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Autor: William MacDonald

Un enfoque claro sobre algunas de las principales enseñanzas de la Biblia: ley y gracia, venidas de Cristo, Israel y la Iglesia, expiación, dos naturalezas, y más.


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PE2420- Estudio Bíblico
¿Cuál es la diferencia? (5ª parte)


 


¡Amigos, bienvenidos a otro programa! Hoy estaremos conversando sobre dos importantes conceptos bíblicos: la santificación y la justificación. La palabra “santificar” significa principalmente “poner aparte”. Existe toda una familia de palabras (santificar, santo, santificación, santidad, consagrar, consagración, consagrado) que tienen todas el mismo significado básico. Muy a menudo la santificación significa el proceso de separarse de lo común o inmundo para el servicio divino. Pero no siempre es así. Si se recuerda que santificar significa “poner aparte”, se tendrá una definición que se ajusta a todos los casos.

En el Antiguo Testamento Dios santificó el séptimo día; los primogénitos tanto del hombre como de las bestias eran consagrados a Dios; a los sacerdotes se les ordenó que se santificaran al Señor, y el tabernáculo y todos sus utensilios fueron santificados. En el Nuevo Testamento se utiliza la santificación principalmente con respecto a las personas. No obstante, Jesús dijo en el libro de Mateo que el Templo santifica al oro que hay en él, y que el altar santifica el don que se ofrece sobre él. Asimismo en 1 Timoteo 4:5 Pablo enseñaba que cuando damos gracias por nuestros alimentos, éstos son santificados. Con respecto a la santificación de las personas, según Juan 10:36 Dios santificó a Cristo y lo envió al mundo; esto quiere decir que el Padre puso aparte a Su Hijo para la obra de salvarnos a nosotros de nuestros pecados. Juan 17:19 nos explica que Jesús se santificó a Sí mismo, se colocó aparte a Sí mismo a fin de interceder por Su pueblo. En 1 pedro 3:15 hay también un sentido en el que Cristo debería ser santificado por todos los creyentes: “Santificad a Dios el Señor en vuestros corazones…”; esto significa ponerle a Él aparte como el Señor indiscutible de nuestras vidas.

Más allá de estos sentidos que he mencionado, amigo, quisiera dejar en claro otras cuatro clases importantes de santificación que deberíamos distinguir al estudiar el Nuevo Testamento. Estas son: la santificación de preconversión, la santificación posicional, la santificación progresiva, y la santificación perfecta. ¿A qué me refiero con cada una de ellas?

Bien, la “santificación de preconversión” se refiere al hecho de que mucho antes de que una persona nazca de nuevo, el Espíritu Santo ha estado obrando en su vida, poniéndole aparte del mundo para pertenecer a Cristo. En 2 Tesalonicenses 2:13 el apóstol Pablo les recuerda a los tesalonicenses que había tres pasos en su salvación: su elección por parte de Dios, su santificación por el Espíritu, su fe en la verdad. Note, amigo, que su santificación tuvo lugar antes de que creyeran y fueran salvos.

Luego está la “santificación posicional”, que se da en el momento en que una persona nace de nuevo. Esto significa que, por lo que respecta a su posición ante Dios, está perfectamente puesta aparte para Dios, separada del mundo, porque está “en Cristo”. Cada verdadero creyente es un santo; ha sido separado para el Señor. Ésa es su posición. Así, en 1 Corintios 1:3 se describe a todos los cristianos en la iglesia local de Corinto como “santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos”. No siempre se comportaban muy santamente, pero por lo que a su posición se refiere, ellos eran santos: santificados en Cristo Jesús.

Por otro lado, la “santificación progresiva o práctica” se refiere a lo que debería realizarse en nuestras vidas diarias. Deberíamos estar viviendo vidas de separación para Dios saliendo del pecado y del mal. Los santos deberían ir santificándose cada vez más. Es este aspecto de la santificación al que Jesús se refiere en Juan 17:17 cuando oraba por los suyos: “Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad”. Siempre que se hallan exhortaciones con respecto a la santificación o a la santidad se puede tener la certeza de que el tema es el de la santificación práctica. Así, Pedro apremia en su Primera Carta 1:15: “…como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir”. ¿Cómo se transforma el cristiano en más santo, más semejante al Señor Jesús? La respuesta la hallamos en la 2 Epístola a los Corintios 3:18: “Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor”.

