“Las Estaciones de la Vida” (5ª parte)

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Autor: Norbert Lieth

A partir de nuestra conversión, también nosotros los cristianos nos encontramos en un viaje espiritual, y pasamos por el desierto de este mundo hasta llegar a la meta, que es nuestra tierra prometida celestial. Hasta entonces también nosotros pasamos cada uno por una generación y pasamos diversas estaciones que han sido fijadas por Dios. En esta serie de mensajes queremos comparar algunas estaciones de Israel con las nuestras. Después de todo, la Biblia dice justamente sobre el peregrinaje de Israel por el desierto: “Y estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos”.


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PE2349 – Estudio Bíblico
“Las Estaciones de la Vida” (5ª parte)



Y así llegamos a la última estación: En Números 33:37 al 39, leemos: “Y salieron de Cades y acamparon en el monte de Hor, en la extremidad del país de Edom. Y subió el sacerdote Aarón al monte de Hor, conforme al dicho de Jehová, y allí murió a los cuarenta años de la salida de los hijos de Israel de la tierra de Egipto, en el mes quinto, en el primero del mes. Era Aarón de edad de ciento veintitrés años, cuando murió en el monte de Hor.”

Entre las etapas de nuestra vida se encuentra, inevitablemente, también la muerte, en caso de que el Señor no venga antes. Estamos rodeados de muerte, y debemos tratar con ella si queremos llegar a ser sabios. La muerte es algo que nos es decretada y que sucede por orden del Señor. No estamos a merced del azar, sino sometidos al obrar de Dios.

Aarón había tenido una larga vida. Había vivido la liberación y el éxodo de Egipto. Había sido ungido como sumo sacerdote y obrado como tal. Conocía los altos y los bajos, las victorias y los fracasos de la vida. A veces Aarón había fallado (el becerro de oro; el murmurar contra Moisés, juntamente con María), otras veces obtuvo victorias maravillosas (la oración contra Amalec, juntamente con Hur y Moisés sobre el monte). Pero, la entrada a la tierra prometida no le fue permitida. Antes de la misma fue llevado al cielo, a través de las puertas de la muerte.

Muchos de nuestros padres y madres en la fe pasaron con el Señor por altos y por bajos, y esperaron la promesa del arrebatamiento. Aun así, ellos no lo vivieron, porque antes del mismo fueron llevados al cielo a través de la muerte. La pregunta que se nos plantea a todos es: ¿Qué pasará con nosotros? ¿Podremos vivir el arrebatamiento aquí en la tierra, o tendremos que pasar por la muerte? Como no podemos tener una respuesta segura a esta pregunta, deberíamos actuar a tiempo como lo hicieron Moisés y Aarón.

En Números 20:26, Dios dijo: “Y desnuda a Aarón de sus vestiduras, y viste con ellas a Eleazar su hijo; porque Aarón será reunido a su pueblo, y allí morirá”. El cargo de Aarón debía ser trasmitido; él moriría, pero no su trabajo. Ya hacía tiempo que Eleazar había sido preparado para eso, y ahora él podía hacerse cargo de las responsabilidades de su padre. Del mismo modo actuó Moisés. A tiempo, puso a Josué a su lado como su siervo. Y cuando Moisés, más adelante, preguntó al Señor a quién Él había destinado como su sucesor, Dios señaló a Josué.

Recordemos también a los profetas Elías y Eliseo. Relativamente temprano en su ministerio, Elías recibió la orden de Dios de poner a Eliseo como su sucesor. Luego, Eliseo llegó a ser el siervo de Elías. Más adelante, caminaron juntos, hasta que Elías fue llevado al cielo. Respecto a esto, leemos en 2 Reyes 2:9: “Cuando habían pasado, Elías dijo a Eliseo: Pide lo que quieras que haga por ti, antes que yo sea quitado de ti. Y dijo Eliseo: ¡Te ruego que una doble porción de tu espíritu sea sobre mí!”

