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Autor: Eduardo Cartea Millos

Marta era una mujer espiritual, caracterizada por su fe, su fidelidad y hospitalidad, pero también era de sangre y carne. Resalta el peligro de las preocupaciones y cuando la obra de Dios se convierte en mi obra.


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PE2872- Estudio Bíblico
Cuando Dios llama dos veces (27ª parte)



Cualidades de una mujer de Dios

Hola, qué maravilla la Biblia que nos muestra a las personas desde el punto de vista de Dios. Nosotros podemos perder la perspectiva cuando juzgamos a los demás. Dios no. Y en el caso que estamos considerando, dentro de los dobles llamados de Dios, es decir, Marta de Betania, ya hemos podido divisar varias características importantes de su vida. Permítame aún agregar una más.

Marta era una mujer espiritual. Pertenece a ese grupo de mujeres que acompañaban con su servicio el ministerio del Señor. Unas de una forma, otras de otra, pero todas manifestando en su tarea un cariño especial por el Salvador y sus discípulos, y, sin duda una devoción especial traducida en buenas obras. El hecho de que la “laboriosa” Marta no fuera como la “piadosa” María no la hace menos espiritual.

       “No tenemos autorización en las Escrituras para afirmar que la diferencia entre la tranquila y piadosa María y su laboriosa hermana fuera como la oposición entre la luz y las tinieblas. En la iglesia hay vasos de oro y otros de plata pero no tenemos justificación para decir que el carácter de María era de oro y el de Marta de plata. Estas dos hermanas de aquella familia de Betania tenían sus propios y respectivos talentos y acorde a estos cada una servía al Maestro”.

Sin duda, el ministerio de Marta, su hospitalidad, su disposición a atender las necesidades de aquellos que posaban en su casa, era un servicio espiritual hecho, como dice el apóstol Pablo en Colosenses 3.17: “Todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él”. O en el v. 23, donde completa la idea: “Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres, sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís”. 

“En el nombre del Señor Jesús”, es como si él mismo lo hiciera. “Como para el Señor”, como si él mismo lo recibiera. Así era Marta.   

Precioso e imitable carácter de una mujer de Dios.

A pesar de todo lo dicho, hay algunos rasgos en el carácter y la conducta de Marta que son advertencias para nosotros. Veamos.

El peligro de las preocupaciones.

Volvemos a Lucas 10 y en el versículo 40 leemos: “Pero Marta se preocupaba con muchos quehaceres”. Indudablemente amaba al Señor, como ya vimos. Su recibimiento y atención es destacado. En su corazón había un deseo: agasajar al Salvador. Darle lo mejor. Atenderlo como era digno de él. Con todo esmero. Con todo cariño y gratitud.  

Pero el versículo citado comienza justamente con un “pero”. Esto nos lleva a comparar su actitud con la de María, en el versículo anterior. Es evidente que en esa preocupación había algo que no estaba bien. Había un exceso de servicio, y tal vez, algo de amor propio para presentar al Señor lo mejor de su labor. ¡Sin embargo lo hacía por amor al Señor! Pero esta sobreactividad traía congoja, enfado y mal humor. Esto conducía a falta de paz y derivaba en conflicto. La preocupación interior conduce generalmente al enfado exterior.

¿Podemos decir que a Marta no le interesaba estar oyendo al Maestro? ¿Podemos decir acaso que no prefería hacer eso? No tenemos ningún derecho a hacerlo. Por lo que vimos era una mujer que conocía la enseñanza de las Escrituras, y seguramente no hubiera querido perderse la lección del Maestro, (¿quién que creyera en él no hubiera querido oírle?).

Pero Marta estaba no solo ocupada en los quehaceres de la casa, sino “preocupada con muchos quehaceres”. La palabra preocupada en el original contiene la idea de estar perturbada, abrumada, incluso obsesionada con algo, en este caso con “muchos quehaceres”. No sé lo que es preparar una comida para quince o dieciséis personas. Mi esposa sí lo sabe. Y yo he visto el trabajo que supone. Es fatigoso. Hay que estar en mil detalles, para que todo salga bien, y la comida esté lista a tiempo y a punto.

Pero en este caso había un sentimiento aún más profundo. Estaba abrumada. La tarea era una carga pesada. Además, el hecho de hacerlo sola, pudiendo compartirla con María, era un peso mayor aún.

