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Autor: Philip Nunn

Estamos evaluando la coherencia de la cosmovisión cristiana desde una perspectiva posmoderna. Exploramos las respuestas que ofrece la cosmovisión cristiana a algunos temas importantes que enfrentamos en esta vida: el sufrimiento, la identidad y la justicia.


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PE2578 – Estudio Bíblico
Razones para creer (13ª parte)



El cristianismo tiene sentido y es existencialmente satisfactorio

Amigo, retomando el tema del programa anterior, diremos que la cosmovisión cristiana presenta a Dios como el creador, no solo del universo material, sino de toda forma de vida. Y la vida humana es particularmente interesante. Si un león, un oso o un perro atacan brutalmente a un desprevenido e inocente transeúnte, entendemos que fue impulsado por sus instintos naturales. Pero si un hombre ataca brutalmente a un desprevenido e inocente transeúnte reaccionamos de manera muy diferente. ¿Por qué? Porque consideramos que los seres humanos son responsables por sus acciones; y Dios también lo considera así. Sometemos a los seres humanos a juicio porque son seres morales y no solamente el resultado de una programación social o el instinto. Los humanos y los animales no pertenecen a la misma categoría. La Biblia explica la diferencia de este modo en Génesis 1:27: “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, varón y hembra los creó”. La imagen de Dios se puede encontrar en toda la creación, pero en los seres humanos vemos algo de Dios de un modo único y profundo.

¿Qué quiere decir esto de que fuimos hechos a la imagen de Dios? ¿En qué forma somos parecidos a Dios y diferentes de los animales? Escuche, amigo, estas interesantes diferencias:

En primer lugar, somos seres creativos. Gracias a un instinto interno, los pájaros construyen sus nidos exactamente de la misma manera cada año; pero los humanos innovamos. En segundo lugar, somos seres inteligentes. Tenemos la capacidad de entender, pensar y jugar con ideas abstractas. Podemos seguir un argumento. Somos conscientes de nosotros mismos. Nos interesa el porqué de las cosas. Buscamos su sentido y significado. Podemos pensar sobre la eternidad. En tercer lugar, somos capaces de apreciar la belleza. Cuando el excursionista y su perro alcanzan la cima de la montaña, el perro busca la sombra para descansar. El excursionista mira la inspiradora escena que se extiende delante de él; disfruta de ella y se maravilla. Algo dentro de nosotros se deleita y dice “¡asombroso!”, cuando nuestros sentidos perciben ciertos colores, olores o sonidos musicales.

En cuarto lugar, somos seres morales. Algo dentro de nosotros “sabe” cuando algo está mal. Los seres humanos tenemos un fuerte anhelo de justicia. En quinto lugar, tenemos la capacidad de amar. Y esto claramente va más allá de nuestro instinto de procrear. El amor es central en la vida humana. Es el tema de un sinfín de novelas y canciones. ¡Sigo la lista, amigo! En sexto lugar tenemos la capacidad de “cultivar” y de “señorear (Génesis 1:28, 29). Trabajamos para convertir caos en orden. La mayoría de nosotros sentimos una sensación de satisfacción o placer cuando un terreno baldío se vuelve un jardín, cuando vemos a una familia con hijos bien educados, cuando un caballo obedece calmadamente las instrucciones de su jinete, o cuando experimentamos una vida en comunidad organizada, justa y armoniosa. Y en séptimo y último lugar, somos seres espirituales. Nos da satisfacción saber que somos amados por Dios y sentir su perdón, cuando elegimos confiar y amar a Dios, cuando le obedecemos y le adoramos.

Ahora, se preguntará por qué es tan importante esto que hemos listado en detalle. Bueno, amigo: entender que somos portadores de la imagen de Dios confiere valor, trascendencia y dignidad a los seres humanos. Confiere dignidad a cada hombre, a cada mujer y a cada niño. Esto va en contra de la visión utilitaria, la cual valora al hombre de acuerdo con el grado en el que él o ella puedan ser útiles dentro de una comunidad. En la cosmovisión cristiana, cada persona es valiosa por lo que es: una criatura creada a la imagen de Dios y amada por Dios. Esta es la fuerza motriz que ha motivado al pueblo cristiano a través de los siglos a preocuparse por el huérfano, el pobre y el mental y físicamente enfermo.

