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Autor: William MacDonald

Un enfoque claro sobre algunas de las principales enseñanzas de la Biblia: ley y gracia, venidas de Cristo, Israel y la Iglesia, expiación, dos naturalezas, y más.


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PE2421- Estudio Bíblico
¿Cuál es la diferencia? (6ª parte)


 


Amigo: déjeme decirle que hay pocas claves más útiles para entender el Nuevo Testamento que la comprensión de la diferencia entre la posición y la práctica del creyente. Si no se ve esta distinción, habrá momentos en que se hallarán pasajes que parecerán realmente problemáticos e incluso aparentemente contradictorios. Es necesario comprender que la posición del cristiano es la posición que tiene en Cristo: lo que Él es en Cristo. Su condición, o estado, o práctica, es lo que él es en sí mismo; o mejor dicho, lo que debiera ser. Existe una diferencia entre lo que el creyente es en Cristo y lo que es en sí mismo, pues la gracia ha dado al hombre en Cristo una posición absolutamente perfecta delante de Dios.

Como indica la Biblia, él es aceptado en el Amado, y completo en Cristo; sus pecados han sido perdonados y está revestido de toda la justicia de Dios. Pero desafortunadamente, la práctica del creyente es una cosa distinta; está lejos de ser perfecta. En la mayor parte de los casos varía día a día: en ocasiones el creyente se halla espiritualmente sobre la cumbre de la montaña, en otras ocasiones se halla en el valle de la derrota. A pesar de esto, la voluntad de Dios es que nuestra práctica se vaya aproximando progresivamente a nuestra posición. A partir del amor a Aquel que murió por nosotros, nuestras vidas diarias deberían estar en constante crecimiento a la semejanza de Cristo. Naturalmente, nunca llegaremos a un estado perfecto en esta vida; esto no tendrá lugar hasta que muramos o hasta que el Salvador venga. Pero el proceso debería ir en continuo progreso; deberíamos llegar a ser en la práctica más y más en semejanza a lo que somos en posición, ya que esta es una gran manera de darle gloria a Dios.

Ahora, amigo: ¿cómo puede usted saber si un pasaje particular está hablando de posición o de práctica? Bien, se debe estar atento a expresiones como “en Cristo”, “en el Amado”, o “en Él”. Cuando se hallan expresiones así, por lo general se puede estar seguro de que el autor está hablando de nuestra posición. La mejor forma de identificar nuestra práctica es notar cuando un versículo dice lo que deberíamos ser o hacer. El orden invariable del Nuevo Testamento es el de hallar primero la posición, después la práctica. Varias de las epístolas se hallan estructuradas en este orden. Por ejemplo, en Efesios, los primeros tres capítulos describen lo que somos en Cristo; los últimos tres describen lo que deberíamos ser en nuestra vida diaria. En los tres primeros nos hallamos en lugares celestiales en Cristo; en los tres últimos estamos tratando con los engorrosos problemas del hogar y del mundo de las actividades.

Lo invito, amigo, a que veamos algunos ejemplos, que nos van a mostrar cuán útil es estar consciente de esta distinción al estudiar el Nuevo Testamento.

Como primer ejemplo citaré dos versículos. Hebreos 10:14 señala: “Porque con una sola ofrenda ha hecho perfectos para siempre a los que son santificados”. Por otro lado, en Mateo 5:48 leemos: “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro padre que está en los cielos es perfecto”. El primer versículo dice que los creyentes son perfectos; el segundo dice que todos los creyentes deberían ser perfectos. Esto parecería una contradicción si no nos diéramos cuenta de que el primero habla de nuestra posición y el segundo, de nuestro deber de transformación permanente.

Otro ejemplo lo ofrecen dos versículos del libro de Romanos: “Los que hemos muerto al pecado ¿cómo viviremos aún en él?”, dice Romanos 6:2. Y el versículo 11 agrega: “Así también vosotros consideraos muertos al pecado”. Usted está muerto al pecado: ésta es la posición en la que la gracia le ha situado. Ahora debe estar muerto al pecado día a día: esto es lo que su práctica debiera ser.

