La pequeña niña y su gran mensaje (5ª parte)

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Autor: Norbert Lieth

El relato de la cura y transformación del general sirio Naamán (2º Reyes 5), tiene varias enseñanzas para los lectores: Cómo Dios obra a través de lo débil y lo pequeño, la importancia de la humildad y el compromiso con el Señor, señales proféticas, amor a los enemigos, testimonio, y más. Un relato rico en ejemplos, algunos para imitar, otros para evitar.


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PE2363 – Estudio Bíblico
La pequeña niña y su gran mensaje (5ª parte)



¿Cómo están? Siguiendo con el mensaje, veremos ahora que Naamán se equivoca de dirección.

En 2 Reyes 5:3, vimos que: La niña había dado un mensaje claro e inequívoco: “Si rogase mi señor al profeta que está en Samaria, él lo sanaría de su lepra.” ¿Pero adónde se dirige Naamán en primera instancia? Él se dirige a su rey, busca un apoyo humano para su emprendimiento. El rey de Siria lo atiende gustosamente y le entrega una carta destinada al rey de Israel. Con la carta en mano, Naamán se dirige a Israel y visita al rey Joram, a quien entrega la carta, esperando que éste lo ayude.

Pero, como hemos visto en el pasaje anterior, el rey Joram queda consternado ante ese enorme problema, considerando que sería una provocación del rey sirio a la guerra. Naturalmente, Naamán queda completamente confundido al ver la reacción de Joram.

El profeta Eliseo tiene que intervenir para que Naamán nuevamente encauce su camino hacia la dirección correcta, como vemos en el versículo 8: “Cuando Eliseo el varón de Dios oyó que el rey de Israel había rasgado sus vestidos, envió a decir al rey: ¿Por qué has rasgado tus vestidos? Venga ahora a mí, y sabrá que hay profeta en Israel”.

Naamán llega a la casa del profeta, pero éste no sale, sólo envía a su criado a decirle que se sumerja 7 veces en el Jordán. Naamán venía tan aturdido, que ésta fue la última gota que rebasó el vaso. No quiso obedecer la muy simple orden del hombre de Dios. Se alteró y se enfureció contra la Palabra de Dios.

La niña había dado un mensaje claro. Pero, aparentemente Naamán no escuchó bien. Se fue a perder con los reyes que tenían autoridad política, pero que sólo estaban obrando en base al poder humano.

Ésta es una ilustración muy acertada de nuestra propia vida. ¿No es así que en muchas situaciones acudimos a nuestros amigos que tienen influencia, para que ellos nos ayuden a salir de nuestros problemas? Contactamos a nuestro amigo diputado o ministro, tal vez un amigo allegado al Presidente de la República, para que intervenga por nosotros en nuestro caso. Tal vez la intención de él sea muy buena y quiera ayudar, pero no será la solución definitiva del problema, y, en la gran mayoría de los casos seremos profundamente decepcionados. Tal vez – como reza el dicho – “vamos por lana y salimos trasquilados”.

Otra manera de librarse del problema, pero que no va con nosotros cabe a nosotros que confiamos en el Señor, puede ser el uso de procedimientos ilegales: pagar una “mordida”, soborno, o como se le quiera llamar al cohecho, o cualquiera de estas transacciones, que le pueden salir muy caras al final.

Podemos acudir a un hermano en la fe o al pastor de la iglesia, contarle nuestros problemas y obtener una solución o salida inmediata. Pero, cuando ellos nos den un consejo basado en la Palabra de Dios, ¿será que lo aceptaremos, o acaso nos enojaremos porque ofende nuestro ego que no quiere humillarse ante Dios y los hombres, como en el caso del general Naamán?

O será que, en vez de acercarnos en humildad ante Dios, comenzaremos a pelearnos con Él, diciendo: “¿Por qué permitiste que me sucediera este percance? Te sirvo, soy una persona dedicada, y ahora estoy en esta situación penosa.” Hasta Moisés, en un momento de desesperación, comenzó a debatir con Dios por el pueblo testarudo que tenía que llevar a la tierra prometida, porque ya no soportaba tal carga. Prefería morirse. Incluso se preguntaba si Dios iba a proveer carne para todo aquel pueblo, de aproximadamente 2 millones de personas en medio del desierto. Entonces, Dios le contestó: “¿Acaso se ha acortado la mano de Jehová? Ahora verás si se cumple mi palabra, o no”. Otra traducción dice así: “¿Es que acaso el poder del Señor tiene límites?” Nosotros somos los que ponemos límites al Señor por nuestra falta de fe.

Pero, ¿por qué, generalmente, no vamos directo al Dios soberano? Agotamos primero todos nuestros recursos para tener que reconocer al final que la única solución es el Señor. Naamán estaba dispuesto a mucho. Leemos en 2 Reyes 5:5: “Y le dijo el rey de Siria: Anda, ve, y yo enviaré cartas al rey de Israel. Salió, pues, él, llevando consigo diez talentos de plata, y seis mil piezas de oro, y diez mudas de vestidos”. Iba bien preparado con una gran cantidad de dinero que en aquellos tiempos ya era una fortuna, y que lo es mucho más hoy. Imaginemos: un talento de plata equivalía a unos 34 kg. Actualmente el gramo de plata cuesta aproximadamente unos U$S 1,25, dependiendo de la pureza que tenga. Ahora hagamos un promedio de U$S 1,00 x 34.000g = U$S 34.000. Eso era el valor de solamente un talento de plata, sin contar las monedas de oro. Naamán tenía poder económico, político y militar. Sin embargo, todo eso no le ayudó a avanzar ni siquiera un milímetro en dirección a su curación. Tenía que ir a la persona correcta: Eliseo, el varón de Dios.

