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Autor: Wilfred Hahn

La Biblia, siendo más dulce que la miel, buena para satisfacer todas nuestras necesidades, nos llama a “ser sal” a la hora de hablar a otros acerca de los mandamientos de Dios y la salvación en Jesucristo.


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PE2392 – Estudio Bíblico
Combatiendo el dulce



¿Cómo le va, amigo? Hoy quisiera conversar con usted sobre una sustancia muy conocida. Está en todas partes: no importa lo que uno coma, todo contiene una alta proporción de ella. Grandes cantidades se echan en las hamburguesas, las salsas de espaguetis y el kétchup; incluso la comida para perros se vende mejor si está enriquecida con este producto. Se trata del azúcar. ¿Verdad que es rico, amigo?

La gente se deja seducir fácilmente por él, y eso puede llevar a daños en la salud y dependencia. ¡El azúcar ha llegado a generar hasta problemas políticos! Se debe tener en cuenta que su uso frecuente a nivel mundial es un fenómeno relativamente joven; hasta hace unos 300 años el azúcar no era una mercancía global. Sin embargo, algunos historiadores señalan que la popularización del azúcar tuvo mayor influencia política que el petróleo. Llegó a Europa durante la Edad Media a través de los comerciantes árabes, y más tarde el crecimiento de la producción de azúcar lamentablemente contribuyó a la deportación y esclavización de pueblos enteros. Naciones enteras fueron a la ruina por su causa, y hasta hubo guerras por el control de la producción de azúcar.

Los historiadores señalan a la India como el primer productor de azúcar (a partir del 900 a.C. aprox.). Por cientos de años se trató de una sustancia escasa y cara, que era utilizada mayormente para fines medicinales. La palabra “azúcar” ni siquiera aparece en la Biblia. Una de las pocas conexiones con la historia bíblica es el rey persa Darío, cuyo dominio comenzó en tiempos de Daniel, y la Biblia lo nombra 26 veces. Otras fuentes se indica que Darío vio caña de azúcar por primera vez cuando asaltó la India en el 510 antes de Cristo. Él lo llamó “la caña que da miel sin abejas”. A partir de los siglos XVII y XVIII, gracias a las plantaciones de caña de azúcar en América y el Caribe, la industria del azúcar se desarrolló a nivel global como una fuerza económica amplia y lucrativa. Por primera vez el azúcar también llegaba a la gente sencilla que antes debía utilizar miel o frutas para endulzar sus comidas. En Gran Bretaña el consumo de azúcar de los sectores más pobres de la sociedad de aquel tiempo, sobrepasó incluso al de los acomodados. En la última parte del siglo XIX la producción mundial de azúcar se encontraba aproximadamente en los 40 kilogramos por persona por año. Al mismo tiempo, la producción de alimentos listos para el consumo (mermeladas, jugos, etc.) aumentó enormemente.

Hasta el día de hoy se pueden ver las repercusiones de la industria azucarera por todas partes: la influencia negativa sobre la salud de la gente, y el dominio de las naciones del llamado “primer mundo” sobre las del “tercer mundo”. Según estimaciones de la Organización para la Agricultura y la Alimentación (FAO), en 1999 se consumía en el mundo un promedio de 24 kilogramos de azúcar por persona por año, es decir más de 260 kilocalorías por día. El problema de esto, amigo, es que un consumo demasiado alto de azúcar lleva a la obesidad y, como se ha comprobado, causa diabetes, enfermedades cardiovasculares, demencia, degeneración macular, e incluso cáncer; y hasta el día de hoy los científicos continúan discutiendo sobre los efectos del azúcar en la salud. Si se observa la larga historia del azúcar, se puede notar que lo que comenzó como medicamento y artículo de lujo para los acomodados, con el tiempo se ha convertido en un veneno para el mundo entero.

Como ya le expliqué, amigo, el azúcar no es mencionado en la Biblia. En aquel entonces se recurría a edulcorantes naturales como las frutas y la miel. Esta última era un símbolo muy común para referir a la dulzura. En la Biblia, la palabra “miel” se menciona 62 veces, lo que es una buena demostración de su importancia. No obstante, déjeme decirle que las Escrituras valoran más la sal que la miel. ¿Por qué será esto? Ocurre que la sal tiene un rol más importante en la Biblia. Por ejemplo, en Mateo 5:13 se nos indica expresamente que seamos la “sal de la tierra”. En Levítico 2:13 el pueblo de Israel recibió la orden de ofrecer sal como parte de la ofrenda; dice así: “Y sazonarás con sal toda ofrenda que presentes, y no harás que falte jamás de tu ofrenda la sal del pacto de tu Dios; en toda ofrenda tuya ofrecerás sal”. La sal también tenía un importante rol simbólico; por eso en la Biblia habla del “pacto de sal”, por ejemplo en 2 Crónicas 13:5 o en Números 18:19. Sin dudas, las Escrituras dicen expresamente que la sal es buena. Sin embargo, tiene que ser guardada correctamente para mantenerse buena: “Buena es la sal; mas si la sal se hiciere insípida, ¿con qué se sazonará? Ni para la tierra ni para el muladar es útil; la arrojan fuera”, dice en Lucas 14:34-35. Contrario a eso, el azúcar no pierde su dulzura ni sus características seductoras, aún cuando se convierte en una masa pegajosa.

