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Autor: Wilhem Busch

El diablo busca por todos los medios robarnos el tiempo, para que no podamos reflexionar sobre el hecho de que en Jesucristo hay salvación de este poder de las tinieblas.


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PE2372 – Estudio Bíblico
¡No tengo tiempo! (1ª parte)



Me gustaría comenzar este programa haciendo referencia a algo que ocurrió una vez cuando estaba internado en lugar, en un balneario, realizándome un tratamiento médico. Durante las comidas yo tenía mi asiento frente a un hombre mayor con el que me entendía bien. “¡Cómo disfruta aquí este hombre!” pensaba yo a veces, cuando observaba cómo saboreaba la comida, o cómo dormitaba al sol en su silla reclinable. Pero, paulatinamente me entristecía que nuestras conversaciones giraban solo en torno a cosas superficiales. “¿Y es eso malo?” se preguntará quizás. Bien, estoy convencido de que Dios es real. Toda mi vida cambió, cuando supe que Dios había hecho algo tremendo, como señala la Biblia en Juan 3:16: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”. Es terrible, cuando una persona pasa de largo y no se interesa por esta salvación que Dios ofrece. Aparentemente, mi compañero de mesa era una de esas personas. ¿Qué sentirá cuando Dios lo llame a Su presencia? Una tarde le entregué un librito que yo mismo había escrito. “Por favor, lea esto. Trata de experiencias con Dios. Hallará cosas importantes que merecen ser consideradas”. ¿Y qué ocurrió? El hombre me dio las gracias y me dijo: “Ahora tengo que descansar y recuperarme… pero quizás tenga oportunidad de leer semejante cosa en casa”. Y de esta forma arrinconó el librito. Yo me quedé triste, porque nunca más iba a tener tanto tiempo libre como lo tenía ahora aquí en el balneario. Él simplemente no quería tener tiempo para Dios. Amigos, ¡qué peligroso tratar así a Dios! Por eso considero importante que hablemos sobre este tema y que nos preguntemos “por qué nunca tenemos tiempo”.

En primer lugar, amigo, quisiera que reflexionemos sobre un hecho que me tiene muy intrigado y que nadie puede explicar. Mira: cuando hace cien años un comerciante de Berlín quería firmar un contrato con un comerciante de Colonia (otra ciudad alemana), tenía que viajar 5 días en una diligencia para ir y otros cinco para volver. O sea 10 días de viaje para quizá dos días de negociaciones hasta zanjar el acuerdo. Entre unas cosas y otras se le iba medio mes. El comerciante de nuestros días, en cambio, hace una simple llamada por teléfono y se ha ahorrado 12 días. Pero si me paro a considerar los comerciantes de hoy no veo a ninguno al que le sobren 12 días. ¡Todo lo contrario! Todos me dicen: “No tengo tiempo.” ¿Cómo se explica esto?