¿Sería esta una petición desvergonzada? De seguro que no, por dos razones. Primero: deberíamos entender esta petición ante el trasfondo de la ley antiguotestamentaria. El primogénito de una familia recibía una parte doble de la herencia y el privilegio de llegar a ser cabeza de la familia. Eliseo no quería otra cosa, sino ser el sucesor legítimo de Elías y continuar su obra como profeta. Esto Dios también lo confirmó. A continuación, Eliseo, de hecho, llegó a ser el líder de los demás profetas. Segundo: Eliseo, literalmente, deseaba una doble porción del espíritu de Elías, pero no para ser mejor, más poderoso o más famoso, sino para poder trabajar aún más para Dios. La obra no sólo debía continuar, no para peor, sino que debía continuar para mejor. Alguien dijo: “Un sucesor efectivo no solamente aprende de su predecesor, sino que construye sobre los logros de su predecesor.” De hecho, Dios obró casi el doble de milagros a través de Eliseo, que a través de Elías.

Si honestamente deseamos servir al Señor, y al hacerlo no somos egoístas, podemos pedirle a Dios por grandes cosas, por un poderoso obrar de Su Espíritu Santo. También podemos pedirle que nuestros sucesores en la fe reciban aún más gracia para las tareas en la iglesia de Dios, y que el Señor expanda los límites de aquello que ellos recibieron de nosotros. Debemos preocuparnos a tiempo de poder pasarles a otros lo que el Señor nos ha dado a nosotros. Deberíamos instruir a otros a tiempo, para que puedan tomar la obra y continuarla.

¿Qué hacemos hoy por aquellos que un día nos seguirán? Así lo hizo Aarón con Eleazar, Moisés con Josué, y Elías con Eliseo. Así lo hizo también nuestro Señor Jesucristo con Sus discípulos, y éstos con sus colaboradores. En un comentario acerca de Números 27:15 al 23, dice: “Uno de los mayores desafíos para los líderes consiste en reemplazarse a sí mismos, al formar a otros como líderes. (…) La muerte es la expiración definitiva de un liderazgo. Una de las mejores piedras de toque de nuestro liderazgo, es nuestra disposición y capacidad para preparar a otros para ocupar nuestra posición. Moisés tomó una decisión excelente al convertir a Josué en su ayudante. Esta elección, más adelante, fue confirmada por Dios, cuando indicó a Moisés nombrar a Josué como su sucesor”.

Después que Aarón falleció, sucedió que: “… salieron del monte de Hor y acamparon en Zalmona”. Las etapas del cristianismo continuarán hasta que, como iglesia, en su totalidad, hayamos alcanzado la meta y estemos todos con el Señor en Su reino. En todo esto, en realidad, sólo se trata de lo siguiente: andar por el camino del Señor, cumplir la tarea, y asegurar su continuación.

Hace algún tiempo atrás leí una confesión de Pablo que me impresionó profundamente. Cada uno de nosotros, después de todo, desea llegar a ser lo más anciano posible – y no hay nada que recriminar en desear que el Señor nos lo conceda – pero mucho más importante es otra cosa, que leemos en Hechos 20:24: “Pero de ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios”.

A menudo, intentamos alargar nuestra vida lo más posible. Intensamente nos ocupamos de nuestra salud y devoramos libros al respecto, hojeamos revistas, buscamos en páginas de Internet, tomamos vitaminas y hacemos deporte hasta caernos de cansancio. Como alguien dijo: “La vida entera es el intento de retenerla.” Pero, la Biblia trata este tema en forma muy diferente. La Palabra de Dios trata de cosas mucho más importantes. Pablo dice: “Pero de ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí mismo.” En otras palabras: “No me importa cuánto tiempo viva, la edad que llegue a tener. Otra cosa es mucho más importante, que complete mi carrera, que viva con Jesús, que cumpla mi tarea, que mantenga la fe, que finalice la lucha, que me quede con Jesús, y que haga lo que Él me ha encargado hacer; sí, que viva para Su evangelio.”

Las estaciones de la historia de Israel nos muestran, en sentido espiritual figurado, qué es lo importante (para nuestra enseñanza, como dice Romanos 15:4). ¡Qué podamos sacar nuestras propias conclusiones de las mismas!

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