Por eso, no nos perdamos en nuestros propios caminos equivocados. Únicamente en la oración directa a nuestro Señor y Salvador Jesucristo obtendremos la ayuda apropiada y oportuna. Todos los otros caminos serán un callejón sin salida. Tal vez al primer instante parezcan funcionar, pero sin la bendición de Dios las consecuencias serán desastrosas.

Isaías nos exhorta: “Confiad en Jehová perpetuamente, porque en Jehová el Señor está la fortaleza de los siglos”. Y Jesús nos dice: “Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo”. El Señor ha vencido y con Él nosotros podemos tener la victoria.

A Naamán no le quedaba otra opción que obedecer a la palabra del varón de Dios.

El décimo punto a analizar, es lo que hace: Referencia a Jesús

“Él entonces descendió, y se zambulló siete veces en el Jordán, conforme a la palabra del varón de Dios; y su carne se volvió como la carne de un niño, y quedó limpio” (leemos en el capítulo 5:14). La solución fue ir al Jordán.

Naamán tuvo que zambullirse siete veces en el Jordán.
Siete es el número de la plenitud, y todo ese acontecimiento señala en forma maravillosa y profética al Señor Jesucristo:
El Jordán es una figura de la muerte. Jesús murió por nuestros pecados para darnos una nueva vida. Figuradamente, el pecado es lavado por el torrente, que es una figura de Jesús.

El Jordán es una figura del nuevo nacimiento, la resurrección a una nueva vida = a través de la muerte y la resurrección de Jesús podemos ser nuevas criaturas. “Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva” (dice Romanos 6:4). Después de haberse lavado en el Jordán, Naamán fue una persona completamente nueva.

El Jordán es una figura del pasaje a la tierra prometida. El pueblo de Israel tuvo que atravesar el Jordán para poder entrar allá, lo que representa el reposo de Dios, el descanso merecido (del cual nos habla Hebreos 4). Por eso el creyente ya no tiene que cumplir con el sábado judío, pues ha entrado en el descanso a través de la fe en Cristo.

El Jordán es una figura del arrebatamiento, el último tramo del camino al cielo, cuando seremos transformados.

El Jordán fue el lugar desde donde Elías fue arrebatado hacia al cielo cuando fue enviado de Gilgal, por Bethel a Jericó (como leemos en 2 Reyes 2:1 al 14).

Jesús mismo fue bautizado en el río Jordán por Juan el Bautista, porque Él vino para tomar el lugar del pecador en Su muerte. Ese hecho coincide maravillosamente con Romanos 10:9: “Que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo.” Aquí somos confrontados con el hecho de que no podemos comprar nuestra salvación con obras, oro o plata, sino que solamente la podemos recibir por la gracia de Dios, por medio de la fe, como leemos en Romanos 3:28: “Tanto es así que nos salvamos por fe en Cristo y no en virtud del bien que hayamos hecho” (así dice la versión de la Biblia al Día). Y en Efesios 2:8 y 9 leemos: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe”. Naamán venía con oro, plata, vestidos costosos y con la recomendación de su rey. Todo eso no le ayudó en nada. Este mensaje le sirvió: “Naamán, tu poderío, tu título como general, tu poder político y militar no valen nada. Olvídate de tu rey, quítate los vestidos de tu propia justicia. Anda, vete al Jordán y sumérgete siete veces.”

Primeramente no quiso aceptar esa simple oferta, pero por el consejo de sus criados finalmente accedió, y ése fue el camino a su salvación. Naamán no pudo presentar absolutamente nada. Fue regenerado únicamente a través del don de Dios al sumergirse en el Jordán. Solamente por obedecer a la palabra del profeta – el mandato de Dios. Fuera de eso absolutamente nada.

Seamos nosotros así diligentes, confiemos plenamente en la Palabra de Dios, apoyémonos incondicionalmente en Sus promesas escritas en la Biblia, y, orando llenos del Espíritu, obtengamos nuestras peticiones y la salvación de tantas almas necesitadas.

Las siete veces que Naamán tuvo que sumergirse en el agua nos recuerda las siete resurrecciones en el Nuevo Testamento:

1. La resurrección de Jesús como primicia (1 Corintios 15:
20 y 23).
2. La resurrección de los santos en Jerusalén, después de la resurrección de Jesús (Mateo 27:50 al 53).
3. La resurrección de la Iglesia (1 Tesalonicenses 4:16 y 17; y 1 Corintios 15).
4. La resurrección de los dos testigos de la Gran Tribulación (Apocalipsis 11:11 y 12).
5. La resurrección de los mártires que salen de la Gran Tribulación y que son resucitados para el gobierno de 1000 años (Apocalipsis 20:4).
6. La resurrección de los creyentes del Antiguo Testamento que serán resucitados en la venida de Jesús en Su gloria (Daniel 12:1 y 2; e Isaías 26:19 al 21).
7. La resurrección de los santos del milenio, que durante ese tiempo murieron (Isaías 65:20), y que serán trasladados a la Nueva Tierra creada por Dios (Apocalipsis 21:1, y 22 al 27).

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