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Autor: Esteban Beitze

Creo que la lección de este pasaje es clara. No importa lo mucho o poco que tengamos, una casa abierta es una responsabilidad de cada creyente y siempre contará con la bendición del Señor. Y si nuestra hospitalidad se extiende a los siervos de Dios, seremos parte indirecta del obrar de Dios por medio de ellos.


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PE2924 – Estudio Bíblico
El llamado de Eliseo (21ª parte)



Una mujer hospitalaria

Después de que la sunamita invitara al profeta a comer todas las veces que pasaba, la mujer avanzó un paso más en su disposición al servicio al siervo de Dios. Le pidió a su esposo, como leemos en 2ª Reyes 4:10-11: Yo te ruego que hagamos un pequeño aposento de paredes, y pongamos allí cama, mesa, silla y candelero, para que cuando él viniere a nosotros, se quede en él. Y aconteció que un día vino él por allí, y se quedó en aquel aposento, y allí durmió”.

Aquí tenemos otra muestra de la espiritualidad de esta mujer. La hospitalidad respecto a invitaciones a comer se extendió a prepararle un lugar para Eliseo donde también pudiera descansar y recobrar fuerzas.

La hospitalidad es resaltada varias veces en el Nuevo Testamento. De hecho, es considerada como una muestra de una vida entregada al Señor en ofrenda viva (Ro.12:13). El apóstol también señala que en la ayuda a las viudas se debería priorizar a aquellas que hubieran ejercido la hospitalidad (1Ti.5:10).

La importancia de la hospitalidad es destacada al punto de ser un requisito para reconocimiento de ancianos (1Ti.3:2; Tit.1:8). Aunque Dios decidiera que el liderazgo de las iglesias fuera llevado a cabo por los varones, vemos la trascendencia que tienen las mujeres en esta realidad. Si no fuera por las mujeres que son las que generalmente preparan todo para una visita, muchos líderes de iglesias no lo podrían ser. Por esto estoy convencido que para que un varón sea reconocido como anciano, su esposa también tiene que apoyarlo y, una de las áreas excluyentes, es el de la hospitalidad.

Y en Hebreos 13:2 se vuelve a exhortar a esta actitud, reconociendo la bendición que esto puedo incluir: “No os olvidéis de la hospitalidad, porque por ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles”. Esta realidad la vivió literalmente Abraham cuando recibió sin saberlo al Señor mismo y a dos ángeles. La recompensa fue una charla sin igual con el Señor a favor de los habitantes de Sodoma y la promesa de un hijo que se concretó 9 meses después. Para Lot, el recibir a extraños que resultaron ser los ángeles de Dios, tuvo como consecuencia la salvación de su vida y la de sus hijas.

Es indudable que cuando hospedamos no siempre alojamos ángeles. De hecho, algunas veces podría ser hasta lo contrario, pero en este caso, nosotros seríamos los ángeles para estas personas. Pero sin lugar a duda es una actitud muy bendecida por Dios. Quizás Dios nos use para que podamos ser de bendición en la vida de nuestros invitados y otras veces, éstos lo serán para nosotros. Sea como fuere, siempre será de bendición el ser hospitalarios.

No hace poco, con mi esposa, estuvimos de gira por diferentes ciudades, y en una localidad, después de una reunión, dos hermanas diferentes que recién conocíamos ahí, se acercaron una después de la otra y nos ofrecieron alojarnos. Una todavía decía: “Mi casa es un caos, pero me encantaría alojarlos”. Que quieran alojar a completos desconocidos, es una muestra de un carácter espiritual que sin lugar a duda será recompensado por el Señor.

En el versículo 13, Eliseo da el precioso testimonio respecto de la actitud de esta mujer: “He aquí tú has estado solícita por nosotros con todo este esmero”. Encontramos aquí a una mujer maravillosa, enfocada a no dejar ningún detalle al azar. El amor por los demás, el actuar a favor de los necesitados ya de por sí es un hecho loable. Pero cuando todavía se hace con solicitud y esmero, es una actitud realmente espiritual.

