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Autor: Esteban Beitze

¿Con qué alimentamos nuestra vida? ¿Qué juntamos por ahí? La alimentamos con lo que vemos, oímos, con quiénes estamos o a qué lugares asistimos. Todo alimenta de alguna forma. O alimenta nuestra carne y produce las obras de la carne, o alimenta nuestra vida espiritual produciendo el fruto del Espíritu.


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PE2939 – Estudio Bíblico
El llamado de Eliseo (36ª parte)



Una realidad

Estamos analizando la historia del potaje envenenado que encontramos en 2ª Reyes 4:38 “Eliseo volvió a Gilgal cuando había una grande hambre en la tierra. Y los hijos de los profetas estaban con él, por lo que dijo a su criado: Pon una olla grande, y haz potaje para los hijos de los profetas. Y salió uno al campo a recoger hierbas, y halló una como parra montés, y de ella llenó su falda de calabazas silvestres; y volvió, y las cortó en la olla del potaje, pues no sabía lo que era. Después sirvió para que comieran los hombres; pero sucedió que comiendo ellos de aquel guisado, gritaron diciendo: ¡Varón de Dios, hay muerte en esa olla! Y no lo pudieron comer. El entonces dijo: Traed harina. Y la esparció en la olla, y dijo: Da de comer a la gente. Y no hubo más mal en la olla.

1) Saliendo de la muerte espiritual

Me gustaría hacer un paralelo espiritual para la actualidad con esta historia. Si pensamos en la situación de nuestro mundo, este no difiere en nada de lo que fue el tiempo de Eliseo. De hecho, creo que ha empeorado ostensiblemente. La apostasía en el llamado cristianismo, la injusticia social, la idolatría, la inmoralidad y la maldad, es la realidad cotidiana, que lamentablemente se va acrecentando en la medida que se acerca el tiempo de la tribulación y la manifestación del anticristo.

En cuanto al hambre literal, según un informe de la FAO, sabemos que el 8,9% de la población del mundo padece de hambre tras la pandemia. Se calcula que esto son alrededor de 690 millones de personas en el mundo.

Pero existe una hambruna mucho más seria. Esta es la espiritual. La gente busca saciar su necesidad y vacío espiritual en todo tipo de fuente. Se parecen al hombre de nuestra historia que salió a recolectar lo que encontrara y le pareciera útil. Deambulan de un lugar al otro, probando de todo tipo de fruto que pareciera ser bueno. Pero al tener desconocimiento de lo verdadero, recogen cosas que, en lugar de alimentar su vida, la destruyen aún más. La muerte espiritual se observa por doquier. La lejanía de Dios es un hecho. Para colmo, desechan la verdad que predican los siervos de Dios. Son los menos los que se dejan convencer de aceptar el verdadero alimento espiritual.

Para muchos, la convicción que hay “muerte en esa olla” les llega demasiado tarde o no la quieren reconocer. Siguen cocinándose sus guisos espirituales mezclando creencias, religiones, buenas obras, conceptos filosóficos, humanistas, materialistas, esotéricos o hasta directamente espiritistas y satánicos. La muerte espiritual está en estas vidas, y si no se arrepienten a tiempo de su camino, su fin es la muerte eterna, la separación definitiva de Dios.

Gracias a Dios, vino el “varón de Dios”, el Señor Jesucristo. Él mismo se comparó con el grano de trigo. Bien sabemos que al molerlo se forma la harina. El ser humano sólo será salvo de la muerte eterna, si aplica “la harina”, esto es, la salvación en Jesucristo a su vida. Jesús dijo: “Jesús les dijo: Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás”. (Jn.6:35)

El vocablo “muerte” en hebreo “mawet” se encuentra 150 veces en el Antiguo Testamento. El término mawet aparece a menudo como antónimo de jayyîm («vida»).

