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Autor: William MacDonald

Dios es Santo. Moralmente perfecto en Sus pensamientos, hechos y motivaciones, y en cualquier otra forma. Está libre de todo pecado, y es absolutamente puro, inmaculado y sin mancha.


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PE2265 – Estudio Bíblico
Dios es Santo (1ª parte)



Hola amigos! Gusto en saludarles! En Isaías 6:3 leemos: “Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria”.

Dios es Santo. Su nombre es santo (dice Is. 57:15), y tal como Su nombre, así es Él. Esto significa que Él es moralmente perfecto en Sus pensamientos, hechos y motivaciones, y en cualquier otra forma. Está libre de todo pecado o, como dice Juan en 1 Jn. 1:5: “Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él”. No puede ser más santo de lo que es. Es absolutamente puro, inmaculado y sin mancha.

Aiden Wilson Toser, escribe: “Ante el fuego no creado de la santidad de Dios, los ángeles cubren sus rostros. Los cielos no son limpios, y las estrellas no son puras a Sus ojos”.

Dios aborrece el pecado y se aíra ante la más mínima manifestación de éste. No permitió que Moisés entrase en la Tierra prometida por no santificarle a Él (Nm. 20:12). La santidad de Dios Lo distingue de todas Sus criaturas (como leemos en Éx. 15:11).

El predicador del siglo XVII, Stephen Charnock, señaló que la palabra santo es el prefijo más usado delante del nombre de Dios que cualquier otro atributo. Dos ejemplos son: “el Santo” y “el Santo de Israel”.

La Biblia tiene muchos pasajes que enseñan la santidad de Dios, pero nos vamos a referir a tres de ellos solamente.

El primero es Levítico 19:2: “Santos seréis, porque santo soy yo Jehová vuestro Dios”. Realmente, Levítico 19 es uno de los capítulos principales respecto a este tema. Una y otra vez, vemos cómo Jehová dice: “Yo soy Jehová tu Dios…soy santo…seréis santos”. También vemos como esto se repite en 1 Pedro 1:15 y 16.

Después, en Habacuc 1:12 y 13, el profeta dice:
Oh Jehová, Dios mío, Santo mío….
Muy limpio eres de ojos para ver el mal,
Ni puedes ver el agravio.

Esto no quiere decir que Dios no ve lo que está pasando. Él ve cada pecado que se comete. Lo que quiere decir es que Él no puede mirar el pecado con aprobación. No puede pasar por alto la iniquidad. No puede tolerar lo que está mal.

El tercer versículo es Apocalipsis 4:8: “Santo, santo, santo es el Señor Dios Todopoderoso, el que era, el que es, y el que ha de venir”. El uso triple de la palabra santo no es tan sólo una repetición enfática; también significa que el Señor es Santo al grado más elevado.

A través del período del Antiguo Testamento, Dios enseñó el significado de la santidad por medio de lecciones gráficas. El sacerdocio, por ejemplo, mostraba que, para que los hombres y mujeres pecadores pudiesen tener acceso al Dios santo, debían acercarse por un mediador. El sistema de los sacrificios decía, en efecto, que los hombres y mujeres caídos pueden acercarse al Dios que es tres veces santo, sólo con la sangre de un sustituto sacrificado. El ritual del templo tan sólo permitía a un hombre de una raza, una tribu, y una familia para entrar en la presencia de Dios sólo una vez al año. Las leyes respecto al matrimonio, la ropa, las comidas limpias e inmundas, y las limpiezas ceremoniales proclaman que el Dios santo requiere que Su pueblo sea santo.
Llegando al Nuevo Testamento, vemos cómo la santidad toma cuerpo de hombre, el Dios-hombre, Cristo Jesús. Él fue el único que vivió una vida perfecta en esta tierra. No conoció pecado (2 Co. 5:21). No pecó (1 P. 2:22). No hubo pecado en Él (1 Jn. 3:5).
Pudo decir en Jn. 14:30: “Viene el príncipe de este mundo, y él nada tiene en mí”. No había nada en el inmaculado Salvador que respondiese a las tentaciones de Satanás. Aun Pilato tuvo que admitir tres veces que no encontraba delito en Él (como leemos en Jn. 18:38; y 19:4 y 6).

Podemos obtener un tremendo panorama de Su santidad cuando le vemos en Getsemaní. Se acercaba el Calvario. El Salvador sabía que pronto se identificaría con todos los pecados de todo el mundo. Sabía que nuestros pecados serían cargados en Él y que Él sería la ofrenda por el pecado. El mero pensamiento de tener que estar en contacto con el pecado de ese modo, le causó el más agudo sufrimiento. En Lc. 22:44, leemos que “… su sudor (era) como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra”.

Aquí vemos la diferencia entre nuestras vidas pecaminosas y la vida santa de Jesús. Nos causa dolor el resistir la tentación; a Él le causó dolor contemplarla. Agonizamos cuando decidimos no pecar; pero Él agonizó ante el pensamiento de estar en contacto con nuestros pecados.

Pero avancemos al Calvario para poder atestiguar una de las manifestaciones más grandes de la santidad de Dios. Está a punto de tener lugar el drama de la redención. Sabemos que Dios debe castigar el pecado. Su santidad le prohíbe permitirlo, excusarlo o mirar hacia otro lado. ¡Pero, espera! La víctima del sacrificio es el mismo Hijo amado de Dios, que no está ahí por pecados que Él haya cometido, sino por los míos y por los tuyos. ¿Qué hará Dios ahora? ¿Escatimará a Su Hijo? ¿Hará una excepción en este caso? ¿O derramará Su ira absoluta sobre Su Hijo inmaculado, cuando Lo vea llevando nuestros pecados en Su cuerpo sobre el madero de la cruz? Conocemos la respuesta. La santidad de Dios no puede ser acomodada. Él desenvainó Su espada y ésta hirió a Cristo.

Anne Ross Cousin, lo expresó así:
La vara el Padre levantó,
Hirió, Jesús, a Ti.
Mi culpa en Ti se castigó,
Llagado Tú por mí.
En Tu dolor hallé Señor,
Saludes para mí.

La santidad de Dios Le costó lo más querido, en el Calvario, pero podemos estar eternamente agradecidos por que Él quiso pagar el precio.

Major André declaró con gratitud:
Sobre Él [Cristo] cayó la venganza todopoderosa,
Que al infierno debiera haber condenado a todo
un mundo;
Lo soportó por una raza pecadora
Y vino a ser, así, mi refugio secreto.

George Cutting señaló que “el evangelio no habla de un Dios cuyo amor se haya expresado guiñándole el ojo al pecado, sino de un Dios cuyo amor por el pecador sólo pudo expresarse donde Sus santas demandas contra el pecado fueron justamente cumplidas, y su pena soportada exhaustivamente”.

Ahora, ¿qué efectos prácticos debería tener en nuestras vidas la verdad de la santidad de Dios? Cada indicativo (declaración) en la Biblia, gradualmente viene a ser un imperativo (mandamiento). En otras palabras, las doctrinas han sido diseñadas, no sólo para afectar nuestras mentes, sino también nuestras vidas por completo. Un hombre puede llenarse el cerebro con teología, y puede seguir siendo más frío que el hielo. No basta con conocer la verdad cristiana; ésta debe encarnarse en nosotros.

La contemplación de la santidad de Dios debe producir en nosotros un sentido de temor reverencial.

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