Cuando Dios llama dos veces: Una vida de servicio (19ª parte)

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Autor: Eduardo Cartea Millos

Al fin, hallamos a Moisés dispuesto a servir a Dios íntegramente. ¿Y yo? ¿Quién soy yo para recibir el llamado de Dios? Déjeme decirle que somos lo que Dios nos hizo. Con fallas, con limitaciones, pero siervos del Señor por Su gracia. Pablo decía: “Por la gracia de Dios, soy lo que soy”.


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PE2864- Estudio Bíblico
Cuando Dios llama dos veces (19ª parte)



Una vida al servicio de Dios

Hola ¿Cómo está?. Hoy concluiremos con la vida de este gran hombre de la Biblia y la historia que fue Moisés. A pesar de sus objeciones al llamado de Dios, emprendió la gran tarea y después realizó la enorme épica de liberar a todo un pueblo después de 4 siglos de esclavitud. No fue fácil la decisión. Dios le llamó dos veces: Moisés, Moisés desde la zarza ardiendo que no se consumía y aun con sus ochenta años, cuarenta de palacio en la corte del Faraón y cuarenta en el desierto, en la escuela de Dios, salió dispuesto a ser un instrumento en las manos del Omnipotente para cumplir sus eternos propósitos. Pero no lo hizo sin experimentar un enojo de parte del Señor, por no creer en su poder, por tratar de esquivar tamaña responsabilidad.

Curiosamente, al fin de sus años, Dios se volvió a enojar con Moisés cuando en un arrebato de ira, comprensible pero no justificado, golpeó la peña en vez de hablarle, como Dios le había mandado. Y ese enojo no tuvo vuelta atrás: Moisés no pudo entrar físicamente a la tierra prometida. Dios es muy exigente con sus siervos. Su gracia es inmensa, pero sus pretensiones son innegociables. A mayor responsabilidad, mayor demanda. Así lo dijo el Señor Jesús: “A todo aquel a quien se haya dado mucho, mucho se le demandará; y al que mucho se le haya confiado, más se le pedirá”.

Pero, el Dios de toda gracia, aunque convocó a Aarón, su hermano, para que hablara en su lugar, igual lo llamó para enviarlo a Egipto a cumplir sus propósitos. “Él te será a ti en lugar de boca y tú serás para él en lugar de Dios”. Es decir, Él hablará por ti al pueblo, como si tú mismo le hablaras, y tú le hablarás a él por mí, como si le hablara yo mismo”. ¿Era lo ideal? Tal vez no. Hubiera sido mejor que Moisés tuviera de único compañero de tareas al mismo Señor de la gloria. Pero así fue.

Al fin, hallamos a Moisés dispuesto a servir a Dios íntegramente: “E hizo Moisés y Aarón como Jehová les mandó; así lo hicieron. Era Moisés de edad de ochenta años, y Aarón de edad de ochenta y tres, cuando hablaron a Faraón”. Le tomó a Dios ochenta años moldear ese trozo de barro frágil y quebradizo y hacer la vasija que el Alfarero tenía en su mente, para Sus propósitos. Al fin, cumplió su tarea a cabalidad, y, aunque Dios no le permitió entrar en la tierra, llevó al pueblo hasta su mismo umbral y dice la Biblia que terminó sus días así: Era Moisés de edad de ciento veinte años cuando murió; sus ojos nunca se oscurecieron, ni perdió su vigor”.

Podemos decirle al Señor, como Moisés:

¿Quién soy yo? Déjeme decirle que somos lo que Dios nos hizo. Con fallas, con limitaciones, pero siervos del Señor por Su gracia. Pablo decía: “Por la gracia de Dios, soy lo que soy”.

Podemos decirle también ¿En nombre de quién iré? Iremos en el nombre del Señor. ¿Recuerda cómo fue David al encuentro del gigantón?   Leemos en el primer libro de Samuel: “Entonces dijo David al filisteo: Tú vienes a mí con espada y lanza y jabalina; mas yo vengo a ti en el nombre de Jehová de los ejércitos, a quien tú has provocado. Jehová te entregará hoy en mi mano, y yo te venceré, y te cortaré la cabeza…”. ¿Y cómo terminó el conflicto? Conocemos la historia, ¿verdad?

Cuando Juan y Pedro fueron amenazados por los religiosos de Jerusalen, después de la curación de un enfermo, a que no hablaran más, dice la Biblia que “poniéndoles en medio, les preguntaron: ¿Con qué potestad, o en qué nombre, habéis hecho vosotros esto? Entonces Pedro, lleno del Espíritu Santo, dijo: Gobernantes del pueblo, y ancianos de Israel: sea notorio a todos vosotros, y a todo el pueblo de Israel, que en el nombre de Jesucristo de Nazaret, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de los muertos, por él este hombre está en vuestra presencia sano. Este Jesús es la piedra reprobada por vosotros los edificadores, la cual ha venido a ser cabeza del ángulo. Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos”.

