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Autor: Esteban Beitze

Sea cual sea la crisis por la cual estemos atravesando, existe una misma regla, un mismo camino para que Dios intervenga: ¡Busca a Dios! ¡Acércate a Dios! ¡Pide perdón a Dios si fuera tu culpa! ¡Espera en Dios, y dirás como el salmista: “¿Por qué te abates, oh alma mía, Y por qué te turbas dentro de mí? Espera en Dios; porque aún he de alabarle, Salvación mía y Dios mío!”


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PE2967 – Estudio Bíblico
El llamado de Eliseo (64ª parte)



IMPACTO PERSONAL

En 2ª Reyes 7 encontramos el final de una trágica historia. Samaria, la capital del reino de Israel había sido sitiada tanto tiempo, que llegaron a comer estiércol de palomas e incluso llegaran a la aberración del canibalismo.

Por la palabra de Dios se anticipó una victoria sin intervención humana: “Dijo entonces Eliseo: Oíd palabra de Jehová: Así dijo Jehová: Mañana a estas horas valdrá el seah de flor de harina un siclo, y dos seahs de cebada un siclo, a la puerta de Samaria. Y un príncipe sobre cuyo brazo el rey se apoyaba, respondió al varón de Dios, y dijo: Si Jehová hiciese ahora ventanas en el cielo, ¿sería esto así? Y él dijo: He aquí tú lo verás con tus ojos, mas no comerás de ello. Había a la entrada de la puerta cuatro hombres leprosos, los cuales dijeron el uno al otro: ¿Para qué nos estamos aquí hasta que muramos? Si tratáremos de entrar en la ciudad, por el hambre que hay en la ciudad moriremos en ella; y si nos quedamos aquí, también moriremos. Vamos, pues, ahora, y pasemos al campamento de los sirios; si ellos nos dieren la vida, viviremos; y si nos dieren la muerte, moriremos. Se levantaron, pues, al anochecer, para ir al campamento de los sirios; y llegando a la entrada del campamento de los sirios, no había allí nadie.

Porque Jehová había hecho que en el campamento de los sirios se oyese estruendo de carros, ruido de caballos, y estrépito de gran ejército; y se dijeron unos a otros: He aquí, el rey de Israel ha tomado a sueldo contra nosotros a los reyes de los heteos y a los reyes de los egipcios, para que vengan contra nosotros. Y así se levantaron y huyeron al anochecer, abandonando sus tiendas, sus caballos, sus asnos, y el campamento como estaba; y habían huido para salvar sus vidas. Cuando los leprosos llegaron a la entrada del campamento, entraron en una tienda y comieron y bebieron, y tomaron de allí plata y oro y vestidos, y fueron y lo escondieron; y vueltos, entraron en otra tienda, y de allí también tomaron, y fueron y lo escondieron. Luego se dijeron el uno al otro: No estamos haciendo bien. Hoy es día de buena nueva, y nosotros callamos; y si esperamos hasta el amanecer, nos alcanzará nuestra maldad. Vamos pues, ahora, entremos y demos la nueva en casa del rey. Vinieron, pues, y gritaron a los guardas de la puerta de la ciudad, y les declararon, diciendo: Nosotros fuimos al campamento de los sirios, y he aquí que no había allí nadie, ni voz de hombre, sino caballos atados, asnos también atados, y el campamento intacto Los porteros gritaron, y lo anunciaron dentro, en el palacio del rey. Y se levantó el rey de noche, y dijo a sus siervos: Yo os declararé lo que nos han hecho los sirios.

Ellos saben que tenemos hambre, y han salido de las tiendas y se han escondido en el campo, diciendo: Cuando hayan salido de la ciudad, los tomaremos vivos, y entraremos en la ciudad. Entonces respondió uno de sus siervos y dijo: Tomen ahora cinco de los caballos que han quedado en la ciudad (porque los que quedan acá también perecerán como toda la multitud de Israel que ya ha perecido), y enviemos y veamos qué hay. Tomaron, pues, dos caballos de un carro, y envió el rey al campamento de los sirios, diciendo: Id y ved. Y ellos fueron, y los siguieron hasta el Jordán; y he aquí que todo el camino estaba lleno de vestidos y enseres que los sirios habían arrojado por la premura. Y volvieron los mensajeros y lo hicieron saber al rey.

Entonces el pueblo salió, y saqueó el campamento de los sirios. Y fue vendido un seah de flor de harina por un siclo, y dos seahs de cebada por un siclo, conforme a la palabra de Jehová. Y el rey puso a la puerta a aquel príncipe sobre cuyo brazo él se apoyaba; y lo atropelló el pueblo a la entrada, y murió, conforme a lo que había dicho el varón de Dios, cuando el rey descendió a él. Aconteció, pues, de la manera que el varón de Dios había hablado al rey, diciendo: Dos seahs de cebada por un siclo, y el seah de flor de harina será vendido por un siclo mañana a estas horas, a la puerta de Samaria. A lo cual aquel príncipe había respondido al varón de Dios, diciendo: Si Jehová hiciese ventanas en el cielo, ¿pudiera suceder esto? Y él dijo: He aquí tú lo verás con tus ojos, mas no comerás de ello. Y le sucedió así; porque el pueblo le atropelló a la entrada, y murió.”