Por supuesto que no está prohibido disfrutar de algo dulce; después de todo Dios creó el paladar humano de tal modo que siente las cosas dulces como algo agradable. ¿O no es así, amigo? Sin embargo, lo dulce exige mucha autodisciplina a su vez, ya que siempre representa también una seducción. ¡Es tentador! Todos, sean grandes o chicos, aman las cosas dulces. Por eso rápidamente se llega a un consumo excesivo que es dañino. Ya el autor de los Proverbios advertía en el capítulo 25 verso 16: “¿Hallaste miel? Come lo que te basta, no sea que hastiado de ella la vomites”. En la Biblia queda claro que la miel también puede llegar a ser dañina: vemos que no se permitía ofrecer miel o levadura como ofrenda. En Levítico, 2:11 leemos que Dios ordenó a los israelitas diciendo: “Ninguna ofrenda que ofreciereis a Jehová será con levadura; porque de ninguna cosa leudada, ni de ninguna miel, se ha de quemar ofrenda para Jehová”.

Como le dije, amigo, el azúcar ha causado terribles problemas de salud y grandes injusticias en el mundo; y esto también se da en el sentido espiritual. ¿Por qué? Bueno, hemos visto que la Biblia prefiere la sal: los cristianos no están llamados a ser el “azúcar de la tierra”; estamos llamados a “ser sal”. No debemos predicar un “mensaje atrapamoscas” de un Dios “viejo y dulce”, dando una imagen distorsionada de la Biblia y de quién es Dios. En lugar de eso debemos llamar a las cosas por su nombre, y no envolver las verdades bíblicas en un manto dulce, por más chocantes que sean. Como sal, estamos aquí para preservar los valores del Reino de Dios y sanar los corazones lastimados por medio del perdón y la restauración que solo Cristo ofrece. Pero muchos cristianos en la actualidad intentan disculpar la Biblia; ellos creen que si la endulzan, hacen que el evangelio y las verdades bíblicas sean más apetecibles. Los pasajes salados del evangelio ya no son muy populares: hacen que se le frunza a uno la boca y son demasiado amargos para tragarlos. Por eso se los unta con jarabe dulzón, redundando así en el daño de la salud espiritual.

Marcos 9:50 indica que Jesús dijo: “Tened sal en vosotros mismos; y tened paz los unos con los otros”. Esta declaración se puede entender en el sentido de que la paz entre los santos no puede ser fomentada a través de diálogos azucarados. El apóstol Pablo agrega en Colosenses 4:6: “Sea vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal, para que sepáis cómo debéis responder a cada uno”. Si intentamos endulzar nuestras palabras con miel, perderemos la capacidad de dar respuestas equilibradas y bíblicamente fundamentadas. Debemos hablar con respeto, tacto y sensibilidad sí; pero nunca debemos evitar o trastocar la verdad del evangelio y lo que Dios demanda. “¡Ay de los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo!”, dice Isaías 5:20. Nuestro Salvador Jesucristo nunca azucaró Sus exhortaciones; Él enseñó con sal, no untó con miel Sus acusaciones contra la elite judía.

Quizá algún oyente me pueda decir ahora “bueno, lo que dices está bien, pero la Biblia también dice que es dulce como la miel”. Sí, es cierto: más allá de que las escrituras valoran mucho la sal, también se refieren a sí mismas como “dulces”. “¡¿Cómo es esto?!”, me dirá usted. Bueno, es importante entender que esto tiene que ver con el hecho de que la palabra de Dios lo llena y lo satisface a uno más que todas las otras cosas. Habla en esos casos de que Su Palabra, la Palabra de Dios es dulce; no nuestra manera de transmitirla o nuestro comportamiento.

Fíjese que se dice por lo menos en dos pasajes que las profecías y las verdades de Dios son agradablemente dulces. Tanto el apóstol Juan como también Ezequiel recibieron la orden de comerse un rollo de las Escrituras. Juan dijo en Apocalipsis 10:10: “Entonces tomé el librito de la mano del ángel, y lo comí; y era dulce en mi boca como la miel”. Algo similar ocurre en Ezequiel 3:3. Y también está el Salmo 19 del verso 9 al 10: “Los juicios de Jehová son verdad, todos justos. Deseables son más que el oro, y más que mucho oro afinado; y dulces más que miel, y que la que destila del panal”. Amigo, Dios nos invita a todos diciendo en Salmos 34:8-9: “Gustad, y ved que es bueno Jehová; dichoso el hombre que confía en él. Temed a Jehová, vosotros sus santos, pues nada falta a los que le temen”. Recuerde siempre: En cuanto a nosotros, debemos ser sal con nuestras palabras y nuestros hechos. En cuanto a la Palabra de Dios, ella es dulce y satisface plenamente nuestras necesidades.

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