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Autor: Esteban Beitze

Continuamos aprendiendo acerca de cómo enfrentar el pecado de la inmoralidad en nuestra vida. Es esencial renunciar a la vergüenza, y tener alguien a quien rendirle cuentas. Un amigo espiritual que nos pueda apoyar, aconsejar, y sostener con amor en la caída.


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PE2732- Estudio Bíblico
Luchando con la impureza (7ª parte)



Vamos a seguir con nuestro estudio respecto a cómo enfrentar la impureza, cómo enfrentar el pecado de la inmoralidad en nuestra vida. Nuestro pasaje lema es Mateo 5:29: “Por tanto, si tu ojo derecho te es ocasión de caer, sácalo, y échalo de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno”. Estamos hablando acerca de la renuncia. Renuncia a ciertos lugares y objetos, a ciertas amistades, ciertas costumbres, a lo malo, y reemplazarlo con algo bueno.

Pero ahora vamos a pasar a un punto muy necesario, que es la renuncia a la vergüenza. Al rendir cuentas, tener alguien con el cual compartir para poder salir adelante en esa lucha cotidiana que uno tiene con el pecado. Una de las cosas que más cuesta es que una persona que vive en la impureza lo confiese a alguien. Cuesta muchísimo que alguien se humille al punto de abrir el corazón y volverse absolutamente vulnerable, confesar sus secretos más íntimos. Pero bien decía Jesús que solo la verdad haría libre de verdad. La libertad es el resultado de encontrar, aceptar y confesar la verdad. Por lo tanto, si alguien viniera a nosotros confesando un problema, una adicción, un pecado en el cual está viviendo, es una oportunidad que Dios nos está dando para poder ayudarlo. Esto generalmente sucede porque están saturados, no encuentran salida, y es allí donde la Palabra de Dios quizás ha impactado el corazón, o están en el pozo y no ven ningún rayo de esperanza. Es importante aprovechar esa situación, porque es muy probable que no se vuelvan a abrir otra vez. Por lo tanto, hay que ir al grano en ese momento.

Si fuéramos nosotros los que necesitamos sacar algo, no esperemos más. Esto es parte del trabajo que Dios quiere hacer con nosotros al estar en este lugar. Pablo decía en Gálatas 6:1-2: «Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado. Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo”. Por lo tanto, para salir de la esclavitud, de la impureza, se debía contar con hermanos espirituales, del mismo sexo, con los cuales compartir las cargas, pedir consejo, comunicar las debilidades, tentaciones, fracasos, y poder recibir la corrección adecuada. Entonces la rendición de cuentas a alguien es otorgarle a otra u otras personas el derecho a hacer preguntas en cuanto al comportamiento, en cuanto a elecciones que se toman, y también darle el derecho de hablar con franqueza, que dé palabras de ánimo, bendición, advertencia, consejo, guía, lo que hiciera falta. La rendición de cuentas es responderle a por lo menos una persona respecto a las acciones, actitudes, palabras, por haber fallado o no haber hecho lo que se tenía que hacer. La rendición de cuentas es responsabilizarse por lo que se hace. O sea, reconocer, “yo pequé”.

Job había hecho un pacto con sus ojos para no pecar, para no caer en la impureza. Ese pacto lo hizo con Dios, pero en la mayoría de los pactos hay testigos, como en un casamiento. Estos testigos son humanos. Qué útil que es tener a alguien a quien rendir cuentas. Muchas veces la barrera hacia el pecado es muy baja, o sea, ya le hemos quebrantado muchas veces respecto a Dios, su palabra. Sabemos que Dios está presente y nos ve, pero hemos saltado esa barrera ya tantas veces que ya no llama la atención hacerlo una vez más. Pero si tenemos que rendir cuentas a alguien, es como si le subiéramos el doble a esa barrera, entonces por vergüenza, a tener que confesar otra caída más, a lo que podría decir ese consejero, entonces hay una posibilidad de evitarlo. Aparte de que este hermano no es un policía que nos castiga, sino que es alguien que hace prevención. Un consejero que nos da herramientas para ser victoriosos. También es el que con mucho amor corrige, anima a empezar devuelta. Esto es lo que cada creyente necesita dentro del cuerpo de Cristo. Nos necesitamos mutuamente. ¿Todavía luchas con caídas constantes? Busca urgentemente a alguien espiritual que te acompañe en esta lucha. Solo estas personas de la ficción como Rambo, el agente 007, los superhéroes pueden enfrentarse a ejércitos ellos solos. Pero recordemos que son ficción. El creyente necesita del cuerpo de Cristo. Necesita a alguien con el cual compartir.