Actuamos así cuando realmente lo hacemos para el Señor, cuando vemos al Señor por medio del prójimo. No en vano nos exhorta la Palabra: “Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres” (Col.3:23). ¿Cómo sería nuestro servicio, si hoy nos decidiéramos hacer todo con solicitud y esmero como para el Señor? Creo que nuestro entorno lo notaría rápidamente.

Si miramos esta historia desde el punto de vista de Eliseo, nos damos cuenta de que era un siervo de Dios, que vivía absolutamente por fe. Ya no vivía de trabajar la tierra como cuando el profeta Elías lo había llamado (1R.19:19). En ese momento había sido un hijo de un hogar pudiente. Pero había renunciado a todo para servir a Dios. Desde ahí en más, dependía completamente de Dios para su subsistencia.

En este mismo capítulo encontramos que un hombre piadoso le trae comida como una ofrenda (4:42). Es evidente que Eliseo dependía de las ofrendas de otras personas.

Entonces, volviendo a nuestra historia, encontramos una mujer que se deja mover por Dios para apoyar a Su siervo.

Eliseo lo había dejado todo por amor al Señor, pero Dios no lo dejaría en banda. Dios no es deudor de nadie. Hay una promesa que encontramos varias veces en los evangelios respecto a los que siguen el llamado de Jesús y renuncian a todo por amor a Él: “Respondió Jesús y dijo: De cierto os digo que no hay ninguno que haya dejado casa, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por causa de mí y del evangelio, que no reciba cien veces más ahora en este tiempo; casas, hermanos, hermanas, madres, hijos, y tierras, con persecuciones; y en el siglo venidero la vida eterna” (Mr.10:29,30).

Eliseo obtuvo la ayuda de una mujer que estaba al paso de su camino. Y todos los que se disponen a vivir para el Señor, tienen la promesa de recibir lo esencial de una forma especial. Incluso lazos familiares son suplidos en la familia de Dios.

A lo largo de los años en el ministerio, lejos de nuestros padres, esta realidad la hemos experimentado una y otra vez. Hemos visto la mano de Dios obrando de forma maravillosa. Por ejemplo, aunque lejos de sus abuelos de sangre, nuestros hijos tuvieron abuelos postizos que los mimaban. Y ahora que son adultos, son ellos los que los van a visitar.

Ahora bien, me llamó la atención la modestia con la cual fue equipado este cuartito. Solo había: “cama, mesa, silla y candelero” (v.10). Ella era una mujer pudiente, pero al siervo de Dios sólo le pone lo necesario. Creo ver en ello dos lecciones:

Lo primero, es que ella no hace alarde de sus pertenencias frente a otros.

Pero, en segundo lugar, puede que también haya sido una ayuda al siervo de Dios para que no fuera detenido o distraído por la comodidad de su tan importante ministerio. Si hubiera puesto más cosas allí quizás hubieran resultado en una tentación a la pereza y descuidar su llamado. Muchos siervos de Dios empezaron a descuidar su ministerio cuando empezaron a tener mayor confort y prosperidad.

La pieza amueblada en forma sencilla llevaba al hombre de Dios a buscar la comunión con Dios en el estudio, la oración y le servía para el merecido descanso en sus largos viajes. Creo que la lección de este pasaje es clara. No importa lo mucho o poco que tengamos, una casa abierta es una responsabilidad de cada creyente y siempre contará con la bendición del Señor. Y si nuestra hospitalidad se extiende a los siervos de Dios, seremos parte indirecta del obrar de Dios por medio de ellos. De la casa de Pedro se decía que Jesús “estaba en casa”. Lo que hagamos a uno de los hermanos más sencillos del Señor, se lo estamos haciendo a Él. Imitemos estos ejemplos, para nuestra bendición y para la de los demás. Que el Señor nos ayude en ello. Amén.

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