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Autor: William MacDonald

Un enfoque claro sobre algunas de las principales enseñanzas de la Biblia: ley y gracia, venidas de Cristo, Israel y la Iglesia, expiación, dos naturalezas, y más.


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PE2418 – Estudio Bíblico
¿Cuál es la diferencia? (3ª parte)


 


¡Amigo, espero que se encuentre bien! El tema que estaré compartiendo hoy con usted, es uno fundamental, que debe quedar bien claro para todo cristiano, pero también para aquellos que aún conocen poco sobre Dios y su relación con la humanidad.

Hablaremos de la ley y la gracia. Ambas son dos maneras opuestas en las que Dios trata con la raza humana. Podemos describirlas como principios distintos bajo los que Él prueba al hombre, o como pactos que Él ha hecho con Su pueblo. En Juan 1:17 leemos: “Pues la ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo”. Bajo el principio de la ley el hombre recibe lo que se gana o merece. Bajo la gracia se le libra de lo que se merece y recibe riquezas más allá de toda descripción; todo ello como un don de gracia. Los dos principios son descritos así en Romanos 4:4 y 5: “Pero al que obra, no se le cuenta el salario como gracia, sino como deuda; mas al que no obra, si no cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia”. La gracia y la ley son mutuamente exclusivas, es decir, no pueden ser mezcladas. En este sentido Romanos 11:6 agrega: “Y si por gracia, ya no es por obras; de otra manera la gracia ya no es gracia”.

Lo invito ahora, amigo, a ver algunas características bien opuestas de la ley y la gracia. La ley es un pacto condicional. Dios dice: “Si obedecen, los premiaré, pero si desobedecen, tendré que castigaros”. Contrariamente, la gracia es un pacto incondicional. Dios dice: “Os bendeciré de pura gracia”. Por otro lado, la ley dice “haz”, mientras que la gracia dice “cree”. Pero creer no impone una condición; constituye simplemente una respuesta razonable de una criatura a su Creador. Asimismo, bajo la ley se demanda la santidad, pero no se provee ningún poder para vivir una vida santa. Bajo la gracia se enseña la santidad y se provee el necesario poder. La ley trae una maldición: “Maldito todo aquel que no permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas” señala Gálatas 3:10. Sin embargo, la gracia trae bendición: “Siendo justificados gratuitamente por Su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús”, leemos en Romanos 3:24.

Amigo, bajo la ley no hay ninguna seguridad de salvación; nadie podría saber si habría efectuado suficientes buenas obras. Pero bajo la gracia existe una plena seguridad debido a que la salvación es un don, un regalo recibido completo en sí mismo. Una persona bajo la ley nunca podría tener una verdadera seguridad, pero bajo la gracia el creyente goza de seguridad eterna debido a que su salvación depende de la obra de Cristo y ninguna otra cosa. Bajo la ley nunca terminaría el trabajo; sin embargo, la gracia nos habla de una obra acabada. La ley nos dice qué es lo que el hombre debe hacer. La gracia nos revela lo que Dios ha hecho en Cristo. Es fundamental comprender, amigo, que no hay salvación por la ley: Dios nunca dispuso que nadie se salvara mediante tal principio. El propósito de la ley es mostrar al hombre que es un pecador: “Por medio de la ley es el conocimiento del pecado” señala Romanos 3:20, no el conocimiento de la salvación. La salvación es por la gracia, es el don libre y sin reservas por parte de Dios a aquellos que reciben al Señor Jesucristo como la única esperanza para ir al cielo.

Creo que todo esto se podría resumir con una frase muy clara: “La gracia no consiste en buscar hombres para poder aprobarlos por su bondad, sino en buscar hombres condenados, culpables, sin excusa, e inermes a los que poder salvar, santificar y glorificar”.

Hasta aquí, amigo, hemos visto algunos aspectos sobre la gracia de Dios y cómo ella es nuestro único medio para alcanzar la salvación. Ahora quisiera tener algunas palabras sobre este tema de “la salvación”.