En 1948, las Naciones Unidas establecieron por escrito su fe en los derechos humanos fundamentales. Esta Declaración Universal de los Derechos Humanos no se puede probar ni lógica ni científicamente, pero muchos de nosotros sentimos que es correcta. La fuerte convicción de que cada ser humano es igualmente valioso porque ha sido creado a la imagen de Dios, ha motivado a los cristianos a ayudar a desarrollar y a promover la declaración de los Derechos Humanos, para poder garantizar la libertad y el bienestar de todos, “sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición”. Esta convicción del valor del individuo está detrás de muchos proyectos sociales. De hecho, todo nuestro sistema democrático (que claramente no es un sistema perfecto) está basado en este principio de que cada ser humano tiene igual valor, un principio que simplemente “sentimos que es correcto”, y es parte integral de la cosmovisión cristiana.

Ahora, en relación muy estrecha con este tema de los Derechos Humanos, puede usted preguntarse qué posición toma la cosmovisión cristiana frente al tema de la justicia. Bueno, como dijimos anteriormente, parece que los seres humanos tenemos preinstalado un código moral. Sabemos instintivamente que algunos tipos de comportamiento están mal. Algo en lo profundo de nuestro ser anhela la justicia. La cosmovisión cristiana sostiene que la justicia es para todos. El mal comportamiento debe ser castigado.

Los cristianos son exhortados a someterse a toda figura genuina de autoridad, ya sean padres, jefes de trabajo o el Estado. Romanos 13, cuando obra de la manera correcta, la autoridad humana es presentada como “servidor de Dios, vengador para castigar al que hace lo malo” (vv. 1-6). Y según 1 Pedro 2, los gobernadores son enviados por Dios “para castigo de los malhechores y alabanza de los que hacen bien” (vv. 13-14). Este respeto por la autoridad fomenta un buen orden social. Pero sabemos que, en la práctica, muchos malhechores se escapan de la justicia humana. O a veces, la justicia humana es corrupta. Por eso, a través de toda la Biblia, Dios se presenta como el juez supremo de la tierra. De la justicia de Dios nadie puede escaparse. Algún día, cada ser humano dará cuenta de su vida ante él. En la cosmovisión cristiana, la justicia finalmente prevalecerá, y sentimos que es correcto que así sea.

La cosmovisión cristiana, sin embargo, posee algo aún mucho mayor y más enriquecedor que la justicia; esto es la gracia. La gracia es una virtud que excede la justicia y parece ir en contra de todo instinto humano. Nuestra intuición nos impulsa a dar si queremos recibir, a trabajar si queremos que nos paguen. Normalmente, los privilegios deben ganarse. El sistema económico capitalista está basado en esta idea. Pero Dios obra con gracia cuando elige dar a aquellos que no lo merecen y amar incluso a los que somos indignos. Solamente el cristianismo se atreve a presentar el amor de Dios como amor incondicional. Dios ama por quien Él es, no por lo que nosotros somos o lo que nosotros hagamos. Jesús no nos salva porque vivimos una vida buena, sino porque pedimos su auxilio. Nadie puede ganarse el perdón. Efesios 2:8-9 deja esto bien en claro: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe”.

La gracia de Dios es gratuita para nosotros porque Dios mismo pagó por ella. El perdón de Dios es posible porque Cristo fue castigado en nuestro lugar. Así es como interactúan la gracia y la justicia. Pero la gracia no es solamente esencial en nuestra relación con Dios, también es fundamental en nuestro trato entre seres humanos. La gracia es fundamental para poder perdonar. De hecho, la gracia de Dios nos enseña cómo vivir una vida buena. Esta extraordinaria, asombrosa y saludable noción de la gracia incentiva a muchos cristianos a promover la cosmovisión cristiana (Tito 2:11,12). El apóstol Pablo resaltó la conexión entre la gracia y el esfuerzo evangelístico cuando dijo: “De ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios” (Hechos 20:24). ¿Ha pensado usted ya cuál es su postura frente a este aspecto de la cosmovisión cristiana, amigo?

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