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Autor: Esteban Beitze

¿Quién fue la reina de Sabá? ¿Sabemos algo de ella además de su visita al rey Salomón? ¿Qué importancia tiene este pequeño relato dentro de la Biblia? ¿Qué puede enseñarnos a los cristianos del siglo XXI?


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PE2446 – Estudio Bíblico
Verdadera búsqueda espiritual (4ª parte)


 


Seguimos conversando, amigos, sobre aquellas características del rey Salomón que dejaron deslumbrada a la reina de Sabá. El relato de 2º de Crónicas 9 menciona la sorpresa de la reina por “las viandas de su mesa” (v.4). La plenitud y variedad de la comida que disfrutaban los siervos de Salomón tiene que haber sido increíble. Los banquetes eran algo continuo. Todo era muestra de la grandeza del rey Salomón. Cuando medito en el alimento que tenemos los creyentes, enseguida tengo que pensar en el banquete espiritual que nuestro Rey tiene disponible para nosotros cada día. Tenemos el inmenso privilegio de tener la Palabra de Dios en nuestras manos y en nuestro idioma. La Biblia es un libro maravilloso y único en muchos aspectos: en su coherencia interna, en la cantidad de idiomas en que está traducida; en sus enseñanzas, en los cambios logrados en las personas, y más. De forma milagrosa, Dios cuidó de que Su Palabra llegara a nuestras manos, a pesar de tanta oposición y tantas dificultades que el tiempo y su complejidad implican. La Biblia nos demuestra una impresionante unidad a lo largo de sus 2 pactos y 66 libros. Hay unidad estructural, histórica, profética, doctrinal, moral y espiritual.

Como si lo anterior no alcanzara, la Biblia transforma a los individuos por su poder salvador y su poder edificador. Transforma a los pueblos, como vemos en el pueblo de Israel y ejemplos de la historia en Europa y América. Tuvo una influencia impresionante en la vida pública y cultural de muchas naciones. La Biblia es la Palabra de Dios; aunque escrita por hombres, fue inspirada por el Espíritu Santo, y por el mismo Espíritu nos es iluminada para nuestro entendimiento. Aunque es variada y compleja, es una unidad. Es el medio para obtener la salvación y llevar una vida acorde a la voluntad de Dios. La Biblia nunca deja al hombre donde lo encuentra, porque le concede privilegios, le da oportunidades y le otorga responsabilidades. Siendo de origen divino, habla con autoridad soberana, y si la echamos de lado será a costa de nuestro hundimiento presente y eterno. Apliquémosla a la vida y veremos que es más que suficiente para la fe y para la vida. Si la Biblia es lo que dice ser, entonces hemos de leerla, meditarla y apropiarnos de su contenido. Es y debería ser nuestro alimento diario.

Al comienzo de su ministerio al frente del pueblo de Israel y con ello la conquista de la tierra prometida, Dios le dio la clave a Josué para que pudiera tomar las decisiones correctas y pudiera contar con Su bendición en todos sus actos. Esto quedó registrado en Josué 1:8: “Nunca se apartará de tu boca este libro de la ley, sino que de día y de noche meditarás en él, para que guardes y hagas conforme a todo lo que en él está escrito; porque entonces harás prosperar tu camino, y todo te saldrá bien”. Este versículo seguramente es de los más conocidos y recitados de la Biblia, pero ¿cuántos se acercan cada día a este banquete celestial? La bendición divina se encuentra disponible, pero ¿nos interesa tanto como para estar dispuestos a dedicarle el tiempo necesario? Podríamos tener un banquete cada día, pero creo que muchas veces nos “llenamos” de los “dulces peligrosos” que ofrece este mundo y ya no tenemos lugar para la comida divina. No es de extrañar entonces que haya tantos creyentes faltos de fe, porque la fe proviene de la Palabra; faltos de vigor espiritual y deprimidos, porque no se alimentan de la Palabra; faltos de confianza, porque en la Palabra descubrimos a un Dios grande; faltos de discernimiento, porque dejan de lado la lámpara que podría alumbrar sus caminos; faltos de perseverancia, esperanza, santidad y tantas cosas más. Es evidente que muchos creyentes están “obesos” espiritualmente hablando, no por alimentarse demás de la Biblia, sino por llenarse de “comida chatarra”. Otros no tienen fuerzas para nada, porque simplemente no se alimentan debidamente.

