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Autor: Benedikt Peters

Lo que verdaderamente caracteriza las emociones e inclinaciones santas se puede atribuir a dos cosas: Primero, que son obradas por Dios: Segundo, que tienen a Dios como objeto y centro.


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PE2490- Estudio Bíblico
¡Adoremos! (10ª parte)



Amigos, hoy estamos llegando al final de ésta serie de estudios sobre la adoración. Acompáñenos para repasar algunos de los conceptos más importantes sobre los que estuvimos hablando.

Aprendimos que Dios busca adoradores que le adoren en Espíritu y Verdad, mediante el sacrificio de Jesús, que hace de la adoración una experiencia muy diferente a la de los adoradores del Antiguo Testamento. Vale aclarar que el objeto y sustancia de la adoración son los mismos en ambos períodos de la historia. Sobre el propósito de la adoración comentamos que fuimos creados y rescatados para adorar y alabar a Dios. La adoración es nuestra suprema vocación y en ella Dios recibe el lugar que se merece. Todos los redimidos son adoradores y todos los creyentes son sacerdotes. Si mi intención es adorar a Dios, debo leer la Biblia ya que es la forma más práctica de conocerlo y adorarlo por el Espíritu que me revela y hace entender las verdades fundamentales de la fe.

Para terminar, hoy nos detendremos a definir la relación entre la adoración y las emociones.

¿Hay lugar para las emociones en la vida del creyente y en la adoración? Aunque la pregunta parezca superflua hay que plantearla, pues muchos creyentes piensan que la altura y temperatura de sus sentimientos sería la escala para medir la autenticidad de su adoración. Otros piensan al revés, que la verdadera adoración se reconoce en que ocurre tranquila y calladamente.

El evangelista británico Martyn Lloyd-Jones mencionaba lo siguiente: “Yo recuerdo como durante una evangelización multitudinaria llevada a cabo en Londres hace algunos años, vino a mí uno de los líderes de las iglesias oficiales y me preguntó si yo había asistido a alguna de estas reuniones. Cuando le dije que no, me contestó: ` ¡Es maravilloso! Cientos de personas salen al frente después del llamamiento, y no hay emociones, ¿comprende? ¡Maravilloso!’ No se cansaba de decir que no había emociones. Eso era lo más maravilloso para él, que la gente saliera al frente sin emociones”.

Según el autor de su biografía, después de que Martyn Lloyd-Jones hubo visitado una tarde esta evangelización pudo confirmar que todo se desarrolló tranquilamente y sin explosión de sentimientos. Pero eso le llevó a una conclusión totalmente diferente: Ni en la Biblia ni en toda la historia de la iglesia vemos un período de tiempo en el cual el Espíritu Santo hubiese obrado con poder y los tocados por el Espíritu hubiesen permanecido impasibles y sin emociones. La pregunta que él se planteó fue esta: ¿Puede una persona que se ha reconocido como pecador bajo el juicio de condena de Dios permanecer impasible? ¿Puede alguien ver el infierno abierto y no tener emociones? ¿Puede alguien oír los truenos de la ley y no sentir nada? O dicho al revés: ¿Es posible ver realmente el amor de Dios en Cristo sin tener fuertes emociones?». La pregunta es ésta: ¿Puede alguien considerar a un Salvador muriendo por los pecadores y permanecer impasible? ¿Podemos adorar al Crucificado sin tener fuertes emociones? Seguro que no.

El gran teólogo, pastor y predicador Jonatán Edwards escribió un documento de más de 300 páginas con el título Los sentimientos religiosos (o las emociones religiosas). Partiendo de 1 Pedro 1:8 y citando numerosos ejemplos del Antiguo y Nuevo Testamento, fundamenta su tesis titulada: “La verdadera religión en gran parte consiste en emociones santas”. Dice que Las Sagradas Escrituras localizan la religión mayoritariamente en los sentimientos y en las inclinaciones tal y como temor, esperanza, amor, odio, deseo, gozo, tristeza, agradecimiento, compasión, celo.

