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Autor: Norbert Lieth

Pocos días antes de su muerte, Jesús habló a sus discípulos en el Monte de los Olivos. Este sermón contiene las más importantes declaraciones proféticas de la Biblia, que nos ayudan a ordenar cronológicamente los hechos futuros y nos desafían a alcanzar con el Evangelio a los que están afuera.


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PE2476- Estudio Bíblico
Señales de Su Venida (22ª parte)


 


Amigos, quisiera comenzar el programa de hoy leyendo el pasaje de Mateo 25:41-46. Dice así: “Entonces dirá también a los de la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; fui forastero, y no me recogisteis; estuve desnudo, y no me cubristeis; enfermo, y en la cárcel, y no me visitasteis. Entonces también ellos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, sediento, forastero, desnudo, enfermo, o en la cárcel, y no te servimos? Entonces les responderá diciendo: De cierto os digo que en cuanto no lo hicisteis a uno de estos más pequeños, tampoco a mí lo hicisteis. E irán éstos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna”.

A través del profeta Isaías, Dios deja en claro que en la historia no hay ninguna interrupción en cuanto a la elección de Israel: “Por amor de Sion no callaré, y por amor de Jerusalén no descansaré, hasta que salga como resplandor su justicia, y su salvación se encienda como una antorcha. Entonces verán las gentes tu justicia, y todos los reyes tu gloria; y te será puesto un nombre nuevo, que la boca de Jehová nombrará”. Leemos esto es Isaías 62:1-2. Dios no callará con relación a Jerusalén, tampoco cuando haya terminado el tiempo de la Iglesia de Cristo en la tierra, – hasta que, con el regreso visible de Su Hijo, “salga como resplandor Su justicia”. Y será precisamente durante el juicio a las naciones, con el regreso del Señor en gran poder y gloria, que se manifestará la plena vigencia de las palabras de Isaías.

Cuando surgió el nacionalsocialismo en Alemania cada vez más judíos fueron excluidos de la vida social, hasta que finalmente en 1933 se proclamó un boicot generalizado contra ellos. Entonces se levantó un hombre y proclamó desde el púlpito de su iglesia: “¡El que no alza su voz a favor de los judíos, no puede alabar a Dios!”. En la noche del 9 de noviembre de 1938 se incendiaron y destruyeron, en todo el territorio del Reich, 1,300 sinagogas, se demolieron incontables casas, viviendas y comercios judíos, se asesinaron alrededor de 100 judíos y decenas de miles fueron deportados a los campos de concentración.

Esa misma fecha este hombre se puso de pie públicamente y pregonó: “Por voluntad de Dios, la historia occidental está indeleblemente ligada al pueblo de Israel. (…) ¡La expulsión de los judíos del Occidente, acarreará necesariamente la expulsión de Cristo; pues Jesucristo fue judío! (…)¡Si hoy arden las sinagogas, mañana arderán las iglesias!”. Y finalmente, fue lo que sucedió. Este hombre, que tuvo la valentía de luchar por el pueblo judío oponiéndose al régimen nacionalsocialista, fue el pastor Dietrich Bonhoeffer

Aunque polémico en algunas cuestiones teológicas, claramente confesaba creer en la reunión del pueblo de Israel con Cristo en el tiempo final, y en el cumplimiento de lo que Dios había predicho en Su Palabra para el pueblo judío. Esta postura le costó la vida. Fue a prisión, donde, poco antes de terminar la guerra, fue asesinado por el régimen nazi. Un médico del campo de concentración donde Bonhoeffer estuvo varios meses, escribió: “Este hombre, sin lugar a dudas, tenía una relación viva con Dios. Nunca vi orar a una persona como lo hacía él”. En 1940, Bonhoeffer escribió: “La Iglesia confiesa haber presenciado el arbitrario uso de brutal la violencia, los sufrimientos físicos y síquicos de innumerables inocentes, la opresión, el odio y el asesinato, sin haber alzado su voz en defensa de los maltratados, sin haber buscado algún camino para socorrerlos. La Iglesia se hizo culpable de la muerte de los más indefensos y débiles hermanos de Jesucristo”.

Ahora, amigo, usted debe saber que vendrá un tiempo que se asemejará mucho a la época del Holocausto, pero será aún peor y más violenta. Aparecerá en escena un hombre como Hitler, pero su proceder será aún más brutal. La Biblia lo llama el Anticristo. En Apocalipsis, encontramos el programa para los días finales. Leemos en el capítulo 12 que el “dragón” perseguirá a la mujer que dio a luz al niño (es decir, el pueblo judío que nos ha traído a Jesucristo), e intentará por todos los medios eliminar a este pueblo, usando para este fin al Anticristo y a su régimen.

En ese tiempo, el más difícil de todos para Israel, será determinante para el posterior juicio de Dios, cómo se comporten los hombres de la época frente al pueblo judío. A mi entender sin embargo, ya hoy en día es determinante cómo nos comportemos, como cristianos, con los judíos. ¿Bailamos al son del mundo, aceptando sin crítica todo lo que los medios informan acerca de Israel? ¿O apoyamos a Israel, tal como Dios Padre y Dios Hijo, Jesucristo, quien fue judío, apoyan a Israel?

