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Autor: Esteban Beitze

La sunamita tenía estaba segura de que el Dios quien le había dado el hijo de la promesa, el que para ella era humanamente imposible tener, también sería capaz de resucitarlo de los muertos. Esta fe se basa en la Palabra de Dios, crece por la Palabra de Dios y confirma la Palabra de Dios. ¡Y también puede ser la nuestra!


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PE2929 – Estudio Bíblico
El llamado de Eliseo (26ª parte)



La sunamita – La resurrección del hijo

Vamos a meditar en un hecho extraordinario realizado por medio del profeta Eliseo. Después de que le había prometido y había nacido un hijo a la sunamita, leemos en 2ª Reyes 4:18-25: “Y el niño creció. Pero aconteció un día, que vino a su padre, que estaba con los segadores; y dijo a su padre: ¡Ay, mi cabeza, mi cabeza! Y el padre dijo a un criado: Llévalo a su madre. Y habiéndole él tomado y traído a su madre, estuvo sentado en sus rodillas hasta el mediodía, y murió. Ella entonces subió, y lo puso sobre la cama del varón de Dios, y cerrando la puerta, se salió. Llamando luego a su marido, le dijo: Te ruego que envíes conmigo a alguno de los criados y una de las asnas, para que yo vaya corriendo al varón de Dios, y regrese. Él dijo: ¿Para qué vas a verle hoy? No es nueva luna, ni día de reposo. Y ella respondió: Paz. Después hizo enalbardar el asna, y dijo al criado: Guía y anda; y no me hagas detener en el camino, sino cuando yo te lo dijere. Partió, pues, y vino al varón de Dios, al monte Carmelo.” (2R.4:18-25a).

A. Una tragedia inesperada

Luego que el hogar de la sunamita recibiera la bendición de un hijo en forma milagrosa, éste creció y seguramente era el orgullo de su padre ya mayor y la alegría de su madre. Pero como suele suceder a menudo, en algún momento de la vida, se viene la tormenta. La tragedia se introduce con las palabras: “Pero aconteció un día”. Fue un día como cualquier otro. Fue un día que había empezado con el deseo del hijo de estar en el campo acompañando al padre y colaborando con la siega. Esto seguramente sería de tremendo orgullo para el anciano padre. Indudablemente estaba contento de que quisiera aprender este oficio, ya veía en su hijo el sucesor de su hacienda. Cuanto antes aprendiera los diferentes pasos y amara esta tarea, tanto más tranquilo también podía estar, en que el negocio estuviera en buenas manos cuando él ya no pudiera realizarlo.

Fue un día cualquiera, pero nadie anticipaba en lo más mínimo la desventura que se avecinaba. Fue en este momento casi idílico, en el momento de mayor gozo familiar, que la tragedia sorprendió a esta pequeña familia. Sin previo aviso, la paz se terminó, se truncaron los planes y los sorprendió nada menos que la muerte.

Por los detalles que se nos narra, el dolor de cabeza, la exposición al calor del día y la estación de la cosecha pareciera ser que el niño sufrió una insolación. Esto puede producir extremos dolores de cabeza, deshidratación, fiebre y no en pocos casos, incluso la muerte.

Esto fue la realidad de esta pobre familia. Al sentirse mal, el hijo fue llevado con su madre. ¡Cómo habrá intentado calmar el dolor de su hijo, bajar la fiebre, pero en vano! Sólo el que vivió una situación similar puede tener idea de la angustia, la desesperación al ver el estado cada vez más crítico de un ser querido. Pero llegó el momento en que sucedió lo peor – su hijo expiró en sus brazos. ¡Cómo se habrá desgarrado el alma de esta madre al sentir que el tierno corazón había dejado de latir! La muerte siempre está presente entre las experiencias humanas, pero una de las peores, sin lugar a duda, es la muerte de un hijo.

Con mi esposa hemos acompañado algunos matrimonios que han perdido a algún hijo, sea por enfermedad, accidente o muerte espontánea. ¡No hay palabras que puedan describir este dolor!

Pero allí estaba la sunamita, con el hijo de la promesa, el gozo de sus ojos, el milagro de Dios, pero muerto en sus brazos.

B. Una reacción inesperada

Existen muchas formas de reaccionar ante una tragedia. Algunos quedan paralizados sin poder reaccionar, a veces, ni siquiera moverse. Otros en cambio, manifiestan su dolor a los gritos. Todavía otros se aíslan y no quieren tener contacto con nadie. Algunos pocos buscan tapar el dolor con activismo. Pero en el caso de esta mujer, aunque puede haber habido algo de lo ya nombrado, observamos una actitud rara vez encontrada.

1) Deja su problema en la cama del varón de Dios

Acá sucede algo muy raro. “Ella entonces subió, y lo puso (el cuerpo de su hijo) sobre la cama del varón de Dios, y cerrando la puerta, se salió”. Muchas veces sucede que, cuando una madre pierde a su hijo no quiere separarse de él. Algunos hasta lo mantienen abrazado sin querer soltarlo.

Recuerdo el caso de una tía de una niña de 5 años que había fallecido. Había que frenarla, porque quería tirarse adentro de la tumba que habían cavado para el pequeño ataúd. Sus gritos eran desgarradores.

La sunamita llevó el cuerpo de su hijo a la habitación del profeta que en este momento no se encontraba. ¿Por qué lo llevó allí? ¿Por qué no lo dejó en su propia cama?

