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Autor: Thomas Lieth

Esta segunda parte del estudio buscando respuestas en la Palabra de Dios a varias preguntas. Conocemos el relato de la crucifixión y todo lo que significa en torno al Plan de Dios para la salvación. ¿Pero no existía otra forma? ¿Por qué, de todos los tiempos, Dios hecho hombre, murió en ese contexto? Y, ¿qué sentido tiene para entender mejor el Evangelio?


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PE2985 – Estudio Bíblico
¿Por qué la cruz? (2ª parte)



Estimados amigos y amigas, Dios no puede tolerar lo que está mal. Dejar sin consecuencias, el mal sería contrario a Su justicia. El nuevo cielo y la nueva tierra se perderían si el pecado no fuese vencido de manera definitiva y el pecador no fuese justificado y limpiado de toda maldad. Por eso Dios, al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él.  El vencedor de la muerte debía ser más fuerte que ella, el dador de la vida eterna debía ser Dios eterno para vencer la muerte y el diablo, y a la vez debía ser hombre para poder morir.

Solo uno cumplió todas estas condiciones. Solo uno pudo ser el sustituto que tomaría sobre sí nuestra culpa: ¡Jesús!  Él es el sumo sacerdote que ofrece el sacrificio y es también el sacrificio ofrecido. En Hechos 9:11 y 12 leemos: “Pero estando ya presente Cristo, sumo sacerdote de los bienes venideros [], no por sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención”.

De modo que la cruz de Cristo es la ingeniosa solución de Dios para un mundo corrupto.  Sin embargo, podríamos preguntarnos:

  • ¿no podría haberse alcanzado la reconciliación sin este sacrificio sangriento?
  • ¿Es realmente tan pesada nuestra culpa que la terrible y cruel crucifixión era necesaria e inevitable?

La respuesta está en el Getsemaní, donde el Hijo de Dios pidió tres veces que la copa pasara de Él. Es evidente que no había otra salida, de lo contrario, el Padre celestial hubiese intervenido en ese mismo momento.

En Filipenses 2: 7 y 8 se presenta la idea de que el Señor Jesús se sometió a la voluntad de su Padre y recorrió el camino de la cruz de manera voluntaria y en obediencia hasta la muerte.

Él mismo había anunciado en Juan 3:14 que sufriría todo esto para que sea posible la salvación, cuando dijo: “como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”.

Es esta la razón por la que el Hijo de Dios habló de la crucifixión como la única alternativa para salvar a las personas de su ruina. La muerte en la cruz era el plan ineludible de Dios. El Señor Jesús no fue víctima de un error judicial, sino leemos en Hechos 2:23 “entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios” y 1 Juan 4:10 añade que “él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados”

No se trata de ningún accidente, sino del amor de Dios por medio de Jesucristo.

Demos un paso más en la cuestión de por qué era necesaria la cruz.

En el relato bíblico de la creación dice que los seres humanos hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios. Entre otras cosas, esto significa que, así como Dios es eterno, la vida del hombre está diseñada para vivir eternamente.

Dios no creo al hombre, la corona de la creación, para que sea temporal, sino eterno. Eclesiastés 3:11 lo describe fielmente diciendo: “Todo lo hizo hermoso en su tiempo; y ha puesto eternidad en el corazón de ellos.

Por un lado, esto hace referencia al conocimiento de un Dios eterno y, por otro lado, significa que llevamos esta eternidad en nuestra imagen. Además, Génesis 2:7 habla del aliento de vida que Dios sopló en el hombre. Cuando se dice que por el “soplo de Dios” el hombre se convirtió en un alma viviente, no está hablando de la vida como tal, porque los animales también viven, sino que habla de una relación especial y eterna con Dios.

Todas las personas existirán eternamente. Pero sólo los salvos disfrutarán la vida eterna en comunión con Dios.  La Biblia habla de la resurrección de todas las personas, tanto de los salvos como de los condenados, pero aclara el libro de Daniel “del polvo de la tierra se levantarán las multitudes de los que duermen, algunos de ellos para vivir por siempre, pero otros para quedar en la vergüenza y en la confusión perpetua”.

Este es el primer aspecto importante de la creación del hombre: fuimos hechos para vivir eternamente con Dios.

El segundo aspecto importante podemos encontrarlo en la interesante afirmación de Levítico 17:11 que dice la vida de la carne en la sangre está. Este pasaje bíblico es clave para responder a la pregunta de por qué desde el Antiguo Pacto era necesario ofrecer sacrificios sangrientos, además de explicar el motivo por el cual el Señor Jesús selló el Nuevo Pacto con Su sangre.

Hebreos 9:22 aclara: “sin derramamiento de sangre no se hace remisión”. Con esta afirmación se pone de manifiesto la inseparable conexión entre la sangre y la vida, una interconexión que recorre todas las Sagradas Escrituras, siendo, al mismo tiempo, la explicación de por qué la relación de un pecador con Dios es imposible sin la sangre.

Adán y Eva intentaron cubrir su pecado con hojas de higuera, una variante “vegetariana”, un intento humano de salvar lo que no podía ser salvado. Sin embargo, Dios intervino de inmediato, dejando en claro que solo a través de la sangre era posible la salvación y la vida. En efecto, cuando Dios vistió de “pieles” a la primera pareja humana, el primer animal fue sacrificado.

Como se ha dicho, la relación sangre-vida es el hilo conductor de la historia de la salvación. Abel sacrificó una oveja para el Señor y Noé sacrificó de los animales que había llevado al arca con ese fin. La muerte de cinco animales diferentes selló el pacto de Dios con Abraham.

El éxodo de Egipto y la primera Pascua, fundamentada en este sello, serían inconcebibles sin la sangre que pintó los dinteles de los hogares hebreos. Todo esto ocurrió antes de que se introdujeran en la ley las regulaciones respecto al sacrificio.

Sin sangre, no hay conexión ni comunión con Aquel que nos creó a su imagen y sopló en nosotros aliento de vida. Solo a través de la sangre es posible la reconciliación con el Dios de vida, pues en la sangre está la vida.

El Nuevo Pacto de gracia y perdón debía ser sellado con sangre. Recordemos las palabras del Señor Jesús en Mateo 26:28, cuando instituyó la cena del Señor: porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados”.

El Señor derramó su sangre hasta la muerte para que podamos vivir, exactamente como leemos en Levítico 17:11: y la misma sangre hará expiación de la persona”.

Es así que en Apocalipsis 5:9, refiriéndose a Jesús, dice: porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios, mientras que en Romanos 3:23 al 25 leemos: por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia.

Estimados amigos y amigas, ¡somos salvos por medio de la fe en su sangre!  No basta con creer en un profeta de nombre Jesús, en un hombre que hacía milagros, alguien que enseñó sobre el amor al prójimo y dio un brillante sermón en el Monte de los Olivos, sino que debemos depositar nuestra confianza en la obra que el Señor Jesús realizó por nosotros en la cruz. Se trata de “la fe en su sangre”.

Su santa, pura y preciosa sangre nos limpia de la contaminación del pecado. Los sacrificios del Antiguo Pacto eran una sombra de lo que Dios ya había prometido, una promesa que se consumaría en el Nuevo Pacto por medio de la sangre del Señor Jesús. Lo entendamos o no, no había, ni hay otra manera. Podemos creer que tenemos vida eterna en la sangre del Señor Jesús. El Apóstol Pedro, en su primera carta capítulo uno, versos 18 y 19 dice: sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación”.

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