Hay un llamado muy serio de parte de Dios hecho a Su pueblo en el pasado, pero el que también podemos hacer a esta humanidad en general y a una cristiandad apóstata donde justamente aparecen en oposición estos dos conceptos. Dice en Deuteronomio 30:19: “Llamo hoy por testigos contra vosotros a los cielos y a la tierra, de que he puesto delante de vosotros la vida y la muerte, la bendición y la maldición. Escoge, pues, la vida para que vivas, tú y tus descendientes” (RVA). ¿Ya la elegiste? ¿De qué lado te encuentras? ¿Saciaste tu hambre espiritual en el pan de vida? Si no lo has hecho, no dilates esta decisión.

2) La contaminación espiritual

Pero quisiera aplicar esta historia también a la vida de los creyentes. El hombre de nuestra historia, el que salió a buscar comida, era uno de los “hijos de los profetas”. Era alguien que había consagrado su vida a Dios, estudiaba la Palabra de Dios y buscaba trasmitir las verdades divinas al pueblo. Pero esto no le evitó que, en su desconocimiento o descuido, recolectara algo que pusiera en riesgo su vida y la de sus compañeros.

Me llama la atención acerca de estas calabazas silvestres dice: “no sabía lo que era”. Dado que no sabía lo que era, ¿por qué no las dejó, o al menos les preguntó a sus compañeros antes de meterlos en la olla? Quizás era su orgullo, su descuido o quién sabe cuál razón.

A veces los creyentes, nos involucramos en cosas dañinas simplemente por ignorancia, otras veces por descuido, y a veces incluso a sabiendas. A veces por el orgullo de creernos infalibles no preguntamos la opinión a hermanos más experimentados.

En lo personal tengo la experiencia de haberme abierto a influencias directamente satánicas por pensar que no me iba a afectar una revista de ocultismo que había comprado. Quizás sea un caso extremo, pero ¿qué cosas recolectamos al pasar que nos parecen inofensivas? En mi caso y el de mi esposa, quedamos 3 semanas sin poder dormir, con tremendas angustias, sueños angustias, pesadillas, hasta que le pedimos perdón al Señor y quemamos la revista. De hecho, intentamos quemarla y no prendía fuego. Ahí nos dimos cuenta de que estábamos jugando con algo muy serio. Le pedimos perdón al Señor, y ahí se quemó. Se ve a veces muy lindo, parece agradable, en un primer momento quizás hasta dé placer, pero luego hay influencias mortales en nuestra vida.

¡Cuántos creyentes caen a diario en diferentes pecados, por las cosas que dejan entrar a sus vidas! Y ninguno de nosotros se encuentra exento de peligro. 

Por eso, quisiera preguntarnos, ¿con qué alimentamos nuestra vida? ¿Qué juntamos por ahí? Es que la alimentamos con lo que vemos, oímos, con quiénes estamos o a qué lugares asistimos. Todo alimenta de alguna forma. O alimenta nuestra carne y produce las obras de la carne, o alimenta nuestra vida espiritual produciendo el fruto del Espíritu.

Varias veces en la Biblia encontramos el paralelismo de un recipiente de barro a la vida personal. En uno de estos pasajes el apóstol Pablo dice: “Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros” (2Co.4:7). Somos vasijas de barro, débiles, rudimentarios, pero con un gran tesoro que es la salvación de Cristo.

Por lo tanto, llenémonos de la “harina”, del pan espiritual, llenémonos de Cristo, y evitemos todo aquello que podría llevar muerte a nuestra vida y a nuestro entorno. Lo grave es que los efectos negativos no sólo afectan nuestra vida, sino que también a los que nos rodean, nuestra familia, iglesia, lugar de trabajo de estudio, amistades y, sobre todo, contrista al Espíritu de Dios que vive en nosotros.

Entonces, si de alguna manera nos hemos abierto a influencias negativas, pidámosle perdón al Señor, y “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1Jn.1:9).

Y luego: “vestíos del Señor Jesucristo, y no proveáis para los deseos de la carne” (Ro.13:14). Y como parámetro de búsqueda de lo que dejamos entrar a nuestra vida nos sirve Filipenses 4:8: “Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad”. Si esta es nuestra actitud, si esta es la forma en la que analizamos lo que entra en nuestra vida, entonces nos estamos vistiendo del Señor Jesucristo. Que esto sea una realidad en nuestras vidas. Amén.

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