Creo que para entender lo que sigue, tenemos que tener presente lo que el autor de la carta a los Hebreos, inspirado por el Espíritu, fue llevado a escribir: “Las mujeres recibieron sus muertos mediante resurrección” (Hb.11:35). Sin lugar a duda, él estaba haciendo referencia a esta mujer. Toda la actitud de ella solo la podemos entender desde el punto de vista de la fe.

Ahora bien, el hecho de depositarlo en la cama del “varón de Dios” es un anticipo de esta fe. Ella pone su carga, deposita su dolor, su corazón desgarrado en la cama del santo hombre de Dios. Es como si estuviera diciendo que ahora era un problema de Dios.

En lo personal, aparte de las pruebas que, como todos, tengo que pasar, también soy confrontado con muchas situaciones realmente trágicas de otras personas como abusos, muertes de seres queridos, graves problemas familiares, queridos hermanos que caen en pecado, etc. Muchas veces me han preguntado cómo puedo lidiar con estas historias, y si es que no me afectan. Obviamente me duelen, me preocupan y en lo posible procuro ayudar. Pero lo que tengo que hacer con los problemas es escribirlo en mi libreta de oración. Aunque no haya respuesta inmediata o ni siquiera venga alguna, lo que sí necesito es haberlo depositado en la presencia de Dios. Esto me da paz.

Creo que la sunamita hizo algo similar. Su fe le decía que su problema tenía que estar en el cuarto de oración del varón de Dios.

Busca ayuda del varón de Dios

Ella deja el cuerpo de su hijo en la habitación del profeta que en este momento no estaba, pide al esposo que le mande un siervo y prepare una cabalgadura. Frente al inesperado pedido de la esposa, él pregunta extrañado para qué lo quería ir a ver si no había alguna fecha religiosa que ameritara este encuentro. No había una razón lógica por lo que ella pudiera querer estar con Eliseo. Pero como respuesta ella solo contesta “Paz”. No sabemos qué tranquilizante pudo haber resultado esta respuesta para el esposo, pero evidentemente ya la conocía lo suficiente para saber que lo que hacía iba a estar en orden. Su espiritualidad iba a llevarla a tomar buenas decisiones.

Ella contestó “paz”. La palabra en hebreo es tan común que incluso se usa como saludo. Pero el significado es muy amplio. La palabra “shalom” es mucho más que ausencia de conflicto o lo contrario a guerra. Básicamente el término significa “completo”, “solidez”, “bienestar”, cuando uno se encuentra en armonía o concordia con otro (Jos. 9:15; 1 R. 5:12), cuando se busca el bien de una ciudad o país (Sal. 122:6; Jer. 29:7). Puede significar prosperidad material (Sal. 73:3), o seguridad física (Sal. 4:8). Pero también puede ser una referencia a bienestar espiritual. Es la paz que se relaciona con la justicia y la verdad, pero no con la maldad (Sal. 85:10; Is. 48:18, 22; 57:19–21).

Por lo tanto, si volvemos a nuestro personaje, vemos una mujer que por un lado no quería involucrar a otros en un asunto que no podían solucionar y que los hubiera llevado al profundo dolor y quizás a la desesperación. Además, si lo contaba, la frenarían para no poder hacer lo que su fe la guiaba. Por otro lado, ella tenía “paz”. Alguno podría suponer que fue algo dicho a la ligera, para que su marido no se preocupara. Pero me parece que hay mucho más detrás de esta expresión de la sunamita. Era una muestra de su fe en el Dios del profeta Eliseo. Evidentemente era también su propio Dios. Y cuando se tiene esta fe, se puede estar en paz incluso enfrentando las situaciones más adversas.

Dice F. B. Mayer acerca de esta mujer: “Estaba tan segura de que las oraciones del gran profeta le devolverían la vida, que no creyó necesario decirle a su marido lo que le había sucedido. Para qué iba a afligirlo, si el niño les sería devuelto pronto. Con noble confianza se atrevió a decir que todo iría bien, y Dios no la defraudó ni le falló.

Esta historia nos hace recordar la historia del sacrificio de Isaac por parte de Abraham. Cuando Abraham e Isaac se ponían a subir el monte Moriah, se despidió de sus siervos diciendo: “yo y el muchacho iremos hasta allí y adoraremos, y volveremos a vosotros” (Gn.22:5). Este “volveremos” está en plural. Estaba seguro de que volverían los dos. Luego Isaac le pregunta a su padre donde estaba el animal para el sacrificio. Abraham, sin saber cómo Dios se las iba a arreglar contestó: “Dios se proveerá de cordero para el holocausto, hijo mío” (Gn.22:8).

Cuando el escritor a los hebreos hace mención de ello dice: “Por la fe Abraham, cuando fue probado, ofreció a Isaac; y el que había recibido las promesas ofrecía su unigénito, habiéndosele dicho: En Isaac te será llamada descendencia; pensando que Dios es poderoso para levantar aun de entre los muertos, de donde, en sentido figurado, también le volvió a recibir” (Hb.11:17-19).

Ahora bien, en el mismo capítulo de Hebreos 11, encontramos la alusión a la fe de la mujer que recibe de regreso la vida de su hijo. La sunamita tenía una confianza tan grande que estaba segura de que el Dios quien le había dado el hijo de la promesa, el que para ella era humanamente imposible tener, también sería capaz de resucitarlo de los muertos.

Esta fe se basa en la Palabra de Dios, crece por la Palabra de Dios y confirma la Palabra de Dios. ¡Esta también puede ser la nuestra! ¡Apliquemos esto a nuestras vidas!

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