David tuvo a Jonatán cuando tenía su enfrentamiento con Saúl. Más tarde tuvo el acompañamiento de Husai, que hizo añicos el consejo de Ahitofel y la rebelión de Absalón. A Elías Dios le dio un Eliseo, Jesús llamó a tres de sus discípulos en el momento de mayor ataque, de mayor necesidad, de mayor angustia, allí en Getsemaní. Pablo, en su soledad, al final de su vida cuando ya sabía que iba a ser ejecutado, le pidió a Timoteo que viniera pronto a verle, y que trajera a Juan Marcos. Por lo tanto, si estos grandes, incluyendo nada menos que al Señor Jesucristo, necesitaban compañeros con los cuales compartir las cargas de la obra, las aflicciones, las tentaciones, ¡cuánto más lo necesitamos también nosotros! Y si alguien se abre con nosotros, está viendo en nosotros ese compañero que lo va a ayudar a llevar esa carga, entonces ayudamos a llevar la carga los unos de los otros y desandar el camino del pecado. ¿Tienes un amigo espiritual, preparado, discreto, con el cual puedas compartir con sinceridad tus luchas, tentaciones, cargas, sueños, anhelos? Debe ser alguien lo suficientemente maduro para que también te pueda decir lo que está mal en tu vida. No el amiguito que siempre te da para adelante. Esto no sirve. Muchas veces estamos tan nublados y agobiados que no tenemos la vista clara respecto a la situación, y mucho menos para la solución. Es necesario tener otra mirada imparcial, crítica, y sobre todo espiritual del tema. Por nuestro lado, también debemos ser lo suficientemente humildes y sinceros en abrir nuestro corazón a una persona. Gracias a Dios yo tengo tres amigos con los cuales podemos charlar todos los temas. Y lo compartimos mutuamente, oramos juntos. Tenemos más o menos las mismas áreas en las cuales servimos, ¡qué bendición es eso!

Eso lo decía Salomón allí en Proverbios 12:18: “Hay hombres cuyas palabras son como golpes de espada; Mas la lengua de los sabios es medicina”. ¿Tenés esos amigos sabios que te puedan aconsejar? ¡Cómo necesitamos esa medicina! Obviamente a veces esa medicina no es tan agradable, a veces es amarga, a veces el remedio hace arder la herida, pero es necesario para que se cure adecuadamente. Muchas veces no queremos ir al médico por el tratamiento que supuestamente nos va a dar, pero es necesario. Así son los hermanos que Dios nos ha puesto al costado. Si realmente queremos agradar al Señor, ¿por qué no analizar primero si el prospecto del remedio señala justamente lo que nosotros necesitamos? Por otro lado, uno de los consuelos más grandes es tener a alguien que te de un buen abrazo, en cuyo hombro podés llorar tus derrotas, tus penas, tu tribulación. Uno que limpie tus heridas y te levante cuando hayas caído. Bien decía Salomón también, allí en Eclesiastés 4:9-10, un pasaje muy conocido:  «Mejores son dos que uno; porque tienen mejor paga de su trabajo. Porque si cayeren, el uno levantará a su compañero; pero ¡ay del solo! que cuando cayere, no habrá segundo que lo levante”. Busquemos estos compañeros espirituales. ¡Cada uno de nosotros lo necesita! Y si nos buscan, seamos esos compañeros espirituales que los acompañan. Existe algo que nosotros tenemos que hacer, y muchas veces con la ayuda de otros. Hasta cierto punto es un privilegio poder pedir consejo a un hermano y seguirlo. Muchas veces nos gustaría que apareciera un angelito del cielo que nos indicara qué tenemos que hacer. Pero Dios nos ha puesto a un hermano, una hermana espiritual al lado que nos da este consejo. Que no nos dé vergüenza pedir ayuda a personas idóneas. Confesaos vuestras ofensas los unos a los otros, y orad los unos por los otros para que seáis sanados. La oración eficaz del justo puede mucho, amén.

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