Nuestro Rey nos está esperando. Él nos quiere hablar. Quiere satisfacer todas nuestras necesidades por medio de Su Palabra. Que podamos decir con el salmista: “¡Cuán dulces son a mi paladar tus palabras! Más que la miel a mi boca. De tus mandamientos he adquirido inteligencia; por tanto, he aborrecido todo camino de mentira” (Sl.119:103,104). La realidad para evitar tantas vidas desanimadas está en el versículo 92 del Salmo 119: “Si tu ley no hubiese sido mi delicia, ya en mi aflicción hubiera perecido”. Aún en momentos de gran oposición y dificultad podemos decir con David: “Aderezas mesa delante de mí en presencia de mis angustiadores” (Sl.23:5). Al acercarnos a la Biblia en estas circunstancias, tendremos la palabra justa de consuelo, de ánimo y fortaleza.

Otra cosa que llamó enormemente la atención a la reina de Sabá fue: “el estado de sus criados y los vestidos de ellos, sus maestresalas y sus vestidos”. Su apariencia externa le causó una grata impresión. Esto nos hace pensar en cuán importante es nuestra vestimenta como siervos del Rey de reyes y Señor de Señores. Aunque la vestimenta de los siervos de Salomón seguramente habrá sido muy lujosa, el paralelo para nosotros hoy como siervos del Señor, tiene algunas diferencias aunque también debe dar honra a nuestro Rey. El Señor vino con toda humildad y decencia, y este es el concepto que encontramos en el NT en relación a la ropa que deberíamos usar. Es una realidad que la presentación exterior es una manifestación de lo que sucede en lo interior. Si alguien necesita mostrar “mucha piel”, o insinúa mucho, evidentemente sigue ciertos pensamientos no bíblicos. Si necesita seguir las tendencias de este mundo, indudablemente no sigue los principios divinos. En este sentido, Santiago afirma en su carta: “¡Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios” (Stg.4:4). ¿Nos estamos enfrentando a Dios con nuestros deseos y acciones? Si nuestra vestimenta es ocasión de tropiezo para otro hermano, entonces algo está mal. Las indicaciones bíblicas que encontramos al respecto no pasan de moda y son válidas en cualquier lugar del mundo y en cualquier época. Estos principios tienen en cuenta lo interior y lo exterior. Así es que Pedro enseña al respecto en su Primera Carta: “Vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de adornos de oro o de vestidos lujosos, sino el interno, el del corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Dios” (1P.3:3). Siguiendo entonces estos principios de vestimenta y acompañándolos con el carácter que la Biblia indica, tendríamos una vestimenta que será “de grande estima delante de Dios”.

Por otro lado, también está la vestimenta interior. En el Nuevo Testamento somos llamados a vestirnos de una vestimenta gloriosa, la cual es la interior, pero se manifiesta en lo exterior, y con la cual daremos honra al Señor e indudablemente impactaremos positivamente en nuestro entorno. El apóstol Pablo en la Carta a los Efesios señala la importancia de desvestirse de ciertas cosas que teníamos en nuestra vida lejos del Señor para luego vestirnos de una vestimenta que glorifica a Cristo: “En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos” (4:22-25). Tras el despojo viene el paso de la “renovación en la mente”. Sigue diciendo Pablo en Efesios 4:23: “y renovaos en el espíritu de vuestra mente”. ¿A qué hace referencia esto? Bien, la mente es el centro del pensamiento, del entendimiento y de la capacidad para creer, así como el centro de los motivos y las acciones.

Cuando una persona se convierte, también en su mente surge un cambio. Pero este cambio tiene que seguir dándose. Esto lo explica claramente Romanos 12: “Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (12:1-2). Nuestra mente, constantemente renovada, enfocada en lo que Dios busca, en Su dependencia, pensará y luego decidirá aquello que le agrade al Señor. Tengamos presente que una nueva mentalidad se traduce en nuevas actitudes. Esta renovación es algo continuado y progresivo como lo es la santificación.

Pero ¿de dónde obtenemos la información que necesita nuestra mente renovada? ¿Dónde encontramos los principios que regirán esta mente reformada? Solo en la comunión con el Señor por medio de la oración, estudio de la Palabra y la comunión con los hermanos; asimismo, evitando la influencia mundana que nos quiere hacer volver al fango de donde salimos. Amigo, le invito ahora a hacer una pausa, y pensar en dónde todavía le da lugar a pensamientos impuros, de avaricia, envidia, celos, rencor, inferioridad, orgullo, etc. Hageo decía algo que nosotros deberíamos hacer: “Así ha dicho Jehová de los ejércitos: Meditad sobre vuestros caminos” (Hg.1:7). Es hora de derribar esas fortalezas enemigas en su mente que luego le llevan a acciones carnales.


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