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Autor: William MacDonald

Dios es Todopoderoso: El vocabulario humano no tiene ninguna palabra idónea para medir adecuadamente Su poder. Nuestros corazones deberían llenarse de adoración y de temor del Señor cuando meditamos en la omnipotencia de nuestro Señor. Y Dios es Omnipresente: Él está en todas partes, y nadie puede esconderse de Su presencia. El está allí donde ningún ojo humano puede ver.


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PE2249 – Estudio Bíblico
Todopoderoso y Omnipresente



¿Cómo están amigos? En Apocalipsis 19:6 leemos: ¡El Señor nuestro Dios Todopoderoso reina!
Cuando llamamos a Dios el Todopoderoso, tenemos razón, porque Él tiene todo poder. No hay nada que Él no pueda hacer. Él es el Señor Dios omnipotente.

No hay duda de que la omnipotencia de Dios es un tema favorito de los escritores de la Biblia. Consideremos los siguientes ejemplos:
Yo soy el Dios Todopoderoso; anda delante de mí y sé perfecto (Gn. 17:1).
¿Hay para Dios alguna cosa difícil? (Gn. 18:14).
Yo sé que tú puedes hacer todas las cosas, y que ningún propósito tuyo puede ser estorbado (Job 42:2).
Una vez habló Dios;
Dos veces he oído esto:
Que de Dios es el poder (Sal. 62:11).
¡Oh Señor Jehová! he aquí que tú hiciste el cielo y la tierra con tu gran poder, y con tu brazo extendido, ni hay nada que sea difícil para ti (Jer. 32:17).
Para Dios todo es posible (Mt. 19:26).
Porque nada hay imposible para Dios (Lc. 1:37).

Stephen Charnock escribió: “El poder de Dios es la capacidad y la fuerza por medio de las cuales Él puede llevar a cabo todo lo que Le plazca, todo lo que Su infinita sabiduría pueda dirigir, y todo lo que la infinita pureza de Su voluntad pueda resolver”.

Él puede edificarnos y darnos “herencia con todos los santificados” (Hch. 20:32). Él es poderoso para hacer que abunde en nosotros toda gracia (2 Co. 9:8). “Puede también sujetar a sí mismo todas las cosas” (Fil. 3:21). “Es poderoso para socorrer a los que son tentados” (He. 2:18). “Puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios” (He. 7:25). Y Él “es poderoso para guardaros sin caída, y presentaros sin mancha delante de su gloria con gran alegría” (Jud. 24).

Cuando decimos que Dios puede hacer cualquier cosa, obviamente queremos decir cualquier cosa que sea coherente con Sus virtudes morales y con Su carácter esencial. Por ejemplo, Dios no puede mentir (Nm. 23:19; y He. 6:18). “Él no puede negarse a sí mismo” (2 Ti. 2:13). “No puede ser tentado por el mal” (Stg. 1:13). No puede pasar por alto ni mirar con favor el pecado (Hab. 1:13). No puede envejecer ni morir, pues es infinito e inmortal. No puede jurar por ninguno mayor que Él (He. 6:13), sencillamente porque no hay nadie mayor que Él. Pero estas limitaciones no afectan Su omnipotencia en lo más mínimo. Ni tampoco Lo afectan preguntas necias, tales como: “¿Puede Dios crear una roca que pese más de lo que Él puede levantar?” Tales preguntas son pseudo-intelectuales, absurdas y, por lo tanto, no merecen una seria consideración.

El poder de Dios se ve en la creación del universo y de la raza humana. Él creó los cielos y la tierra instantáneamente, de la nada, sin herramientas, por una palabra. Considera el poder que iluminó los cielos con estrellas, planetas y galaxias que se extienden en el espacio a billones de años-luz. Considera el poder que crea el cuerpo humano en el vientre de la madre (Sal. 139:13-18). Y considera el poder que mantiene unida la materia, el poder de Dios sustentando el universo (Col. 1:17; y He. 1:3), manteniendo los planetas en sus órbitas, preservando Sus criaturas y contestando la oración.

Vemos la omnipotencia divina en las inundaciones, los incendios, los terremotos, las erupciones volcánicas, las tormentas, los vientos y las olas. La vemos en la salvación del pecador, en la sanidad de las enfermedades, y en el juicio de los malos.

Las personas miden el poder en megatoneladas, la fuerza explosiva equivalente a un millón de toneladas de TNT. Pero el vocabulario humano no tiene ninguna palabra idónea para medir adecuadamente el poder de Dios.

Cuando los santos del Antiguo Testamento meditaban en el poder de Dios, miraban hacia atrás, al Éxodo, cuando Dios los sacó de Egipto “con mano fuerte, con brazo extendido” (como leemos en Dt. 26:8).

En el Nuevo Testamento, la mayor actuación del poder divino fue en relación a la resurrección de Cristo. Pablo habla de ella en Ef. 1:19 y 20, como “la supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, según la operación del poder de su fuerza, la cual operó en Cristo, resucitándole de los muertos y sentándole a su diestra en los lugares celestiales”. Parece como si Satanás y todos sus ejércitos hubiesen acampado alrededor de la tumba fuera de Jerusalén, con la determinación de que el Señor Jesús nunca resucitara. Entonces Dios descendió con poder asombroso, hizo retroceder a los ejércitos del infierno, y levantó a Cristo en vida de resurrección. Esta escena está retratada vívidamente en el Salmo 18:7 al 19.

A veces se enseña que Jesús renunció a Su omnipotencia cuando vino a la tierra. O, que si no renunció a ella, por lo menos nunca hizo uso de ella. La idea es que Él llevó a cabo todos Sus milagros por el poder del Espíritu Santo.

Admito que hubo veces en las que Él escogió no hacer uso de Su poder. Por ejemplo, podría haber destruido a Sus enemigos, pero Él no había venido con ese propósito. Él vino para salvar, no para condenar. Y además, Él era moralmente perfecto, y, por lo tanto, no podía hacer nada que fuese contrario a la voluntad de Su Padre (como vemos en Jn. 5:19).

El hecho de que Él llevase a cabo Sus milagros por el poder del Espíritu Santo no afecta Su omnipotencia, porque al mismo tiempo Él estaba sustentando el universo por la palabra de Su poder (según He. 1:3).

A veces Él hablaba de ejercitar Su propio poder. Él dijo: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré” (Jn. 2:19). Y de nuevo, hablando de Su muerte y resurrección, en el cap. 10, vv. 17 y 18, dijo: “Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar”.

Jesús no se despojó de Su omnipotencia cuando vino a la tierra. A veces estaba oculta a la vista humana, pero siempre estaba activa, creando, sustentando, proveyendo, guiando y anulando.

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