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Autor: Benedikt Peters

Para entender mejor el propósito de la adoración debemos saber que fuimos creados para alabar a Dios y rescatados para adorarle. El Padre mismo busca adoradores y eso lo vemos reflejado en la Biblia en distintas épocas. La adoración es nuestra suprema vocación y en ella Dios recibe el lugar que se merece.


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PE2483- Estudio Bíblico
¡Adoremos! (3ª parte)



El propósito de la Adoración

Amigos, gracias por acompañarnos. En ésta serie estamos hablando de la adoración y sería bueno retomar algunos conceptos del programa anterior antes de continuar. Estudiamos juntos que podemos hablar de “culto” cuando nos presentamos delante de Dios como sacerdotes para ofrecerle nuestros sacrificios de alabanza. Además, sobre el propósito de la adoración, comentamos como puntos importantes, que fuimos creados y rescatados para adorar a Dios.

Continuamos entonces agregando que El Padre mismo busca adoradores. Tal y como leemos en Juan 4:23 “La hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren”. El Padre busca adoradores. Tal y como el Hijo del Hombre busca pecadores, para salvarlos, el Padre busca adoradores. Ambas cosas son igual de importantes. Si hemos sido salvos, tenemos que convertirnos en adoradores. Si nos alegramos de que el Hijo del Hombre nos ha buscado y salvado, entonces igualmente deberíamos considerar que el Padre nos ha buscado, para hacer de nosotros adoradores. El evangelio no tiene como único objetivo el de meramente salvar al pecador de la perdición; mientras el pecador no se haya convertido en un sacerdote para Dios el evangelio no ha cumplido su propósito.

Pablo lo sabía y de acuerdo a ello predicaba el evangelio, como expresa en Romanos 15:16 “…para ser ministro de Cristo Jesús a los gentiles, ministrando a manera de sacerdote el evangelio de Dios, a fin de que la ofrenda que hago de los gentiles sea aceptable, santificada por el Espíritu Santo“. Pablo predicaba el evangelio con el corazón de un sacerdote. En los gentiles, que adoraban a los ídolos mudos, blasfemando con sus labios a Dios el Padre y a Su Hijo, Pablo veía a personas que Dios quería transformar en adoradores. Su corazón ardía para apartarles de los ídolos y guiarles al Dios vivo.

Para entender mejor su propósito es bueno entender que la adoración es nuestra suprema vocación. Dios escogió a Abraham y le llamó. Le enseñó a creer en Él y a andar delante de Él. Eso le llevó muchos años. Sin duda, el punto cúspide en la vida de Abraham fue el día en que estuvo dispuesto a poner sobre el altar a su amado Isaac, en fe y obediencia a su Dios. Con ello, Dios había conseguido el objetivo en su enseñanza de Abraham. Abraham se había convertido en un adorador.

Cuando Jacob llegó al final de su vida también había llegado a ser un adorador, podemos apreciarlo en que bendijo a sus nietos, hijos de José y adorando. Y Dios salvó a Israel, pero la obra no terminó hasta que Israel había salido de Egipto y fue llevado a Dios: “Vosotros visteis lo que hice a los egipcios, y cómo os tomé sobre alas de águilas, y os he traído a mí“ son las palabras registradas en Éxodo 19:4. “Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios” Señala Pedro en su primera carta, en el capítulo 3. Llevados a Dios, eso es un pueblo de sacerdotes. Un sacerdote es alguien que está autorizado y puede entrar en la presencia de Dios. Hemos sido hechos reyes y sacerdotes. Reinaremos eternamente con Cristo y eternamente adoraremos como sacerdotes a Aquel que está sobre el trono y al Cordero.

También vemos que en la adoración Dios recibe el lugar que se merece. Nos presentamos delante de Dios como sacerdotes. Cuando estamos delante de Él, Él es todo y nosotros nada. En la adoración expresamos conscientemente que Dios es el Primero y el Sublime, que Él es el centro del mundo, que todo ocurre por y para Él, que el sentido y objetivo de todas las cosas es glorificarle. En Apocalipsis 4:11 leemos: “Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas“ .