Con respecto a las “santas emociones o inclinaciones” Edwards enfatizó, sin embargo, que han de despertarse por medio del conocimiento de la verdad sobre Dios, Su naturaleza y Sus obras, si en verdad han de llamarse “santas”. Todo aquel que lea predicaciones o escritos de Edwards se dará cuenta de esto. Su énfasis en las emociones nunca ocurrió a expensas de la razón o la cordura. Incluso los síntomas corporales, como los que aparecieron en los años extraordinarios del avivamiento de 1740 a 1742 en Nueva Inglaterra, sólo los consideró como justificables “si se produjeron por la predicación de verdades importantes de la Palabra de Dios y por los argumentos y motivos correctos”.

Lo que verdaderamente caracteriza las emociones e inclinaciones santas se puede atribuir a dos cosas: Primero, que han de despertarse por medio del conocimiento de la verdad sobre Dios, Su naturaleza y Sus obras: Segundo, que tienen a Dios como objeto y centro. Los santos que encontramos en el Antiguo y Nuevo Testamento eran personas con profundas emociones o pasiones. Vemos a David, cómo se regocija en el Señor y le alaba con labios de júbilo. Seguro que no es correcto condenar la expresión de fuertes sentimientos. Pero también es falso querer reconocer la adoración como genuina por los sentimientos visibles. Cuando un alma se encuentra en la presencia de Dios, a menudo prorrumpirá en alabanza en alta voz, pero también es posible que guarde silencio como Job o incluso que caiga como muerto como Juan en Apocalipsis. A veces callará y reconocerá que Dios es el Señor, o callará por reconocer que el Señor está en su santo templo. Esto es lo decisivo: La adoración es la respuesta del alma frente a lo que de Dios ha obrado en ella y frente a lo que Él le ha hablado. También es una cuestión del temperamento de cada uno, como un creyente responda a ello.

También hay una diferencia si me encuentro a solas en mi cuarto o en una reunión pública. Si pienso que debo echarme al suelo y exclamar mi alabanza en alta voz cuando estoy a solas con mi Dios, eso está bien. Pero en la reunión tengo que tener consideración con los otros presentes. No nos comportamos de la misma manera en lo privado que en la vida pública. Lo que en casa es correcto, en la reunión no siempre es correcto. Yo personalmente oro casi siempre silenciosamente cuando estoy solo, a veces durante horas. Pero en la reunión eso no sería muy inteligente; por eso allí oro en alta voz y audible para todos. El principio bíblico de que debemos hacer una diferencia entre el hogar y la reunión en la iglesia, Pablo lo enseña en 1 Corintios 11:21-22 y 14:34-35.

Naturalmente puede ocurrir lo que muchas veces ha ocurrido en los tiempos de avivamiento, que toda una reunión sea conmovida al mismo tiempo sintiendo las más fuertes emociones. Durante los mensajes del predicador galés Daniel Rowland, contemporáneo y amigo de Howell Harris (el más estrecho colaborador de George Whitefield), ocurrió a veces que los oyentes fueron asidos tan fuertemente por la realidad de Dios y del cielo que unánimemente saltaban de alegría exclamando “¡Gloria, gloria!”. ¿Lo miraremos con desprecio? Pero el hecho de querer imitarlo por ser supuestamente una señal de que el Espíritu Santo esté obrando de manera especial, es algo sencillamente desagradable y vergonzoso.

Ya nos hemos dado cuenta y comprendido que en nuestra vida espiritual todo depende de nuestra relación con el Dios vivo. A Él queremos buscarle, queremos apegarnos a Él, oir Su voz. Si nos encontramos en Su presencia, nuestra adoración será siempre correcta, ya sea en alta voz o en silencio. Quedémonos entonces con las palabras del relato de Juan, en Apocalipsis 19:6 y 7: “Y oí como la voz de una gran multitud, como el estruendo de muchas aguas, y como la voz de grandes truenos, que decía: ¡Aleluya, porque el Señor nuestro Dios Todopoderoso reina! Gocémonos y alegrémonos y démosle gloria; porque han llegado las bodas del Cordero, y su esposa se ha preparado”.

Preparémonos para encontrarnos con el Señor, reconozcamos su poder, démosle solo a Él la gloria.

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