John MacArthur lo describe vívidamente, diciendo esto:

“Pronto, sin embargo, Marta, se sintió más y más molesta con María. Es fácil imaginarse cómo su exasperación iba creciendo. Al comienzo, probablemente trató de insinuar de manera “sutil” que necesitaba ayuda, haciendo más ruido o moviendo algunos tiestos y sartenes con más fuerza de la realmente necesaria, y después dejando caer algunos utensilios u ollas de una vez y con estrépito en el lavaplatos. Debe haber aclarado su garganta o suspirado a cada rato lo suficientemente fuerte para que la oyeran en la pieza de al lado. Lo que fuera para recordar a María que su hermana necesitaba ayuda. Cuando todo esto falló, probablemente trató de echar un vistazo al rincón, o cruzar a paso firme el comedor, esperando atraer la mirada de María. Al final, sin embargo, abandonó toda pretensión de disimulo o cortesía y ventiló su agravio contra su hermana directamente frente a Jesús. En realidad, se quejó a Él y le pidió que interviniera y pusiera a María en su lugar”.

Así que no estaba gozosa haciendo la tarea. Se había transformado en una carga. Y ese sentimiento fue creciendo en intensidad hasta que le venció psicológicamente. 

El servicio en la obra del Señor no es fácil. Es muchas veces duro, difícil, ingrato. Y cuando lo hacemos sin el amor necesario, o sin descansar en el poder del Señor, el servicio se hace mecánicamente, con tedio, o con orgullo, o con fastidio. Cuando servimos al Señor con quejas, ese servicio no tendrá el valor que debe tener, ni los resultados que debe producir.

Pero, cuando lo hacemos para Él, llena de gozo el corazón, como cantamos muchas veces:

Gozo da servir a Cristo, en la vida diaria aquí.
Gozo y grande alegría siempre él me da a mí.
Gozo hay, sí en servir a Cristo. Gozo en el corazón.
Cada día él da poder, me ayuda a vencer,
Y da gozo, gozo en el corazón.

Muchas veces son sentimientos de rivalidad con otro hermano o hermana. Así debía suceder en la iglesia de Filipos, porque el apóstol Pablo dice en el cap. 4: “Ruego a Evodía y a Síntique que sean de un mismo sentir en el Señor”. Debían ser dos mujeres muy serviciales. Pero rivalizando. Debían unir sus sentimientos y propósitos “en el Señor” para que la tarea fuera efectiva y de bendición.

Muchas veces puede ser que estemos haciendo algo para lo cual no fuimos llamados. No tenemos el don, o la capacidad suficiente para hacer la tarea. Cuando ejercemos la tarea acorde al don que Dios nos ha dado, la tarea fluye, la hacemos con alegría y los resultados son maravillosos. Dios se honra con nuestra tarea. La Biblia dice: “Pero cada uno como el Señor le repartió, y como Dios llamó a cada uno, así haga”.  

A veces creemos que la espiritualidad se demuestra trabajando para el Señor. Y no es así. Muchas veces no es “la obra de Dios”, sino “nuestra obra”. Muchas veces no es actividad, sino “activismo”. ¡Y aún en la obra del Señor!

Dijo alguien: “El que siempre hace corre el riesgo de hacer demasiado”.

No hay ninguna cosa que se oponga tanto a obedecer la voluntad de Dios como la antigua naturaleza que hay dentro de nosotros, nuestra carne. Ella estará dispuesta a hacer grandes sacrificios y esfuerzos, especialmente si pueden ser efectuados bajo la apariencia de estar haciendo la voluntad divina.

O. Hallesby dice en su libro “Más allá de la religión”, cuya lectura recomiendo:

“Más importante que los hechos mismos es para el Señor el corazón que ama hacer Su voluntad y busca diligentemente conocerla, y que cuando ha logrado completa seguridad con respecto a ella, procura, con todas sus fuerzas ponerla en práctica. Esto, no obstante, duele e irrita constantemente a la carne. Por eso recurre a sus artificios diabólicos. Nos hechiza, por así decirlo, deformando nuestra perspectiva espiritual. El resultado es que comenzamos poco a poco a poner el énfasis en la acción obediente en lugar del corazón obediente. De allí en adelante hacer la obra del Señor para a ser más importante que la actitud interior en la cual la realizamos”.

 “De esta manera nace y se desarrolla la actividad egocéntrica que tan a menudo llena la iglesia de Dios con esfuerzos, transformando la obra de la viña del Señor en algo increíblemente difícil”.

Debemos recordar que “Nunca nuestra carne es más peligrosa que cuando quiere hacer la obra de Dios”. Lo que hagamos para Dios, debe ser hecho no en nuestras fuerzas, sino en el poder del Espíritu de Dios. “Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios. Si alguno habla, hable conforme a las palabras de Dios; si alguno ministra, ministre conforme al poder que Dios da, para que en todo sea Dios glorificado por Jesucristo, a quien pertenecen la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén”.

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