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Autor: William MacDonald

Un enfoque claro sobre algunas de las principales enseñanzas de la Biblia: ley y gracia, venidas de Cristo, Israel y la Iglesia, expiación, dos naturalezas, y más.


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PE24133 – Estudio Bíblico
¿Cuál es la diferencia? (18ª parte)


 


En este programa, amigo, quisiera hacer referencia a algunos aspectos de las glorias de Cristo. Cuando decimos las “glorias de Cristo” nos referimos a Sus supremas excelencias, ya sean Su Persona, Su posición o Su obra. Puede significar también Sus perfecciones morales y espirituales que se ven con ojos de fe a través de la Palabra de Dios. O puede significar Su magnificencia física y esplendor en el cielo en el tiempo presente o cuando vuelva a la tierra como Rey de reyes y Señor de señores. Es imposible enumerar las glorias del Señor Jesús; ellas acaban con el vocabulario humano. Por eso, querido amigo, en este programa nos limitaremos a siete aspectos de esa gloria como se ven en la Biblia.

En primer lugar hablaremos de su gloria personal, original, como Dios Hijo. Esto se refiere a todas las excelencias y perfecciones de la deidad de Cristo. Es una gloria eterna e inherente. Él no es nada menos que el resplandor de la gloria de Dios, como nos enseña Hebreos 1:3. El Señor Jesús no podía vaciarse de Su gloria y dejarla atrás. Es parte intrínseca de Su ser, incluye todos Sus maravillosos atributos y virtudes. Al venir a este mundo, el Señor cubrió esa gloria con un velo de carne, un cuerpo humano, pero estaba allí en todo momento, y resplandeció en ciertos momentos, como en Su transfiguración, relatada, por ejemplo, en Mateo 17.

En segundo lugar, cuando hablamos de su gloria posicional en el cielo, hacemos referencia a que desde la eternidad, el Señor Jesús ocupaba una posición de honor indescriptible y de esplendor. Diariamente era la delicia de Su Padre y el objeto de la adoración angelical. Pero cuando se trató de la redención de la humanidad, Él no sentía necesidad de aferrarse a esa posición a todo coste. Al contrario, “se humilló a sí mismo”, según explica Filipenses 2:7, o traducido quizás más literalmente, decimos que “se vació” o “se derramó”. Pero es muy importante comprender que la humillación del Salvador solo se refiere a Su posición en el cielo y no a Su persona. Un príncipe puede dejar el palacio para vivir en la selva, pero no hay manera en que pueda renunciar su propia persona. En Juan 17:5 el Salvador oró así: “Ahora, pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese”. En otras palabras, pedía la restauración de la gloria posicional que tenía con el Padre pero que dejó a un lado al venir al mundo.

En tercer lugar nos encontramos con la gloria de su vida terrenal como Hijo del Hombre. En este sentido, como hombre sobre la tierra el Señor Jesús era glorioso en los milagros que hacía. “Este principio de señales hizo Jesús en Caná de Galilea, y manifestó su gloria”, leemos en Juan 2:11. Era glorioso en las perfecciones de Su carácter. No conocía pecado, no hizo pecado y no hubo pecado en Él. Era tan moralmente perfecto que no podía hacer nada de Su propia voluntad. Solo podía hacer las cosas que el Padre le diera que hacer, y solo podía hablar lo que Su Padre le diera que hablar. Pilato tuvo que admitir que no halló delito en Él, y la decisión de Herodes fue que Cristo no había hecho nada digno de muerte. El ladrón que murió a Su lado testificó que Jesús no había hecho ningún mal, y aun Judas confesó que había entregado sangre “inocente”. Jesús no solo era glorioso en Su impecabilidad, sino también en Su hablar. La gente de Nazaret se maravilló a las palabras de gracia que salieron de Su boca y los oficiales enviados a arrestarle confesaron en Juan 7:46: “¡Jamás hombre alguno ha hablado como este hombre!”. Era glorioso en Su humanidad perfecta; esto también se conoce como la gloria moral del Señor Jesucristo.

En cuarto lugar hablamos de sus “glorias adquiridas”, como consecuencia de ir a la cruz en nuestro lugar y resucitar de la tumba. Así se perfeccionó como Salvador. Por eso en Hebreos 2:10 leemos: “Porque convenía a aquel por cuya causa son todas las cosas, y por quien todas las cosas subsisten, que habiendo de llevar muchos hijos a la gloria, perfeccionase por aflicciones al autor de la salvación de ellos”. Claro está que no podía ser perfeccionado en cuanto a Su Persona. En este aspecto siempre había sido perfecto. Pero podía llegar a ser el Salvador perfecto, y así fue. El Señor aludió a esta gloria adquirida cuando, anticipando el Calvario, dijo en Juan 2:23: “Ha llegado la hora para que el Hijo del Hombre sea glorificado”. Además de adquirir gloria como el Salvador perfecto, el Señor Jesús ganó otros honores por Su encarnación y obra de sacrificio. Sin Su encarnación, nunca podría ser Mesías, porque el Cristo debía ser descendente de David. Sin el Calvario, no podría ser Sumo Sacerdote, Abogado, Mediador, Intercesor, Redentor, buen Pastor, Heredero de todo, Juez ni Cabeza de la Iglesia. Nunca tendría el Nombre que es sobre todo nombre, ni sería el primogénito de entre los muertos. Cualquier título derivado de Su encarnación, muerte, sepultura y resurrección tiene que ver con glorias adquiridas. Que Él sea glorificado en Sus santos es algo que solo podría pasar como resultado de Su obra en el Calvario.