Las jornadas de trabajo son más cortas, los transportes son más veloces, los electrodomésticos facilitan nuestra vida, la gente tiene menos hijos… Pero nadie tiene tiempo. ¿Cómo es eso posible? ¿Qué ocurre aquí? Todo está dispuesto para que ahorremos tiempo – ¡pero nadie tiene tiempo! ¿Cómo se lo explica? Yo he estado meditando mucho sobre esto y es algo difícil de entender. Mirándolo seriamente, solo hay una explicación, una que nadie la quiere escuchar, pero de verdad no conozco otra explicación; y es que, ¡detrás de todo esto hay alguien que nos atosiga, que nos mete mucha prisa! Hay uno que se encarga de que el hombre no tenga tiempo, uno que, como el domador en el circo, hace sonar el látigo constantemente metiendo prisa a todos. Y eso es precisamente lo que dice la Biblia: ¡En efecto, ese ser existe, y es el diablo, amigo! Ahora se preguntará si el diablo existe realmente. Y yo le contesto ¡que sí, que el diablo existe! “La potestad de las tinieblas”, como lo llama la Biblia en Colosenses 1:13, existe.
La Biblia nos cuenta en Lucas 4 cómo Jesús fue llevado por el diablo a un gran monte, desde donde había una buena vista. Entonces quitó el velo y Jesús vio en espíritu todos los reinos del mundo y su gloria. Entonces el diablo le dijo a Jesús: “A ti te daré toda esta potestad, y la gloria de ellos; porque a mí me ha sido entregada, y a quien quiero la doy. Si tú postrado me adorares, todos serán tuyos”. Este es uno de los pasajes de la Biblia que más me sobrecogen, porque el Señor Jesús no le contradice. Es verdad que el diablo tiene poder sobre este mundo. ¡Y yo le digo que si no comprende que existe el poder de las tinieblas usted está ciego! Porque ¿cómo explica este mundo si no tiene esto muy claro? El alcoholismo, la adicción a las drogas, el libertinaje sexual del que la gente no puede salir, los dramas familiares, los políticos mal intencionados que enredan a la gente con su palabrería… Con solo ver toda la miseria de nuestro tiempo basta para darse uno cuenta de que existe la “potestad de las tinieblas,” como dice la Biblia.
Amigo, ¿has oído hablar del drama llamado “Fausto” que escribió el gran poeta alemán Goethe? En esa tragedia una joven ingenua llamada Gretchen es seducida. Entonces su hermano quiere vengar su honra. Es involucrado en una pelea con los seductores y muere. Para que el seductor pueda llegar a ella, Gretchen da a su madre un somnífero que causa su muerte. Y cuando nace el bebé, Gretchen lo mata, – igual que hoy, que ya se asesina a los niños en el vientre. ¡Qué culpa más tremenda cargan sobre sí! Y al final la joven se encuentra con la madre, el hermano y el niño asesinados. Y entonces exclama las palabras tan estremecedoras: “Mas en todo lo que me impulsó, ¡Dios!, nada malo se halló, el motivo ¡ah, tan inofensivo!”. Sin embargo, Goethe no era tan tonto como el personaje: a lo largo de la historia el va contando cómo detrás de todo ese drama estaba obrando el diablo.
Historias como estas, pero reales, las veo constantemente en mi ministerio como pastor. ¡Y que nadie me venga a decir que “el diablo no existe”! A la persona que me dice semejante disparate la pregunto de qué parte del mundo procede. Pero me temo que hasta en el pueblo más retirado encontramos al diablo obrando.
Pero, amigos, también he visto que existe el diablo cuando observo a los creyentes sinceros. ¡Cuán horriblemente ciegos pueden estar en lo que se refiere a sus propios errores! Recuerdo a una mujer cristiana egoísta al cien por ciento. Hacía sufrir a su nuera sin ton ni son, y ni se daba cuenta de ello. ¡Una mujer creyente! ¡Creyentes, pidan a Dios que los libere del poder de las tinieblas!
Mire: este mundo como lo vemos no tiene explicación si no comprendemos que el diablo existe, que existe un poder de las tinieblas obrando con intención, sin dejarnos tranquilos. Es por eso que no tenemos tiempo. El diablo busca por todos los medios robarnos el tiempo, para que no podamos reflexionar ni meditar sobre el hecho de que hay salvación de este poder de las tinieblas. Y de esta salvación quiero hablarte ahora.
Porque es una verdad gloriosa: ¡Hay salvación! Amigos, es un gozo para mí tener un mensaje tan maravilloso. El apóstol Pablo, al hablar de la condición de los creyentes los describe así en Colosenses 1:13-14: “Dios nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino de su amado Hijo en quien tenemos redención por su sangre”. Ser cristiano, por lo tanto, no significa en primer lugar estar bautizado y pertenecer a una iglesia, sino haber experimentado un cambio de existencia: he sido arrancado de todo el poder de las tinieblas y he entrado en una nueva existencia bajo un nuevo Señor.
Amigo, déjame contarte ahora una historia que he oído de un misionero que trabajaba en la ciudad de Berlín. Él se encargaba de atender a un hombre que era alcohólico. Quizá sepas que estar atado al alcohol es algo horroroso. Un día el misionero se enteró de que otra vez había bebido demasiado. Había roto los muebles y le había pegado a su mujer. Entonces el misionero fue a verlo. Eran las cinco de la tarde. El hombre estaba sentado en la cocina tomando un café. A su lado estaba su hijo de cinco años. El misionero lo saludó amablemente y le preguntó: “¿Otra vez ha salido mal la cosa?” El hombre rechinó los dientes y saltó de la silla. No dijo palabra y se fue al cuarto trasero. Volvió con una cuerda para tender la ropa y sin decir una sola palabra, comenzó a atar a su niño a la silla. El misionero pensaba: ‘¿A dónde va a parar esto? ¿Estará aún borracho?’ Pero lo dejó seguir adelante. El hombre terminó de atar a su hijo haciendo un nudo en la cuerda. Y, de pronto, se puso a gritarle: “¡Levántate!” Y el pequeño empezó a llorar y a lamentarse “¡Pero, si no puedo!” Y entonces este bebedor con una expresión capaz de partirle el corazón a cualquiera dijo solo estas palabras: “Ahí lo puede ver usted: ¡no puedo!” Fue estremecedor: “¡No puedo!” En ese momento el misionero sacó una navaja de su bolsillo y cortó la cuerda. Entonces, tranquilamente, le dijo al chico: “¡Levántate!” Y el niño se levantó. “Sí, claro, así cualquiera… ¡cortando la cuerda!” Pero el misionero le contestó: “Escuche bien: Hay uno que vino a cortar las cuerdas que nos atan: Jesús.”
El mundo está lleno de personas que pueden testificar que por Cristo se rompen las cadenas, que han sido liberadas por Él. Él transforma la vergüenza en honradez. Es un hecho glorioso que hay salvación del poder de las tinieblas.

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