semejanza. Tenemos las habilidades que él tiene de pensar, amar y hablar. Pero no somos divinos, ya que no poseemos su misma esencia, naturaleza o vida, la cual es inherente a Dios. Como consecuencia de la innata y heredada naturaleza pecaminosa, muchos rasgos divinos en nosotros se han corrompido. Por esta razón, el hombre natural no es un hijo de Dios, sino que por el contrario resulta ser su enemigo. Proverbios 15:8-9 dice: “El sacrificio de los impíos es abominación a Jehová. El camino del impío es abominación a Jehová”.

Notemos lo que Pablo enseña en Romanos 3:10-12: “No hay justo, ni aun uno; no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno”. Todo lo que Dios hace en la vida del hombre natural, a pesar de su condición, es un acto de gracia anticipada que consiste en que el Espíritu Santo convence al hombre de su pecaminosidad y lo lleva a Jesús. Como seres humanos podemos crear muchas cosas, por ejemplo, un robot. Pero esto no es un hombre, sino algo que se le parece, en el mejor de los casos. Solo lo que es engendrado como hombre, es hombre. Un ser humano engendrado es hijo de otro ser humano y por ende lleva consigo la naturaleza del hombre.

De igual manera es con Dios. Solo lo que es nacido de Dios es divino, eterno y sin pecado. Para poder vivir en el cielo por la eternidad y en completa santidad con Dios luego de nuestra muerte, necesitamos su vida en nosotros. Y eso es precisamente lo que recibimos al nacer de Dios. Jesús describe este proceso de forma concreta en Juan 3:3, cuando dice que: “[…] el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios”. Este renacimiento es efectuado por el Espíritu Santo en aquellas personas que reconocen su propia perdición, desesperación e incapacidad frente a Dios y ponen su confianza en el perdón de los pecados que Jesús hizo posible por medio de su muerte en la cruz.

Este es el milagro que experimenta todo aquel que se vuelve a Dios, él nos da un corazón nuevo, un nuevo sentir y una nueva identidad familiar. 2 Corintios 5:17 dice: “De modo que, si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas”. Todo esto sucede en un momento a través del Espíritu Santo. Él obra en nosotros de Diferentes maneras: Primeramente, recibimos el Espíritu que según Gálatas 3:2 es un don gratuito del Señor, no como respuesta a nuestros méritos. Luego renacemos por el Espíritu. Dice Juan 3:3-5 que esto es obra de Dios para vida eterna. Otra manera de obrar en nosotros el Espíritu es su morada en el creyente: la presencia constante de Dios, su ayuda y su obrar en nosotros. Según 2 Corintios 1:22 el sello del Espíritu está sobre los hijos de Dios, esto significa protección y preservación. Es en el mismo versículo que entendemos cómo tenemos seguridad de que las promesas de Dios son ciertas, es por la prenda o las arras del Espíritu: la certeza de que Dios guardará nuestra herencia.

En los hijos de Dios se encuentra la unción del Espíritu, que los capacita para el Servicio: capacitación para el servicio. Y según 1 Corintios 12:13, hay un bautismo por el Espíritu, esto es, la unión de todos los creyentes en el cuerpo de Cristo que es la Iglesia. Todos estos son dones incomprensibles de la gracia del Señor: no hemos contribuido en nada para obtenerlos. La conversión y el renacimiento son las grandes obras del Espíritu Santo, pero su ministerio no termina allí. Se nos fueron dados dones espirituales para todo tipo de servicio y, al mismo tiempo, el Espíritu Santo despliega en nuestros corazones el fruto del Espíritu con sus nueve manifestaciones. Gálatas 5:22-23 las describe como: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza.

Tal vez alguien se esté preguntando: ¿qué sucede con la llenura del Espíritu? Esta también es una obra especial del Espíritu Santo, pero no sucede una sola vez en la vida, sino que ¡debe ser renovada constantemente, dependiendo en todo de nuestra fe y obediencia! Esta es la razón de la exhortación explícita de Pablo en Efesios 5:18: “Antes bien sed llenos del Espíritu”.

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