Tras la obra de la muerte en la cruz, llega la gloria de su resurrección y ascensión. En Juan 17:1, nuestro Señor habla como si lo del Calvario ya hubiese sucedido. Ruega que el Padre le glorifique, esto es, levantándole de los muertos, para que el Hijo entonces glorifique al Padre. Tenemos un pasaje similar en Juan 13:31: “Cuando Judas, pues, hubo tomado el bocado, luego salió; y era ya de noche. Entonces, cuando hubo salido, dijo Jesús: Ahora es glorificado el Hijo del Hombre, y Dios es glorificado en él”. Aquí hablaba de Su muerte como la manera en que fue glorificado, y por medio de la cual trajo gran gloria al Padre. Ahora parafraseemos el versículo 32: “Puesto que Dios es glorificado por la obra de Cristo en la cruz, Dios le glorificará, esto es, levantándole de los muertos, y lo hará prontamente”. Esto es exactamente lo que sucedió: le resucitó al tercer día. Y la gloria de Su resurrección y ascensión se fusiona con su eterna gloria en el cielo, son inseparables. Por si está tomando notas, amigo, aquí le menciono algunas otras referencias bíblicas a la gloria de Su resurrección y ascensión: Lucas 24:26, Juan 7:39, Juan 12:16, Hechos 3:13, 1 Timoteo 3:16 y 1 Pedro 1:21.

A continuación debemos mencionar la gloria de su segunda venida y Reino. Hay más referencias en el Nuevo Testamento a esta gloria que a cualquier otra. Algunas son: que el Hijo de Hombre vendrá con las nubes del cielo, con poder y gran gloria, como lo enseña Mateo 24:30. 2 Tesalonisenses 1:10 agrega que en aquel día, Él será glorificado en Sus santos y admirado entre todos los creyentes. Cuando se siente en Su glorioso trono, Él premiará a los apóstoles y a todos Sus seguidores, según Mateo 19, y según Mateo 25 juzgará a las naciones. Lucas 9 explica que se avergonzará de los que se avergonzaron de Él y de Sus palabras cuando venga en Su propia gloria, y 1 Pedro 4:13 agrega que los que participan de los sufrimientos de Cristo ahora, se regocijarán con gran gozo cuando sea revelada Su gloria en el Milenio. Otra mención más de la gloria de Cristo en Su reino se halla en Juan 17:22. Allí Jesús dice: “La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno”. En un sentido, compartimos ahora algunas de sus glorias como hijos de Dios, como Sus hermanos, como miembros de Su cuerpo y coherederos con Él. Además, nosotros compartiremos Su gloria cuando reinemos con Él por mil años, según lo señala Apocalipsis 20:4. Cuando Él se manifieste en gloria, nosotros también seremos manifestados con Él en gloria. En el tiempo presente, el mundo ni reconoce ni aprecia el pueblo de Dios. “por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él”, explica 1 Juan 3:1. Pero Colosenses 3:4 aclara que cuando Él sea manifestado en gloria, los creyentes también estaremos en gloria. “Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria”. Entonces el mundo verá la unión entre el Señor Jesucristo y Sus seguidores, conocerá que el Padre ha enviado al Hijo, y que Dios ama a los santos como ama a Su Hijo.

Por último también debo mencionar la gloria presente del Señor Jesús en el cielo. Su deseo, expresado en Juan 17:24, es que los que le aman estén con Él en el cielo, para que vean Su gloria. Por fe ya podemos verle ahí, coronado con gloria y honor, como señala Hebreos 2:9: “Pero vemos a aquel que fue hecho un poco menor que los ángeles, a Jesús, coronado de gloria y de honra, a causa del padecimiento de la muerte, para que por la gracia de Dios gustase la muerte por todos”. Y 1 Pedro 5:10 nos deja en claro que su gloria presente en el cielo es la misma que lo que llama Pedro Su eterna gloria: dice “mas el Dios de toda gracia, que nos llamó a su gloria eterna en Jesucristo, después que hayáis padecido un poco de tiempo, él mismo os perfeccione, afirme, fortalezca y establezca”. No obstante, hay un sentido en que es diferente de Su gloria personal antes de que vino al mundo. Él ahora está en el cielo como un Hombre glorificado, además de la gloria de Su deidad. Su presente gloria es una combinación de todas Sus glorias, tanto las inherentes como las adquiridas. Es la gloria de Su deidad, Su humanidad, Sus atributos, Sus oficios y Su carácter. No somos llamados a compartirlas, sino a regocijarnos en ellas y alabarle por ellas eternamente.


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