Nosotros solo somos siervos. Él es el Señor. De él es el poder, la gloria, la obra, la Palabra. De él son las almas. Pablo decía: “Yo planté, Apolos regó, pero el crecimiento lo ha dado Dios. Así que ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios que da el crecimiento”.

Tal vez, podamos objetar: No soy capaz.  ¡Claro que no!  Pablo, nuevamente dice: “Para estas estas cosas ¿quién es suficiente? Pero también dice: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”.

Aun hoy Dios nos dice: ¿Qué tienes en tu mano?    Permítame

preguntarle: ¿Qué don le ha dado Dios para servirle? David tenía solo cinco piedras lisas y con ellas derrotó a Goliath. La viuda de Sarepta, solo una vasija con un poco de aceite y un puñado de harina y alcanzó para alimentar a su familia por mucho tiempo. El niño del tiempo de Jesús, solo cinco panes y dos peces y el Señor proveyó para una multitud. Pedro, una barca vacía, dispuesta para el Maestro, y de ella salieron palabras de vida y bendición para aquellos que creen. ¿Qué tiene usted en su mano?

Dios multiplica sus dones y su trabajo y en su poder, lo muy poco suyo es mucho para él.

¿Podemos rechazar el llamado de Dios?  Sí, podemos. Dios no va a forzar nuestra decisión. En el caso de Moisés, Dios no veía a un hombre que rechazaba el cometido, sino que se sentía demasiado pequeño para tal empresa.

Una cosa es sentirnos insuficientes, débiles, indignos, y otra muy distinta, rechazar la oportunidad que Dios nos presenta por desidia, o por otros afectos más importantes para nosotros que la obra de Dios.

Es triste que muchos creyentes hacen oídos sordos al llamado de Dios. Pasan su vida ocupados en sus cosas. Como Pablo decía: “Cada uno busca lo suyo, no lo que es de Cristo Jesús”. ¡Qué triste perder la vida ocupados en cosas pasajeras, en vez de ocuparnos de las cosas trascendentes, eternas, que reportarán gloria al Señor y bendición eterna para nosotros!   

Dios llama. Sigue llamando, como siempre. Y déjeme decirle que El le necesita a usted, y me necesita a mí para cumplir su plan. Para edificar a su iglesia. Para ganar almas para Él. Para ayudar en su Obra, para extender Su reino.

Dios siempre llama:

  •   Personalmente. Llama a aquellos que están ocupados y preocupados. Moisés, Gedeón, Eliseo, Jeremías, Amós, Nehemías, Pablo y tantos otros recibieron el llamado de Dios mientras estaban ocupados en sus tareas espirituales o seculares, y preocupados por la obra de Dios.

Nunca llama a indiferentes, a holgazanes, a desinteresados. ¿Nos preocupa la obra de Dios? ¿Nos preocupa ver las almas perdidas?

  • Indudablemente. Su llamado es tan preciso, tan apremiante

que no se puede dilatar, soslayar, desoír. Su llamado vence nuestra resistencia.

Oigamos a Jeremías: “Me sedujiste, Señor, y fui seducido; más fuerte fuiste que yo, y me venciste… Y dije: No me acordaré más de él, ni hablaré más en su nombre; no obstante, había en mi corazón como un fuego ardiente, metido en mis huesos, traté de sufrirlo, y no pude…”.

  • Mediante distintas formas: por un llamado secreto al corazón;

por un por un conocimiento inspirador de las necesidades; por un mensaje que impacta el alma; por contacto con otros siervos de Dios, por una visión de la gloria de Dios, como fue el caso de Isaías.

–  Con un propósito. No llama por llamar. Llama para una tarea específica. Llama a salir o a quedarse.

Me impactó siempre la decisión que tomó Jim Elliot para salir a la obra misionera. Escribe su esposa Elisabeth en estos términos: 

“Hacia fines del verano de 1950, la “dirección en términos generales” de Jim, se hizo específica. Se encontró con un misionero que había estado en el Ecuador, quien le contó de las necesidades en ese campo, e hizo mención del gran reto de los terribles Aucas. Esto fue la culminación de varios años de buscar la dirección divina. Jim dedicó la mayor parte de diez días a la oración para asegurarse de que esto era lo que en verdad Dios tenía pensado para él. Recibió nueva confirmación, y escribió a sus padres acerca de su intención de ir al Ecuador. Como es comprensible, ellos, al igual que otros que conocían bien a Jim, se preguntaban si quizás su ministerio no fuese más efectivo en los EE. UU., donde tantos conocen tan poco del mensaje verdadero de la Biblia. Contestó: “No me atrevo a quedarme mientras los Quichuas perecen. ¿Qué importa si la bien concurrida iglesia en mi tierra natal necesita ser animada? Tienen las Escrituras, a Moisés y a los profetas y mucho más. Su condenación está escrita en su libreta de cheques y en el polvo de las tapas de sus Biblias”.  Y salió a la obra misionera…”.

¿Oiremos su llamado? ¿Responderemos a su demanda?

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