En la adoración todo vuelve a Dios; y eso tiene que ser así. Podemos confesar como David en 1 Crónicas 29:10-14, que todo lo que somos y tenemos viene de Dios: leemos que «bendijo a Jehová delante de toda la congregación; y dijo David: Bendito seas tú, oh Jehová, Dios de Israel nuestro padre, desde el siglo y hasta el siglo. Tuya es, oh Jehová, la magnificencia y el poder, la gloria, la victoria y el honor; porque todas las cosas que están en los cielos y en la tierra son tuyas. Tuyo, oh Jehová, es el reino, y tú eres excelso sobre todos. Las riquezas y la gloria proceden de ti, y tú dominas sobre todo; en tu mano está la fuerza y el poder, y en tu mano el hacer grande y el dar poder a todos. Ahora pues, Dios nuestro, nosotros alabamos y loamos tu glorioso nombre. Porque ¿quién soy yo, y quién es mi pueblo, para que pudiésemos ofrecer voluntariamente cosas semejantes? Pues todo es tuyo, y de lo recibido de tu mano te damos“.

La creación predica estas sublimes verdades. ¿De dónde vienen los ríos? Del mar. Todos vuelven al lugar de donde vinieron. El teólogo Richard Sibbes lo describe así: “Como los ríos van al mar, de donde vinieron, así el alma que cree vuelve a entregar todo a Cristo de quien lo ha recibido todo“.

Habiendo concluido con éstos puntos que nos ayudan a entender el propósito de la adoración, debemos tener en cuenta que todos los redimidos son adoradores y todos los creyentes son sacerdotes. La conversación sobre la adoración el Señor no la tuvo con el teólogo Nicodemo, sino con la samaritana. ¿No será esto así porque quería mostrarnos clarísimamente que esto es válido para todos los redimidos y no para un grupo específico de especialistas y oficiales? Para los judíos esto era algo inaudito. ¿Todos debían ser adoradores, o sea sacerdotes? Y por si esto fuera poco: ¡no sólo hombres, sino también mujeres! Mirándolo bien, no se debían haber extrañado tanto, porque Dios ya había dicho a Israel muy al principio de su historia que quería hacer de ellos un pueblo de sacerdotes.

En el cristianismo, la verdad sobre el sacerdocio universal de los creyentes cayó en el olvido durante largos siglos. La Reforma recordó a los cristianos también esta verdad, pero a pesar de ello, la mayoría de las iglesias reformadas permanecieron iglesias con cargos oficiales, en las cuales el clero ejercía la función sacerdotal mientras que la gran masa de los laicos permanecía pasiva. Las iglesias libres también se estructuraron y concibieron mayoritariamente según el modelo de las grandes iglesias protestantes. Toda esa idea de instalar una clase especial de adoradores contradice a la verdad sobre el sacerdocio de todos los redimidos. El acceso a Dios es igual de libre para todos; el poder allegarse a Dios no está fundado en una capacitación y vocación especial como es el caso en los apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros.

Toda persona redimida, ya sea hombre o mujer, es un sacerdote de Dios, y es un derecho por nacimiento de todos los hijos e hijas sacerdotes el poder presentarse delante de Dios con gratitud, adoración e intercesión. Por eso, cada uno que abre la boca en la iglesia alabando a Dios es un “líder de adoración”, porque lidera la adoración, y la iglesia confirma con un “amén” en alta voz que le ha seguido. Pero el verdadero líder de adoración es el Hijo de Dios presente allí por medio de Su Espíritu como dice Hebreos 2:12: “Anunciaré a mis hermanos tu nombre, en medio de la congregación te alabaré“.

Y como leemos en 1 Pedro 2;9 “Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable”.

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