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No Hay Razón para la Resignación
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Autor: Norbert Lieth/René Malgo

¿Existe el infierno? Pareciera que la clásica doctrina del infierno estuviera más lejos de la realidad que nunca antes. El infierno no fue pensado para los humanos – y los humanos no fueron hechos para el infierno. De ningún modo nos produce una profunda y sádica alegría hablar sobre el infierno. Pero, lamentablemente es necesario.


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PE2326 – Estudio Bíblico
El infierno de Dante (2ª parte)



Hola amigos! ¿Cómo están? Decíamos la vez pasada que: Hoy, aquí en la tierra, cada ser humano vive ante la presencia del Señor y gracias a la gloria de Su poder. “Porque en él vivimos, y nos movemos, y somos” (Hechos 17:28). Ése ya no será el caso en el infierno. Y esto también significa que en esa perdición eterna ya nadie podrá convertirse a Dios. Porque, para eso, las personas necesitan la obra de convicción del Espíritu Santo, para atraerlo al Padre, y a la búsqueda del Hijo.

Como en la perdición eterna falta la obra divina de la gloria, el pecado condenado probablemente se endurecerá cada vez más y se pondrá cada vez más rebelde, y de ese modo aumentará castigo sobre castigo. Ya ni podrá arrepentirse, como podría hacerlo todavía aquí en la tierra bajo la misericordia de Dios. Para el perdido, ya quedará solamente la ira de Dios, porque aquí en la tierra ha rechazado la bondad de Dios (como se menciona en Romanos 2:4 y 5). ¡Éste es un mensaje sumamente serio y no podemos tomarlo a la ligera!

Y, por eso, el apóstol Pablo advirtió a la gente de no ser desobedientes al evangelio de Jesucristo, porque sabía cuáles son las terribles consecuencias de rebelarse contra Dios. Pablo y sus colaboradores trabajaban incansablemente para dar a conocer el gozoso mensaje de la reconciliación con Dios.

¡Nadie debía perdérselo, todos debían escucharlo! – Muchos dicen que la doctrina del infierno es sólo para hacer que la gente tenga miedo. Pero, cuando nosotros los cristianos la mencionamos, en realidad se trata del mensaje de salvación. Nuestro mensaje es que quien toma en serio a Dios y cree en Su Hijo, nunca irá a ese lugar, sino que tendrá la vida eterna. Es como cuando uno advierte a una persona de no caminar sobre una fina capa de hielo, no es porque uno quiera hacerle tener miedo, sino para evitarle una desgracia que vendría, sin lugar a dudas. “Bueno y recto es Jehová; por tanto, él enseñará a los pecadores el camino” (nos dice el Salmo 25:8).

Justamente, es una señal de amor cuando los cristianos hablan del infierno, porque con eso muestran que ellos toman en serio a Dios y Su evangelio, y que desean resguardar a la gente de esa realidad tan terrible. Y por paradójico que pueda sonar: justamente porque Dios es un Dios de amor, la perdición de aquellos que no creen en Jesús es comprensible. Porque allí donde una persona no acepta el perdón, un Dios de amor tampoco puede salvar, porque el amor no ama la injusticia (según 1 Corintios 13). Si el amor lo hiciera o tolerara, entonces el amor no sería amor. El amor tiene que castigar la injusticia y el pecado.

En la Biblia, y especialmente en el libro del Apocalipsis, Dios a menudo es denominado Justo, también por los seres celestiales. ¡Y después de todo, aquellos que Lo rodean deben conocerlo! Sus caminos son “justos y verdaderos” (dice Apocalipsis 15:3). Sus obras son justas, por eso se Le debe temer (15:4). Su juicio es descrito como verdadero y justo (16:7; y 19:2). Y Él es “el Justo y Verdadero”, quien juzga y pelea con justicia (19:11).

Nosotros no podemos ni debemos juzgar a Dios con nuestro pensamiento influenciado por el pecado. Por naturaleza tenemos un concepto demasiado débil de Su santidad, de Su justicia, y de nuestro pecado. El hecho de que justamente en Apocalipsis 20, durante el juicio final, nadie levante su voz en protesta contra Dios, deja en claro que hasta los condenados Le darán la razón (como dice Filipenses 2:10 y 11, toda rodilla se doblará y toda lengua le confesará). Si Dios fuera injusto, Él ni siquiera podría juzgar al mundo. Eso significa, en sentido contrario, que porque Él es absolutamente justo, también Su juicio es justo. Así dice Romanos 3:5 y 6: “Y si nuestra injusticia hace resaltar la justicia de Dios, ¿qué diremos? ¿Será injusto Dios que da castigo? (Hablo como hombre.) En ninguna manera; de otro modo, ¿cómo juzgaría Dios al mundo?”

La pregunta que quizás incomode a algunos es: ¿Cómo puede ser justa la condenación eterna para aquellos que nunca han escuchado algo sobre el Señor Jesucristo? ¿Será que Dios verdaderamente juzga a la gente inocente, sólo porque nosotros no les hemos llevado el evangelio? No. Es seguro que Dios no castigará con perdición eterna a ninguna persona inocente. El infierno es un lugar de justicia. Los inocentes no tienen nada que hacer en ese lugar. Pero, el rechazo del evangelio no es el único criterio para el castigo de los incrédulos. Si bien los que conocen y rechazan conscientemente el evangelio recibirán castigos más duros que otros (como leemos en Hebreos 10:28 y 29), las personas, además, serán evaluadas también por sus acciones (como se menciona en Apocalipsis 20:11 al 15).

