Llamado a la oración (19ª parte)
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Autor: Wim Malgo

En esta última parte acerca de la oración sumo sacerdotal se estudian las tres grandes peticiones del Señor.
1. Guárdalos y protégelos.
2. Santifícalos en tu verdad.
3. La unidad.
También, la consecuencia necesaria de estas tres peticiones de Jesús para la vida del cristiano.


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PE2667 – Estudio Bíblico
Llamado a la oración (20ª parte)


 


Las tres grandes peticiones del Señor en su oración sumo-sacerdotal

Estimado oyente, estas peticiones no se refieren al mundo y tampoco a sus propios padecimientos, aunque hubiera tenido muchas razones para mencionarlos. Hubiera podido rogar a Su Padre que éste mitigara Su sufrimiento en la cruz, pero no lo hizo. Aquí echamos una mirada profunda a Su corazón sumo sacerdotal: Sus peticiones se concentran en nosotros, Sus discípulos:

1. Guárdalos y protégelos. Su primera petición es la siguiente: Guárdalos y protégelos del mundo (Juan 17:15). Jesús ve proféticamente, el peligro mortífero para los creyentes, de identificarse con el mundo y adaptarse a la manera de vivir del mundo y subraya, en presencia del Padre: “Cuando estaba con ellos en el mundo, yo los guardaba en tu nombre; a los que me diste, yo los guardé”. “No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal… porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo” (v. 15-16). ¿Estás sin contaminarte con este mundo, en tu ámbito familiar, en tu trabajo, en tus estudios, en tu tiempo libre, en tu manera de vestir? Jesús mismo dice: “porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan” (Mateo 7:14). Son muy pocos los que hallan el camino angosto en pos del Cordero, ese camino de renunciamiento.

Moisés era un hombre que resistió el adaptarse a Egipto, escogiendo más bien tomar sobre sí el vituperio de Cristo, teniéndolo por mayor riqueza que gozar los deleites temporales del pecado (Hebreos 11:25). Daniel era un hombre de Dios que nadaba contra la corriente, resistiendo al espíritu del mundo babilónico, mientras que todos los jóvenes israelíes se adaptaron al espíritu de Babel. Leemos, de Daniel: “Y Daniel se propuso en su corazón no contaminarse con la porción de la comida de rey, ni con el vino que él bebía…” (Daniel 1:8). Tenía un “no” al espíritu del mundo, y sus tres amigos le siguieron y Dios pudo bendecirlos. Samuel dijo “no” a la coexistencia con Agag, rey de los amalecitas, y lo mató ante el rostro del Señor. Pablo dijo “no” al espíritu de este mundo, exclamando: “Pero lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo”. Cuando dices “sí” de todo corazón, en cuanto al camino angosto, se cumple para ti la oración de Jesús: “No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal”.

2. Santifícalos en tu verdad. La segunda gran petición del Señor, es la del versículo 17: “Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad”. Cuando Jesús dice, casi en una misma frase: “guárdalos del mal de este mundo y santifícalos en tu verdad”, esto es como si dijera: ¡no permitas que se adapten al espíritu de este mundo, sino que sean uno en nosotros, Padre! ¡Haz que estén cada vez más apartados del mundo, que estén cada vez más en tu mano, cada vez más purificados y transformados por tu palabra! Aquí tenemos delante de nosotros, claramente, el camino de la santidad: “Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad”. Hijo de Dios, ¡obedece a la Palabra! ¡Permite que esta palabra te sondee y te juzgue más a fondo! “Tu palabra es verdad”. Permite que la Palabra de Dios te revele cada vez más profundamente la verdad sobre ti mismo, y así estarás cada vez más en Su mano, y Jesús se volverá visible en ti. Esto es “ser santificado”. Sin santidad, nadie verá al Señor (Hebreos 12:14).