También en el libro de Romanos se nos presenta otro ejemplo de este tipo: “A todos los que estáis en Roma, amados de Dios, llamados a ser santos”, dice Romanos 1:7. Y el capítulo 16 verso 2 señala: “Que la recibáis en el Señor como es digno de los santos”. Aquí Pablo se dirige a los cristianos en Roma como a santos; eran personas “puestas aparte”. Si eran salvos, eran santos. Pero los santos deberían comportarse como tales; este es el lado práctico de la cuestión, como se muestra en el segundo versículo.

Por último, amigo, quisiera que sepamos diferenciar entre los conceptos de relación y comunión, asociados a esta idea de posición y práctica. ¿A qué me refiero con esto? Bien, cuando una persona nace de nuevo se forma una nueva relación: viene a ser un hijo de Dios. Juan 1:12 es un versículo que ya hemos mencionado varias veces, pero que es clave: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios”. Hay algo en los nacimientos que los hace ser definitivos. ¿Ha pensado alguna vez acerca de esto? Una vez que ha habido un nacimiento permanece para siempre; no se puede ir para atrás y deshacerlo. Digamos, por ejemplo, que los García acaban de tener un hijo. No importa lo que suceda, aquel niño será siempre hijo de los García, y ellos serán siempre sus padres. Más adelante en la vida puede llegar a deshonrar a su familia, y ser causa de gran dolor. Pero la relación permanece: el señor García es el padre, y él es aún el hijo de García. Ahora apliquemos esto al creyente: mediante el nuevo nacimiento se forma una relación con Dios el Padre. Romanos 1:16 señala que “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios”. Y Gálatas 4:7 afirma: “Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero de Dios por medio de Cristo”. Se trata de una relación que no se puede romper. Cuando se ha llegado a ser hijo, por siempre se es hijo.

Pero existe en esta verdad el otro lado de la moneda, y este lado es el de la comunión. La comunión significa “compartir en común”. Si la relación es unión, entonces la comunión sigue. Y mientras que la relación es una cadena que no puede ser rota, la comunión es un delicado hilo que se rompe con mucha facilidad. El pecado rompe la comunión con Dios, Él no puede andar en comunión con Sus hijos cuando ellos pecan. “Dios es luz, y no hay ninguna tiniebla en Él”, señala 1 Juan 1:5; Él no puede gozar de comunión con los que estén escondiendo maldad en sus vidas. La comunión permanece rota en tanto que el pecado permanece sin confesar y sin ser abandonado. Y la rotura de la comunión es algo muy serio. Por ejemplo, una decisión tomada por un creyente cuando no está en comunión con Dios podría poner una mancha sobre el resto de su vida; su alma ha sido salvada, pero su vida puede quedar perdida. La rotura de la comunión atrae la disciplina de Dios: aunque el creyente se halla libre del castigo eterno por sus pecados, no se halla libre de las consecuencias del pecado en su vida; y además, como se explica en 1 Corintios 3:15, la rotura de la comunión resultará en una pérdida de galardones ante el Tribunal de Cristo. Todo el tiempo pasado fuera de comunión con Dios es un tiempo perdido para siempre.

Así mientras que nos gozamos en la verdad de que nuestra relación con Dios es imposible de romper, deberíamos temer mucho cualquier cosa que rompa nuestra comunión con nuestro Padre. En realidad, el conocimiento de que la gracia nos ha introducido en una relación tan maravillosa debería constituir nuestro más poderoso motivo para mantener una comunión continuada con el Señor.

La gracia no alienta el pecado; constituye su más poderoso freno. Por otro lado, en 1 Juan 2:1 leemos: “Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo”. Esto se escribe a los hijos, a aquellos que han nacido en la familia de Dios. El ideal de Dios era que Sus hijos no pecaran. Pero pecamos, y Dios ha procurado una provisión: “…y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre”. Dios es aún nuestro Padre, incluso cuando pecamos. ¿Cómo puede esto ser así? Porque la relación es algo que no se puede romper. ¿Qué sucede cuando pecamos? “Abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo.” Él empieza inmediatamente a obrar en nuestras vidas, llevándonos al lugar en el que nos hallemos dispuestos a confesar y abandonar nuestros pecados, para así gozar de nuevo de la comunión del Padre. Querido amigo, cuando aprendamos a distinguir entre posición y práctica, y entre relación y comunión, tendremos una gran ayuda para comprender varios pasajes de las Escrituras. Asimismo podremos apreciar la seguridad eterna que poseemos en Cristo y ello nos motivará a vivir en comunión con el Padre que tanto nos ama.


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