En Romanos 1:18 al 23, el apóstol Pablo revela algo notable: explica que la ira de Dios será revelada desde el cielo sobre toda impiedad e injusticia de los humanos, “que detienen con injusticia la verdad; porque lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se lo manifestó” (versículos 18 y 19). Eso significa que los seres humanos, en realidad, conocen la verdad sobre el único y verdadero Dios, quien está airado por la impiedad e injusticia de ellos, pero ellos suprimen ese conocimiento, es decir que lo detienen a través de su injusticia (versículos 19 al 21). Ira de Dios, significa que Él se niega a tolerar el mal o a hacer la vista gorda, en cuanto a la impiedad e injusticia de los humanos. En definitiva, el apóstol Pablo, en Romanos 3:11 y 12, debe hacer una decepcionante constatación: “No hay quien busque a Dios. […] No hay quien haga lo bueno”. Es decir: ¡No hay inocentes!

La legitimidad de la “perdición eterna” se encuentra en la santidad de Dios. “El pecado es traición cósmica”, dice Robert Sproul. Dios compensará a aquellos que Lo rechazaron, Lo ignoraron, que se han burlado de Él, que Lo han reemplazado por ídolos, que han despreciado Sus mandamientos y han cometido injusticia contra Sus criaturas (así dice Apoalipsis 11:18). La condenación eterna, en definitiva, no se guía por la finitud del pecador, sino por la infinitud de Aquél contra Quien se pecó.

Es más, debemos partir de la base que el ser humano no se perderá, sino que ya está perdido, porque cada uno es injusto y pecador. Aquí y ahora se impone la pregunta: “¿Querrá Dios que todos los humanos se pierdan?” ¡No! Su voluntad expresa se encuentra en Su Palabra, y en ella dice que Dios quiere “que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad” (1 Timoteo 2:3 y 4). Todos nosotros estamos ante una puerta cerrada, pero justamente Dios mismo nos ofrece la llave para huir de la perdición y llegar a Su reino celestial sin esfuerzo propio. Esa llave es el Señor Jesucristo; Él es el Redentor de una humanidad sin salvación.

La Biblia muestra una y otra vez que Dios, verdaderamente, sólo desea la redención del ser humano y que no le agrada ver a los impíos morir en sus pecados (por ejemplo en Ezequiel 18:23; y 33:11). Por eso, en el cielo siempre hay gozo por cada pecador que se arrepiente y se convierte a Dios (nos dice Lucas 15:5 y 7).
Cuando Jesucristo estaba en la cruz, uno de los criminales crucificados con Él, le dijo una sola frase a Jesús, y, a consecuencia de eso, el Señor, inmediatamente y sin condiciones, le prometió el paraíso (como leeemos en Lcucas 23:43). Alguien dijo al respecto: “Cuando Jesús estaba en la cruz y lo torturaban, y atormentaban, se burlaban de Él y Lo escarnecían, Lo desestimaban y Lo deshonraban, Su respuesta fue: ‘Padre, ¡perdónales porque no saben lo que hacen!’ Y al criminal a su lado, a quien todos le deseaban el infierno, Jesús le prometió el cielo: ‘¡Hoy estarás conmigo en el paraíso!’ Aun en la muerte, Jesús seguía obsequiando salvación.”

Infinitos pasajes del Nuevo Testamento, testifican que Dios, en Jesucristo Su Hijo, ha derramado Su enorme gracia que es más que suficiente para todos. Nadie necesita perderse. El Hijo de Dios verdaderamente pasó por el infierno al estar en la Cruz del Gólgota, sólo para llevarnos al paraíso de Dios.

¡Cristo cumplió toda la justicia de Dios por nosotros, haciéndolo de una manera que nosotros nunca, ni siquiera en la perdición eterna, podríamos devolver! Jesucristo ya llevó la vida justa por nosotros. Él ya expió nuestros pecados en la cruz. Él murió por nosotros. Él resucitó por nosotros. Él vive para nosotros, e incluso intercede por nosotros ante el trono de Dios. Él nos entregó Su justicia (así leemos en 1 Corintios 1:30; y en Romanos 5:15 al 21); y con eso tenemos derecho a todas las bendiciones celestiales que puedan existir (como está escritoen Efesios 1:3 y siguientes). Romanos 3:22, deja claro que la única condición para eso es la fe. Porque la transferencia es realizada a través de la fe: la justicia de Jesucristo pasa a ser nuestra, nuestra injusticia ha pasado a estar sobre Él, injusticia que Él ya ha expiado en la Cruz del Gólgota. Y es así, que en Juan 5:24 Jesucristo promete: “De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida”.

Es el amor el que salva. ¡Huya del odio!
Es el cielo el que está abierto para usted. ¡Huya del infierno!

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