A. La salvación

Dios obró de tal manera que la salvación del enemigo fuera completa. Obviamente, Dios no siempre actúa de la forma que nos imaginamos, pero existe una seguridad completa para aquél que vive en la presencia del Señor. Jesús prometió para aquellos que vivían completamente unidos a Él: “Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho” (Jn.15:7).

Hace unos años con mi esposa hablamos con una chica que pasó una gran crisis. A pesar de nuestra advertencia acerca de un muchacho, se había enamorado de él. Hubo varias idas y venidas donde empezó a crecer la inseguridad respecto a su decisión. Como pedía consejo le pregunté si estaba dispuesta a confiar completamente en la guía del Señor y que si no era la voluntad de Él, que lo demostrara de forma categórica. Ella asintió. Todavía le advertí que Dios podía contestar por medio de una ruptura de parte del muchacho en una forma no muy agradable. Ella volvió asentir, y ambos empezamos a orar que el Señor señalara a las claras qué es lo que quería. A las dos semanas explotó la bomba y la pobre chica descubrió una realidad inesperada y tuvo que cortar la relación. Aunque le dolió profundamente, Dios tenía un plan muchísimo mejor. Hoy está casada con un hombre de Dios y formó una preciosa familia.

Sea cual sea la crisis por la cual estemos atravesando, existe una misma regla, un mismo camino para que Dios intervenga: ¡Busca a Dios! ¡Acércate a Dios! ¡Pide perdón a Dios si fuera tu culpa! ¡Espera en Dios, y dirás como el salmista en el Salmo 42:11: “¿Por qué te abates, oh alma mía, Y por qué te turbas dentro de mí? Espera en Dios; porque aún he de alabarle, Salvación mía y Dios mío”!

B. La bendición

El caso de los leprosos todavía tiene una connotación especial. Allí estaban ellos, disfrutando de comida y riquezas en abundancia cuando se acordaron del pueblo que se encontraba encerrado y muriendo en Samaria. “Luego se dijeron el uno al otro: No estamos haciendo bien. Hoy es día de buena nueva, y nosotros callamos; y si esperamos hasta el amanecer, nos alcanzará nuestra maldad. Vamos pues, ahora, entremos y demos la nueva en casa del rey.” (7:9).

Era el momento de los leprosos, ellos estaban bien, pero se acordaron que también podrían hacer el bien y salvar la vida a muchos otros. Allí fueron y avisaron en la ciudad y luego de comprobar la veracidad de la noticia, todo el pueblo salió corriendo para aprovisionarse de la comida y las riquezas dejadas por el enemigo.

La expresión que más me llama la atención en este pasaje es: “Hoy es día de buena nueva”. Cuando la crisis estaba en su punto más dramático, allí apareció como un rayo de luz en medio de oscuridad de la tormenta, el cual los guio a buen puerto.

¡Este también es tu momento! ¡Hoy puede ser tu día de buenas noticias! Derrama tu corazón roto en la presencia del Señor. Si la crisis que enfrentas tiene su origen en malas decisiones o el pecado, pide perdón al Señor. Él está deseoso en perdonarte y restaurar lo destruido.

Ahora, si la crisis es por algo ajeno a tu responsabilidad, trae tu dolor, la pérdida, la injusticia, el abuso que sufriste, tus recuerdos, tu problema presente y el miedo futuro a la presencia del Señor. Derrama tu corazón atribulado frente al Señor y escucha su voz por medio de Su Palabra. Va ser como un bálsamo para tu alma y llenará tu corazón de paz. ¡Ahora es tu momento!

C. La punición

Pero déjame advertirte también de algo. Hay algo que Dios no puede solucionar. Esto es la incredulidad. Cada persona puede decidir cómo quiere, pero si se decide contra Dios, habrá serios problemas.

Esta historia nos presenta un dejo de tristeza. Allí había un príncipe que dudó y hasta se burló de Dios. La consecuencia fue lo que Eliseo había anticipado: “Y el rey puso a la puerta a aquel príncipe sobre cuyo brazo él se apoyaba; y lo atropelló el pueblo a la entrada, y murió, conforme a lo que había dicho el varón de Dios, cuando el rey descendió a él” (7:17; comp.7:2).

Ahora es el momento en que podrías conseguir buenas noticias de bendición para tu vida, pero puedes dejar pasar este momento. Pero déjame advertirte que las cosas, en lugar de cambiar para bien van a volverse en tu contra. En cuanto a la aceptación de la salvación el Señor advierte: “El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él.” (Jn.3:36).

En Campinhas, Brasil, un grupo de jóvenes pasó en el auto a buscar a una chica a su casa para salir de farra. La madre de la chica que era creyente, acompañó su hija al auto. Allí se asustó al ver el estado de ebriedad de los que estaban en él. Allí quiso evitar que su hija se fuera con ellos, pero no lo logró. Al final, agarrándole de la mano le dijo: “Ve con Dios y deja que Él te proteja”. La hija respondió irónica: “Sólo en el baúl, porque acá ya no entra”. A las pocas horas llamaron a la madre informando la fatal noticia, que todos los jóvenes del auto habían fallecido en un terrible accidente. El auto quedó irreconocible. La policía no se podía explicar el por qué el baúl del auto estaba indemne. Para colmo, cuando lo abrieron, encontraron una canasta llena de huevos crudos intactos en él. Se cumple una vez más, que el hombre no se puede burlar de Dios. Llega el momento que habrá que dar cuentas. Por lo tanto: ¡Ahora es tu momento, no lo dejes pasar! ¡Hoy es día de buenas nuevas!

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