Según se puede interpretar, el sermón que el Señor Jesús pronunció en el Monte de los Olivos se dirige en primer lugar al pueblo judío del tiempo final, que habrá vuelto a su propia tierra y estará atravesando el tiempo de la Gran Tribulación. Las palabras del Señor demuestran claramente la importancia que tiene el pueblo judío a los ojos de Dios, aunque en la actualidad todo el mundo levante su voz en contra de ellos.

El profeta Ezequiel anuncia, en los capítulos 40 al 47 de su libro, que el Templo de Jerusalén se volverá a edificar. Después de la Tribulación, el Señor Jesús vendrá otra vez y se sentará allí, sobre el trono de gloria. Su trono estará en medio de Jerusalén por 1,000 años. De la Palabra de Dios podemos concluir que, a Su regreso, el Señor Jesús estará acompañado por ángeles y por Su Iglesia (Judas 14; 1 Tesalonicenses 3:13; Zacarías 14:5).

Los habitantes de las naciones que hayan sobrevivido al tiempo de la Gran Tribulación, tendrán que presentarse ante Él y serán juzgados según hayan hecho, o no hayan hecho, al pueblo judío: “Y serán reunidas delante de él todas las naciones [lit. gentiles]; y apartará los unos de los otros, como aparta el pastor las ovejas de los cabritos”, leemos en Mateo 25:32. Entre los que en ese momento serán juzgados, se distinguen tres grupos: los hermanos, las ovejas y los cabritos. La palabra “hermanos” se refiere a los judíos mesiánicos, “ovejas” a los redimidos, y “cabritos” a los no redimidos de todas las naciones.

Los “cabritos” serán juzgados por el Señor según lo que podrían haber hecho, pero no hicieron. Prestemos atención a los seis tipos de pecado de omisión que se nombran aquí: “no me disteis de comer”, “no me disteis de beber”, “no me recogisteis”, “no me cubristeis”, “no me visitasteis”, “en cuanto no lo hicisteis a uno de estos más pequeños, tampoco a mí lo hicisteis”. Las “ovejas”, sin embargo, serán elogiadas por el Señor por las siete cosas bien hechas: “me disteis de comer”, “me disteis de beber”, “me recogisteis”, “me cubristeis”, “me visitasteis”, “vinisteis a mí”, “en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis”.

Ahora, amigo, ¿cuál es la medida o norma que Dios aplica en Su juicio sobre los justos, es decir sobre las ovejas?

En primer lugar, su actuar frente a Jesús. Se trata de lo que las personas hayan hecho, o no, al Señor. Cada pecado, en primera instancia, es contra Dios mismo. José, en Egipto, nos dio una ilustración impresionante de este hecho. Cuando la mujer de Potifar lo quiso seducir, él le dijo: “¿Cómo, pues, haría yo este grande mal, y pecaría contra Dios?” (Gn. 39:9). Si les mentimos a las personas o les hacemos daño de cualquier otra manera, pecamos en primer lugar contra Dios, y es eso lo que hace que la cuestión sea tan seria. Por lo tanto, es decisiva nuestra relación con Jesús.

La relación que una persona tiene con el Señor, se hace evidente por la manera cómo trata a los hermanos, pues su comportamiento es reflejo de su fe. Por lo tanto, los que creerán en Jesucristo en el tiempo de la Gran Tribulación, harán bien a Sus hermanos y, con esto, a Él mismo. Como cristianos, debemos amar a Israel. Pues el Espíritu de Dios, que habita en el creyente renacido, es el mismo Espíritu que restaura a Israel y no se puede contradecir a sí mismo. Si una persona odia a Israel, es otro espíritu el que está actuando en ella. Jesús, sin embargo, establece una directa relación entre Israel y Él mismo. Lo que se le hace, o no se le hace, a Sus hermanos, es lo que se le hace, o no se le hace, a Él mismo.

En segundo lugar, las ovejas, es decir los redimidos, serán evaluados también por su actuar frente a los hermanos. En Isaías 54:17 leemos: “Ninguna arma forjada contra ti prosperará, y condenarás toda lengua que se levante contra ti en juicio. Ésta es la herencia de los siervos de Jehová, y su salvación de mí vendrá, dijo Jehová”. Y Proverbios 27:18 dice: “Quien cuida la higuera comerá su fruto”.

En Apocalipsis encontramos una alusión a la ayuda que muchas personas le prestarán, en el tiempo de la Gran Tribulación, a los perseguidos de Israel: “Cuando vio el dragón que había sido arrojado a la tierra, persiguió a la mujer que había dado a luz al hijo varón… Pero la tierra ayudó a la mujer, pues la tierra abrió su boca y tragó el río que el dragón había echado de su boca” (Ap. 12:13.16). La “tierra” que “ayudó a la mujer”, se refiere a la esfera humana. Quiere decir que serán hombres de esta tierra los que le van a brindar ayuda y protección a los judíos perseguidos. La recompensa por estos servicios de amor prestados, por la fe en Jesucristo, será la entrada al Reino mesiánico y a la vida eterna.


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