La santidad práctica proviene de nuestra ocupación con el Señor. Es un principio en la vida que nos vamos asemejando a aquello que adoramos. Cuanto más contemplemos a Cristo, tanto más nos volveremos como Él es. El Espíritu Santo obra esta maravillosa transformación: ¡no de repente, sino de un grado de gloria a otro!

En último lugar, sobre la “santificación perfecta” leemos en Colosenses 1:22: “… para presentaros santos y sin mancha e irreprensibles delante de él”. Este versículo se refiere al día en el que la iglesia recibirá su santificación definitiva. En este sentido Efesios 5:27 agrega también: “A fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha”.

Querido amigo, de ahora en más, cuando lea su Biblia será de gran ayuda para usted que siempre que se hallen palabras que traten de la santidad, se pregunte: “¿Sucedió esto antes de la conversión? ¿Es esto lo que soy en Cristo? ¿Es esto lo que debería ser yo más y más cada día? ¿O es esto lo que seré cuando sea introducido a la gloriosa presencia del Señor Jesucristo?”. Estas son algunas preguntas claves para que pueda aprovechar mejor su lectura.

El otro concepto que quisiera compartir con usted en este día, es la justificación. El Nuevo Testamento enseña que estamos justificados por gracia, fe, sangre, poder, y por las obras. Esto hace que la justificación sea un terreno en el que podría darse bastante confusión, si no contradicción, a no ser que nos demos cuenta de que en cada caso se está presentando un aspecto distinto del mismo tema.

Ante todo, ¿qué es lo que significa justificación? Justificar significa “declarar justo”. No significa hacer justo, sino declarar ser justo. Se trata de un término legal que proviene de los tribunales: no somos justos por nosotros mismos, no poseemos justicia; pero cuando recibimos a Jesucristo como Señor y Salvador, Dios nos cuenta como justos en base a la obra de Cristo en la cruz. El pecador que cree es revestido de toda la justicia de Dios. 2 Corintios 5:21 señala: “Al que no conoció pecado [Cristo], por nosotros [Dios] lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él”.

Veamos ahora, amigo, los cinco aspectos de la justificación.

En primer lugar, la justificación es por la gracia. Leemos en Romanos 3:24: “siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús”. Esto significa que ninguno merece ser justificado, ni tampoco puede hacer méritos para ganárselo; tiene que recibirlo como un don.

En segundo lugar, la justificación es por la fe. “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo”, señala Romanos 5:1. Esto significa que cada uno debe recibir la justificación por un acto definido de confianza en el Salvador, confesando ser digno solamente del infierno a causa de su pecado.

La justificación es también por la sangre, como bien lo indica Romanos 5:9 “…estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira”. Esto se refiere, naturalmente, al precio que tenía que ser pagado a fin de que yo pudiera ser justificado. El santo Salvador derramó Su preciosa sangre para cancelar la deuda que mis pecados habían acumulado.

Mientras que no hay ningún pasaje de las Escrituras que diga con estas mismas palabras que somos justificados por poder, esta verdad está contenida en Romanos 4:25: “[Él] el cual fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación”. Aquí nuestra justificación se relaciona inmediatamente con la resurrección de Cristo. Así, nuestra justificación queda inseparablemente relacionada con el poder que levantó a nuestro Señor Jesús de los muertos.

Finalmente, estamos justificados por las obras. En un versículo que se ha prestado para gran confusión Santiago 2:24 señala: “Vosotros veis, pues, que el hombre es justificado por las obras, y no solamente por la fe”. La intención de Santiago aquí no es enseñar que la justificación se obtiene inicialmente haciendo buenas obras, ni que somos justificados con fe y obras. Lo que él está diciendo es que somos justificados por el tipo de fe que resulta en una vida de buenas obras. Así que, cuando hablamos de la justificación por las obras, queremos decir que las obras son la manifestación exterior de que realmente hemos sido justificados por la fe. Las obras no son la causa; son el efecto. No son la raíz; son el fruto.

Habiendo aclarado estos dos conceptos quisiera ahora preguntarle: ¿Ha sido usted justificado por la sangre de Cristo? ¿Cómo va su proceso de santificación progresiva y práctica? ¿Está usted siendo transformado? Espero, amigo, que pueda meditar en estas verdades que estuvimos estudiando y que le ayuden a usted a crecer en su relación con Dios.


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