Me parece que muchos creyentes están en medio de estas dos peticiones. Vuelven a caer víctimas del espíritu de este mundo y luego, con lágrimas, tratan de alcanzar la santidad. Son los creyentes que andan en la penumbra, que no se exponen a la luz. A ellos quiero decirles, en el nombre del Señor: “¿Hasta cuándo claudicaréis vosotros entre dos pensamientos? ¿Quieren seguir al espíritu de este mundo, o al Espíritu del Señor Jesús? ¿Quieres ser profano o santificado?”. Siento interiormente, con mucha intensidad, que hoy en día muchos están entre los dos extremos. El Espíritu Santo actúa poderosamente en la Iglesia para prepararla para el arrebatamiento. Pero también el espíritu del anticristo, bajo un disfraz religioso, va aumentando en actividad. Por esto, las dos peticiones del Señor Jesús son de tanta importancia. “No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal”. “Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad”.

3. La Unidad. El tercer asunto de oración del Señor es la unión. En vista de todas las tentativas engañosas de unificación – tanto políticas como religiosas que vemos hoy en el movimiento ecuménico – nos damos cuenta de cuán importante es contemplar la calidad de la unión por la cual Jesús oraba. Son dos cosas las que caracterizan la unión por la cual Él pide: “para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros” (v. 21). Esto es lo primero. ¿Qué unión tenía el Señor con Su Padre? La tenía con base en Su plena obediencia de fe. Por esto pudo decir: “Yo y el Padre uno somos” (Juan 10:30), y “Porque el que me envió, conmigo está, no me ha dejado solo el Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada” (Juan 8:29). Esta es la unión que el Señor desea ver entre los Suyos. ¿Qué clase de obediencia caracterizaba la vida del Señor Jesús? Se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte en cruz (Filipenses 2:8).

Luego el Señor dice, en el versículo 21b: “…que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste”. Esto significa “ser uno en Dios y el Señor Jesucristo”, el Señor crucificado, resucitado y que vendrá otra vez. Es una unión orgánica, no organizativa. Es la unión en la sangre del Cordero. No es una unión ecuménica que une a incrédulos con creyentes, que forma alianza con los que niegan la sangre de la reconciliación del Señor, que no creen en Su resurrección y que, por tanto, trata de unir a cristianos con anticristianos, sino que es una unión como la que Jesús tenía con Su Padre. Sí, Jesús fue aún más adelante: “…que también ellos sean uno en nosotros”. No hay unión en Dios el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo que niegue la sangre del Señor Jesucristo. Toda clase de unión cristiana fuera de esta unión es anticristiana, es una unión anti-Dios. Los desacuerdos entre los creyentes son solamente una señal externa de su desacuerdo interior con el Señor.

Pues quien está en unión con el Señor, también es uno con los hermanos, quienes son uno con el Señor. Qué bendición es comprender esta unión orgánica con el Señor Jesús, este secreto de la Iglesia de Jesús. Esta unión se manifiesta allí donde hay creyentes “Cristo céntricos”, que son uno en el Cordero de Dios. Cuanto más cerca estamos de Jesús, tanto más claramente vemos las tentativas de unificación satánicas y anticristianas que tratan de confundirnos, en el sector político, económico y religioso. Todas ellas culminarán en el reino anticristiano. Quien tiene oídos ¡que oiga! ¿Cuál es, pues, la consecuencia necesaria de las tres peticiones de Jesús? La menciona en el versículo 18: “Como tú me enviaste al mundo, así yo los he enviado al mundo”. Tú, que crees, eres un embajador de Jesús. ¡Vela y ora para que permanezcas en el camino angosto en pos del Cordero! “Porque aún un poquito, y el que ha de venir vendrá, y no tardará” (Hebreos 10:37).

Y finalmente, ¿por qué oró el Señor Jesús esta oración ante nuestros oídos? Dice, en el versículo 13: “Pero ahora voy a ti, y hablo esto en el mundo, para que tengan mi gozo cumplido en sí mismos”. ¿Dices “sí” a este mensaje de la palabra de Dios? ¿Tienes un “sí” al camino en pos del Cordero, el camino de renunciar a ti mismo, de renunciar a tu propia vida? Entonces, regocíjate, pues Jesús ha orado por ti. Sí, también ahora está orando por ti. Completará maravillosamente la obra que comenzó en ti, y tú también serás un hombre, una mujer de oración.


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