Cuando llegamos a ser cristianos por primera vez la mayor parte de nosotros solamente puede pensar en un tipo de salvación, la salvación de nuestras almas. Tratamos automáticamente de encajar este significado en cada uso de la palabra, pero pronto nos damos cuenta de que no siempre encaja. “Salvación” es una palabra muy general que significa liberación, seguridad, o salud. En Filipenses 1:19, por ejemplo, Pablo la utiliza con respecto a su esperada liberación de la prisión: “Porque sé que por vuestra oración y la suministración del Espíritu de Jesucristo, esto resultará en mi liberación”, expresa. En Filipenses 2:12 la salvación significa algo muy diferente, es la solución a un problema que se había suscitado en la iglesia de Filipos. Había surgido serio caso de desunión, y Pablo recuerda a los cristianos que la respuesta al problema era que todos ellos adquirieran la mente humilde y santificada del Señor Jesús. Entonces les dice en el versículo 12: “Por tanto, amados míos, como siempre habéis obedecido, no como en mi presencia solamente, sino mucho más ahora en mi ausencia, ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor”. En otras palabras: “Os he mostrado el camino de la liberación del problema en que estáis sumidos. Ahora trabajad en su solución con temor y temblor”.

Pero los usos de la palabra “salvo” y “salvación” en que estamos primariamente interesados son aquellos que tienen que ver con la liberación del pecado. Este es el significado más normal en el Nuevo Testamento. Además, en este sentido es bueno que aprendamos a distinguir los tres tiempos de la salvación: pasado, presente y futuro:

  • Pasado: Fui salvado de la pena del pecado.
  • Presente: Estoy siendo salvado del poder del pecado.
  • Futuro: Seré salvado de la presencia del pecado.

En cuanto al tiempo pasado, veremos algunos versículos que hablan principalmente de la salvación de la pena del pecado: “[Dios] quien nos salvó y llamó con llamamiento santo”, leemos en 2 Timoteo 1:9. “Nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo”, agrega Tito 3:5. También podemos encontrar otros versículos que hablan de nuestra liberación de la pena del pecado que no se hallan en tiempo pasado: “Que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo” señala Romanos 10:9. Si de lo que se trata es de la liberación “de una vez por todas” de la condenación del pecado, entonces se sabe que es el tiempo pasado de la salvación.

El tiempo presente de la salvación se refiere al hecho de que aunque es verdad que he sido salvado, también es cierto que estoy siendo salvado cada día. He sido salvado de la condenación; estoy siendo salvado de daño. He sido salvado de la paga del pecado; estoy siendo salvado del poder del pecado. He sido salvado mediante la obra acabada de Cristo en la Cruz; estoy siendo salvado mediante Su vida y ministerio en mi favor a la diestra de Dios. Esto es lo que se quiere decir, por ejemplo, en Romanos 5:10: “Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, habiendo sido reconciliados, seremos salvos por su vida”. El tiempo presente de la salvación se relaciona con la santificación, el proceso de ser separados del pecado y de la contaminación y ser acercados hacia Dios. Acerca de esta salvación como un proceso continuo, leemos en Hebreos 7:25: “Por lo cual puede también salvar completamente a los que por medio de él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos”.

Finalmente, existe el aspecto futuro de la salvación. Cuando nos encontremos cara a cara con el Señor seremos salvados de la presencia del pecado, y nuestros cuerpos serán redimidos y glorificados. Los siguientes versículos describen la gloriosa consumación futura de nuestra salvación: “Porque ahora está más cerca de nosotros nuestra salvación que cuando creímos”, señala Romanos 13:11. Y Hebreos 9:28 agrega: “Así también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos; y aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvar a los que le esperan”.

Quizás le haya resultado sencillo, amigo, comprender estos conceptos; pero ¿qué hay de su corazón? Es decir, ¿ha incorporado ya estas verdades? ¿Ha sido salvo de la condenación por la gracia de Dios? ¿O continúa insistiendo en tratar de de hacerlo a su manera? ¡Ponga hoy su confianza en Cristo, querido oyente! Como dice el versículo que ya compartimos de Romanos 10:9: “Que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo”. Le animo a que pueda confesar esto ahora mismo. Hoy puede ser el día de su salvación.


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